La clase moralmente superior
siempre es inocente
¿Se imagina a alguien diciendo que “el nacional-socialismo es lo más opuesto
a Adolf Hitler”, porque éste, aunque se hacía llamar nacional-socialista, pero
que no lo era? Pues es lo que ahora dicen los izquierdistas sobre Nicolás Maduro: no era socialista, nunca lo ha sido.
La mayor de las ventajas de unirse a la tribu de la izquierda en cualquiera de sus clanes, desde
el gay que entra en Ciudadanos porque quiere que se legalicen los ‘vientres de alquiler’ al comunista
jubilado de la Seat de Barcelona que bebe Veterano a la salud de Julio Anguita, es que recibes una
armadura de inocencia, tan poderosa que con ella se resiste a todo ataque, incluso a la realidad,
esa perdida que tantos disgustos da hoy a la ‘gente de orden y progreso’.
Cuando se producen acontecimientos que le molestan, que frenan sus medidas o que desmienten sus
opiniones, la primera reacción de la izquierda suele consistir en ocultarlos con una palabrería tan cursi
que marea. Valga un solo ejemplo, que no tengo ganas de buscar más en Internet, que el azúcar me
atasca el ordenador y las arterias
Cuando esos acontecimientos, como una depresión económica, una serie de derrotas electorales o
unos encarcelamientos por corrupción, persisten el siguiente paso que recomienda el manual del
Imperio Progre consiste en reconocerlos, pero añadiendo que no son tan reprochables, porque la
intención con que obraron los izquierdistas que los cometieron era buena: reducir la pobreza,
repartir la riqueza, salvar las ballenas…
Toda la izquierda española pretende que sus camaradas no tienen ninguna culpa en el hundimiento de Venezuela desde los años 70
Y si todo se vuelve un desastre, lo que hay que hacer es negar su misma existencia. Ya negó Zapatero
la crisis económica y ganó unas elecciones con el mayor número de votos que ha recibido un
presidente del Gobierno.
Ahora que Venezuela, ese modelo de democracia, desarrollo, empoderamiento y anti-imperialismo,
se ahoga en sangre y pólvora, hay que negar que la izquierda haya tenido relación con la república
caribeña.
A Venezuela iban los socialistas del PSOE en los años 70 y 80, para recibir consejos y petrodólares
del ‘adeco’ (socialdemócrata) Carlos Andrés Pérez, íntimo de Felipe González; a partir de 2000,
quienes han hecho el viaje han sido los ‘podemitas’ para abrazar a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro.
En los años 50 del siglo XX, bajo la dictadura de Pérez Jiménez, un dólar se cambiaba por menos
de cuatro bolívares y tenía el cuarto PIB por habitante más alto del mundo. En la actualidad,
Venezuela está en primer lugar del mundo solo en cuanto inflación y tasa de homicidios. Alguien
que no sea un sectario pensará que alguna responsabilidad tendrán los diferentes gobiernos de
izquierdas en haber hundido el trasatlántico; sin embargo, los izquierdistas aseguran que no.
Dentro de unos años, nos dirá el Imperio Progre que Maduro era un agente de la CIA o un nacionalista que arruinó un gran experimento progresista
El otro día, Pedro Sánchez (PSOE) les espetó a sus aliados de Podemos, de Izquierda Unida y
del PCE que “la izquierda no tiene nada que ver con Maduro”, hasta el punto de que la izquierda
“es todo lo opuesto” al tiranuelo venezolano. Como lo asegura uno que es socialista, estamos ante
un juicio tan poco objetivo como el que daría un hincha madridista ante un penalti pitado en el área
de su equipo durante un partido con el Barça.
Maduro controla la educación, impone la ideología de género y el lenguaje paritario, persigue
a los católicos, concede subsidios a sus adictos, cierra medios de comunicación disidentes, saquea
el Estado en favor suyo y de su partido (que se llama socialistas, por cierto)… Pero no es de
izquierdas, aunque aplique casi todas las mismas medidas que las izquierdas en las comunidades
españolas que gobiernan.
Al menos el nuevo Harry Potter de la extrema izquierda, Íñigo Errejón, no ha sido tan cínico.
Dos meses después de haber asegurado que en Venezuela, por fin, la gente hacía tres comidas
al día, ahora reconoce que “tengo manifestaciones del pasado que no comparto” sobre ese
desgraciado país. No es que él haya mentido, o le hayan engañado, es que ha cambiado de
opinión después de “hablar con más gente”. Todo un intelectual.
Errejón confiesa no que haya mentido o le hayan engañado sobre el chavismo, sino que ha cambiado de opinión después de escuchar a muchas personas
¿A que son tan bondadosos, tan honrados, tan sensibles, tan estupendos que no nos los merecemos?
Recuerdo que cuando se produjo el golpe de Estado de sectores del PCUS, la KGB y el Ejército
Rojo contra Mijaíl Gorbachov, en agosto de 1991, la TVE de Felipe González, El País, la SER y
los habituales ‘tontos útiles’ de derechas hacían piruetas verbales para no llamar “comunistas”
a los golpistas. Porque para el Imperio Progre los villanos en política solo pueden ser o
fachas o militares fachas, y ahora, además, populistas fachas.
Al final, el epíteto que se elaboró para definir a los sublevados contra Gorbachov fue el de
“ultraconservadores”. Es decir, los jefes del Ejército Rojo y de la KGB rebasaban a los grandes
duques Románov y a los generales blancos en reaccionarismo y ‘traición al proletariado’.
Si quien roba no puede ser de izquierdas, entonces tiene que ser de derechas o de centro. Por tanto, en la izquierda nunca hay nadie malvado
El comunista Alberto Garzón, el que se fue de luna de miel a Nueva Zelanda, como cualquier
obrero de Leganés o camarero de Benidorm, afirmó: “Para mí una persona que roba, que extorsiona
y utiliza los fondos públicos en beneficio privado no puede ser de izquierdas”. Te quitas de encima
al ladrón y, además, se lo arrojas al adversario, porque si no es de izquierdas, será de derechas o
de centro o del ‘trío reaccionario’.
Cuando hayan pasado unos años de la caída de Maduro, escucharemos que éste cobraba de
la CIA y que tenía una colección de tebeos de Roberto Alcázar.
Por fortuna, el metal de la armadura de la clase moralmente superior ha recibido tantos golpes
y ha sido forjado tantas veces que se ha convertido en simple papel de plata roto que deja ve
r las vergüenzas.