¿Cuánto
paga?
Bajo
el amparo del Gobierno se puede jugar fuerte. Su tapadera ofrece una variedad
enorme de actividades delictivas con cobertura legal
Juan José Millás 7 DIC 2012 - 00:02 CET
De los negocios limpios que encubren actividades sucias
se suele decir que son una tapadera. Las hay de todos los tamaños, desde el
puesto de pipas que da salida al tabaco de contrabando, a la banca que blanquea
la pasta grande del crimen organizado u Estado paralelo. Entre un extremo y
otro discurre una cremallera cuyos dientes pertenecen, de forma alternativa, al
Estado legal y al paralelo. Ninguno es nada sin el otro. Si de aquí a mañana
cesara en todas sus actividades el Estado bis, el legal se vendría abajo sin
remedio. En nuestras fantasías infantiles, las tapaderas estaban formadas por
bares, restaurantes o salas de juego. No se nos ocurría pensar que la mercería
de la esquina o la churrería del mercado pudieran ocultar, bajo los productos
que les eran propios, otros de distinta naturaleza. A la tapadera, en todo
caso, se le acaba notando que es una tapadera porque la dirige un tío que en
agosto se sube las solapas de la gabardina. Estamos hablando de esos
restaurantes vacíos, de esas tiendas de lujo en las que no entra nadie, de esos
concesionarios de coches que no venden coches… Ahora bien, la mejor tapadera es
la tapadera de acero inoxidable, también llamada democrática: A mí me han
votado.
Quiere decirse que, si uno ha decidido dedicarse al robo
con garantías jurídicas, el Gobierno es la mejor de todas las tapaderas
posibles. Bajo el amparo del Gobierno se puede jugar fuerte. Su tapadera ofrece
una variedad enorme de actividades delictivas con cobertura legal. No es fácil
decidir, por ejemplo, de qué lado de la cremallera cae el diente que acaba de
dar un mordisco a las pensiones. Podría parecer que cae del lado de la
tapadera, que es el Gobierno, pero quizá haya sido una orden de la delincuencia
organizada. La pregunta es cuánto paga el gobierno paralelo al legítimo por sus
servicios.