Conviene tener presente algunas nociones básicas
convenientemente ocultadas hoy día: se llama gran usura a la creación de
dinero mediante crédito a partir de la nada –es decir al dinero bancario; se
llama usurocracia al sistema económico, financiero y finalmente político,
basado en la gran usura, expresión
suprema de la conquista capitalista del beneficio o mejor dicho del botín. Ni
derechas ni izquierdas pretenden cambiar el sistema usurocrático; hace ya mucho
tiempo algunas izquierdas proponían todo
lo más la nacionalización de la banca, es decir la nacionalización de la
usurocracia, hoy ya ni eso.
Una realidad que no menciona el articulista – a lo
mejor se nos está volviendo progre- es el aspecto radicalmente exclusivista del
Islam, que cada vez con más frecuencia es directamente un exclusivismo terrorista
y criminal, que al personal no le gusta demasiado.
Una íntima unidad
ANIMALES DE COMPAÑÍA
En algún artículo
anterior hemos afirmado que los negociados de izquierda y de derecha
escenifican una disputa para alimentar la demogresca; pero que en las
cuestiones de veras importantes están plenamente de acuerdo. Algún lector me ha
pedido que trate de explicar esta afirmación, que a él le parece gratuita. Pero
para explicarla habría que empezar por determinar qué es lo verdaderamente
importante; pues hay gente tan aturdida por la demogresca que piensa que lo
verdaderamente importante son las chorradas que se discuten en las tertulietas
televisivas.
Lo verdaderamente
importante son los designios que el mundialismo ha diseñado para los pueblos,
que básicamente consisten en convertirlos en una papilla amorfa y bardaje,
desvinculada e individualista, infatuada de sus derechos e incapacitada para el
esfuerzo colectivo. Pues, de este modo, el mundialismo puede hacer con los
pueblos lo que le viene en gana, que básicamente consiste en ordeñarlos hasta
la consunción, poniéndolos al servicio de la usura. En este sentido, salta a la
vista que los negociados de izquierda y de derecha comparten una misma visión
antropológica, que consiste en fabricar individuos enfermos de solipsismo,
cuyos caprichos sexuales (del adulterio al cambio de sexo, pasando por la
infecundidad en todas sus formas) se atienden solícitamente; pues el
mundialismo, para crear una humanidad lacaya, necesita gentes flojas y
ensimismadas en su bragueta, yermas para el sacrificio. En otros asuntos, sin
embargo, los negociados de izquierdas y derechas no muestran una conformidad
tan descarada, sino que representan una disputa que en ocasiones incluso puede
parecer feroz, como si defendieran posiciones antípodas; cuando lo cierto es
que defienden lo mismo, aunque por caminos distintos.
Ocurre esto, por
ejemplo, en la cuestión islámica. El negociado de izquierdas ha defendido
siempre el multiculturalismo, que contribuye a la creación de esa sociedad
amorfa y desvinculada anhelada por el mundialismo, en la que las tradiciones
locales hayan sido arrasadas (y muy especialmente si tales tradiciones son
cristianas). Desde el negociado de derechas, por el contrario, se alimenta la
desconfianza hacia el Islam, que en ciertos sectores neocones puede resultar,
incluso, burda islamofobia que elude cuestiones medulares. Así, por ejemplo, se
instila el miedo al musulmán sin hacer distingos entre sunitas y chiítas; así,
se mete en el mismo saco al llamado Estado Islámico y a los movimientos de
resistencia contra el anglosionismo (que, por cierto, suelen proteger a las comunidades
cristianas); y, por supuesto, se elude que las organizaciones islamistas más
criminales son armadas y financiadas (y a veces creadas) por aquellas potencias
extranjeras que acaudillan el proyecto mundialista. Del mismo modo, desde el
negociado de derechas se aprovechan las sucesivas avalanchas migratorias de
musulmanes para instilar el miedo entre la población europea; pero se calla que
tales avalanchas son consecuencia directa de las guerras provocadas en Oriente
Próximo (aplaudidas a rabiar desde el negociado de derechas), o bien de una
globalización (también aplaudida desde este negociado) que necesita mano de
obra pagada con sueldos ínfimos, para asentar más firmemente el reinado de la
usura.
Pero, entonces, ¿cuál
es la razón última por la que desde el negociado de derechas se instila el
miedo contra los musulmanes? No puede ser, desde luego, la defensa de unas
tradiciones cristianas que han sido reducidas a escombros gracias a la
imposición de una antropología compartida con el negociado de izquierda. Por el
contrario, detrás de la islamofobia latente o rampante que se fomenta desde el
negociado de derechas descubrimos el odio del hombre moderno hacia una
civilización que, a diferencia de la occidental, no ha renegado todavía de sus
raíces religiosas; una civilización que aún no está entregada por completo al
materialismo, que defiende la institución familiar y repudia los caprichos de
bragueta que aquí se atienden solícitamente. En definitiva, desde el negociado
de derechas se promueve la islamofobia por la misma razón que desde el
negociado de izquierdas se promueve el multiculturalismo: porque, aunque con
estrategias distintas (el uno con un rodeo, el otro con un atajo), ambos
combaten al mismo enemigo, que no es otro sino la religión. Por supuesto, su
enemigo principal siempre será el cristianismo; pero saben que en las demás
religiones también hay diseminadas verdades parciales (aquello que san Justino
llamaba «semillas del Logos») que son graves escollos para los designios
mundialistas.