Ignacio
Carral
Así, pues, aunque parezca absurdo decirlo, es completamente
cierto que España necesita reanudar su historia, rota y desviada por varios
siglos de monarquía centralista. Esto no quiere decir, naturalmente, que
vayamos ahora a dar un salto atrás para colocarnos en plena Edad Media. Pero sí
expresa la obligación de ligar el momento actual con los múltiples momentos en
que nuestra nación fue perdiendo sus instituciones peculiares, procurando
situar éstas en el punto hipotético de evolución que las habría correspondido,
de no haber sido rotas o falseadas por los reyes.
A nosotros, los castellanos, la primera tarea que se nos
presenta es la de restituir nuestra región, que ha perdido hasta el nombre. Hay
un libro que todos los castellanos deberían leer y meditar despacio; se llama
"La Cuestión
Regional de Castilla la Vieja ", que fue publicado en 1918 por un
ilustre segoviano, don Luis Carretero. En este libro hay capítulos que de buena
gana copiaría enteros si el carácter periodístico de estos trabajos no me
pusiera inexorables límites de extensión. (5)
Insiste especialmente el señor Carretero en la suplantación
que las provincias leonesas, con Valladolid a la cabeza, hacen del nombre de Castilla;
"a consecuencia de la confusión de nombres -dice- los intereses
castellanos confunden también y están postergados y sometidos a los de
Valladolid, Tierra de Campos y el resto de la región leonesa".
"Pidiendo siempre para Castilla la Vieja , los leoneses obtuvieron siempre cuanto
querían para su región; así cuando a Castilla la Vieja no la quedaba ni
siquiera el nombre, que tenían secuestrado los leoneses, Valladolid conseguía
hacerse núcleo de concentración de la cuenca del Duero y lograba que las líneas
férreas de media España concurriesen en su provincia con grave perjuicio de
todo el Norte y Noroeste de la nación, que se vieron obligados a prescindir de
los caminos directos, ya que todos rodean para pasar por Valladolid".
"En Valladolid reina un verdadero afán por alardear de castellanos y un
prurito desmesurado por demostrar que dicha ciudad es el heraldo de las
aspiraciones de Castilla. No hay un periódico que no se precie de castellano,
ni se hace una empresa industrial, agrícola o agraria que no ponga en su razón
social el nombre de Castilla. Se dirá al contemplar este espectáculo que
Valladolid se ha separado de su región leonesa y se ha sumado a la de Castilla la Vieja. Nada más lejos
de la verdad que esta afirmación, pues la hermosa ciudad de la orilla del
Pisuerga es lo que no tiene más remedio que ser: el cerebro de la región
leonesa, el paladín de sus deseos, el asiento de su progreso".
Creo que con los párrafos copiados basta para ver con cuánta
clarividencia el señor Carretero denuncia la injusticia de que Castilla ha
sido víctima en el régimen centralista. Lo que sorprende es que el señor
Carretero, después de descubrir tan certeramente el daño, caiga, en otro
concepto no menos peligroso: el de hablar de "Castilla la Vieja " como unidad regional.
Esto es bastante grave porque implica el concepto de limitar nuestra región a
la barrera de la cordillera central, lo cual ha sido precisamente la causa de
que Castilla y León se hayan mirado como regiones situadas entre dos mismas
cordilleras, como siendo prolongación una de otra.
Pero una cordillera puede ser una magnífica muralla
guerrera, como fue contra los invasores moros, y ésta es la única razón de que
la cordillera central fuera el límite primitivo del territorio castellano, no
es nunca una muralla racial. Los pueblos cuando se establecen en una vertiente
montañosa sienten irresistiblemente el deseo de establecerse también en la
vertiente opuesta, sobre todo -como hace notar Reparaz- cuando estas
cordilleras están trazadas en el sentido de los paralelos terrestres, y al otro
lado se ha de encontrar una producción distinta.
En el caso de Castilla la Vieja sólo se llamó tal a la antigua Bardulia,
en donde los reyes de León fundaron sus castillos contra los moros en los
primeros tiempos de la conquista. El territorio de más allá del Duero, que
llegó a extenderse hasta el Tajo a un lado y otro de la sierra, se llamó la Extremadura
castellana, distinta de la Extre madura
leonesa, que se extendió después desde Salamanca por el territorio de la Extremadura actual.
Pero tampoco creo que el señor Carretero pretendiera hacer
demasiado hincapié en lo que pueda significar estrictamente esta denominación
de Castilla la Vieja. Más
bien parece que lo que ha querido delimitar con ese nombre ha sido la confusión
habitual entre Castilla y la
Mancha. (6)
Porque el nombre de Castilla la Nueva no quiere decir más
que los territorios de la meseta que se habían ido añadiendo por sucesivas
conquistas al reino de Castilla y debió referirse a los llanos' manchegos. En la Mancha comienza la llanura
al igual que en la región leonesa, y varían, por tanto, la producción, los
cultivos, la vida, los intereses y el espíritu de los castellanos, que viven en
terreno francamente serrano en las tres cuartas partes de su superficie, e
interrumpido constantemente por lomas, colinas y valles en las comarcas que más
se aproximan a la llanura.
¡Es curioso el destino de Castilla de haber sido
constantemente falsificada por la boca de los demás españoles! Se ha acusado de
imperialismo a la región de España que menos sintió nunca este anhelo, como lo
demuestra su maravillosa democracia interna y su ningún afecto hacia los reyes
imperialistas; se ha acusado de centralista a la región que aun dentro de sus
límites se negaba en el siglo XI -cuando ya León y Cataluña empezaban a
territorializar su derecho- a generalizar sus costumbres jurídicas y se resiste
a ello hasta el Fuero Real del siglo XIII; se ha acusado de tradicionalista y
conservadora a una región que precisamente representó, frente al principio de
autoridad leonés, la atención a las innovaciones de los tiempos y a las
necesidades de los pueblos, creadas por el medio y las circunstancias, y
precisamente el triunfo del idioma castellano consiste en haber sido
francamente renovador frente a la tendencia conservadora y arcaizante de los
demás idiomas peninsulares; se ha tachado de pobre a una región que - sin ser
una maravilla de riquezas- posee excelentísimos recursos naturales: se ha
juzgado como sombría una región de cielo despejado la mayor parte del año y de
una diáfana luminosidad que despiertan el fervor de los pintores que cruzan por
ella y a ella vienen constantemente.
Y, por último, se ha abusado hasta la saciedad del tópico de
la "llanura monótona y uniforme" al hablar de una región de terreno
quebrado, ocupado casi en su totalidad por ingentes montañas que a veces
alcanzan 2.500 metros
sobre el nivel del mar y 1.500 sobre el nivel de ciudades situadas a pocos
kilómetros, una región que precisamente acaba en el lugar
mismo en que la llanura comienza a definirse de modo franco; en la región
leonesa y en la región manchega.
No debemos, sin embargo, culpar a los demás de esta última
apreciación, porque hemos sido muchas veces los castellanos mismos los que
hemos contribuido a propagarla, debido seguramente a una ilusión un poco
infantil, pero muy natural; y es la de que al contemplar nuestro paisaje lo
hacemos lógicamente con preferencia hacia su parte más abierta. Y entonces
vemos la llanura o la iniciación de la llanura en las tierras próximas a ella.
En este sentido nuestro paisaje es un paisaje de llanura; pero esto no quiere
decir, como puede suponerse, que habitemos por ello la llanura.
Otra cosa muy importante es preciso hacer constar sobre
Castilla, que contribuye a impedir con todas las otras que pueda ser contemplada
su verdadera realidad actual: la división en provincias. Si a todas las
regiones españolas causó daños esta absurda y arbitraria acotación del mapa de
España, que debió dejar muy contento al literato Martínez de la Rosa , a ninguna la ha hecho
tanto daño como a Castilla. Porque dejó trituradas sus comarcas, algunas de las
cuales llegaron a perder la noción de su propia personalidad. A esta trituración
contribuyó, no poco, la manía de que ya he hablado de tomar por frontera la
cordillera central, como si fuera la tapia de una finca, y romper así todo el
sentido de las comarcas que estaban acaballadas en ellas.
Por eso, la primera cosa que debe hacer Castilla es pedir la
desarticulación de sus provincias, reconstituir cuidadosamente sus comarcas, y
luego...
Esto es precisamente, este luego, del que quiero tratar en
mi próximo y último artículo.
Ignacio Carral
("Diario
de Burgos", 24 mayo 193 1.)
(5) ¡Qué conveniente sería que algún mecenas castellano o
algún organismo regional acometiera el gesto de reconocer el nombre de
Castilla y el de su autor que puso tan noble empeño en defenderle!
(6) Hay sobre todo dos nombres idénticos y dos
significaciones diferentes y contradictorias: La "Castilla Política
Estado" y la "Castilla Gentil". Cada una se adscribe al
concepto que representa.