Un grupo de granjeros blancos protesta por los asesinatos en los últimos meses de granjeros en Sudáfrica.
Un grupo de granjeros blancos protesta por los asesinatos en los últimos meses de granjeros en Sudáfrica.
Aún creemos en cuentos de hadas. Como el de África del Sur: una nación que supo dejar atrás 
el régimen racista del apartheid y que se convirtió en la nación arco iris, un lugar donde todas 
las razas conviven fraternalmente bajo la inspiración de Nelson Mandela y sus chicos del
 Congreso Nacional Africano. Y vivieron felices y comieron perdices.
Este relato, tan bonito y que nos repiten cada vez que lanzamos la mirada hacia Sudáfrica 
tiene un pequeño problema: es falso. Pero lo curioso del caso es que nosotros, especialistas
 en deconstruir todo lo deconstruible y denunciar mitos y supuestas culpas históricas, 
traguemos sin pestañear con el cuento de hadas sudafricano. Nuestro espíritu crítico se
 detiene en el umbral: será que como no podemos echarle las culpas al viejo hombre blanco, 
nuestro villano oficial, preferimos mirar hacia otro lado. Se confirma que nuestra empatía
 e indignación moral es descaradamente selectiva.
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Winnie Madikizela, a la que algunos califican como “madre de la nación” e icono de la lucha contra el racismo, tiene un pasado lleno de sombras que los medios han silenciado
Que preferimos silenciar la realidad para que no nos estropee nuestro bello cuento de hadas s
e hizo evidente en ocasión del reciente fallecimiento de la que fue la segunda mujer de
 Nelson Mandela, Winnie Madikizela. Bastante más joven que el que fuera primer presidente
 negro de África del Sur de 1994 a 1999, la que algunos califican como “madre de la nación
” e icono de la lucha contra el racismo, tiene un pasado lleno de sombras que los medios 
se han encargado de silenciar. Por ejemplo, sus numerosas declaraciones públicas
 justificando el necklacing, la práctica de violencia política consistente en poner 
un neumático al cuello de la victima para después rociarlo de gasolina y prenderle
 fuego (una práctica que, por desgracia, ha sido exportada a otros lugares como 
Haití, Zimbabue o Nigeria). Cientos de víctimas, la mayor parte negras, fueron
 asesinadas con este tipo de linchamiento adoptado por el Congreso Nacional Africano.
Pero el problema con Winnie va más allá de unas declaraciones inapropiadas y llega 
hasta su implicación en la violación, tortura y homicidio de un chico de catorce años, 
James Stompie Seipel (1974-1989), acusado de ser un chivato de la policía. La relación
 final de la “South African Truth and Reconciliation Commission”, la comisión establecida
 por Nelson Mandela para dar luz a los crímenes del periodo del apartheid, publicada en
 1998, declaraba a “la señora Winnie Madikizela Mandela política y moralmente responsabl
e de graves violaciones de los derechos humanos“. Un juicio sobre el que ha caído una
 especie de pacto de silencio y que fue despachado en la prensa con genéricas alusiones a que 
Winnie “se había visto envuelta en algunas polémicas”.
Hay ejemplos más actuales de este silencio que intenta ocultar que el cuento de hadas de
 la República Sudafricana no es tal. Como la votación en el Parlamento, el pasado 27 de
 febrero de 2018, que por 241 votos a favor contra 83 en contra aprobó una reforma del
 artículo 25 de la Constitución sudafricana para permitir la “expropiación” sin
 compensaciones (un verdadero expolio) de las granjas de los granjeros blancos sudafricanos, 
en la actualidad propietarios del 73% de las explotaciones de aquel país.
Medio millón de sudafricanos blancos han abandonado su país (principalmente con destino a Australia) desde la llegada al poder del Congreso Nacional Africano
La medida, que no oculta su carácter racista, esta vez anti-blanco, es de una enorme gravedad. 
Empezando por sus consecuencias más directas: todos los experimentos de este tipo se
 han saldado con tremendos fracasos y hambrunas. Desde el vecino Zimbabue, donde 
la expropiación brutal contra los granjeros blancos a principios de este siglo sumió al 
país en una crisis económica de la que aún no ha salido, hasta la propia Sudáfrica, 
donde las expropiaciones ya realizadas en los últimos 15 años se han saldado con un s
onoro fracaso que se ha caracterizado por una degradación del aparato productivo de 
las mismas y un retorno a una agricultura de subsistencia después del pillaje de sus activos. 
Así pues, los diputados que han votado este nuevo expolio no ignoran que están socavando 
el último sector productivo eficiente y dinámico del país ni que una crisis en el mismo tendrá 
efectos graves en la alimentación no solo de Sudáfrica, sino de toda el África austral 
(Angola, Namibia, Zambia, Mozambique, Botsuana, Zimbabue), sobre la que se cierne 
ahora la amenaza real de la hambruna (recuérdenlo la próxima vez que le pidan colaborar
 económicamente para paliar una hambruna en la región). Poco les parece importar: 
la revancha racial (que, hay que reconocerlo, Nelson Mandela, a pesar de sus graves 
errores iniciales, supo evitar) es más fuerte que la razón. En este clima, no es de extrañar 
el dato del medio millón de sudafricanos blancos que han abandonado su país
(principalmente con destino a Australia) desde la llegada al poder del Congreso Nacional 
Africano. Un flujo que es probable que ahora aumente, aunque por el momento Angela 
Merkel no ha propuesto aún que acojamos a estos refugiados, esta vez reales, pero 
de los que es poco probable que nos hablen los medios. ¿Cómo va a acabar mal nuestro cuento de hadas de
 la nación arco iris?
Pero la realidad, por mucho que se oculte, es la que es. Si el apartheid fue una política 
perversa y desastrosa, abrazar la revancha racial y expoliar a los granjeros blancos sus 
tierras es una profunda injusticia que hundirá aún más a un gran país africano que lo
 tenía todo para convertirse en un modelo de desarrollo pero que ha decidido sumirse
 en una espiral de odio racista y empobrecimiento.