«Asnos bilingües»
por Juan Manuel de Prada para la revista
XLSEMANAL, artículo publicado el 4/III/2019.
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Hace poco fui invitado por los profesores de un instituto de
Torre Pacheco a impartir una charla a los alumnos de bachillerato. En algún
momento de mi intervención me permití algunas ironías contra la ‘educación
bilingüe’. Y, para mi sorpresa, me tropecé con la complicidad alborozada de los
chavales. Luego me fui a comer con los hospitalarios y amabilísimos profesores
del instituto. Durante la sobremesa, volvió a salir el asunto de la fiebre del
bilingüismo y pude comprobar que todos ellos eran contrarios a esta lamentable
práctica educativa. Y me marché de Torre Pacheco pensando: «Si a los chavales
no les gusta que les expliquen la biología o la geografía en inglés y a sus
profesores tampoco, ¿quién sostiene este invento calamitoso?».
Por supuesto, cuando hablo de bilingüismo no me refiero al
propio de tierras como Cataluña, donde conviven la lengua castellana con la
propia del país (y aclaro, antes de que las hienas empiecen a lanzar sus
dentelladas, que utilizo la palabra sin intenciones políticas); pues este
bilingüismo lo considero muy sano y constitutivo del carácter hispánico. Me
refiero, naturalmente, a esa infausta moda consistente en otorgar el mismo
estatuto a una lengua foránea (que siempre es, por supuesto, el inglés) y a la
lengua materna, con la pretensión de que los alumnos empleen con la misma
desenvoltura una y otra. Esto es una aberración completa, pues las lenguas
maternas son el alma que constituye a los pueblos; mientras que las lenguas
adquiridas son conocimientos que incorporamos por razones instrumentales.
Hablamos en inglés por necesidad profesional, o por imposición de
circunstancias sobrevenidas; hablamos en nuestra lengua materna porque
necesitamos expresar nuestros anhelos y sentimientos más hondos. Las lenguas
maternas son, en fin, el meollo de nuestra genealogía espiritual, el vehículo a
través del cual formamos nuestras estructuras de pensamiento, el cauce a través
del cual expresamos nuestras creencias más hondas, nuestros afectos más
verdaderos, nuestros juicios sobre la realidad. Equiparar una lengua materna
con una lengua de uso instrumental es un completo dislate, que sólo contribuye
a rebajar la consideración que merecen las lenguas maternas como forma de
expresión de nuestra identidad. Así se explica que muchos niños y jóvenes
hablen un español rudimentario con el que ya no pueden expresar reflexiones
elaboradas.
Esta introducción del bilingüismo en la escuela obedece a la
admiración palurda que nuestra clase política profesa a todo lo que huela a
anglosajón; y, por supuesto, a los intereses plutocráticos, que han impuesto el
inglés como koiné o lengua franca universal (de tal modo que se pueda desplazar
geográficamente a los trabajadores al antojo del Dinero). No entraremos a
discutir si el aprendizaje del inglés mejora las posibilidades laborales de un
joven: en muchos casos, sin duda, lo hará; pero sospecho que en otros más bien
facilitará su desarraigo. Naturalmente, nos parece de perlas que nuestros
jóvenes aprendan lenguas foráneas (y no sólo el inglés, por cierto); pero lo
que se nos antoja un completo dislate es que los obliguen a estudiar en inglés
disciplinas fundamentales para su formación. ¿Qué sentido tiene explicar en
inglés la polinización de las plantas o la formación de los continentes? El
profesor tendrá que gastar tiempo y energías para explicar un vocabulario
abstruso (estambres y pistilos, orogénesis y fallas tectónicas), con la
consiguiente rebaja del nivel de conocimientos transmitidos. Al final del
curso, sus alumnos no habrán aprendido nada de geografía ni de biología; y, en
cambio, tendrán la cabeza llena de palabros absurdos que olvidarán a los pocos
meses, por falta de uso. Tal vez esos alumnos lleguen a chapurrear un inglés
comanche; pero serán unos perfectos indocumentados en las disciplinas que les
enseñaron en esta lengua. Y todo ello mientras el conocimiento de su lengua
materna se deteriora.
Y no podemos dejar de considerar la vejación innecesaria que
se inflige a los profesores. Al profesor que enseña Matemáticas o Historia debe
exigírsele que explique con competencia la Revolución Francesa o los números
primos. Y no entendemos la razón por la que un óptimo profesor de Matemáticas o
Historia deba ser sustituido por un mediocre profesor que, sin embargo, habla
estupendamente inglés. Preocupémonos de que nuestras escuelas tengan óptimos
profesores de inglés (y también de otras lenguas extranjeras); pero dejemos que
el aprendizaje de todas las demás disciplinas sea en la lengua materna. De lo
contrario, no haremos sino formar asnos bilingües; y, por añadidura, humillar a
quienes podrían desasnarlos.