viernes, 25 de agosto de 2017

Cómo la yijad está cambiando a Europa (Pío Moa)


Cómo la yijad está cambiando a Europa

Opinión / 24 Agosto, 2017
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La yijad o guerra santa es un componente esencial del islam, tanto en el sentido de lucha interior por purificarse al modo musulmán como de lucha exterior para expandir e imponer su religión. El islam siempre fue una religión de conquista. Por eso son tan escasas y ralas las manifestaciones de musulmanes contra el terrorismo yijadista y tantas las  que pregonan la conquista de Europa. Y por eso resultan tan patéticas las afirmaciones — bienintencionadas en unos casos y sospechosamente “ingenuas” en otros– de que los terroristas son muy pocos, que perjudican más a los musulmanes, o que islam equivale a paz.
El islam divide el mundo entre la “Casa” (territorio) de la paz, donde rige la ley de Mahoma, y la “Casa” de la guerra, el territorio infiel; también la Casa de la tregua, de pactos con infieles, con sumisión o inferioridad de estos. Algunos sostienen que esa división es histórica y no actual, al haber aceptado los países musulmanes a la ONU y sus presupuestos nominalmente pacíficos. Esto es ridículo. Hay que decir que los países islámicos, entre los cuales y en el seno de los cuales debería reinar la paz, han sufrido y sufren numerosas y violentas divisiones y guerras desde hace siglos, no interrumpidas por la creación de la ONU. Y que la hostilidad hacia los cristianos, tradicionales enemigos, se mantiene y crece en la actualidad.
Durante decenios se ha creído que los musulmanes se occidentalizarían progresivamente, pero eso ocurría, con más apariencia que realidad, hasta los años 70. Desde entonces el proceso se ha dado por fracasado y se ha invertido. La civilización europea solo atrae a los islámicos por sus ventajas materiales, pero la desprecian como decadente y enferma. Por lo demás, al etiquetarla como cristiana y “cruzada” caen involuntariamente en el humor negro. Las políticas de la UE son intensamente cristianófobas e islamófilas, aspiran a convertir las ideas LGTBI o el abortismo y la inmigración en los valores propiamente europeos, y utilizan la creciente presencia musulmana, so pretexto de “multiculturalismo”, como ariete contra el cristianismo, en especial la Iglesia católica. Siempre se olvida que las ideas hoy predominantes entre los políticos europeos consideran a la Iglesia como una barrera contra el progreso y la libertad, una barrera a derribar, por tanto.
El problema se ha acentuado porque la UE, por medio de la OTAN, no ha cesado de provocar convulsiones en países islámicos, so pretexto de democratizarlos. Esas agresiones han motivado riadas de refugiados o simples inmigrantes que no albergan ningún buen deseo hacia Europa, como se encargan de demostrar a menudo. Muchos europeos se alarman pensando en el momento en que los musulmanes lleguen a ser mayoría en varios países; y no solo por la inmigración y la procreación, porque en países como Inglaterra crecen las conversiones, con llamativa mayoría de mujeres.
En realidad no les hace falta ser mayoría para estar cambiando ya en profundidad el paisaje cultural y político del continente. Algunos son cambios de aspecto menor: mayor vigilancia a todos los niveles, presencia del ejército en las calles, bolardos y obstáculos en las arterias urbanas, etc. Pero son hechos que van transformando nuestra manera de vivir, casi inadvertidamente. Un dato aún más siniestro, por invisible, es el efecto moral de las espeluznantes imágenes de los asesinatos del Estado islámico y otros grupos: esas imágenes van siendo absorbidas casi como naturales por la población, parte de la cual tiende a verlas con actitud sumisa, incluso positivamente. Obsérvese además la indiferencia con que la gran mayoría de la  opinión europea presencia las persecuciones y asesinatos de cristianos o de yazidíes , con rápida disminución de la presencia cristiana en Oriente Próximo mientras crece imparablemente la musulmana en Europa.
Y más allá de lo anterior, la yijad está acentuando y radicalizando en Europa una división política y social que venía de antes. Por una parte están, con enorme poder político y mediático, quienes tratan de crear una nueva Europa cuyas señas de identidad serían las ideologías LGTBI con sus consecuencias de abortismo, homosexismo, corrosión de la familia y de los derechos de los niños, fracaso matrimonial y familiar, “lucha de sexos”, vistos como “costes del progreso” y “expresiones de libertad”, etc. Con ellos va el multiculturalismo y la islamofilia, mientras intentan paralizar toda reacción acusándola de “islamófoba”, típica palabra policía. Y por otra parte está el número creciente de personas que se sienten cada vez más amenazadas porque siguen considerándose cristianas o al menos no cristianófobas, porque aprecian y aman sus culturas nacionales y la moral tradicional, así como los rasgos culturales europeos forjados  a lo largo de dos milenios. Estos perciben cómo están siendo desplazadas sus creencias, ideas y cultura, objeto de burlas y ataques constantes en todo tipo de medios. Desplazadas incluso, en algunas zonas,  las poblaciones autóctonas, sustituidas por las inmigrantes.
Se trata de una crisis de civilización, realmente, so pretexto de una supuesta democracia, palabra mágica de la que se han apoderado los multiculturalistas y que les ha servido también para llevar la guerra civil y el caos a Afganistán, Irak, Libia o Siria, o el golpe militar a Egipto. Como señalé en La guerra civil y los problemas de la democracia en España, de pocos conceptos se ha venido abusando más que el de democracia, que requiere una redefinición antes de que con su utilización demagógica nos lleven al desastre algunos fanáticos iluminados. Porque otro rasgo de este proceso es la creciente infantilización de la sociedad mediante una manipulación mediática que oculta lo que quiere y presenta la realidady la historia al revés: lo vemos todos los días en relación con la yijad con un buenismo falsario.
Y un dato a tener en cuenta, aunque poco advertido: por primera vez en las últimas elecciones de Usa los medios de masas han estado en bloque contra Trump, exactamente como en los regímenes totalitarios. Y en España los cuatro partidos más los separatistas son ideológicamente casi idénticos, en realidad un solo partido con variantes mínimas. Es un proceso de degradación de la democracia que requiere reflexión y acción.