Enviado por José Antonio Sierra
¿ES EL ISLAM UNA RELIGIÓN DE PAZ?
José Antonio de Yturriaga
Orígenes del
yihadismo
Los
trágicos asesinatos cometidos por el Estado Islámico (EI) el pasado 13 de
Noviembre en París han sacado a la palestra el tema de si el Islam es una
religión de paz o de violencia. Como ha observado en Director de Centro
cultural Islámico de Madrid, Sami al-Mushtawi, el Islam no incita al odio ni al
rencor, y menos aún a actos de barbarie y
terror, pues el terrorismo no tiene relación alguna con él. Es la ignorancia
de los preceptos de la religión musulmana el principal motivo del extremismo
yihadista, que incita a estos jóvenes a llevar a cabo operaciones terroristas.
Para el opositor laico sirio, Raed Fares, el Islam es paz y amor y no tiene
nada que ver con lo que promueven el EI o al-Qaeda. Ramón Pérez Maura estima, en
cambio, que, aunque sean muchos los que hablen de que el Islam es una religión
de paz, llevan años asesinando en nombre de Alá y, si es cierto que hay
condenas testimoniales, no veo a la Comunidad Islámica -la “Umma”-
perseguir, encarcelar o condenar a los que, entre los suyos, practican crímenes
como los del Daesh. Según Manuel
Núñez Encabo, el origen de los atentados en Paris está en el fundamentalismo
religioso del que se sirve el brazo ejecutivo del EI. No se trata de acciones
aisladas sino sincronizadas, de una “guerra santa” contra los que los
musulmanes consideran que ofenden a su religión. Es un terrorismo basado en
justificaciones religiosas que ordenan combatir a los infieles dondequiera que
se hallen. Para Santiago González, es una religión en la que quien paga al
gaitero pide la tonada, y los que financian al EI son Arabia Saudita y Qatar,
mientras que para el nacionalista holandés Geert Widers es esencialmente una
ideología política, un sistema que fija reglas detalladas de conducta para la
sociedad y para la vida de cada individuo. Según Gabriel Albiac, es una guerra
de religión conforme a las reglas de sumisión que atan al musulmán a un Alá
cuyos mandatos constituyen la única ley. El mandato coránico es explícito y muy
poco concordante con fantasías benévolas. La guerra que los yihadista
despliegan contra el mundo infiel es lucha contra una resistencia diabólica al
mandato de Alá y, para esa resistencia, el Corán contempla un solo castigo: la
muerte. A juicio de Raúl del Pozo, 1.600 millones de musulmanes oyen el tambor
de guerra contra los infieles, “a los que es igual que les aconsejes como
que no les aconsejes. Creen engañar al
eterno. Sus ojos ven tinieblas y les esperar terrible castigo”. Al grito de “Alá akbaru” –Alá es grande-, intentan
aplicar la Sharia en toda la tierra por la fuerza de las armas
y están dispuestos a izar su bandera por doquier. Javier Gómeze estima que, para el EI,
Occidente somos los “cruzados” infieles
y, frente a nosotros, no hay una
religión sino una ideología que deforma el Islam, pero que sale netamente de
él. Según Marcos García Rey, hacer una
evaluación religiosa de los atentados de París señalando a la religión islámica
como la causa primordial no ayuda al análisis ni a la búsqueda de soluciones.
El yihadismo es una corriente ideológica, una especie de nacionalismo religioso
transfronterizo, que tiene unos objetivos políticos: la creación de Estados
donde se imponga su idea maximalista del Islam. Comparto estas últimas opiniones:
el yihadismo es un ideología con un trasfondo religioso y un objetivo político.
Incitación a la “yihad”
en el Corán
El Corán incita a la “yihad” cuando afirma: “La yihad es ordenada a los musulmanes
aunque les disguste (sura 2:216),”haced yihad por Alá como Él se merece” (22:75)
o “no obedezcáis a los infieles y haced
yihad contra ellos con toda la fuerza” (25:52). La palabra “yihad” tiene una triple acepción: esfuerzo
interior del creyente para domeñar sus pasiones y mantener su fe, esfuerzo por edificar
una sociedad musulmana y lucha para propagar el Islam, por medio de la fuerza
si fuera preciso. El Corán recurre a menudo a la tercera acepción del término
en el contexto del combate de los fieles por su Dios, incluida la lucha armada,
la “guerra santa” contra los infieles. Los comentaristas musulmanes se basan en
la siguiente sura para mantener que la guerra de la yihad es meramente
defensiva y sólo está justificada cuando se produce como reacción al previo
ataque de los infieles: “Combatid por Dios
contra los que os combaten, pero no os excedáis. Dios no ama a los que se
exceden. Matadles donde déis con ellos y expulsadles de donde os hayan
expulsado. No combatáis contra ellos junto a la Mezquita Sagrada
a no ser que ellos os ataquen. Así que, si combaten contra vosotros, matadles:
esa es la retribución de los infieles…Combatid contra ellos hasta que dejen de
induciros a la apostasía y se rinda culto a Dios. Si cesan, no haya más
hostilidades…Si alguien os agrediere, agredidle en la medida que os agredió”
(2:190).
Sin
embargo, el Corán está lleno de llamamientos a la lucha armada sin matización
alguna: “Combatid por Alá…Puede que Alá
contenga el ímpetu de los infieles. Dispone de más violencia y es terrible en
castigar” (4:84);”si no marchan por el
camino de Alá, atrapadlos y matadlos dondequiera que los encontréis”
(4:89); “los infieles son para vosotros
un enemigo declarado” (4:101):”los
mayores enemigos de los creyentes son los judíos y los asociados” (5:82);”infundiré el terror en los corazones de
quienes no creen.¡Cortadles el cuello, pegadles en todos los dedos!”. (8:12);”combatid contra ellos hasta que no haya más persecución y se rinda todo
e culto a Alá!” (8:39);
“Profeta ¡Anima a los
creyentes al combate!” (8:659;“matad
a los asociados –cristianos asociados a Jesucristo- dondequiera que los encontréis “ (9:5);”¡combatid contra ellos!.Dios los castigará a manos vuestras” (9:14);“¡combatid contra quienes, habiendo recibido
la escritura, no creen en Alá…ni practican la fe verdadera!” (9:29);”¡Id a la guerra…y luchad por Alá con
vuestras haciendas y vuestras personas!”
(9:41); ”Profeta:¡Combate contra los
infieles y los hipócritas!.!Sé duro con ellos!” (9:73); ”¡combatid contra los infieles que tengáis
cerca!”(9:123);”a los que se niegan a creer, golpeadlos en sus
cuellos” /47:4);”Mahoma es el
mensajero de Alá y los que están con él son despiadados con los infieles”
(48:29). El talante beligerante del texto sagrado ha sido corroborado por
destacados comentaristas islámicos como Bujari (“El apóstol de Alá dijo: Me ha ordenado combatir a la gente hasta que
digan: Nadie tiene derecho a ser adorado sino Alá”), Tabari (“Matar infieles es un tema menor para
nosotros”) o Ibn Ishak (“Lucha contra todos en el camino de Alá y
mata a los que no creen en Él” o “un
Profeta debe masacrar antes que recoger cautivos”). La yihad es una orden que emana de Alá y fue transmitida por Mahoma a sus
seguidores. Se trata de un mandato imperativo de carácter universal y
permanente hasta que la
Humanidad se convierta al Islam, En consecuencia, asesinar
infieles ha sido una práctica habitual de los musulmanes desde que el Profeta
declaró que era lo más grato a Alá, sólo después de creer en el Dios del Islam.
Por ello, la mayoría de los musulmanes creen que la guerra contra los infieles
o contra los que no creen en Alá es algo santo.
Concepción actual de
la yihad
La
situación ha cambiado notablemente en relación con otros tiempos en que los
países árabes y el Imperio Otomano se hallaban en guerra permanente con las
naciones cristianas, como se puso de manifiesto con los ataques de militantes
de al-Qaeda a Estados Unidos en 2001,-para los que Occidente no estaba
preparado política, militar, policial o psicológicamente- y en subsiguientes
atentados. El “modus operandi” de la yihad ha cambiado por completo. Su
ejército en la sombra –según José María Carrascal está compuesto por jóvenes
musulmanes que han nacido en los arrabales de París, Londres, Madrid u otras
ciudades europeas, que se sienten extraños en ellas, porque los segregan o
creen que los segregan. Se trata de una guerra sin cuartel perdida de antemano
porque tenemos al enemigo dentro de casa. En opinión del profesor de Nanterre Gilles
Ferragu, la radicalización de estos islamistas es resultado de una crisis
identitaria. Los jóvenes se buscan a sí mismos y se dejan llevar por un
romanticismo revolucionarios para encontrar una causa en sus vidas, que acaba siendo
la violencia terrorista. Procuran una identidad que la religión musulmana les
ofrece y pasan por una primera fase de radicalización religiosa que les lleva
al salafismo y, de allí, a la violencia. En este mismo sentido, la filósofa
búlgaro-francesa Julia Kristeva ha afirmado que, a falta de ideales, los
jóvenes abrazan uno en forma de una religión que no conocen y adoptan de ella
ciertos esquemas y elementos que les permite sacrificarse por una causa,
pensando que con ello alcanzarán el paraíso. A ello les alienta el Corán de
forma simplista:”A quienes combatieran y
fueran muertos los introduciré en los jardines por cuyos bajos fluyen arroyos,
recompensa de Alá” (3:195) o “a quien
combatiendo por Alá sea muerto, le daremos una magnífica recompensa”
(4:74). Al llamar a la guerra santa, las autoridades religiosas otorgan a la
lucha armada un carácter religioso, que premia con el paraíso a quienes caigan
en el combate y que hace del libro sagrado –en palabras de Javier Villa- un
“arma de combate”. No tengo claro –ha observado Raúl del Pozo- si los
yihadistas mueren en nombre de Alá como camino al paraíso o están poseídos por
el odio a los valores de Occidente o por venganza como respuesta a ser
reducidos a ciudadanos sin esperanza. La crueldad de los yihadistas y su afán
de matar, sin embargo, no puede justificarse sólo por la marginación y quizás
se agarren a coartadas ideológicas, pero –según Enric González- ninguna
ideología puede proponer ya nada a quienes se sienten marginados y víctimas de
un sistema que consideran injusto, salvo la ideología apocalíptica del
islamismo yihadista. Se trata, para Kristeva, de “una especie de perversión del
Islam, que libera pulsiones, no de vida, sino de muerte”. Esta actitud no es
compartida por la mayoría de los musulmanes, pues –como ha señalado el
Presidente iraní, Hasan Rohani, “los terroristas no son leales a ninguna
religión” o el Imam de la mezquita del Centro Cultural Islámico de Madrid,
Hasan Khoja ,“la matanza de inocentes, musulmanes o no musulmanes, en el nombre
del Islam es un crimen contra nuestra religión, opinión que coincide con la del
Papa Francisco, para quien utilizar el nombre de Dios para justificar la
violencia es una blasfemia. No obstante,
a juicio del periodista marroquí Mahi Binebine, constatamos el nacimiento de un
Islam yihadista y nihilista, y los ulemas repiten que los líderes de los grupos
terroristas tienen razón al ponerse en movimiento para despertar a la “Umma” y revelar la auténtica naturaleza de un
Occidente demoníaco. Y Jon Juarista ha añadido que la función de la mayoría del
Islam contemporáneo es aplaudir cada nueva salvajada y culpar a las democracias
occidentales de los atentados en Nueva York, Londres, Madrid, París o
Jerusalén. El Islam –según Albiac- ha declarado la guerra a Occidente.
El suicidio está expresamente
condenado en el Corán: “No os matéis….A quien obre así por malicia y siendo injusto,
le haremos sufrir en el fuego” (4:29, 30 y 39). El Profeta dicho:”El hombre que se quite la vida por sus
propias manos vivirá eternamente en el infierno y será torturado con el medio
que usó para suicidarse”. Pese a ello, a partir del establecimiento de un
Estado confesional chiita en Irán en 1982, distintas Escuelas teológicas
coránicas admiten su licitud moral cuando los terroristas lo utilizan para una
“causa islámica”, pues la defensa de la
Umma amenazada por
los infieles justifica el recurso a cualquier tipo de medio. Las exigencias
políticas se han impuesto sobre la literalidad del Corán.
Ataques yihadistas a
los musulmanes
Los
yihadistas atacan no sólo a los infieles, sino también a otros musulmanes y, según
el Centro de Londres para el Estudio de la Radicalización y la Violencia Política,
en 2014 el 80% de las víctimas de los atentados fueron musulmanes. Por eso,
deberían ser ellos los primeros interesados en subrayar que el islamismo –en
palabras de Jeffrey Goldberg- no es un proyecto supremacista, imperial y
medieval, con el que no existe convivencia posible. Para Luis María Ansón, los
atentados suicidas resultan incontrolables cuando un joven cree que al activar
su cinturón de explosivos se irá al paraíso, y no hay servicios de inteligencia
ni fuerzas de seguridad capaces de de
desbaratar sus propósitos. Para liquidar el terrorismo islámico se precisa un
plan político y diplomático que consiga alinear al mundo musulmán contra sus talibanismos
internos, especialmente a los mahometanos que se han instalado en las naciones
europeas y disfrutan de su bienestar y de sus leyes. Según Javier Gómez, hay
quienes argumentan que en el Islam hay dos bandos: “ellos” –los terroristas- y
“los otros” –casi todos los musulmanes-, y no haría falta defender el mismo
modelo de sociedad ni creer en el mismo Dios para compartir el enemigo común
del terrorismo. El 98% de los musulmanes pacíficos deberían rebelarse contra la
minoría radical, pero reina la pasividad, por comodidad, cobardía o complicidad. Hace falta una mayor
implicación y rotundidad en la condena del terrorismo por parte de los
dirigentes del Islam a nivel universal, estatal
y local, pero la inexistencia de una autoridad suprema en el islamismo
sunita impide una actuación concertada. Para luchar contra el yihadismo y
evitar que los jóvenes sean víctimas del fundamentalismo es preciso –a juicio
de Kristeva- revaluar la herencia judía, musulmana y cristiana. Es
imprescindible –añade Núñez Encabo- proceder a la deslegitimización de la
pretendida justificación religiosa de las acciones yihadistas., para lo que
deberían reunirse los máximos líderes del Islam, del Cristianismo y del
Judaísmo. Las condenas de los dirigentes religiosos a nivel local son
necesarias, pero resultan insuficientes. Hay que condenar asimismo a los
Estados del Golfo, especialmente a Arabia Saudita, por su política de expandir
el fundamentalismo integrista y xenófobo del wahadismo y de financiar generosamente a los
movimientos yihadistas, sin parar mientes en sus actividades terroristas. En las
escuelas coránica –madrasas-
exportadas a distintos Estados musulmanes –como
Afganistán, Pakistán y loas antiguos territorios de la URSS en Asia- y costeadas por
la dinastía de los Saud, se adoctrina a los alumnos y se les lava el cerebro,
se culpa a otras religiones de las maldades del mundo y se inculca el odio al
cristianismo y a Occidente, se fomenta la confrontación y la violencia entre
las diversas religiones y culturas, se relativiza el valor de la vida y se
ensalza la inmolación suicida. En un alarde de cinismo, el monarca saudita creó
en 2012 en Viena –con la cándida colaboración de los Gobiernos español y
austriaco- el Centro Internacional Rey
Abdullah Ibn-Abdulaziz para el Diálogo
Interreligioso e Intercultural, con el fin de “posibilitar, potenciar y
promover el diálogo de diversas religiones y culturas de todo el mundo”. El pretendido
diálogo es sólo de puertas afuera, pues Arabia Saudita es un Estado confesional
-cuya Constitución es el Corán y la ley es la Sharia-
sólo acepta el sunismo wahabita y no permite en su territorio un solo lugar de culto
para cualquier otra religión. El Centro es un círculo de propaganda y
proselitismo saudita, encargado de desmontar los “estereotipos y conceptos
erróneos” acerca del Islam y ha sido amenazado de cierre por el Canciller
austriaco, Werner Faymann, por haberse negado a criticar la sentencia de los
Tribunales sauditas que ha condenado a Raif Badawi a 10 años de prisión y a 1.000
latigazos por “insultar al Islam”, ya que no se trata de “un centro de diálogo,
sino de silencio”.
Inadaptación de los
musulmanes a la sociedad occidental
Los
musulmanes no han sabido despojarse de ciertas prácticas que hacen incompatible
el ejercicio de su religión con los hábitos occidentales, lo que dificulta su
integración en sociedad cuando emigran a las naciones europeas. Hay que tener
en cuenta que no se trata sólo del cumplimiento del Corán, sino de las
interpretaciones que de sus textos puede hacer cualquier indocumentado mullah y del seguimiento de ciertas tradiciones
contrarias a derecho consagradas en la Sharia. Es
natural que se conceda a los musulmanes
plena libertad para el ejercicio de sus creencias en el ámbito privado, pero no
así si transcienden al nivel público y son contrarias a la ley del
país de acogida.. Prácticas como la poligamia, la ablación, la pedofilia, la
tortura, la lapidación, la amputación o la sumisión total de la mujer, no
pueden ser aceptadas por las sociedades occidentales por muy arraigadas que
estén en la tradición islámica. Cuando Arabia Saudita fue condenada por el
Comité de la ONU
contra la Tortura
por realizar amputaciones de miembros a los autores de delitos de robo, el
Gobierno alegó que dicha práctica formaba parte de una tradición musulmana que
databa de 1.400 años. El Estado y la sociedad de los países de acogida deberán
evitar las discriminaciones y facilitar la integración de los inmigrantes musulmanes,
pero son éstos los que tienen que hacer un gran esfuerzo para adaptarse a las
costumbres de su nuevo país, sin tratar de imponer las suyas. No es fácil la
asimilación porque los hábitos de unos y otros son como el agua y el aceite,
que difícilmente se mezclan. Aparte de la intolerancia religiosa –que incluye
la aplicación de la pena máxima en los casos de apostasía- y el respaldo a la yihad, hay un grave problema difícil de
superar: el trato denigrante a la mujer. Según el Corán,”los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la
preferencia de Alá que ha dado a uno
sobre otras…¡Amonestad a aquéllas de quienes temíais que se rebelen, dejadlas
solas en el lecho, pegadles!. Si os obedecen, no os metáis más con ellas”
(4:34). Este texto ha sido interpretado de forma constante por la tradición
coránica y la práctica islámica en el sentido de consagrar la desigualdad de
género, la superioridad del hombre sobre la mujer y la sumisión de ésta, hasta
el extremo de que no pueda tomar decisión alguna sin refrendo de varón –padre,
esposo, hijo o pariente- y de que su testimonio valga la mitad que el de un
hombre.
Aunque la
inmensa mayoría de los musulmanes sea pacífica, la actuación nefanda de una
ínfima minoría puede llevar a la opinión occidental a tomar el todo por la
parte y a criminalizar a toda la Comunidad
Islámica. Como ha
impetrado Binebine a Occidente, “dejen de incriminar al Islam como una
ideología de violencia, porque eso sólo añade agua al molino de los
obscurantistas”. Lleva en parte razón el periodista marroquí, pero los
dirigentes del Islam deben adoptar una actitud inequívoca de rechazo de la
violencia y de defensa de la paz interreligiosa, lo que no suele ser el caso. El Corán no ayuda en esta labor, pues cesa de
hablar de lo mismo y de repetir machaconamente
el mandato de “¡combatid, combatid,
combatid!”, como si el Islam hubiese sido creado sólo para el combate. Tras
lo expuesto, no puedo concluir que el Islam sea una religión de paz, antes al
contrario, y la experiencia histórica muestra que ha estado o está en lucha constante
con todas las confesiones religiosas, ya sean cristianos o judíos, hindúes o
budistas, bahais o siks, e incluso musulmanas.
Madrid, 30 de
Noviembre de 2015