sábado, 20 de julio de 2013

Cultura e Historia 0


GEOGRAFÍA DEL POBLAMIENTO PRERROMANO
 
Al comenzar los romanos la conquista de la Península Ibérica,
 ésta se hallaba habitado ­por multitud de pueblos entre los que existían grandes diferencias étnicas, sociales y culturales; diversidad debida en primer lugar a la variedad de las primitivas tribus y estirpes peninsulares, a las que se superpusieron las invasiones indoeuropeas y las olea­das célticas y después a las relaciones que se establecieron entre los pobladores del Sur y Este del país y los griegos, fenicios y cartagineses a través del Mar Mediterráneo.
 
Cualesquiera que sean los orígenes de los primitivos pobladores de la Península, los dennos estudiosos del tema coinciden en que "en España coexisten, desde muy anti­guo tipos, humanos venidos de Europa y del Este tras largas marchas y otros propios Norte de África y del Occidente" (14).

 

Hace unos tres mil años ocurrieron las invasiones indoeuropeas que penetraron por Pirineos y en muchas partes se superpusieron a las poblaciones existentes (15). Los celtas, procedentes de Europa, entraron en España en oleadas sucesivas principalmente en el siglo VIII a. C. Ellos trajeron su lengua, el cultivo cerealista de secano, una ganadería bastante desarrollada y extendieron el uso del hierro. Los que se establecieron en .la parte oriental de la meseta fueron muy influidos por la cultura de los iberos.
 
Los celtas se fundieron a la larga más o menos completamente con los vencidos en sus invasiones y se mezclaron con los pueblos de estirpe ibérica como lo denota el nombre de cetíberos.
 
            La prosperidad de los celtas durante su apogeo en España la indica el florecimiento de los distintos grupos regionales de su cultura: los castros de Portugal y Galicia con sus grupos relacionados en León, Extremadura, Asturias, el grupo arévaco del Alto Duero y los grupos celtibéricos del Jalón con su cultura que se extiende por el territorio de los pelendones de Numancia y la alta montaña soriana. Donde los celtas, al parecer arraigaron fuertemente fue en la meseta leonesa del Duero donde muy probablemente influyeron mucho en la población. El cultivo del trigo -una de las características de los celtas históricos- en esta meseta se atribuye a ellos, pues posiblemente  la pobla­ción indígena anterior fue predominantemente pastoril. Este pastoreo continuó en las zonas montañosas (16). El grupo celta que ocupó ampliamente la meseta leonessa fue el de los vacceos. Los vacceos extremos o arévacos -dice Bosch-Gimpera- remontaron la cuenca alta del Duero hacia Numancia (17).
 
Quien se acerca a los estudios históricos de épocas tan remotas como las de los asentamientos de los celtas en la Península ibérica, se da cuenta en seguida de algo que hace ya muchos años leímos en el prólogo de Julio Caro Baroja a la primera edición de Los pueblos de España. "Deseamos ver con claridad, con simplicidad, diáfanamen­te. Pero los hechos nos obligan a mirar obscuridades, cosas turbias y embrolladas sin principio ni fin. La síntesis suprema cada vez está más lejana y los análisis cada día son más complejos y sujetos a accidentes" (18). Pero de acuerdo con este investigador es un deber científico aceptar las obligaciones morales que estos estudios imponen.
 
En opinión de Blas Taracena -que en esto concuerda con Estrabón- la Celtiberia por razones genéticas y de civilización, se nos presenta como un territorio poco mayor de 20,000 Km2 divididos en los grupos tribales de arévacos, pelendones, belos, titos, lusones y celtíberos específicamente dichos procedentes de las inmigraciones célticas en la Península, llegados los primeros antes del: siglo vi a. de C. y los restantes, ya esta centuria. Los invasores celtas dominaron a los más viejos iberos con quienes mezclaron para formar un nuevo pueblo mestizo que forjó su cultura bajo la gran influencia de la civilización ibera (19),
 
La Celtiberia suele dividirse en ulterior y citerior. Aquella, solar de los arevacos ypelendones, comprendía en líneas generales la actual  provincia de Soria. La zona norte con altas sierras de cumbres nevadas, bosques de pinos, robles y encinas en su suelo serrano y buenos pastos en la zona desprovista de arbolado; la zona central con fértiles tierras de labranza entre ásperos serrijones; y la zona meridional con páramos, a un nivel sobre el mar superior a los 1,100 m., que se extienden hasta el parteaguas de la cuenca del Tajo. Hoy son pobres tierras agrícolas y ganaderas; pero en siglos pasados antes de las despiadadas talas que precedieron a la producción cerealista, debió de prevalecer en ellas el pastoreo de ricos rebaños.
 
Los antiguos geógrafos e historiadores ya describen la dureza del territorio y el clima inhóspito de la Celtiberia ulterior. Los bosques eran al parecer más tupidos y mayor y más regular el caudal del Duero. Marcial describe el Moncayo ricamente rodeado de encanares; y Apiano dice que Numancia estaba rodeada de espesos bosques en lo que hoy son sierras peladas.
La Celtiberia citerior, aunque en parte también asiento de páramos , es menos pobre. La zona occidental, habitada por los titos y los belos, es en general plana, carece de arbolada y está cruzada por el angosto valle del Jalón. Este se ensancha desde Ateca en amplia y fértil vega propicia para el cultivo de hortaliza . el fue solar de los lusones excepto en sus partes montuosas, es también feraz y muy adecuada para gran va­] de cultivos.
 
Existe, pues, una gran diferencia entre la Celtiberia ulterior y la citerior en cuanto a cursos que una y otra ofrecen para la vida de sus moradores.
 
La fertilidad de la Celtiberia citerior fue cantada por su hijo, el poeta bilbilitano Marcial, que describe el Moncayo como monte poblado de buenos bosques. También elogia el hierro de su país.
 
La riqueza agrícola y la entonces próspera metalurgia hicieron al parecer posible acumular en la región la riqueza de plata que de ella sacaron los romanos.
 
Muchas son las anécdotas sobra el carácter de los celtíberos que nos han dejado los historadores clásicos. El valor hispánico de los celtíberos asentado sobre su orgullo se manifiesta en la altivez. Apiano cuenta que los celtíberos derrotados preferían morir en a antes que entregar sus armas; conducta que Livio atribuye también a los cántabros djel Alto Ebro, mejor dispuestos a perder la vida que a entregar sin lucha el arma­. Conducta fundamentada tanto en el valor ante el peligro como en la firmeza para enfrentar el sufrimiento. Las noticias sobre la manera de disponerse a morir de los primitivos cántabros concuerdan con la actitud de los celtíberos que se arrojaban de cabeza los despeñaderos para no poder delatar a sus compatriotas; y con el veneno que unos y otros -cántabros y celtíberos- llevaban para evitar la esclavitud con la muerte o para inmolarse sobre la sepultura de la persona a quien había jurado eterna fidelidad. Plinio califica estos rasgos psicológicos como vehemencia cordis de las gentes de España.
 
Posidonio dice que los celtíberos "son crueles con los malhechores y los enemigos y buenos y humanos con los huéspedes. Todos disputan por dar hospitalidad a los for­asteros". Dos cualidades morales destacan en esta caracterización de los celtíberos: el agradecimiento y la fidelidad. Fidelidad no sólo personal (la devotio celtibérica) sino también a los pactos y a la palabra empeñada, producto de la propia estimación y base el orgullo de que tantas pruebas se encuentran en las guerras numantinas. Todos estos rasgos caracterizadores se manifiestan en el amor de los celtíberos a la independencia que les lleva repetidamente a sacrificar vidas y ciudades antes que someterse al dominio extranjero.
 
Procurando retener con el interés que indudablemente tiene cuanto de verdad pueda haber en todos estos elogios a nuestros remotos antecesores en la morada peninsular y rindiéndoles el homenaje de admiración que su conducta merece, preciso es mantener a la vez la serena objetividad del estudioso que Caro Baroja siempre reclama: "Al estudiar la historia antigua de Europa occidental se nota la falta de libros que traten de ella dentro de un amplio terreno de especulación desinteresada. Un sinfín de prejuicios empobrecen la visión ofrecida: prejuicios de todas clases y fundamentalmente locales. La antipatía o simpatía que por razón de nacimiento se tiene a esto o aquello, se proyecta al pasaado. Con constancia buscamos los rasgos de que nos enorgullecemos en nuestros ascendientes posibles o supuestos. Y una técnica comparativa pobre, unida a razonamientos psicológicos también pobres, pretenden suplir la observación atenta e imparcial" (18)
 
En el norte de la Península, desde Finisterre hasta los Pirineos centrales, habitaban los galaicos, los satures, los cántabros y los vascones. Entre los cántabros, que ocupaban las montañas de Santander y el norte de Burgos y los vascones del norte de Navarra y Aragón, se hallaban los bárdulos, caristios y autrigones en el territorio de las actuales provincias de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava (20).
 
Antes del dominio romano moraban en lo que después sería Castilla diversos pue­blos cántabros (muy relacionados al oriente con las tribus vascas) en el norte y celtíbe­ros al sur de la Cordillera cantábrica. Al occidente de los celtíberos estaban los vacceos de la llanura leonesa que ocupaban gran parte de las actuales provincias de Valladolid, Palencia y partes menores de las de León y Zamora, dedicados principalmente al culti­vo de cereales y famosos por su colectivismo agrario, al que Caro Baroja pone grandes limitaciones (21). En el territorio oriental de las provincias de Zamora y Salamanca se hallaban los vetones que, como los celtíberos, se dedicaban fundamentalmente a la ga­nadería, especialmente al pastoreo de ganado menor, ovejas y cabras.
 
La celtización en las tierras del Alto Duero, al oriente del Pisuerga medio, esto es en Castilla, es de carácter distinta de la leonesa. Aquellas después de algún tiempo son fuertemente influidas por el iberismo; allí la celtización encontró un elemento indígena más resistente a su influencia y además se debió a pueblos célticos (los pelendones) distintos de los que celtizaron definitivamente la Tierra de Campos (los vacceos). Por ello el elemento indígena precéltico persistió más visible en los celtíberos, vistos siem­pre como un pueblo mixto, a lo que debe su nombre. La diferencia entre lo que des­pués serán Castilla y León comienza a notarse entonces. Los arévacos, extensión de los vacceos, avanzaron por el Alto Duero en tiempos ya tardíos de la dominación céltica, pero la romanización al atribuir el territorio numantino a los pelendones, favoreció la consolidación en el país de la mezcla celtibérica, que conservaba mejor el carácter indígena en los pelendones que en los arévacos (Bosch-Gimpera).
 
En el siglo I antes de Cristo, cuando los romanos completan la romanización de Hispania, los principales pueblos que al oriente de los astures ocupaban la costa cantá­brica y los Pirineos navarros y aragoneses eran -de occidente a oriente- los cánta­bros, autrigones, caristios, bárdulos y vascones. Al sur de estas tribus se hallaban los turmódigos (o turmogos), en tierras burgalesas, y los berones, en la Rioja.
 
Al norte de los vascones estaban los aquitanos, en Francia; y al oriente, en la Cata­luña actual, los descendientes de diversos viejos pueblos precélticos, ibéricos y preibé­ricos (22).
 
La mayoría de las nacionalidades o regiones históricas de España no tienen un subs­trato étnico prerromano homogéneo, sino formado por varios pueblos. Así, los primiti­vos habitantes de Castilla eran predominantemente cántabros en las montañas norteñas y celtíberos de diversos grupos en la Rioja y las altas cuencas del Duero, el Tajo y el Júcar. En Navarra y en Aragón dominaban los vascones en las zonas pirenaicas, y los celtíberos en el valle del Ebro. Portugal estaba poblado principalmente por galaicos y lusitanos. En Cataluña los historiadores registran la presencia de muchos pueblos pre­rromanos: ceretanos, indigetas, ausetanos, layetanos... Cosa análoga ocurre en Andalu­cía y en la zona levantina. El País Vasco estaba ocupado por tres pueblos eusquéricos:  los bárdulos, los caristios y los autrigones.
No es pues posible restringir la significación regional del gentilicio leonés al ámbito geográfico de los astures que poblaban, además de Asturias, tierras de las actuales pro­vincias de León y Zamora, prescindiendo del resto del antiguo reino de León, porque tan leonesa- en la cabal significación del nombre- es la parte de esta región que en tiempos prerromanos ocuparon los satures, como aquella que fue solar de bacheos y vetones.
 
Error análogo sería reducir la significación geográfica del nombre de Castilla al te­rritorio de los primitivos cántabros auténticos creadores de la vieja Castilla-, igno­rando la no menos castellana condición de las tierras celtibéricas de las altas cuencas del Duero, el Tajo y el Júcar. O limitar el territorio aragonés al solo Pirineo de Huesca, eliminando de él las provincias de Zaragoza y Teruel, es decir la mayor parte de Aragón.
 
El poblamiento antiguo tiene en la historia de la nación española una importancia fundamental. A diferencia de otros países (Norteamérica, Argentina, Australia...) don­de los pueblos primitivos fueron eliminados o relegados en insignificantes lugares, la influencia de los substratos indígenas prerromanos llega a nuestros días en la Península Ibérica con plena vitalidad.
 
Es manifiesta hoy en el País Vasco la herencia de graves errores políticos en torno a la cuestión nacional y viva está en él la voluntad de un pueblo de orígenes preindoeu­ropeos de mantener su lengua y su cultura en una de las zonas más industrializadas de España. La permanencia de Andalucía como pueblo de viejísima y singular cultura a través de la historia ha sido comentada por autores de diversa significación (23)(24). El nacimiento de Castilla en la Montaña santanderina -hace más de mil años- como germen de una nueva nacionalidad con características sociales y culturales propias, es un hecho vasco-cántabro de raíces muy remotas que cambió el rumbo histórico del conjunto peninsular y creó, entre otras cosas, una de las lenguas más importantes del mundo. Bosch-Gimpera, en uno de sus más conocidos libros, ha estudiado ampliamen­te la permanencia del substrato indígena prerromano en el curso de la historia y su per­manente influencia en la formación de los actuales pueblos de España (25).
 
Pero, con toda su enorme transcendencia, el poblamiento antiguo no es causa única de la configuración geográfica de las actuales nacionalidades o regiones históricas de España, cada una de las cuales debe su singular identidad a múltiples factores y cir­cunstancias actuantes durante los siglos críticos de la Reconquista medioeval. Por otra parte -insistimos- cada una de las diversas entidades históricas que han formado la nación española no hunde en general sus raíces en un solo substrato prerromano. El País Leonés las tiene fundamentalmente en los antiguos astures, vacceos y vetones. Castilla, en los Cántabros, los vascos y los celtíberos.
 
Con la romanización el proceso de mezcla de poblaciones y desnaturalización de los pueblos más romanizados se acentuó. Las clases superiores constituyeron el grupo ver­daderamente romanizado y una superestructura del país; pero debajo quedaban vastas zonas sin cambio en el substrato étnico español. Es un hecho que gran parte de la po­blación de la Península permaneció intacta y así llegó a la Edad Media (26), y no obs­tante cuantos esfuerzos hizo Roma por unificar el país, éste continuó siendo un gran complejo de territorios y pobladores.
 
NOTAS
 
14    Julio Caro Baroja: Los pueblos de España. Madrid, 1975. p. 21.
 
15     Antonio Tovar: El euskera y sus parientes. Madrid, 1959. pp. 8,
 
16     Pedro Bosch-Gimpera: El poblamiento antiguo y la formación de los pueblos de España. México, D.F. 1944. pp. 134-7.
 
17      Ídem, ibídem: pp. 130, 137.
18       J. Caro Baroja: Los pueblos de España. Barcelona, 1946. Prólogo.
19   Blas Taracena: Los pueblos celtibéricos (en la Historia de España dirigida por R. M. P.). Volumen 111. Madrid, 1954. p. 216
.
20       Claudio Sánchez Albornoz: Vascos y navarros en sus primeros tiempos. Madrid, 1974. Mapa.
21       1. Caro Baroja: Los pueblos de España. Tomo 1. p. 171.
22       P. Bosch-Gimpera: El poblamiento antiguo... Mapa Vlll. La España primitiva.
23       J. Ortega y Gasset: Teoría de Andalucía. Obras Completas. T. VI.
24       P. Bosch-Gimpera: Tradición y Cultura. Revista Mexicana de Cultura. México, D.F. 5-111-1972. 25            Ídem: El poblamiento antiguo... p. XXVIII.
 
26 Ídem, ibídem: pp. 263-4, 266.
 
(Anselmo Carretero Jiménez. Castilla, orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Ed. Porrua, México 1996. Pp 19-23)