miércoles, 8 de mayo de 2013

Un asunto nimio (Alejandro Cuevas)


HOY DOMINGO

 

Un asunto nimio


ALEJANDRO CUEVAS

 

 

(El Mundo de Castilla y León, 25 agosto 2002)

 

Cuando lle­gó la Espa­ña de las Autono­mías, algu­nos inge­nuos pensaron que eso iba a significar una mejor ges­tión del dinero público. Se equivocaban. Cuando llegó la Unión Europea, algunos ilusos recalcitrantes volvie­ron a creer en una adminis­tración más cabal de los re­cursos comunes. Se equi­vocaban de nuevo. Hoy por hoy, nuestros escuálidos monederos costean repre­sentantes políticos en Va­lladolid, en Madrid y en Bruselas, que es algo tan absurdo como ir al dentista y que te cobren tres veces por lo mismo y encima te extraigan la muela equivo­cada.

 

Antaño, los pisaverdes pasaban las horas muertas abrillantándose los botines o jugando al billar en algún salón rancio, ahora todos esos lechuguinos semianal­fabetos, como tienen tantos puestos jugosos entre los que elegir, son concejales, procuradores en las Cortes o jefes de área de cualquier estupidez con nombre rim­bombante. El  poder ya no reside en el pueblo, pero el pueblo todavía no se ha en­terado y sigue pagando las facturas.

 

Todo este pequeño pan­fleto dominical viene moti­vado por la noticia de que el PSOE de Castilla y León denuncia que el 112, que en nuestra ( comunidad es el número de teléfono de  emergencias no funciona adecuadamente. Dice que hay llamadas que se pierden al no ser respondidas y que los telefonistas no ha­blan árabe o portugués, lo cual no me parece tan gra­ve; es poco probable que los inmigrantes o visitantes sepan de la existencia de un número de teléfono y de un servicio que casi nadie conoce, puesto que no se le ha hecho la suficiente pu­blicidad (quizá por ahí de­berían llegar los repro­ches).

 

En cualquier caso, me­terse con el 112 es salirse por la tangente; a lo mejor la oposición tranquila es eso: evitar los ataques a te­mas cruciales y espinosos (por ejemplo: nuestro apol­tronamiento, nuestro aban­dono, nuestros organigra­mas institucionales inflados de espantapájaros que nos cuestan una fortuna) y centrarse en minucias ridículas para aparecer de vez en cuando en los medios de comunicación En el teatro electoral, los que están en las butacas ya no critican el argumento de la obra, simplemente se quiere subir al escenario y lucir su palmito bajo los focos, o dicho en otras palabras: quieren gobernarnos, vaya cruz, pero no para cambiar las cosas sustancialmente, sino para incrustar a los suyos en los organigramas hinchados de los que hablábamos antes. Y luego se quejarán de que la política está desprestigiada.