Mitos y falsedades del
independentismo:
Intelectuales, equidistancia e
irresponsabilidad
Intelectuales,
equidistancia e irresponsabilidad (I)
¿Dónde ha estado Serrat todos estos años mientras se impedía estudiar a
los niños de Cornellà en su lengua materna?
Antonio Robles, 25 de septiembre de 2017 a las 08:08
Eduardo
Mendoza, Isabel Coixet y Joan Manuel Serrat.
"No votaré", de Xavier Xardà (El Periódico de Cataluña, 08/07/2017), fue un alegato
breve y rotundo contra las gamberradas del catalanismo descarriado. ¡Qué güay!
¡ya era hora! ¡Mira que le ha costado! ¡Por fin! Estos y otros arranques ponen
en solfa el valor cívico de personajes mediáticos ausentes durante décadas.
Bienvenidos, pero...
No vayan tan deprisa, Sardà, como tantos otros
tibios, equidistantes y dispuestos sin desmayo y en todo momento a contraponer
nacionalistas a fabricantes de independentistas (ya saben, el PP y la caverna
mediática), no saca, sin embargo, las consecuencias adecuadas, ni desautoriza a
los causantes reales de este golpe de Estado institucional con las
descalificaciones que suele reservar a la derecha española; por lo que parece,
los únicos fachas que hay en España. No sé si por ser derecha, por ser
española, o por las dos cosas a la vez.
Su alegato contra el mayor saqueo a la
democracia después del golpe de Estado de Tejero, queda en eso, en un capón a
los gamberretes del catalanismo tronado. Ya saben, como "los chicos de la
gasolina", versión catalana de Arzalluz. Y es que son muchos años de
connivencia, condescendencia y mamoneo con esa atmósfera familiar del
catalanismo que nos ha traído hasta aquí.
En ese dial progresista deambula por el mismo
síndrome de Cataluña la cineasta, Isabel Coixet con el glamour bienintencionado
de la burguesía barcelonesa de izquierdas: "no ser independentista no
significa ser fascista ni de Ciudadanos ni del PP". Ahí la tienen,
acogiéndose a sagrado, sí, pero no, dejando las enaguas del alma al aire en un
artículo por lo demás impecable. "Una visión naíf del referéndum", publicado en El País el pasado 19 de Julio de 2017.
Entiendo que el recurso al estigma de facha
fuera insuperable en los ochenta, incluso a principios de los noventa, pero
después de lo que ha llovido, hacer depender su autoestima, su responsabilidad
intelectual y su hacienda de esa descalificación es inaudito. Y aunar el
apelativo de facha al PP y Cs, patético, pura sumisión al nominalismo
ideológico de los amos de la masía que pretende criticar.
Alguien le tendría que aclarar que el franquismo
no era detestable por ser de derechas, sino por ser una dictadura. ¿O todavía
andan nuestros progres haciendo distinciones entre el franquismo y el
castrismo, entre la monarquía comunista de Corea del Norte y el Chile de
Pinochet? Alguien les debería aclarar que esto no va de ideologías sino de
democracia o nacionalismo.
¡Cuánta falta hace en España una revolución
mental en la izquierda para que tome conciencia del fraude que representa su
falta de beligerancia contra el nacionalismo, su defensa de la igualdad y la
libertad de los individuos concretos por encima de los territorios! Hay otra
izquierda posible, pero sólo será viable si la actual, toma conciencia de la
pájara histórica a la que la indujo el franquismo y la que está ordeñando el
nacionalismo en nombre de los rancios derechos históricos y la
plurinacionalidad.
No me malinterpreten, bienvenidos sean esos dos
arrebatos en momentos decisivos para decantar al respetable, pero falta fineza,
una brizna de humildad y reconocer públicamente (aunque sólo sea por
pedagogía), que si estamos donde estamos es porque miles de silencios como los
suyos, cuando no connivencias, han hecho posible esta zanja en el abismo.
Como los de la mayoría de intelectuales,
artistas y creadores con legitimidad social para oponerse a lo que era evidente
y no lo hicieron. Ahí tienen a un buen ramillete en El País, forzados por Juan
Cruz a comparecer como si no fuera con ellos.
Y no es porque sean tibios de carácter, algunos
construyeron su leyenda intelectual sobre impecables actitudes cívicas en otros
campos. Por ejemplo, Joan Manuel Serrat. ¿Se acuerdan del plante de Eurovisión
en pleno franquismo por no poder hacerlo en catalán cuando la lengua de
millones de catalanes estaba proscrita por las instituciones franquistas?
¿O su lucha en América latina en las peores circunstancias
políticas? ¿Dónde ha estado Serrat todos estos años mientras los sucesivos
gobiernos nacionalistas impedían estudiar a los niños de Cornellà en su lengua
materna, la misma lengua materna que tanto reivindicó para los niños
catalanohablantes cuando la exclusión era al revés? ¿Acaso los niños
castellanohablantes no tienen lengua materna? Su equidistancia es leche mamada
de la neblina nacionalista que envuelve nuestros días:
El Estatuto de Zapatero "desató una guerra
de sordos" en la que el PP intervino alentando "el boicot a los
productos catalanes e instaló mesas contra aquel Estatut". La misma
monserga de los 12 editoriales conjuntos, ni una palabra contra el insoportable
supremacismo cultural y egoísmo identitario de estos espectros nacionalistas
llegados del romanticismo del XIX para sacralizar los territorios. (Perdón,
este artículo fue escrito hace ya más de un mes y medio, 5/agosto/2017,
esperando inútilmente que lo publicara El País, pues en El País salieron los
personajes que aquí se cuestionan.
Y en la espera, nuestro querido Serrat, ¡por
fin! se ha dignado sacar lo mejor de sí, la honestidad, la coherencia, su
compromiso con la libertad, para susurrar que "La convocatoria del
referéndum en Cataluña no es transparente porque está creada con una ley
elaborada por el Parlament pero a espaldas de los demás miembros del
Parlament".
Y digo susurrar porque, a pesar de que su
denuncia hace un daño tremendo a los partidarios del golpe secesionista, deja
demasiadas dudas. ¿Y si se hubiera elaborado sin pisotear las normas del
Parlament, ni del Estatut, y el debido respeto democrático a los demás grupos,
pero a espaldas de la Constitución, hubiera seguido callado? La pregunta no es
retórica, son tiempos donde las medias tintas no valen. O estás con el Estado
de Derecho o contra él. Sobre todo, personas y personajes tan admirables como
él. Sin duda, y a pesar de lo dicho, pondremos Mediterráneo para deleitarnos
con su música y defendernos del pucherazo. Duele recordarle a Serrat estas
cosas, pero es una manera de recordar otros muchos silencios para que, de una
vez, salgan de la comodidad de la equidistancia abstemica que ha denunciado
Fernando Savater.
Eduardo Mendoza se permite incluso aclarar que
no es equidistante, "pero sí entiendo -asegura- las razones y las
sinrazones de unos y de otros". No sé si mucho, porque después de
describir el proceso como un tren que sigue corriendo "pero ya fuera de
las vías" colige que todo es culpa "de haber mezclado todo esto con
el nacionalismo". El nacionalismo "es de otro tiempo y no es
relevante en esta cuestión".
Increíble el autor de La Ciudad de los
Prodigios. ¿Y si el nacionalismo no es la causa de todo esto, qué lo es? Con
tal de no meterse a saco contra la ideología que nos ha traído hasta aquí es
capaz de negar la evidencia con la que convive y no ha combatido.
¿Por qué otorgarán legitimidad cívico-ética a
creadores de éxito por el mero hecho de haber triunfado? Isaac Newton fue un
genio, pero una lamentable persona. Incluso en otros casos, no por ser malas
personas, sino por falta de competencia en el campo de la política.
Ortega y Gasset cuestionó las ideas políticas de
Albert Einstein, no porque fueran buenas o malas, sino porque se les atribuía
el mismo valor que a sus teorías científicas. Al que fuera un superdotado en
física no debía otorgársele per se, sostenía Ortega, legitimidad en aquellas
áreas del conocimiento que no hubiera cultivado o en las que hubiera demostrado
desconocimiento.
La precisión de Ortega viene al caso, y de qué
manera con la mayoría del racimo de intelectuales y artistas recogidos por Juan
Cruz en El País. Con un añadido propio, además del conocimiento, que les sobra
a todos ellos, es necesario el compromiso ético con los mejores valores de la
humanidad.
En realidad, menos Juan Marsé y Nuria Amat el
resto elude señalar el origen del mal y descalificar su existencia, cuando no
justificar sus trampas y sus mantras, como Mario Gas que sigue enquistado en el
derecho a decidir y en la crítica a la judicialización de la política sin responsabilizarse
de su capacidad intelectual para desenmascarar esos dos grandes sofismas.
Incluso, Alex Salmon, periodista profesional que
durante años ha dado la cara con la elegancia de un constructor de puentes, se
hace la pregunta acertada: "¿Cómo hemos llegado a esto?" pero sin
atreverse a pasar de una regañina cariñosa desde el mismo titular:
"Déjenme que les acuse, pero con todo mi amor". Precisamente ese
sacralizado respeto es la acusación más flagrante contra ellos. Teniendo
legitimidad social, no han hecho de ella lo que la responsabilidad cívica les
obligaba. ¡Qué lejos están del "Yo acuso", de Emilie Zola en el caso
Deyfus!
Joan Botella, Javier Mariscal, Francisco Rico,
Jordi Herralde, Valentí Puig, Isabel Coixet (en su última entrevista con Anna Grau
se vuelve a acoger a sagrado con Europa como aspiración, sin atreverse a
nombrar a la España democrática) y Josep Ramoneda, además de los ya citados,
han estado demasiado tiempo callados, y cuando han dicho algo no parecen estar
dispuestos a tomar partido contra el mal. Sean bienvenidos, no obstante, al
ágora de la duda.
Me dijeron:
O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé.
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí,
a su debido tiempo,
brotaron las amapolas.
Gloria Fuertes.
O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé.
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí,
a su debido tiempo,
brotaron las amapolas.
Gloria Fuertes.
A veces el arte, la irresistible fuerza de
palabras hermosas, adornan y justifican la comodidad, el temor, incluso la
cobardía. "Para que triunfe el mal - terció Burke - solo hace falta que
los buenos no hagan nada".
P.D. Sabino Arana o el Doctor Robert fueron
contemporáneos de Miguel de Unamuno, allá por los finales del XIX. Los primeros
defendieron posturas xenófobas, el segundo las combatió. Parece que el contexto
histórico no aplasta a todos por igual. En estos tiempos de adaptación al
paisaje, unos hicieron oír su voz: Santiago Trancón, ya en 1981 (Por la igualdad de los derechos lingüísticos en
Cataluña), Félix de Azúa
también en 1981 (El Titanic), o Albert Boadella, en 1994 (El Virus), y
otros colaboraron con el statu quo: Pepe Rubianes (Carta abierta a Pepe Rubianes) o Isola Passola (L'endemà, un insulto a la inteligencia). Nadie podrá alegar desconocimiento, aunque les sobre pluma para
adornar la ausencia.
A escasos días del 1 de Octubre, la obscena
sarta de mentiras y puñaladas contra el Estado de Derecho de Puigdemont,
Junqueras y TV3, nadie debería consentir que cientos de miles de catalanes bien
intencionados, pero tremendamente manipulados, los conviertan en carne de cañón
contra el resto de ciudadanos.