25-S. El difícil
voto católico: porque una cosa es permitir el mal y otra colaborar con el mal
26/09/2016 08:00 en Enormes minucias
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Así que, una vez más,
ni en Galicia ni en Euskadi puede un cristiano votar, en conciencia, ni a
Feijóo ni a Alonso.
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Ni al PNV, ni al PSOE…
por muy similares razones.
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Eso sí, sin
conciencia, y sin vergüenza, puede votar a quien quiera.
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Lo único que ha
merecido la pena en las elecciones vascas ha sido el fracasado partido Vox: por
contraste.
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El PNV ha pasado de
partido clerical a derecha pagana o agnóstica.
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Y en Galicia no ha
merecido la pena nada: el PP progre ha impuesto su ley en la derecha española.
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A día de hoy el
problema del católico en política se llama modernismo.
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Es decir, la doctrina
que exige a Dios que se adapte al mundo y no al revés.
Ya he dicho que VOX no es mi partido
favorito pero me gusta la valentía de Santiago Abascal (en la imagen) en su tierra vasca, porque en Euskadi ser razonable despierta el aullido de la
locura y porque aún persiste la mayor herida de ETA:
la razón de la fuerza entronizada como sentido común.
Pero no me gusta la filosofía de Vox y de Abascal, que podríamos
calificar de americanista. Ya saben ustedes, el
americanismo, aquel modernismo redivivo que pretendía que
la Iglesia se adecuarse a los tiempos, es decir, al mundo, cuando lo
importante es que sea el Cuerpo Místico de Cristo quien mueva al mundo y marque
el signo de los tiempos. En definitiva, el modernismo consiste en despojar a la
Iglesia de toda trascendencia y en exigir al Creador que se adapte
a la criatura. Cuando lo lógico es lo contrario.
Y eso se nota, por ejemplo, en su ambigüedad a la hora de defender la vida del no nacido.
Verbigracia: cuando se trata de defensa
de la vida, el primero de los derechos y sin el cual no existe ningún otro, los
líderes de Vox (aún más que sus bases, y esto deberá hacerles reflexionar)
defienden la vida con más entusiasmo que cualquiera.
En cualquier caso, Vox
ha sido silenciado y apaleado durante la campaña vasca. El PP, que
antaño se enfrentaba a los asesinos de ETA, el PP de María
San Gil, ha dado lugar a un macilento perdulario como es el PP de Alfonso Alonso, que perdió sus principios cristianos
tiempo atrás y no tiene la menor intención de recuperarlos.
Porque eso es lo malo de estas dos
elecciones: los candidatos de la derecha, tanto Alonso como Feijóo,
representan la consagración del nuevo PP progre, progresismo de
derechas, que es aún más tonto, por más incoherente, que la progresía
tradicional de izquierdas. Es una derecha pagana y agnóstica, que es la forma
fina de decir atea.
En plata: a Feijóo y a Alonso los
principios no negociables para un cristiano en la vida pública –y que afecta
tanto a electores como a elegidos- les importan un pimiento. Les importa una higa el derecho a la vida, la familia
natural, la libertad de enseñanza, la propiedad privada pequeña, la libertad
religiosa y hasta la libertad de expresión para ir contra lo políticamente
correcto.
Ellos son tipos modernos y descreídos, candados de tanto casposo que aún eleva sus brazos a
Cristo y que aún se abre a la trascendencia. Intelectualmente resultan
muy flojitos, tan flojos como los nacionalistas que han convertido a
su nación en su Dios. Es el nuevo PP, la derecha pagana que sonríe
condescendiente cuando le hablas de principios y que sólo atiende a esos principios
(si, la unidad de España es uno de ellos, pero hay otros y más importantes)
cuando les son útiles para mantener su maquinaria de poder y su reparto de
cargos.
Y todo esto que digo, ¿es nuevo? No, no
lo es, ni soy el único en decirlo. Lo dijo el obispo de Alcalá, Monseñor Reig Pla cuando la famosa ley de aborto
de Gallardón: el partido Popular es una formación liberal
(en el sentido filosófico, es decir, más profundo del término) que se guía por
los principios de feminismo radical y la ideología de género. ¿Y el PNV? Lo
mismo sólo que encima adora a la patria vasca, un ídolo como otro cualquiera.
Y si pasamos del elector a los elegidos,
me temo que estamos en las mismas: una cosa es permitir el mal, cuando no queda
otro remedio, que a la fuerza ahorcan, y otra, bien distinta, colaborar con el
mal.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com