Los hermanos Marx.
Sobre todo, la foto, que los procesos revolucionarios postmodernos no se hacen con sangre, sudor y lágrimas, sino con un buen ‘book’ con los podados convenientes. Rajoy cumplió y los secesionistas tuvieron su narrativa completita, como si hubiera corrido a cargo de Hollywood, para entregar a los medios.
Y, bueno, ya conocen esa parte de la historia: somos oficialmente los malos. Si no me cree, abra cualquier periódico de fuera o ponga la CNN, si tiene estómago. No negaré que mi lado más malvado se regocija con el asombro de tanto progre que ha hecho siempre sus deberes para no salirse nunca de las líneas rojas del pensamiento único y que hoy, de sopetón, se encuentra en el bando de los ‘opresores’ sin comerlo ni beberlo.
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La cosa es que la Moncloa parece anclada en esquemas del Siglo XIX (“mandamos a los guardias y esto se arregla en un pispás; es la ley, ¿no?”) mientras sus enemigos se han leído y aprendido el Manual de la Revuelta Postmoderna, que tiene poco que ver con las barricadas de verdad y mucho las relaciones públicas.
Si tenemos que encontrarles paralelismo ideológico en la historia reciente tendríamos que remontarnos a Pol Pot, sus Jemeres Rojos y su Año Cero
Pero quienquiera que haya estado atento estos días y tenga ciertas nociones de historia quizá haya reparado en un error de bulto de estos revolucionarios de sofá.
La cosa va como sigue: este proceso está dirigido y planeado desde los despachos del poder. Quienes mueven los hilos no son revolucionarios desharrapados conspirando en un húmedo sótano, sino los que ya, de hecho, gobiernan el Cataluña. Es una revolución desde arriba, y quienes la llaman a la desobediencia aun hoy esperan ser lealmente obedecidos.
Pero una revolución necesita masa y conflicto, y eso deja perdidas las chaquetas de hilo que usa esta gente, así que dejan la parte aguerrida y propiamente revolucionaria a quienes han nacido para esto, los chicos de las CUP.
Los conoce un poco por encima, ¿no? Son como los podemitas, pero menos de diseño. Llamarlos comunistas es quedarse cortísimo. Si tenemos que encontrarles paralelismo ideológico en la historia reciente tendríamos que remontarnos a Pol Pot, sus Jemeres Rojos y su Año Cero.
Tienen opiniones tan pintorescas como que sería mejor que tuviéramos los hijos al modo tribal, un poco de toda la tribu, o que sustituyamos compresas y tampones por esponjas naturales. Vamos, la última fauna que una imagina a menos de diez metros de un señor tan fino y pulcro como Artur Mas.
De hecho, su única sintonía está en la ‘construcción nacional’, eufemismo donde los haya porque construir, lo que se dice construir, ni un ladrillo: todo es más bien una sesión continua de demolición de la convivencia.
En suma, para los hombres de corbata, los ‘cuperos’, son el equipo de demolición, carne de barricada, la jauría que echar contra los enemigos sin tener que mancharse las manos. Y ese es su error.
Los cuperos son, sí, ardientes partidarios de romper con España, pero no tanto por nacionalismo y amor a los colores como por ver en ello la ocasión ideal para hacer la soñada revolución social.
El orondo botiguer indepe que imagina una Suiza de bajos impuestos se encontrará en medio de un proceso revolucionario que no va a gustarle nada
Naturalmente, los muñidores de esta revolución, como los de cualquiera en la historia, están muy seguros de que, cuando acabe la función y hayan cumplido su cometido, podrán devolver a la perrera a sus mastines de guerra. Eso pensaba Kerenski. Y los perfumados diputados de los Estados Generales en la Francia de 1789. 
Quien hace y aparece no se va a conformar, en caso de victoria, con una palmadita en la espalda. Harán valer contra el nuevo poder las mismas armas que usaron contra el Estado, se cobrarán su libra de carne y seguirán adelante con su revolución.
Y el orondo ‘botiguer’ indepe que sueña con algo rapidito e incruento -de su sangre, al menos- para llegar a esa lírica Itaca que en realidad imaginan como una Suiza de bajos impuestos; ese burgués que tiene casita en el Ampurdán y vive en una de las sociedades más prósperas, libres, garantistas y seguras de Europa mientras exclama que “no podemos estar peor”, se encontrará de golpe en medio de un proceso revolucionario que, auguro, no va a gustarle nada.