El romanticismo: enfermedad del espíritu de hombres y
pueblos
DIVORCIO Y ROMANTICISMO
El presente texto es de ese Cruzado que tuvo el siglo XX, el
brasileño Doctor Plinio Correa de Oliveira. En 1951 el Doctor Plinio lideró una
campaña contra el divorcio y escribió este artículo. Merece que escrutemos, con
la guía del Doctor Plinio, las causas por las cuales se ha instalado el
divorcio en nuestra sociedad, hasta tal punto que incluso en nuestros días es
algo cotidiano, a la vez que fuente de dolor para muchas personas que,
fracasando en su matrimonio, terminan por sumirse en la depresión. El artículo
ofrece así la oportunidad de plantearnos romper con muchos tópicos que
permanecen en la mentalidad de nuestros contemporáneos. La lucidez y claridad
del Doctor Plinio van a iluminar a muchos lectores.
En los compendios se
dice que la escuela romántica ha muerto. Evidentemente, esto es verdad si se
trata de literatura o de arte. Pero, ¿será igualmente verdad si se trata de la
vida? ¿Serán enteramente extraños a los hábitos mentales y afectivos de nuestros
contemporáneos el modo de ser y de sentir que crearon los románticos? En lo que
atañe al matrimonio, ¿será cierto que el comportamiento del hombre actual sufre
de alguna influencia romántica? ¿Y qué relación existe entre esta influencia y
el problema del divorcio?
A LA BÚSQUEDA DEL “ALMA GEMELA”
En primer lugar,
evocamos a ciertos tipos de "Héroes" y "heroínas" del
romanticismo. El "héroe" de género “delicado” podríamos imaginárnoslo
como un joven (ahora, a los 50 años se es cualquier cosa, menos romántico)
grácil, pálido, de rasgos regulares, ojos grandes y melancólicos que se pierden
mirando al vasto horizonte, poéticamente descuidado en el peinado y en el
atavío, el pecho jadea con ardientes aspiraciones, indefinidas, torturantes,
anhelante de una completa felicidad afectiva. Sin embargo es un incomprendido.
En los rincones inexplorados de su personalidad hay horizontes sublimes, hay
anhelos inefables que piden, buscan, imploran la comprensión de una "alma
gemela". Allí deberá existir, en la inmensidad de este mundo un ser hecho
para comprenderlo a él. Búsquelo, porque entonces encontrará la felicidad... y
nostálgico deambula por la vida, hasta que lo encuentra.
EL “HÉROE DE TIPO HORRIBLE”
El héroe romántico de
tipo terrible muestra una diversidad en apariencia física, es idéntico, desde
el punto de vista moral, al modelo descrito más arriba: de hombría exuberante,
de constitución atlética, de una belleza un tanto oscura, según el estilo de
algunos de los personajes de Wagner, rico, de buena posición social, de enorme
influencia, en definitiva posee todo lo que la vida puede ofrecer... Pero en el
corazón tiene una llaga: un ardiente afecto, una tremenda desilusión, una
pesada persuasión y un frío intenso como una lápida sepulcral, pues nunca
encontrará en la tierra la correspondencia afectiva que sueña su corazón.
LA “HEROÍNA”
En simetría es como
se formó la figura de la "heroína", de la cual no sería difícil
evocar a dos modelos característicos. Uno de estos dos es el género
"mignon". Ella es una monada de alma y cuerpo delicados. Cualquier
dolor la hace llorar, cualquier rozadura en su alma la hace su sufrir. Ingenua
como una niña pequeña, lleva en el corazón un inmenso deseo de dedicarse a
alguien y ser amada por alguien. Necesita protección, puesto que su fragilidad
es completa y se refleja en la ternura de su mirada, en las inflexiones
armoniosas de su voz, en la finura de sus rasgos faciales, en la delicadeza
refinada de toda su constitución.
El otro modelo sería
el de la "heroína" del género grande. Una deslumbrante belleza, la
estatura y el porte de reina, el centro natural de atención, de todos los
homenajes, de toda la dedicación, una presencia dominante y fatal. En el
corazón, por supuesto, una cicatriz secreta, una profunda amargura, un dolor
grande y oculto. Es la amargura de una desilusión pasada, a la búsqueda ansiosa
y desesperada de cualquiera que la comprenda realmente. A sus pies, los poetas,
los duques, los millonarios gimen en vano. Su mirada indiferente, altanera,
profunda y entristecida, busca en la distancia, en derredor de su vida, aquello
nunca encontrará. Es la felicidad de un gran afecto, de acuerdo con las
aspiraciones “elevadísimas” y torturantes que le procuran al alma un secreto e
incesante derramamiento de sangre.
MATRIMONIO DE CONVENIENCIA
Tal vez, algunos
lectores se sonreirán. ¿No parece verdad que todo esto ya desapareció? Cuando
uno ve pasar, en su coche de colores festivos, al muchacho o la muchacha de
esta época jovial, deportiva y vitaminada, ¿no podremos pensar que estamos a
kilómetros del romanticismo? El joven actual es robusto, alegre, parece bien
instalado en la vida, con buen sentido práctico y deseoso de triunfar. La joven
de hoy es desenvuelta, emprendedora, práctica y muchas veces audaz. Se la ve a
ella también alegre, se siente bien y quiere disfrutar de la vida. ¿Qué tiene
ella en común con la dama de tipo lacrimógeno que conmovió a nuestros abuelos?
No negamos que el
utilitarismo moderno ha creado un clima de mayor tolerancia para los
matrimonios inspirados por motivos cínicamente económicos. No negamos que el
cálculo respecto a la carrera, la posición social, hogaño influyen con mayor
frecuencia que en los matrimonios de otras épocas. Pero a buen seguro que se
equivocaría aquel que quisiera generalizar en términos absolutos los numerosos
casos concretos que se podrían presentar en este sentido. A despecho de todo el
utilitarismo, el terreno reservado al “sentimiento” continúa siendo muy
considerable. Y, si analizamos este “sentimiento”, veremos que no es otro que
una adaptación muy superficial de los viejos moldes románticos.
MATRIMONIO DE AFECTO
Nuestra era de
democracia no admite ya a personajes más que destacados o excepcionales. El
“héroe” es hoy un “chico popular” y la “heroína” una “chica fascinante”.
Entendámoslo bien, un “chico popular” como otros miles y una “chica fascinante”
como también tantas otras. La existencia tecnificada actual los fuerza a ser
menos asiduos que sus antepasados en materia de devaneos y en las interminables
divagaciones. Todo esto circunscribe de varios modos el ámbito de las efusiones
fantasiosas y sentimentales. Sin embargo, aunque hagamos todas estas reservas,
cada vez que ellos se ocupan del amor, se trata del mismo sentimentalismo
empalagoso, son los mismos vagos anhelos, las mismas incomprensiones, la misma
afinidad, los mismos sobresaltos, las mismas crisis, las mismas ansias de
felicidad afectiva sin límites, y la crónica precariedad de toda esta
“felicidad”. No queremos hacer aquí un estudio psicológico de la producción
literaria y artística más o menos de segunda clase que cunde por el mundo. Y
que forma efectivamente el espíritu de la masa. Bastará que nuestro lector
tenga un poco de sentido de esta realidad que en todo momento lo circunda, para
percibir lo cabales que son nuestras apreciaciones. De hecho, la gran mayoría
de los matrimonios que se efectúan por motivos afectivos se construyen hoy en
día sobre la base de sentimientos absolutamente imbuidos de sentimentalismo
romántico.
EL ROMÁNTICO VIVE “EN LA NOVELA”
Y he aquí el
problema. Si algunos matrimonios vienen a consumarse por interés y otros por
afecto, y si los que se hacen por afecto generalmente se hacen bajo la
influencia del romanticismo, la cuestión de la estabilidad de la convivencia
conyugal depende de saber hasta qué punto el interés o el romanticismo pueden
llevar a los cónyuges a soportarse mutuamente.
No hablemos del
interés, puesto que el asunto es suficientemente claro. Hablemos del
romanticismo. Lo primero de todo, acentuemos que el romanticismo es
esencialmente frívolo. Supone de buen grado, las mayores virtudes tanto en la
“heroína” como en el “héroe”. Pero, en el fondo, esas virtudes pesan realmente
muy poco en la balanza como factor de supervivencia del recíproco afecto. De
hecho, el romanticismo perdona generalmente, sin que le cueste mucho esfuerzo,
defectos morales reales, ingratitudes, injusticias, y hasta traiciones. Pero no
perdona la trivialidad. De modo que, para llegar a la carne viva del problema
hay que usar ejemplos- un modo grotesco de roncar durante el sueño, el mal
aliento, cualquier otra miseria humana de las menudas, al cabo, puede matar sin
apelación un sentimiento romántico… Que buenamente resistiría a otras razones
mucho más graves para quejarse. Ahora bien, la vida humana es un entramado de
trivialidades, y no hay persona alguna que en la intimidad no tenga algo más o
menos difícil de soportar. Por eso se volvió banal hablar de las desilusiones,
después de la luna de miel. “Pasado ese período” –me dijo una vez uno- “mi
mujer no me dejó insatisfecho nunca, pero sí me colmó de desilusiones”. Y como
el romanticismo por esencia y definición está todo él hecho de ilusiones, de
afectos descontrolados e hipotéticos sobre personas que sólo existen en el
mundo de la quimera, la consecuencia es que a poco tiempo el sentimiento que
era la única base psicológica de la estabilidad de la convivencia conyugal se
esfumó.
RETORNAR A LA REALIDAD
Naturalmente una
persona, en estas condiciones, no desciende al fondo de las cosas, no percibe
lo que hay de sustancialmente irrealizable en sus anhelos, y juzga pura y
simplemente que se engañó. Entonces cree que puede encontrar en otra persona la
felicidad que el matrimonio anterior no le pudo dar. Acostumbrada a vivir única
y exclusivamente para su propia felicidad, habituada a ver la felicidad
realizada sólo y exclusivamente en la satisfacción de sus devaneos
sentimentales, tal persona juzgará su vida inexorablemente destruida, si no la
satisface de otro modo. Y juzgará que igualmente destruida estará la vida de
todas las numerosas personas que cayeron en la misma “equivocación”. De ahí que
el divorcio le parecerá tan absolutamente necesario como el aire, el pan y el
agua.
A una persona en este
estado de alma, ¿qué argumentación seria contra el divorcio, por reforzada que
esté con el lenguaje yerto de las estadísticas, la va a impresionar?
Acostumbrada a divagar, y no a pensar, esta persona detesta todo tipo de argumentación
y mucho más si la argumentación es seria. El lenguaje de los números le parece
ridículo en materia como ésta. Hablar de sociología a propósito del matrimonio
y el amor se le figura tan chocante como si se le habla de tema más técnicos de
botánica a un poeta absorto en la contemplación de la belleza de una flor.
Ahora se comprende,
por lo tanto, que la campaña anti-divorcista, rigurosamente coherente en todos
sus argumentos, da palos de ciego en un blanco errado, tratando de convencer,
con argumentos fundados en la moral y en el bien del país, a gentes que está
únicamente preocupada de lograr su felicidad individual en un mondo de sueños y
de quimeras.
SOBRE EL EGOÍSMO NADA SE CONSTRUYE… Y MENOS TODAVÍA, LA
FAMILIA
Y llegamos al final.
En último análisis, el romanticismo es egoísmo en estado puro. El romántico no
busca sino su propia felicidad. Y solamente concibe el amor en la medida en que
el otro sea un instrumento adecuado para hacerlo feliz. Esta felicidad afectiva
la desea de modo tan exclusivo que, dándole rienda suelta a su sentimiento,
saltará por encima de todas las barreras de la moral, le importará un bledo
todas las conveniencias del bien común, y satisfará brutalmente sus instintos.
Sobre el egoísmo nada puede construirse… Y mucho menos la familia.
Es necesario, pues,
lanzar una tremenda ofensiva anti-romántica, para mostrar la sustancial
diferencia que hay entre la caridad cristiana –toda ella hecha de espíritu
sobrenatural, de sentido común, de equilibrio de alma, de triunfo sobre el
desorden de la imaginación y de los sentidos, toda ella hecha de piedad y
ascesis, contra el amor sensual y egoísta, descontrolado, hecho de
sentimentalismo romántico que todavía está en boga. Es falso imaginar que los
verdaderos esposos cristianos son héroes de novela, que por una feliz
coincidencia lograron consumar un auténtico matrimonio, según el Derecho
Canónico, como un paso prelimar para satisfacer sus pasiones, pero que llevan
al tálamo conyugal el mismo estado de espíritu, el mismo egoísmo, la misma
ausencia de espíritu de mortificación de cualquier aventura amorosa.
Mientras que el
concepto sentimental-romántico influya, implícita o explícitamente, en la
mentalidad de los contrayentes, todo matrimonio de hoy en día será precario,
porque habrá sido construido sobre un terreno esencialmente meloso, movedizo,
volcánico, del egoísmo humano.
Se dice, por
costumbre, que la familia es la base de la sociedad. Los matrimonios nacidos
del sentimentalismo egoísta y romántico son la base de la Ciudad del Demonio,
en la que el amor del hombre a sí mismo lo lleva a olvidar a Dios. Y los
matrimonios nacidos del amor de Dios, y del amor sobrenaturalmente santo al
prójimo, hasta el olvido de sí mismo, son la única base sobre la que se edifica
la Ciudad de Dios.
RAIGAMBRE
http://movimientoraigambre.blogspot.com.es/