La política como ilusionismo
El gobierno ha puesto en práctica algo sorprendente: la política como ilusionismo.
El Ejecutivo inventa, creando de la nada, problemas que no existen, y una vez
creados virtualmente –porque ciertamente siguen sin ser problemas reales- los
resuelve mágicamente en su propio beneficio.
Los políticos hasta hace bien poco trataban de gestionar los asuntos de la res publica. Sobre todo aquellos
temas que más preocupaban a la gente y que por lo mismo tenían más potencial incidencia electoral.
Trataban –con más o menos inteligencia, con más o menos torpeza- de solucionar, al menos en parte,
problemas reales de la sociedad: el desempleo, la sanidad, la educación, las infraestructuras,… así como
crear un clima de confianza para inversores, mejorar las condiciones del mercado y un larguísimo
etcétera. Si lo hacían medianamente bien se les volvía a votar, y si no lo hacían tan bien o metían
la pata en un asunto sensible, se les castigaba y se votaba a otros. Parece todo muy obvio.
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Pero resulta que la política que lleva a cabo el actual gobierno ya no se rige en gran parte por estos
principios elementales de atención a la realidad, a los problemas reales de la gente.
El gobierno ha puesto en práctica algo sorprendente: la política como ilusionismo. El Ejecutivo inventa,
creando de la nada, problemas que no existen, y una vez creados virtualmente –porque ciertamente
siguen sin ser problemas reales– los resuelve mágicamente en su propio beneficio. A diferencia de
otros gobiernos, este dedica mucho tiempo, energía y dinero a afrontar falsos problemas, sacados
de la chistera por arte de magia.
Por ejemplo, ¿cuántos españoles estaban realmente contrariados y preocupados por la ubicación de los
restos del general Franco? ¿Cuántos se sentían humillados y agraviados por la sepultura en la sierra de
Guadarrama de este Jefe de Estado que murió hace más de cuarenta años? Sinceramente, a nadie le
importaba un bledo, por decirlo con toda claridad.
Esta estrategia consiste en crearse enemigos fáciles de vencer, para dar una rentable imagen de poder y determinación. Pero casi siempre este recurso a la tinta del calamar se suele emplear para disimular una debilidad real
El gobierno decidió un día en un despacho crear un importante problema ficticio, lo ha proclamado
prioridad absoluta de su agenda, ha llenado las portadas de los periódicos, ha generado declaraciones y
debates y ha complicado la existencia hasta del mismísimo Tribunal Supremo, que tiene infinidad de
asuntos pendientes reales.
Lo mismo ha hecho, por poner otro ejemplo, con la Iglesia católica, que es blanco fácil porque no
se queja. Comprueban que en España no ha habido casos de pederastia por parte del clero comparables
cuantitativamente con Boston, Irlanda u otros lugares. Y deciden crear ese problema, hasta el punto de
que un diario afín al gobierno abre una “ventanilla de denuncias”. Se crea un gran revuelo, y sobre
todo se airea una imagen falsa de la Iglesia, afectada por el famoso refrán de “calumnia que algo queda”.
Y lo mismo con el IBI, con los acuerdos Iglesia-Estado, etc… cosas que están ahí, funcionando
con normalidad desde hace tiempo, desproblematizadas, y que de la noche a la mañana, otra vez por
arte de magia, se convierten en graves problemas mediáticos sobre los que el gobierno hace pública
su firme voluntad de solucionar.
Y mientras tanto, los problemas reales que afectan a los españoles, como por ejemplo el independentismo,
están prácticamente intactos desde que el gobierno se hizo con el poder.
Esta estrategia consiste en crearse enemigos fáciles de vencer, para dar una rentable imagen de poder y
determinación. Pero casi siempre este recurso a la tinta del calamar se suele emplear para disimular una
debilidad real, como la que tiene el gobierno en número de escaños. Incluso la dictadura argentina fue
capaz de llevar a su pueblo a una guerra terrible, haciendo de las Malvinas un problema –que no lo era
para nadie- para distraer la atención de los problemas reales de la nación.
Lo realmente preocupante de esta forma irresponsable y maquiavélica de entender la política es que
tiene consecuencias. Volver a poner a Franco encima de la mesa puede reabrir heridas que están ya
prácticamente cerradas; poner en el punto de mira al clero, como potencial depredador de menores es
una irresponsabilidad moral que puede tener irreversibles consecuencias para muchas personas inocentes, etc…
Pero todas estas consecuencias tienen un factor común: alimentar la división entre los españoles y el
guerracivilismo. Dicho de otra forma, tirar por tierra el espíritu de la Transición. Exactamente lo que
desea Pablo Iglesias. No ha necesitado llegar a Moncloa para poner en práctica su filosofía política
dialéctica de fondo. Y si sale mal, la factura la paga Sánchez, el mago.