martes, 31 de diciembre de 2019

Pereza digital e intelectual sobre el asunto catalán

Pereza digital e intelectual

 sobre el asunto catalán

A pesar de la falta de filtros en Internet o de la abundancia 

de 'fake news', 

no es tan complicado encontrar verdades básicas sobre 

cuestiones

 importantes. Aunque no se haga...




Hace poco un profesor norteamericano de una universidad de la Ivy League, de paso por Madrid, vino a cenar a mi casa con su mujer. Amigos de amigos. Antes incluso de los aperitivos, me preguntó, con cierto ánimo punzante pero sin malicia, qué pasaba con Cataluña y por qué el gobierno español no había dejado votar a los catalanes y encarcelaba a sus políticos. Yo traté de ofrecerle una visión amplia del asunto, que se alejara de los eslóganes tan bien promovidos por los independentistas.
Le hablé de demografía, del pluralismo de la sociedad catalana, de la falta de una mayoría social que liderara el proceso. Le dije que era un conflicto primeramente entre catalanes. Le aporté datos del Centro d’Estudis d’Opinió. Lo encuadré como un conflicto con carga étnica, que es algo a lo que un americano que trabaja en la universidad es sensible por norma general. Le describí el inmenso poder que tienen los políticos independentistas en el control de la sociedad civil catalana y su esfera pública. En suma, intenté alejarme del contencioso jurídico-administrativo de Rajoy.


No creo que le convenciera ni que acabara de entender todo lo que le expliqué, porque el problema es que para refutar un eslogan habitualmente hace falta una enciclopedia, pero acabó reconociendo que no sabía nada del tema y se dejaba llevar por lo que le contaban dos amigos del trabajo. Esta persona no es un intelectual pero si alguien acostumbrado a buscar y manejar fuentes de calidad para su propia investigación académica. ¿Qué está sucediendo para que un perfil semejante se aventure a pronunciarse en una cuestión compleja sin ni siquiera haberse molestado en compilar un mínimo de datos?

Cortes en la AP-7, a la altura de La Jonquera, el pasado octubre. (EFE)
Cortes en la AP-7, a la altura de La Jonquera, el pasado octubre. (EFE)
Partamos de la base de que la realidad hoy día para mucha gente se resume en lo que aparezca en las diez primeras entradas de Google. Si uno busca 'support for independence in Catalonia' ('apoyo a la independencia en Cataluña') o simplemente 'Catalan Independence' ('independencia de Cataluña'), uno va a encontrarse mayormente artículos de Wikipedia o de la prensa británica con un sesgo independentista. Me estoy refiriendo a todo aquello de que Cataluña tiene una cultura milenaria e innumerables menciones al franquismo, pero incluso en estas informaciones no se puede soslayar que el apoyo a la independencia es de dos millones largos, algo más del 40 por ciento del censo, e incluso algunas observaciones acerca de la insolidaridad económica de una región que lleva beneficiándose de las migraciones interiores durante 60 años.
Para refutar un eslogan suele hacer falta una enciclopedia, pero acabó reconociendo se dejaba llevar por lo que le contaban dos amigos del trabajo
Si de lo que se trata es de evaluar las credenciales democráticas de España, no resulta difícil encontrar en Google índices, como el de 'The Economist' o el Instituto Varieties of Democracy de la Universidad de Goteborg, que sitúan a nuestro país como una de las mejores y más garantistas democracias del mundo; en ocasiones por encima de países como Estados Unidos, Japón o Francia.
Son datos sumamente fáciles de encontrar para gente que se dedica a las ciencias sociales y que tengan un mínimo prurito profesional. Recuerdo un tuit de Ian Bremmer en plena campaña de violencia callejera en Cataluña tras la sentencia del 'procés' que decía algo así como "Catalonia not giving up" ('Cataluña no se rinde') y lo suplementaba con unas imágenes de Sky News mostrando manifestantes caminando por una autopista y enarbolando banderas independentistas. En su mente, es evidente, ser catalán e independentista era lo mismo a pesar de lo fácil que resulta acceder a datos que demuestran lo contrario. No estamos hablando de un cualquiera, Bremmer es un conocido politólogo, activo en medios de comunicación y profesor en New York University o Columbia.
Por supuesto que Bremmer es libre de sentir simpatía por el nacionalismo catalán, pero también se le debería exigir un mínimo de rigor y trabajo al emitir ese tipo de juicios. Durante mucho tiempo ha sido un mantra común decir que la culpa de que pasen estas cosas la tienen los sucesivos gobiernos españoles que no han sabido, o querido, comunicar convenientemente lo que estaba pasando (como demuestra el libro de Sandrine Morel, la corresponsal de 'Le Monde' en España durante ese tiempo), pero lo cierto es que convendría repartir responsabilidades.
Ha sido un mantra común decir que la culpa la tienen los sucesivos gobiernos españoles, pero lo cierto es que convendría repartir responsabilidades
A pesar de la falta de filtros que caracteriza a la información disponible en Internet o de la abundancia de 'fake news' —excusas utilizadas habitualmente para exculpar a los jóvenes o al ciudadano común de su responsabilidad de buscar la verdad—, lo cierto es que no es tan complicado encontrar unas cuantas verdades básicas sobre cuestiones importantes.

Dos personas intentan arrancar la pancarta colgada en el ayuntamiento de Barcelona. (EFE)
Dos personas intentan arrancar la pancarta colgada en el ayuntamiento de Barcelona. (EFE)
Vivimos en un mundo en el que nos hemos acostumbrado a liberar de culpa a todo aquel que comete algún tipo de error si previamente no ha recibido formación reglada al respecto. En el caso de Bremmer y una buena cantidad de periodistas, acostumbrados a manejar datos con soltura, nos hallamos ante otra cosa. Ni más ni menos que ante la pereza intelectual, acrecentada por el mundo digital y una cierta mentalidad 'antiestablishment', que les impide refutar o al menos matizar sus creencias de partida.


Pronto se cumplirá un siglo de la publicación de 'La opinión pública' (1922) de Walter Lippmann. En este libro, el filósofo norteamericano se refirió a "la inexistencia de un ciudadano omnicompetente y las limitaciones del periodismo para ayudar a los ciudadanos a alcanzar ese mínimo nivel competencial". Lippmann acuño el término 'estereotipo' para referirse a las preconcepciones, basadas en opiniones a priori, de naturaleza emocional, sobre las cuales la gente basa sus juicios. Las cosas no han cambiado mucho en el último siglo.
Estamos acostumbrados a criticar al común de los mortales de basar sus juicios y opiniones en emociones, prejuicios o preconcepciones (estereotipos). Lippmann las define como "imágenes dentro de las cabezas" de los seres humanos. Estas imágenes guiarían las decisiones de la gente en un mundo cada vez más complicado. Lippmann culpará a una prensa desinformada y a los propagandistas de manipular al público.
Piketty aporta datos que retratan al nacionalismo catalán como un movimiento insolidario y egoísta. ¿Cuantos "intelectuales" y académicos lo leerán?
A este respecto, a los periodistas los venimos descontando desde hace bastante tiempo, pero no así a los académicos o a esa categoría indefinible llamada los intelectuales. Nos decepcionan una y otra vez pero no cuestionamos como han formado sus juicios. Tanto es así que echamos la culpa al gobierno de que no se enteren de hechos básicos.


En su último libro, Piketty aporta numerosos datos que retratan al nacionalismo catalán como un movimiento insolidario, reaccionario y egoísta. ¿Cuantos de estos "intelectuales" y académicos lo leerán? Probablemente muy pocos y, aun en el supuesto improbable de que lo lean, probablemente cambie pocas opiniones.
Perdamos toda la esperanza, paradójicamente el mundo digital lo que ha hecho ha sido, a fuerza de hacer más accesible la información que nunca, desincentivar su búsqueda también en muchas de las personas más formadas que se aferran al estereotipo, su estereotipo, con una fuerza que antes solo atribuíamos a las masas de las que ellos también forman parte.
* César García es profesor en la Universidad Pública del Estado de Washington, en Estados Unidos.