El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en una rueda de prensa en Bruselas.
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en una rueda de prensa en Bruselas.
Los políticos hasta hace bien poco trataban de gestionar los asuntos de la res publica. Sobre todo aquellos
 temas que más preocupaban a la gente y que por lo mismo tenían más potencial incidencia electoral.
Trataban –con más o menos inteligencia, con más o menos torpeza- de solucionar, al menos en parte, 
problemas reales de la sociedad: el desempleo, la sanidad, la educación, las infraestructuras,… así como 
crear un clima de confianza para inversores, mejorar las condiciones del mercado y un larguísimo 
etcétera. Si lo hacían medianamente bien se les volvía a votar, y si no lo hacían tan bien o metían 
la pata en un asunto sensible, se les castigaba y se votaba a otros. Parece todo muy obvio.
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Pero resulta que la política que lleva a cabo el actual gobierno ya no se rige en gran parte por estos 
principios elementales de atención a la realidad, a los problemas reales de la gente.
El gobierno ha puesto en práctica algo sorprendente: la política como ilusionismo. El Ejecutivo inventa, 
creando de la nada, problemas que no existen, y una vez creados virtualmente –porque ciertamente 
siguen sin ser problemas reales– los resuelve mágicamente en su propio beneficio. A diferencia de 
otros gobiernos, este dedica mucho tiempo, energía y dinero a afrontar falsos problemas, sacados
 de la chistera por arte de magia.
Por ejemplo, ¿cuántos españoles estaban realmente contrariados y preocupados por la ubicación de los
 restos del general Franco? ¿Cuántos se sentían humillados y agraviados por la sepultura en la sierra de
 Guadarrama de este Jefe de Estado que murió hace más de cuarenta años? Sinceramente, a nadie le
 importaba un bledo, por decirlo con toda claridad.
Esta estrategia consiste en crearse enemigos fáciles de vencer, para dar una rentable imagen de poder y determinación. Pero casi siempre este recurso a la tinta del calamar se suele emplear para disimular una debilidad real
El gobierno decidió un día en un despacho crear un importante problema ficticio, lo ha proclamado
 prioridad absoluta de su agenda, ha llenado las portadas de los periódicos, ha generado declaraciones y
 debates y ha complicado la existencia hasta del mismísimo Tribunal Supremo, que tiene infinidad de
 asuntos pendientes reales.
Lo mismo ha hecho, por poner otro ejemplo, con la Iglesia católica, que es blanco fácil porque no 
se queja. Comprueban que en España no ha habido casos de pederastia por parte del clero comparables 
cuantitativamente con Boston, Irlanda u otros lugares. Y deciden crear ese problema, hasta el punto de 
que un diario afín al gobierno abre una “ventanilla de denuncias”. Se crea un gran revuelo, y sobre 
todo se airea una imagen falsa de la Iglesia, afectada por el famoso refrán de “calumnia que algo queda”.
Y lo mismo con el IBI, con los acuerdos Iglesia-Estado, etc… cosas que están ahí, funcionando 
con normalidad desde hace tiempo, desproblematizadas, y que de la noche a la mañana, otra vez por 
arte de magia, se convierten en graves problemas mediáticos sobre los que el gobierno hace pública 
su firme voluntad de solucionar.
Y mientras tanto, los problemas reales que afectan a los españoles, como por ejemplo el independentismo, 
están prácticamente intactos desde que el gobierno se hizo con el poder.
Esta estrategia consiste en crearse enemigos fáciles de vencer, para dar una rentable imagen de poder y 
determinación. Pero casi siempre este recurso a la tinta del calamar se suele emplear para disimular una
 debilidad real, como la que tiene el gobierno en número de escaños. Incluso la dictadura argentina fue
 capaz de llevar a su pueblo a una guerra terrible, haciendo  de las Malvinas un problema –que no lo era 
para nadie- para distraer la atención de los problemas reales de la nación.
Lo realmente preocupante de esta forma irresponsable y maquiavélica de entender la política es que 
tiene consecuencias. Volver a poner a Franco encima de la mesa puede reabrir heridas que están ya
 prácticamente cerradas; poner en el punto de mira al clero, como potencial depredador de menores es 
una irresponsabilidad moral que puede tener irreversibles consecuencias para muchas personas inocentes, etc…
Pero todas estas consecuencias tienen un factor común: alimentar la división entre los españoles y el 
guerracivilismo. Dicho de otra forma, tirar por tierra el espíritu de la Transición. Exactamente lo que 
desea Pablo Iglesias. No ha necesitado llegar a Moncloa para poner en práctica su filosofía política
 dialéctica de fondo. Y si sale mal, la factura la paga Sánchez, el mago.