Elmanifiesto.com
La metástasis islamista
Islam y barbarie: lo peor está por venir
La muerte reservada a los apóstatas es una obligación para
todos los musulmanes que actúan de acuerdo a la Sharia.
GUILLAUME FAYE
26 de noviembre de 2015
El surgimiento de ese monstruo político, militar y religioso
que es el Estado Islámico en Siria y en Irak (el llamado Califato o “Daesch” en
árabe) no es más que el último episodio de una ofensiva en todo el mundo de un
Islam que vuelve a sus orígenes, que regresa para mejor progresar. Al igual que
las erupciones solares y los volcanes dormidos, el Islam (sobre todo sunita, es
decir original) ha entrado en una fase de despertar, es decir de vuelta a su
verdadera naturaleza que es totalitaria, conquistadora, intolerante y violenta.
¿Verdadero o falso Islam?
En todas partes la tensión sube: jóvenes franceses
fanatizados se enrolan en las filas del Estado Islámico, ataques de Hamas en
Israel, talibanes afganos cometiendo atentados, masacres de no musulmanes
perpetrados en Nigeria y en Kenia, caos terrorista diario en Bagdad, bandas
armadas que asolan a Libia y al África sahariana, etc… La lista es
interminable. El 90 % de las guerras civiles, enfrentamientos armados y
atentados terroristas en el mundo tienen como denominador común al Islam.
¿Simple coincidencia?
Frente a esas atrocidades (sobre todo las del EI), a esa
barbarie sin nombre, a este salvajismo bestial, hay que hacerse algunas
preguntas. No basta con decir: “Todo esto se comete en nombre del Islam, pero…
¡no es el Islam, no el verdadero Islam!”, según la versión oficial
políticamente correcta incesantemente repetida. ¿Quién se puede creer eso?
Imaginemos que se masacra masivamente a gente en el mundo,
que se fomente a gran escala guerras civiles en nombre del budismo, del
cristianismo, del judaísmo, del taoísmo o de cualquier otro “ismo”. Nos
haríamos legítimamente algunas preguntas. ¿O no? Se asesina, se mata, se
masacra, se tortura, se saquea, se incendia, se destruye, se viola, se ponen
bombas, en breve: se hace correr la sangre a chorros… en nombre de Alá el
misericordioso y de su simpático profeta, ¿y no habría ninguna relación de
causa a efecto? Es cuanto menos extraño y singular, ¿verdad?
Hay que acabar con esta gigantesca hipocresía del “¡No se
trata del verdadero Islam!” Pues se trata en realidad del retorno del verdadero
Islam, tal como fue practicado en sus orígenes por Mahoma y sus sucesores. Esta
increíble indulgencia, cegada por la ingenuidad de las élites occidentales
hacia esos crímenes perpetrados en nombre del Islam (en realidad: por el Islam)
se parece, en peor, a la indulgencia que se manifestó en su tiempo por los
crímenes masivos del comunismo estaliniano, maoísta, albanés, camboyano… No era
el comunismo el culpable, sino que era una “deriva”… Siempre el mismo sofisma.
Como está demostrado más allá de toda duda, las violencias y
las ejecuciones sanguinarias, las masacres de poblaciones civiles consideradas
infieles, entre ellas los chiítas, la muerte reservada a los apóstatas, los
saqueos, etc., son una obligación para todos los musulmanes que actúan de
acuerdo a la Sharia. Las crucifixiones, practicadas a diario por el Califato en
Siria e Irak corresponden plenamente a un castigo perfectamente en regla con el
Islam (Sura 5, versículo 33). Muchos otros versículos abundan en esa dirección.
Debilidad intrínseca del Islam “moderado”
Existen en sectores de la opinión pública esclarecida y
culta de distintos países musulmanes fracciones de la población que rechazan
horrorizados el Islam radical. Pero es el árbol que esconde el bosque.
Ciertamente, los musulmanes luchan entre sí y existen muchos “musulmanes
moderados” antiislamistas. En Egipto, el mariscal presidente Abdel Fattah al-Sissi
está erradicando a los Hermanos Musulmanes. Los regímenes de varios países
musulmanes luchan contra el islamismo. Estas observaciones deben ser matizadas
por dos hechos: en primer lugar, hay vuelcos de situación totalmente
espectaculares, como por ejemplo los militares iraquíes del antiguo ejército de
Sadam Husein, salidos del partido laico Baas, que ahora forman los cuadros del
ejército fanatizado del Califato, el Estado Islámico en Siria e Irak. Después,
en todo el mundo musulmán y hasta en Francia, se asiste a una subida de la
radicalización extremadamente preocupante. En silencio se aprueban las bárbaras
brutalidades del Califato, o incluso cada vez más abiertamente. Es el síndrome
del estadio de fútbol: los jugadores son pocos, pero en las tribunas los
hinchas son innumerables.
Y no hablemos del doble juego de Arabia Saudita y del
régimen turco del sátrapa Erdogan. Los regímenes que luchan contra el islamismo
y sus facciones terroristas no lo hacen por convicción ni por ideal, sino para
preservar su poder de casta en la cumbre del Estado. Los que están a su mando
pueden fácilmente volverse en contra en cualquier momento.
Las razones de este fácil vuelco de los espíritus y de la
radicalización se encuentran en la propia naturaleza del Islam, en el corazón
del Corán. Se puede perfectamente tener una interpretación violenta y fanática
del cristianismo. Ese fue, hasta la Inquisición, a veces el caso en la
historia, aunque muy raramente. Pero es imposible encontrar el en Nuevo
Testamento textos que incitan a la violencia y a la intolerancia. Estas
interpretaciones del cristianismo son fácilmente recusables y asimilables a
unas derivas cismáticas. Pasa lo contrario con el Islam en que la
interpretación tolerante es lo que puede ser acusado de cismático.
En efecto, el Corán y los hádices y la jurisprudencia desde
hace siglos validan explícitamente la intolerancia y la violencia. Luego, no
hay distancia entre los comportamientos bárbaros a los que asistimos y la
enseñanza religiosa y su prolongación jurídica. La cristiana pakistaní Asia
Bibi (que está en el “pasillo de la muerte”), acusada sin pruebas de blasfemias
por los tribunales oficiales de su país miembro de la ONU, no parece conmover a
los Occidentales. Todos los países que aplican poco o mucho la ley islámica,
violan permanentemente la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Pero preferimos diabolizar a Putin o a los
israelíes.
Extensión del terreno de las metástasis
Con el nacimiento de este Califato EI, acabamos de asistir a
un precedente extremadamente grave con un fuerte poder de fascinación sobre
todo el mundo musulmán. El EI dispone de un vasto territorio, de un ejército y
de enormes recursos económicos. Aunque acabara por ser vencido (no es cosa segura)
hace soñar, da ejemplo, concita la admiración y atrae a numerosos voluntarios
de todo el mundo. La responsabilidad norteamericana es aplastante con la
diplomacia y el belicismo infantiles de Washington que han incendiado al
Próximo Oriente desde el año 2003. Pero sin todo eso, el caos también hubiera
acabado por instalarse en la región.
Podemos apostar, sin arriesgarnos a equivocarnos, que los
movimientos armados como el Estado Islámico se van a multiplicar en todas
partes como metástasis. Eso ya ha empezado. Pero lo más inquietante, es que
Estados como Pakistán (que dispone de un arsenal nuclear) pueden radicalizarse.
El siglo XXI será inevitablemente el siglo del enfrentamiento global con el
Islam.
Es muy difícil y poco creíble el explicar a un musulmán o a
un converso que no hay que tomar al pie de la letra las numerosas suras del
Corán que llaman explícitamente a la yihad, sino que hay que “reinterpretarlas”
en un sentido humanista. El problema del Islam es que todo está en su genética,
en su software fundador, en su ADN. Su mensaje, su ideología, son muy claros y
su dinámica expansiva también. En historia ocurre como en química celular: hay
programas.
En Europa Occidental, y particularmente en Francia, la
agitación del Próximo Oriente va a tener ineludiblemente efectos de
radicalización sobre una población joven musulmana en pleno crecimiento
demográfico. Este fenómeno tendrá dos consecuencias: las reivindicaciones de
islamización de trozos enteros de territorio con la capitulación de las
autoridades (en eso estamos ya), y la multiplicación de disturbios, de
violencias, de actos terroristas. Todavía no hemos visto nada en comparación de
lo que está por venir. Por lo menos, esas hipótesis más que probables
provocarán un despertar de los europeos y su toma de consciencia de que son
agredidos en su propia tierra.
Amenazas en Francia
Las autoridades blandas que nos gobiernan en Francia han
puesto en marcha mecanismos de “vigilancia” para detectar a los jóvenes que
caen en el fanatismo islamista. Cerca de 2.000 (entre ellos muchos conversos)
han ido a combatir en Siria, o mejor dicho a perpetrar masacres. Se hace otro
tanto, sin éxito, en las prisiones, para contrarrestar el proselitismo (el 60 %
de los internos son musulmanes) donde las propagandas se intensifica,
paralelamente con Internet. Pero nos ocupamos de la consecuencia, no de la
causa. La causa, es el Islam y su enseñanza literal.
Los barrios de la inmigración son explosivos. Se perfilan
guerras civiles en el horizonte. El salafismo se propaga en las “banlieues” con
el apoyo de algunas mezquitas. Por cada red fundamentalista desmantelada,
surgen decenas más. La radicalización islámica se propaga en las cárceles, ya
que Islam y delincuencia hacen una buena pareja. Y teniendo en cuenta la
impunidad judicial actualmente vigente, la represión del Estado francés es poco
menos que la picadura de un mosquito.
Pero la islamización de Francia cuenta con sus
colaboradores, pagados o ad honorem, no sólo en la izquierda que coquetea con
el movimiento terrorista Hamás y quiere reconocer unilateralmente el Estado
palestino, sino también a esa derecha que sólo reconoce tener dos enemigos: la
“islamofobia” y el Front National. Sin comentarios.
El problema es el siguiente: en los programas de TV, en
todos los medios, nos repiten que hay que distinguir entre “islamismo” e
“Islam”. Las autoridades musulmanas, gobernadas por la hipocresía, van
evidentemente en ese sentido, frotándose las manos.
Regreso a la realidad: el barril de pólvora
Según René Marchand, islamólogo y arabófono, la religión
mahometana representa la forma más perfecta de totalitarismo, mucho antes que
los movimientos políticos del mismo género del siglo XX. Esta palabra
(totalitarismo) no debe ser considerada de manera peyorativa, sino descriptiva.
Para los musulmanes, la fe se confunde con la ley. La existencia privada, la
vida cívica y política, la vida religiosa, se fusionan en una totalidad. El
pensamiento personal no tiene ni libertad ni autonomía según las prescripciones
coránicas. El objetivo es la homogeneización de la humanidad en un corsé de
sumisión uniforme, autoria, que excluye toda libertad y creatividad. Es por
ello que esta visión del mundo, a la vez violenta, intolerante y
simplificadora, ha seducido en Europa a una cierta extrema izquierda porque
representa (de manera aún más radical) similitudes con el totalitarismo
comunista marxista.
El Islam es un barril de pólvora bajo nuestros pies
occidentales. En Francia la mecha está incluso encendida. A causa de una
inmigración masiva, millones de musulmanes residentes en Europa, y en Francia
en particular, están bajo la influencia de un Islam cada día más hostil y
agresivo. Los cristianos de Siria y de Irak, perseguidos y lúcidos, nos
advierten con su tragedia acerca de lo que nos podría ocurrir si persistimos en
nuestra ceguera y nuestra inconsciencia.
No hay una “lectura guerrera del Corán”, únicamente hay una
lectura del Corán y punto. El Corán es un texto simple, claro y directo, que no
se presta a ninguna interpretación turbia o rebuscada. Salvo que se reniegue a
sí mismo, el Islam no puede someterse a ninguna autocrítica. Debe vencer totalmente,
someter o desaparecer. Su poder es su voluntad inquebrantable y su memoria. Su
debilidad (al igual que la del comunismo) es que acaba por asquear hasta a sus
propios adeptos cuando es aplicado y se impone.