martes, 19 de abril de 2011

Soberanía social


                                    SOBERANÍA SOCIAL


Desaparecidos los viejos estamentos, no ha quedado en la moderna nación más que una grisura uniforme de ciudadanos teóricamente iguales que viven en sociedad más que en comunidad, que no quedan en absoluto comprendidos en organización, partido ni cofradía que valga. Y sin embargo es precisamente esa masa anónima la que es buscada con deseo lascivo en tiempos de campaña electoral para intentar llevarla al lecho de Procusto político a base de tópicos troleros y cuentos chinos perfectamente desmentidos por la realidad; las más de las veces resulta todo una caricatura esperpéntica. Me viene ahora a la memoria la propaganda de un partidillo en liza, que horro de ideas  y proyectos promete un polideportivo más, un espacio de sudores deportivos sin duda para mantener un poco más en forma el narcisismo somático ciudadano; otro partido habla no se que de su elevado concepto de lo público, sin duda con la idea de elevar a los altares legales a las mujeres públicas.

En realidad todo esto parece que le pone bastante al personal, los datos que arrojan los expertos en cuestiones de medios de comunicación son bastante desoladores: solo un 7% aproximadamente de los ciudadanos no tiene dependencia  acusada  de los medios, es decir que el 93% de los ciudadanos depende de manera importante un descomunal poder mediático  bien entrelazado con las cúpulas de los partidos mayoritarios y que deja muy escaso margen a la independencia silvestre, vamos algo así como la prédica en el desierto.   

La tarea heroica es por tanto despertar lo que muchos han captado con diversos nombre: poder social, soberanía social, poder verificativo de la sociedad, democracia semidirecta y algún que otro nombre. La tarea en cuestión no es solamente política, tiene unas ínfulas propias de la antigua  caballería  andante que cualquiera que reflexione puede fácilmente apreciar, se trata de despertar a una bella princesa que está cautivada por un ogro feroz, y que más que sufrir penoso cautiverio tiene síndrome de Estocolmo, esto es admira a su secuestrador – partidos troleros, prensa canallesca, televisión basura, y todo tipo de fabulaciones correctas- , por que es muy inverosímil suponer que tenga mucho interés en organizarse, liberase o cualquier otra bienintencionada disposición al esfuerzo. Ningún silogismo sobre su inherente propiedad y soberanía de la cosa pública o res pública va a concluir en un diagnóstico pertinente. El buen pueblo está ido y chiflado, está psíquicamente desvalido, con un poco de maldad se puede abusar de él e incluso vejarlo y sodomizarlo, y el pobre ni se entera, va y se cree que es una reinona.

La última boutade de antes del gobierno del actual partido en el poder tenía el pomposo nombre de “segunda descentralización”, sin duda parece que la primera centralización consistió en crear   diecisiete autonomías  como mínimo tan centralistas como el estado central de partida sino más, camino de convertirse en un puzzle balcánico, que esperemos no traiga demasiada sangre y atrocidades. No está claro de que se trata la segunda descentralización, auspiciada no por el pueblo sino por uno de los partidos más fuertes de España, que en absoluto está dispuesto a abdicar de sus cotas de poder en el estado y las autonomías para cederlas generosamente a los paletitos de provincias, por otra parte ansiosos a su vez de catar poder.  Es bien sabido que la pretensión ilusa era sencillamente deteriorar un poco la fuerza política de los partidos con dominio en las autonomías con un micronacionalismo más histérico, pero por otra parte   descentralizar poco o nada en los dominios propios, un ligero maquillaje para que prosiga la  función teatral, y el poder que lo ceda Rita la cantaora, c’est tout.  

El estado moderno es una totalidad de poder -sin autoritas- incapaz de autocorregir su acumulación de poder sin poner en serio peligro su misma existencia o incluso acabar con él mismo, la mejor ilustración de este hecho es España.

Municipio de Ávila  regulado por  una ley de bases que apenas permite su autonomía, una praxis administrativa, jurídica y económica llena de condicionamientos por el estado y la Junta de Castilla y León   que  apenas de una autogestión anémica y una ideología imperante que independiente de su tendencia es casi siempre estatalista y apenas ve en el municipio  algo más que el último apéndice de la administración central  compromete seriamente su autodefensa.

¿ Es posible a pesar de todo hacer algo en vista de este diagnóstico desolador y de moribundia anunciada?.  La respuesta de la corrección sensata surgirá con prontitud de misil: solo un partido fuerte puede conseguir cambiar las cosas; respuesta de titán, de coloso –en el fondo con los pies de barro-, el duro estilo yang; un partido fuerte solo va hacer un simulacro de cambio, en el mejor de los casos un ligero paliativo de los síntomas y al final la cosa seguirá igual pero en una espiral de la catástrofe más avanzada, es decir peor.

¿Entonces que?, la pregunta estrecha al cerebro como el enigma de un cuento hassídico o de un koan del zen. La sabiduría taoísta tiene una respuesta difícil de entender para una mentalidad occidental: lo fuerte es lo yin,o para remarcar aún más la paradoja, lo fuerte es lo débil. La constancia de la gota puede con la dureza del granito. Es decir aparece ahora un grupo de independientes que no son ni quieren ser partido, ciudadanos y no militantes de partido,o si lo son –como decían antaño unos amigos del terror- lo son solamente por imperativo legal, van y se lanzan por los caminos como una especie de quijotes pobres de solemnidad y harapientos  y proclaman que no tienen ni para rellenar una lista de candidatos, pero eso incluso es lo de menos, no pretenden ninguna representación política; hoy día en sentido estricto ya no existe tal cosa, tan solo simulación y opereta política. Vamos a por lo casi imposible, a liberar a la cautiva de las garras del secuestrador, o por los menos un cacho de la cautiva, y como nunca se sabe igual se monta el  momento menos pensado  una de mucho cuidado. Y todo eso no la lejana Pernambuco sino en la adusta ciudad de Ávila de los Caballeros, ¡de locos!

Cabría hacer un muestrario de buenos propósitos normalmente expresados en frases ya muy manoseados del tipo,: vamos a acabar con la corrupción, vamos a traer definitivamente la honestidad, vamos a limpiar el establo infecto de Augías y otras heroicidades pomposas y altisonantes, pero siendo modestos dejamos para  otros estas declamaciones de ventrílocuo , sabiendo que tal cosa es totalmente imposible sin esos contrapoderes de la soberanía social , que pasan por la iniciativa legislativa popular y el referéndum, que es precisamente el pueblo y no los partidos quien lo puede realizar. Lo más que podemos ofrecer, cuando las circunstancias lo demanden, es representación al pueblo ante un registro administrativo, ante un  abogado, ante un notario, ante un director de medios de comunicación, ante una organización política que sintonice con el tema y cosas de ese jaez necesarias para ejercer de verdad la soberanía popular y la democracia semidirecta .

Incuso cabría tirase un farol y hacer propuestas convencionales ilusorias del tipo de ofrecer un caramelito de menta o un tranvía, tolerable en una ciudad industrial más  menos deteriorada, pero una auténtica blasfemia en una ciudad artística medieval que dado además el elevado coste del servicio municipal de transportes, se podría sustituir con ventaja estética y económica por un coche de caballos con palafreneros vestidos con indumentaria renacentista.

Y ya recordando aquel libro de Vladimir Volkoff “Porqué no soy más que medianamente demócrata”, en el improbable caso de el pueblo tomara consciencia de su poder y lo ejerciera,  solo cabe esperar cosas buenas cuando las personas que lo deciden son buenas; no se puede sacar de donde no hay, ni con métodos democráticos ni con métodos autocráticos.

El propio ordenamiento legal actualmente vigentes tiene muchos más resquicios y posibilidades de lo que parece a primera vista, la cuestión es quererlos desarrollar. Como no hay que renunciar del todo a los eslóganes se puede prometer, y por tanto prometer que todos los varones que colaboren el la magna obra de los independientes serán temidos por los hombres y admirados por las mujeres; y en el caso de las mujeres tendrán la gloria imperecedera de una Agustina de Aragón ( o en versión abulense  de Jimena Blázquez)






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