Los muertos bajan por una única, terrible y cruel razón que no dice Sánchez
España tiene la mayor letalidad proporcional del mundo, una verdad insoportable que exige explicaciones y responsabilidades cuando la lucha contra el virus termine.
Por primera vez en dos semanas, la cifra de muertos diarios en España se ha reducido, aunque sigue en unos parámetros insoportables que, por elemental respeto a las víctimas, a sus seres queridos y a la sociedad en general, descartan todo entusiasmo.
Otras 674 personas han perdido la vida, elevando a 12.418 el número de muertos en España, un desproporcionado 20% del total mundial. Siendo España el 0.6% de la población total del planeta, asumir ese coste es, en sí mismo, demostrativo de que algo no se ha hecho bien. Y reclama que, cuando la batalla al coronavirus se gane, y se ganará, el Gobierno tendrá que dar muchas explicaciones y asumir unas cuantas responsabilidades.
No hay que engañarse, pues, sobre cómo se ha logrado esa "mejora". La verdadera razón, cruel y dolorosa, es que se han ido muriendo ya los pacientes más expuestos, los sectores más vulnerables, los que se contagiaron, en definitiva, en el momento en el que España tenía la guardia más baja.
Por los plazos de incubación y convalecencia conocidos de la enfermedad; es evidente que las víctimas mortales y la mayor parte de los enfermos que contabilizamos ahora se contagiaron entre finales de febrero y principios de marzo. Y no se puede decir ni que nos pillara por sorpresa ni que no pudieron adoptar medidas paliativas.
Todo lo contrario, y quizá aquí resida la explicación a la especial virulencia del COVID-19 en España, el país con más muertos por millón de habitantes del mundo: en aquellas fechas el Gobierno ya había recibido las alertas científicas e institucionales oportunas; tenía los ejemplos temibles de China e Italia y ya padecíamos, por centenares, casos locales.
Pero lejos de actuar, como lo hizo Corea por ejemplo, el Ejecutivo miró para otro lado e incluso potenció los riesgos, al permitir de manera irresponsable cientos de eventos de masas, probablemente para no tener que incluir en la prohibición las manifestaciones feministas del 8M. E incluso, rechazó las advertencias y consejos de adquirir material sanitario básico que ahora, con tanto retraso y dolor causado, intenta comprar.
La reducción del impacto del coronavirus es consecuencia, en fin, de que los mayores estragos de la infección inicial ya se han cobrado un altísimo precio, sin parangón en ningún país, ni siquiera en los que ocuparon desde enero la crónica más negra, ofreciendo un ejemplo al resto que España ignoró con infinita frivolidad. Y esto, algún día, se tendrá que depurar. Por respeto a las víctimas y por dignidad de país.