A la manera de Gregorio Marañón apetece hacer un elogio y nostalgia de los callos del Narizotas, hoy substituida por una tienda de pretendidas delicatesen, que incrementa un poco más el stock de pijería de la ciudad enfocada a turistas. iertamente que aún queda la venta de San Isidro, ya sin aquellas mesas y bancos de madera que daban un toque de reciedumbre rural ya desaparecido.
Claro que tampoco dejan de acudir a la memoria aquellos callos a la madrileña de aquella fonda situada en un piso del Foro, allá por el metro de Sevilla: Picardías; algo así como aquel restaurante -Piquío- en la calle de La Estrada que estaba en el primer piso, luego substituido por un hotel de lujo, una impresentable horterada diseñada por la fantasía extraviada de una gitana, que al final resultó un fracaso.
Me gustaría saber porqué antaño de las muchachas no demasiado agraciadas se osaba decir que eran un callo, o un callito. Tal vez porque bajo una apariencia no muy vistosa eran sabrosonas- esto último se callaba hipócritamente- ¿ las modelos de Rubens eran callitos? Qui lo sa