Mahoma dictó los versos que declaran la destrucción, aniquilación y sometimiento de todos los infieles.
Con frecuencia se oye argumentar a quienes favorecen la presencia del islam en Europa que, si ciertamente el Corán contiene expresiones violentas, estas también pueden encontrarse en la Biblia.
Ignorando lo que uno y otro libro representan, ignorando su génesis y hasta su naturaleza, espigan una frase aquí y otra allá del Antiguo o del Nuevo Testamento y las comparan a las suras y a los hadices del Corán y la Sunna. Tal comparación es, simplemente, un disparate.
Lo que significan la Biblia y el Corán
Lo primero que hay que señalar es que los lenguajes de la Biblia y del Corán son muy diferentes (hay, también, que subrayar las diferencias entre el Nuevo y el Antiguo Testamento). En el primero, en la Biblia, las alegorías son continuas y no faltan los libros de carácter literario; en el segundo, en el Corán, no hay nada de eso: el lenguaje es directo, exige ser entendido con literalidad y sin exceso de simbolismos o analogías. En realidad, más parece una serie de órdenes directas, casi de carácter militar.
Aunque en ambos libros pueden leerse afirmaciones contradictorias, la diferencia para solventar dicha cuestión es abismalmente distinta.
La Biblia es un libro que recoge la revelación que, de sí mismo, Dios lleva a cabo al pueblo de Israel, primero, y a la humanidad más tarde. El mensaje divino va evolucionando en su exposición a través de la comprensión humana; así, Israel pasa de una etapa monolátrica (la adoración de un solo dios, compatible con la existencia de los otros dioses propios de los pueblos extranjeros) a la comprensión de la existencia de un solo Dios, el monoteísmo.
Se trata, pues, de una revelación paulatina que se despliega en el tiempo, por lo que Dios se va manifestando de forma adecuada a la evolución cultural humana. Los hombres a quienes se dirige Dios cuando se redacta el Génesis (entre los siglos X y VI a. de C.) no podrían entender de igual manera que los judíos de la época de Cristo, y así la revelación toma diferente forma.
Jesús confirma el Antiguo Testamento en algunos extremos y lo refuta en otros; la Iglesia siempre ha insistido en que “lo completa”. No se trata de una tesis ad hoc, elaborada en los últimos años para adaptarse al zeitgeist, sino que es una idea que recorre toda la historia del cristianismo.
La explicación del Corán es completamente distinta, ofreciendo al creyente la idea de que, en caso de contradicción entre dos pasajes, sencillamente el que haya sido escrito con posterioridad anula el escrito anteriormente. La cronología con la que los textos coránicos fueron redactados, no se corresponde, sin embargo, con el orden en el que aparecen las suras en el Corán.
La religión de la paz y el amor
Lo primero que debería saberse es que “Corán” significa “recitación”, porque eso es lo que se espera de un creyente: que lo recite, nunca que lo comprenda, puesto que la razón no juega ningún papel en el “islam” (“sumisión”).
En Occidente se ignora que los pasajes que pueden asimilarse a los conceptos actuales de paz, amor y tolerancia pertenecen al comienzo de la predicación de Mahoma. Y que los mismos, cuando entran en contradicción con otros posteriores, son anulados: además, el principio de la taqiyya, conocido como kitman en el islam chií, asegura que a los musulmanes les es lícito engañar para conseguir sus fines de naturaleza religiosa.
La regla general es, pues, que las suras posteriores anulan las anteriores. Y la cuestión es que los pasajes posteriores en el islam son los más intolerantes y violentos, y desdicen, por tanto, los primeros, más tolerantes. Es exactamente lo contrario de lo que sucede en el cristianismo, que reforma la herencia veterotestamentaria en un sentido más humano y universal.
De modo que Mahoma, cuando sus seguidores eran escasos aún, transmitió los 124 versos que hablan de paz y convivencia. Más tarde, sin embargo, cuando el islam creció y se volvió poderoso, Mahoma dictó los versos que declaran la destrucción, aniquilación y sometimiento de todos los infieles. Para mayor confusión de estos, muchas suras que aparecen al comienzo del Corán son, en realidad, de las últimas escritas, como sucede con la Sura 9, incluida al principio del Corán, pero que fue escrita al final de la predicación; naturalmente, los musulmanes saben esto, mientras que los no creyentes lo ignoran.
Existen otras muchas referencias, como son las de la Sura 2, versículos 191 – 193;la Sura 4, versículos 56- 89 – 91; Sura 4, versículo 144; Sura 5, versículo 33; Sura 8, versículos 12-13-14-15-16-17; Sura 8, versículos 38 - 39; Sura 9, versículos 5 – 14; Sura 9, versículos 29 -36 -111.
Todos estos versículos forman parte esencial de la formulación islamista. No se trata de la interpretación radical de unos pocos iluminados. En absoluto.
En un discurso del importantísimo imam Tantawi (Gran Muftí durante una década en Egipto, y ex imam de la universidad Al Azhar) en abril de 2002 este afirmó: “los Sionistas y Cruzados los enemigos de Allah, los descendientes de monos y puercos, son la escoria de la raza humana, las ratas del mundo, los violadores de los pactos y acuerdos, los asesinos de los profetas, y sí, son descendientes de puercos y monos. Lean la historia, y entenderán que los judíos de ayer son los padres malvados de los judíos de hoy, quienes son una descendencia maldita, infieles, idólatras de becerros, negadores de los profetas y sus profecías, a quienes Alá ha maldecido y los ha vuelto puercos y monos. Esos son los judíos y cristianos, hacedores de mentiras, obstinados, amadores de lascivias, del mal y de la corrupción”.
En la Universidad de Al-Azhar, en El Cairo, se ha enseñado, desde siempre, la yihad como una especialidad propia y se han formado la mayoría de los más destacados líderes mundiales del islam. Por su parte, Tantawi no era, en absoluto, un extremista; al contrario, se trataba de un moderado que había irritado en numerosas ocasiones a los más radicales islamistas.
Según el islam, el triunfo está asegurado a partir de la conquista, decretada por Alá. El islam habría de vencer mediante la aplicación de distintas estrategias, en último término de carácter político y militar.
La promesa cristiana del triunfo final nada tiene que ver con esto: de acuerdo al Nuevo Testamento, el triunfo no acaecerá mediante la conquista, ni siquiera mediante una aceptación voluntaria del Evangelio por parte de los hombres. Al contrario, en los últimos tiempos habrá un rechazo generalizado de la fe, que disminuirá hasta, prácticamente, desaparecer. La Iglesia se habrá vuelto irrelevante socialmente y los verdaderos cristianos serán perseguidos; no será la fuerza lo que les libere, sino la Parusía, la segunda venida de Cristo, que sucederá cuando todo parezca perdido y cuando –salvo un pequeño resto fiel- la inmensa mayoría haya perdido la fe y hasta la encuentre ridícula.
Para el islam, ese triunfo supondrá una brutal imposición sobre todos aquellos que no sean creyentes, a través de la Yihad.
La yihad
El término es algo ambiguo y, por tanto, polémico. Tiene un amplio significado y está relacionado con el esfuerzo que los creyentes deben realizar para que la ley divina se imponga en la Tierra. Eso incluye la conversión personal de todo musulmán, por lo que cabe una interpretación puramente piadosa, pero también está directamente relacionado con la extensión del islam por todo el orbe.
Aunque interpretaciones interesadas traten de ocultarlo, la “guerra santa” (nadie ignora estas alturas que esta es una traducción válida del término) desempeña un papel central en el islam (la decisión de Mahoma de permitir la poligamia se debió al gran número de viudas que producía la yihad) y está en directa relación con su triunfo final.
No es cuestión de entrar en la polémica acerca de si el islam es o no intrínsecamente violento, aunque parecen existir pocas dudas al respecto. Pero, en todo caso y cuando menos, es claro que el islam acoge dicha interpretación violenta, y el hecho de que una pretendida mayoría de musulmanes que rechaza estos métodos no se manifieste públicamente en su contra, no parece deberse tanto a miedo alguno, sino más bien a la convicción de que la versión fundamentalista y criminal cabe perfectamente en el islam.
De hecho, esta versión coránica radical es aceptada por altísimos porcentajes de las poblaciones musulmanas, como demuestra el hecho de que al 82% de los jordanos (un país tradicionalmente moderado) le parezca correcto que se aplique la pena de muerte a los apóstatas, un porcentaje inferior en 4 puntos al de Egipto. En países tan civilizados y en contacto con Occidente como el Líbano, la mitad de la población es favorable, así como el 76% de los pakistaníes. Más del 80% de los egipcios encuentran natural que los hurtos se castiguen con las amputaciones de las manos. El terrorismo yihadista es solo una consecuencia lógica de este tipo de creencias.
Quienes perpetran los crímenes yihadistas en Europa –es común oírlo en medios de comunicación después de cada atentado- con frecuencia no han llevado una vida visiblemente piadosa. Los periodistas asimilan absurdamente el islam a lo poco que conocen del cristianismo; pero una cosa y otra no tienen nada que ver.
El César y Dios
De entrada, existe una diferencia esencial, como es que el cristianismo distingue entre las esferas social y religiosa. Aunque ciertamente se han producido episodios a lo largo de la historia occidental en que esos ámbitos han mostrado una más que dudosa separación, ha sido la cultura cristiana la que ha destilado la idea de su diferenciación. Los santos padres y doctores de la Iglesia no han discutido esto, sino solo la relación existente entre los dos ámbitos. El bien conocido pasaje evangélico acerca de dar a Dios y al César lo que a cada cual corresponde, deja poco lugar a la interpretación.
En el islam, en cambio, nada escapa a la revelación. Toda la sociedad se conforma en función de las prescripciones coránicas. El islam no es una religión privada, una religión personal - el pecado es una ofensa social y pública-, sino que es una forma completa de vida que obliga a todo el cuerpo social y a cada uno de quienes lo integran: abarca la ética, la vestimenta, la cocina, la política, la justicia, el matrimonio, los impuestos, la relación con los animales, la guerra, los pesos y medidas, las herencias, la vida en el hogar, el cuidado del ganado, la hospitalidad, el saludo, las relaciones sexuales, los castigos, la relación entre los hombres y mujeres, la dieta, la educación y hasta cómo beber un vaso de agua.
En el islam es esencial la observancia de una moralidad pública y externa, tal y como era costumbre en la Palestina de Jesús. Se trata de una regresión de tipo farisaico, como aquella en que terminó degenerando el judaísmo y contra la que advirtió Cristo.
¿Reciprocidad?
Si lo que Occidente piensa oponer a la expansión islámica es la tolerancia, en lugar de una convicción profunda que no sea instrumental, entonces la partida estará perdida. Para los islamistas, la idea de reciprocidad es perfectamente absurda.
La generalidad de los musulmanes entiende que es lógico que en Europa -donde ya no se cree en nada, según la certera visión islámica- tengan sitio las mezquitas, mientras que en los países musulmanes no se deben permitir las iglesias, por cuanto representan el error.
Valga recordar la admonición del popular jeque saudita Muhammad Salih al-Munajjid, cuando reconvino públicamente a “algunos musulmanes hipócritas que se extrañan de cómo nosotros no permitimos a los occidentales construir iglesias, a pesar de que ellos nos permiten construir las mezquitas en sus países.”
Al-Munajijid aseguró que todo musulmán que piense de este modo es un “ignorante” al equiparar la verdad y el error, el islam y el kafr, el monoteísmo y el shirk (politeísmo, gravísimo pecado en el islam), igualando ambos conceptos. Los “hipócritas” preguntan: “¿Por qué nosotros no les construimos las iglesias lo mismo que ellos nos construyen las mezquitas? Así les podríamos devolver el favor.”
El jeque contesta con claridad meridiana: “¿Es que queréis adorar a alguien diferente de Alá? ¿Queréis eliminar la diferencia entre lo verdadero y falso? ¿Es que los templos de fuego de Zaratustra, las sinagogas judías, las iglesias cristianas, los conventos de los religiosos, templos budistas o hindúes, son iguales a la casa de Alah y a las mezquitas? ¡Oh, infieles!, porque de aquel a quien iguala el Islam y la infidelidad, ha dicho Alá: “Quien quiera alguna otra religión que no sea el islam, no será jamás aceptado, y en el mundo futuro se encontrará entre los perdedores” Y el profeta Mahoma ha dicho: “Por aquel en cuya mano está la vida de Mahoma, el que de los judíos o de los cristianos oyera de mí, y no quisiera aceptar la fe en la que estoy enviado, y muera en ese estado de infidelidad, morará en el infierno.”
El ejemplo del profeta….y de Jesús
Muchas de las peores cosas que llevan a cabo los yihadistas están, por supuesto, en el Corán. Cuando hemos visto que el DAESH publicitaba sus ejecuciones quemando a los prisioneros en jaulas, a los musulmanes tal cosa les resulta familiar.
Porque mientras el seguimiento de Cristo que busca un regreso a las fuentes originarias necesariamente conduce al mensaje esencial de “amaos los unos a los otros”, el fundamentalismo islámico –como vuelta a la predicación de Mahoma- actualiza los numerosos episodios en los que el profeta incineró a sus enemigos.
Así, se recoge que en diciembre del año 628, Mahoma dirigió el ataque contra la tribu Al-Mustalaq. Y, en vista de la dura resistencia encontrada, ordenó prender fuego al poblado, a sabiendas de que allí había mujeres y niños...” Son más los pasajes coránicos en los que se relaciona a Mahoma con los incendios…
¿Alguien se imagina a Jesús haciendo algo así?
Es cierto que Jesús empleó algunas expresiones que, interpretadas hoy, pueden dar lugar a confusión; pero solo a aquellos que así lo deseen y que no se molesten en averiguar la verdad.
Se cita con frecuencia el pasaje que recoge el Evangelio de Mateo: “No he venido a poner paz sino espada”, pero el significado del texto no es ofensivo ni violento, sino todo lo contrario; quiere reflejar los conflictos que habrían de venir en el seno de las familias y las naciones por causa de la fe cristiana.
La mejor prueba de esto es que nadie, nunca, ha asesinado a sus familiares debido a este versículo, y nadie, nunca, lo ha interpretado como si Jesús estuviera predicando que se aniquilara a los familiares que no se convirtieran. Solo la estupidez o la maldad contemporánea pueden pretender tal cosa; los primeros cristianos, por el contrario, en lugar de matar a sus parientes, se dejaron matar por estos.
Una confusión interesada
El tema puede ser interminable. Ciertamente existen pasajes en el Pentateuco que pueden ser calificados de violentos y crueles. Pero quienes profesan la fe cristiana, que se sustenta en estos libros, han reconocido hace mucho su carácter histórico y su superación por el Nuevo Testamento.
En último análisis, nadie asesina a sus semejantes en el nombre del Éxodo o del Deuteronomio. En cambio, tenemos que lamentar con espantosa frecuencia que muchos de quienes siguen el Corán asesinen en su nombre mientras, significativamente, el resto de musulmanes calla.
Es un hecho que el cristianismo se extendió gracias a la sangre de los mártires, mientras que el islam lo hizo por medio de la sangre de los degollados.
La ceguera voluntaria que parece afectarnos se apoya en argumentos falsos que unos aceptan por complicidad, otros por ignorancia y no pocos por miedo. Un miedo que ya enseñorea Europa
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