Cómo la yijad está cambiando a
Europa
Opinión / 24 Agosto, 2017
La
yijad o guerra santa es un componente esencial del islam, tanto en el sentido
de lucha interior por purificarse al modo musulmán como de lucha exterior para
expandir e imponer su religión.
El islam siempre fue una religión de conquista. Por eso son tan escasas y ralas
las manifestaciones de musulmanes contra el terrorismo yijadista y tantas las
que pregonan la conquista de Europa. Y por eso resultan tan patéticas las
afirmaciones — bienintencionadas en unos casos y sospechosamente “ingenuas” en
otros– de que los terroristas son muy pocos, que perjudican más a los
musulmanes, o que islam equivale a paz.
El islam divide el
mundo entre la “Casa” (territorio) de la paz, donde rige la ley de Mahoma, y la
“Casa” de la guerra, el territorio infiel; también la Casa de la tregua, de
pactos con infieles, con sumisión o inferioridad de estos. Algunos sostienen
que esa división es histórica y no actual, al haber aceptado los países
musulmanes a la ONU y sus presupuestos nominalmente pacíficos. Esto es
ridículo. Hay que decir que los países islámicos, entre los cuales y en el seno
de los cuales debería reinar la paz, han sufrido y sufren numerosas y violentas
divisiones y guerras desde hace siglos, no interrumpidas por la creación de la
ONU. Y que la hostilidad hacia los cristianos, tradicionales enemigos,
se mantiene y crece en la actualidad.
Durante decenios se ha
creído que los musulmanes se occidentalizarían progresivamente, pero eso
ocurría, con más apariencia que realidad, hasta los años 70. Desde
entonces el proceso se ha dado por fracasado y se ha invertido. La civilización
europea solo atrae a los islámicos por sus ventajas materiales, pero la
desprecian como decadente y enferma. Por lo demás, al etiquetarla como
cristiana y “cruzada” caen involuntariamente en el humor negro. Las políticas
de la UE son intensamente cristianófobas e islamófilas, aspiran a convertir las
ideas LGTBI o el abortismo y la inmigración en los valores propiamente
europeos, y utilizan la creciente presencia musulmana, so pretexto de
“multiculturalismo”, como ariete contra el cristianismo, en especial la Iglesia
católica. Siempre se olvida que las ideas hoy predominantes entre los
políticos europeos consideran a la Iglesia como una barrera contra el
progreso y la libertad, una barrera a derribar, por tanto.
El
problema se ha acentuado porque la UE, por medio de la OTAN, no ha cesado de
provocar convulsiones en países islámicos, so pretexto de democratizarlos. Esas agresiones han motivado riadas de refugiados o
simples inmigrantes que no albergan ningún buen deseo hacia Europa, como se encargan
de demostrar a menudo. Muchos europeos se alarman pensando en el momento en que
los musulmanes lleguen a ser mayoría en varios países; y no solo por la
inmigración y la procreación, porque en países como Inglaterra crecen las
conversiones, con llamativa mayoría de mujeres.
En
realidad no les hace falta ser mayoría para estar cambiando ya en profundidad
el paisaje cultural y político del continente.
Algunos son cambios de aspecto menor: mayor vigilancia a todos los niveles,
presencia del ejército en las calles, bolardos y obstáculos en las arterias
urbanas, etc. Pero son hechos que van transformando nuestra manera de vivir,
casi inadvertidamente. Un dato aún más siniestro, por invisible, es el efecto
moral de las espeluznantes imágenes de los asesinatos del Estado islámico y
otros grupos: esas imágenes van siendo absorbidas casi como naturales por la
población, parte de la cual tiende a verlas con actitud sumisa, incluso
positivamente. Obsérvese además la indiferencia con que la gran mayoría de la opinión
europea presencia las persecuciones y asesinatos de cristianos o de yazidíes
, con rápida disminución de la presencia cristiana en Oriente Próximo
mientras crece imparablemente la musulmana en Europa.
Y
más allá de lo anterior, la yijad está acentuando y radicalizando en Europa una
división política y social que venía de antes. Por una parte están, con enorme poder político y
mediático, quienes tratan de crear una nueva Europa cuyas señas de identidad
serían las ideologías LGTBI con sus consecuencias de abortismo, homosexismo,
corrosión de la familia y de los derechos de los niños, fracaso matrimonial y
familiar, “lucha de sexos”, vistos como “costes del progreso” y “expresiones de
libertad”, etc. Con ellos va el multiculturalismo y la islamofilia, mientras
intentan paralizar toda reacción acusándola de “islamófoba”, típica palabra
policía. Y por otra parte está el número creciente de personas que se
sienten cada vez más amenazadas porque siguen considerándose
cristianas o al menos no cristianófobas, porque aprecian y aman sus culturas
nacionales y la moral tradicional, así como los rasgos culturales europeos
forjados a lo largo de dos milenios. Estos perciben cómo están siendo
desplazadas sus creencias, ideas y cultura, objeto de burlas y ataques constantes
en todo tipo de medios. Desplazadas incluso, en algunas zonas, las
poblaciones autóctonas, sustituidas por las inmigrantes.
Se
trata de una crisis de civilización, realmente, so pretexto de una supuesta
democracia, palabra mágica de la que se han apoderado los multiculturalistas y
que les ha servido también para llevar la guerra civil y el caos a Afganistán,
Irak, Libia o Siria, o el golpe militar a Egipto. Como señalé en La guerra civil y los
problemas de la democracia en España, de pocos conceptos se ha venido
abusando más que el de democracia, que requiere una redefinición antes de que
con su utilización demagógica nos lleven al desastre algunos fanáticos
iluminados. Porque otro rasgo de este proceso es la creciente infantilización
de la sociedad mediante una manipulación mediática que oculta lo que quiere y
presenta la realidady la historia al revés: lo vemos todos los días en relación
con la yijad con un buenismo falsario.
Y un dato a tener en
cuenta, aunque poco advertido: por primera vez en las últimas elecciones de Usa
los medios de masas han estado en bloque contra Trump, exactamente como
en los regímenes totalitarios. Y en España los cuatro partidos más los
separatistas son ideológicamente casi idénticos, en realidad un solo
partido con variantes mínimas. Es un proceso de degradación de la
democracia que requiere reflexión y acción.