EL EMBROLLO
CASTELLANO Y LA
OCULTACIÓN DE LEÓN
El
pasado nacional del reino de León se ha ido desvaneciendo en la historia
escrita, siglo tras siglo, a partir de su tercera unión con Castilla. Primero
en el conjunto, mal atendido como un todo parejo, de los múltiples países de
las dos coronas unidas encabezado con el solo nombre castellano: corona de
Castilla. Después en el conjunto más ampliamente español que, también
abreviadamente, solía conocerse como corona de Castilla y Aragón. Aparentemente
León, como Cataluña, Toledo, Galicia, Andalucía y los demás países de la
múltiple monarquía, había desaparecido, pero
claro estaba para los que sólo se trataba de abreviar una larga titulación.
Ésta se daba completa en los anos más solemnes y en los documentos oficiales,
en los cuales el reino de León solía figurar inmediatamente al lado del de
Castilla; como en el escudo al lado del castillo campeaba el león.
Después de las Cortes de Cádiz los
monarcas españoles dejaban definitivamente de titularse Reyes de Castilla, de
León, de Toledo, de Aragón, de Galicia, de Valencia, de. para llamarse de una
vez Reyes de España y los antiguos reinos o regiones
histórica dejan de existir oficialmente para ceder su lugar a las provincias,
delimitadas en la división provincial de 1833. La división eclesiástica
mantiene los límites de las antiguas diócesis independientemente de la política
y administrativa. Pero los antiguos reinos o regiones históricas siguen vivos
en la memoria de los pueblos -en unos más que en otros, según el vigor de su
conciencia colectiva- y en la historia escrita, que en las versiones oficiales
tiende a eliminarlos en aras del unitarismo estatal. El nombre de León se
menciona cada vez menos tanto en las referencias históricas como en el lenguaje
político.
A
mediados del siglo XIX surgen los movimientos federalistas y regionalistas, muy
fuertes en las regiones que conservan características particulares muy
manifiestas, como p.ej. lengua. Los grupos de la burguesía harinera de la
cuenca del Duero, más que por reivindicaciones regionalistas -que no sienten-
luchan por defender intereses que se concentran territorialmente en la zona
cerealista de las tierras leonesas y castellanas de esta cuenca, y manejan
desde Valladolid, la ciudad más importante y mejor situada de la zona, los
caciques influyentes en el gobierno central. La mayor parte de Castilla queda
fuera de esta zona, pero como las maniobras caciquiles se basan en representar
los intereses de "Castilla la
Vieja", identifican ésta -sin
más explicaciones- con la cuenca del Duero. Y así se levanta
un gran artificio político-económico-geográfico y literario que llega a
convertirse en tópico indiscutible: la inmensa llanura de Castilla sin rocas ni
árboles, que no ve el mar, corazón de la cuenca del Duero, solar de Castilla la Vieja. No importa que
Castilla y la lengua castellana hayan nacido en las montañas de la costa
santanderina, que Castilla esté llena de sierras y roquedas y no carezca de
bellos y amables valles, ni que la mayoría del
territorio casta llano no vierta sus aguas en la cuenca del Duero:
el falso típico ya es un hecho y vale más que la realidad histórica y la más
palpable realidad geográfica. Escritores del mayor prestigio lo difundirán por
el mundo entero con la autoridad y la brillantez de su prosa. Castilla, la de
"la llanura inacabable"; el país donde "no hay curvas"; la
tierra del Duero.
Las
divisiones administrativas y las denominaciones de las capitanías generales no
eran en esta época continuación de las regiones históricas. La capitanía de
Castilla la Vieja
no correspondía en sus límites a la vieja Castilla. De las conciencias
regionales de los pueblos leoneses y castellanos no eran representativas las
instituciones municipales y provinciales, pues las elecciones a concejales y
diputados provinciales las organizaban los caciques de acuerdo con sus
intereses. El desvanecimiento de la significación geográfica del nombre
castellano y la simultánea ocultación de lo leonés es ya tan general en la Tierra de Campos que el llamado Canal de Castilla, inaugurada a mediados del siglo XIX,
tiene su recorrido dentro del País Leonés.
Durante
la etapa, en general de gobiernos conservadores, que transcurre desde la
mayoría de edad de Isabel II (1844) hasta la Revolución de 1868 se
manifiestan encontrados intereses entre los grupos gobernantes que tienen
implicaciones de carácter nacional. El liberalismo progresista de Espartero y
su defensa del librecambismo genera enemigos en las oligarquías dominantes
tanto de Valladolid como de Barcelona. Ni la industria textil catalana, ni los
harineros y comerciantes trigueros de la zona central aceptan la bajada de los
impuestos aduanales a semejantes productos de importación Por otra parte
Valladolid continúa apegado al unitarismo centralista y considera separatismo
toda defensa de sus particularidades regionales por parte de los catalanes.
Surge
así en 1843 un movimiento de tipo conservador moderado contra Espartero
encabezado por el zamorano Claudio Moyano Samaniego que, con instinto
conservador, teme concesiones excesivamente progresistas. Es una manifestación
del conservadurismo de este grupo que tiene en Valladolid su foco principal y
su universidad (decir que Moyano fue rector). La influencia de este grupo se
extiende por las provincias Palencia, Zamora y Salamanca con el propósito de
formar una "unión castellana". El nombre de Castilla comienza a
desplazarse de las auténticas tierras castellanas a la Tierra de Campos. Sus
organizadores consiguen la adhesión de León y Avila; pero Burgos quiere tener
la capitalidad del movimiento alegando su vieja condición de Caput Castellae.
Soria y Segovia no entran en la combinación. Está ya claramente cuajado el
embrollo castellano que se desarrollará en la segunda mitad del siglo XIX y
culminará en el XX.
En
1859 El Norte de Castilla (diario de Valladolid, portavoz
de los terratenientes, mercaderes trigueros, industriales harineros y
comerciantes de la ciudad, fundado en 1856) afirma que
Valladolid es la "capital de Castilla la Vieja". De esta sencilla manera la más
moderna de las cinco capitales provinciales del antiguo reino de León es convertida
en castellana, y en capital de Castilla la Vieja. Cosa que nada
tiene de asombrosa porque con la misma arbitraria ligereza y falta de respeto a
la historia se viene procediendo desde hace mucho tiempo en las orillas del
Pisuerga en todo lo referente a Castilla y a León. No existe León ni existe
Castilla: todo es una sola y misma cosa; y su capital es Valladolid. Y al decir
que Valladolid es la más moderna de las cinco
capitales del reino de León nos referimos a sus orígenes. León
(Legio Septima Gemina), Palencia (Pallantia) y Salamanca (.Salmantica) son
lugares de nombre latino que figuran en los mapas de la España romana. De Zamora no
se conocen sus orígenes con certeza. Su historia comienza en el año 894 cuando
ocupa el lugar, lo puebla y lo fortifica Alfonso III de Asturias haciendo de
él, por sus condiciones topográficas y sus fuertes murallas, el baluarte más
importante de la línea defensiva que estableció en la orilla norteña del Duero
y la occidental del Pisuerga (Zamora, Toro, Simancas) para proteger la llanura
recién ocupada frente a los ataques de los ejércitos cordobeses. Esta vasta
llanura será la base territorial del reino de León recién fundado, cuya capital
establecerá Ordoño II en la ciudad que le da el nombre. Fue, pues, Zamora una
creación medioeval asturiana. Valladolid sí fue creación
totalmente leonesa. En el punto de confluencia del Esgueva con
el Pisuerga existía una insignificante aldea con pocos moradores, que al
avezado conde leonés Pedro Ansúrez le pareció lugar excelente para unificar una
nueva población y trasladar a ella la capital de sus vastos dominios en la Tierra de Campos, que
entonces era Santa María de Carrión (hoy Carrión de los Condes). Y así el
conde Ansúrez, la figura política y militar más relevante de la corte de
Alfonso VI de León (primero de este nombre en Castilla), fundó, con
autorización del monarca leonés, cerca de la frontera con Castilla, la que hoy
es gran ciudad de Valladolid, cuya iglesia de Santa María fue consagrada
solemnemente en 1095 con asistencia del propio Alfonso VI. En pocos siglos la
nueva ciudad leonesa superó en población e importancia a sus mucho más viejas
hermanas de León, Palencia, Zamora o Salamanca. Fue obispado (con trozos de las diócesis de Palencia, Zamora y Salamancai)(33);
tuvo universidad, fue capital de provincia (con trozos de las de León, Palencia
y Zamora); arzobispado; capitanía general; tuvo audiencia territorial y, aunque
por poco tiempo, llegó a ser capital de España. Nunca de Castilla. (Caput
Castellae fue siempre la ciudad de Burgos, más bien de manera nominal porque la
corte de Castilla fue en realidad ambulante). Hoy es capital de la recién
inventada región de Castilla y León (que no es Castilla, ni es León, ni es
Castilla más León), donde se siguen concentrando servicios, ingresos y personal
con motivo de una descentralización del Estado español, que en este caso ha
terminado en una nueva centralización en torno a
Valladolid, más aguda y peor para algunas de las
provincias dependientes de la nueva capital que la antes ejercida por Madrid.
En
1869, ante el temor que había suscitado la Revolución de 1868, la
burguesía harinera de la cuenca del Duero comienza a organizarse para la
promoción de sus intereses. Surgió así una llamada "Asociación Agrícola
por la iniciativa privada" cuyo principal propósito era oponerse al
librecambismo. Esta asociación decía defender los auténticos intereses de
Castilla". Las actividades políticas de la burguesía harinera se
concentran principalmente en torno a los aranceles de aduanas, que
constantemente las piden más favorables para sus negocios. Su feudo principal
es el territorio de la planicie del Duero. Personaje destacado de este grupo
es Germán Gamazo (1833-1902), natural de Boecillo (en las cercanías de
Valladolid). Fue muchas veces diputado y varias ministro (de Fomento, de
Hacienda y de Ultramar) “el autócrata de Boecillo"
le llama un estudioso de aquella época-. Su posición política es cada vez más
proteccionista y en 1898 se pasa a las filas conservadoras. Representa el tipo
del gran cacique de la
Restauración con fuerza electoral en una gran comarca -en
este caso la Tierra
de Campos- e influencia en el gobierno central. A comienzo de la década de los
80, siendo ministro Gamazo y algún otro miembro del grupo harinero, consiguen
rebajar un 10% las tarifas del transporte del trigo y la harina por
ferrocarril, hacen desistir a Sagasta de una importación de trigo extranjero
que ya había sido autorizada y después rebajar en otro 10% el impuesto de
importación de las harinas en Cuba (región muy importante para los negocios de
estos grupos que por esta razón se oponen decidida mente a la autonomía
cubana).
En
1887 se crea la llamada "Liga Agraria" en la cual figuran tres
destacados políticos: Gamazo (vallisoletano), liberal, Muro (vallisoletano),
republicano; y Moyano (zamorano), de la derecha conservadora. Los tres
coinciden en defender los intereses de la oligarquía cerealista, siempre presentándolos
como intereses de la región "castellana".
Esta
actividad seudorregionalista se desarrolla en torno a los aranceles de aduanas
y los intereses "agrarios", es decir, de los grupos trigueros y
harineros de las zonas cerealistas de León y de Castilla que tratan de
"formar una conciencia regional con base en la economía". No se
proponen despertar una auténtica conciencia nacional (o regional), pues ésta no
se basa en interés material alguno, sino todo lo contrario: en poner el
sentimiento nacional por encima del lucro o provecho personal. Mientras los
catalanistas aparecen ante su pueblo como promotores más o menos románticos de
un renacer patriótico de Cataluña, resucitando su lengua y sus diversas
manifestaciones culturales (poesía, teatro, música, danzas, etc.), investigando
acuciosamente sus orígenes históricos, al mismo tiempo que promueven el
desarrollo económico del país; y los naciones listas vascos emprenden
sectariamente una vuelta a la pureza de la raza y la parra vascas frente a la
contaminación con lo extranjero; los
"regionalistas" agrarios alza como única bandera la defensa de sus
intereses económicos y el ataque a los "separatistas" calificando de
tales a los defensores de cualquier diversidad nacional.
Estos
"regionalistas castellanos y leoneses" no manifiestan interés
patriótico alguno por sus respectivas regiones (sus orígenes, su desarrollo
histórico, sus particularidad* regionales, sus instituciones tradicionales, sus
peculiaridades lingüísticas, sus manifestaciones culturales, su folclore). En
contraste con los regionalistas catalanes, vascos, gallegos y de otras partes
de España, estos agrarios de la zona del Duero no sólo no promueven actividades
de este tipo, sino que son ajenos y aun opuestos a ellas. Loa pocos estudios
que sobre el antiguo reino de León o sobre la primitiva Castilla se realizan
entonces proceden de otros impulsos y obedecen a otras motivaciones. Así los primeros estudios sobre el antiguo lenguaje leonés se
publicaron en revistas alemanas, francesas, suecas y hasta chilenas (34),
sin que los caciques y ministros zamoranos Moyano y Alba mostraran la menor
curiosidad por estas cosas, aunque precisamente en tierras de la provincia de
Zamora se realizaban algunas de las más interesantes investigaciones sobre el
bable leonés. A estos conspicuos "regionalistas" el renacer cultural
de su región nada les importaba; lo único que para ellos contaba era la
creación de ala "conciencia regional de tipo económico", lo demás era
romanticismo y vano historicismo.
Autor
de obra seria que en el sigloXIX contribuyó mucho a formar un pensamiento
equívoco sobre Castilla fue Ricardo Matías Picavea (1844-1901). Uno de sus más
leídos libros se titula La
Tierra de Campos, obra que, a pesar de tener por ámbito muy
Concreto esta comarca leonesa, se consideró en amplios sectores fundamental
para el Conocimiento de Castilla. Se publicó en 1897, en pleno embrollo
castellano y ocultación de León. Macías Picavea concibe a Castilla y León como
un todo regional situado geográficamente en torno a la llanura de Campos. Deja,
pues, fuera de este complejo conjunto la Castilla cantábrica, la del Alto Ebro y la de las
cuencas del Tajo y del Júcar, es decir, la mayor parte de las tierras
castellanas y entre ellas las originarias y de nacimiento de la lengua de
Castilla. Esta idea de un conjunto regional, centrado geográficamente en la Tierra de Campos, que
abarca todo el País Leonés y sólo parte menor de Castilla, pero que lleva el
nombre de ésta con total olvido del de León, será dominante en los escritores
de la "generación del 98", que magnificarán el mito por ellos
recibido.
A
Macías Picavea le preocupó hondamente la cuestión social en la gran comarca de
k planicie del Duero, la Tierra
de Campos en su más lato sentido geográfico, las injusticias y la explotación
económica de que eran objeto los trabajadores agrícolas de esta región, que él
identificaba con Castilla. El regionalismo político, la reivindicación de la
personalidad colectiva, la historia y la cultura de la región leonesa le son
ajenas. Como a los caciques agrarios que
él combate, los estudios histórico-lingüísticos que filólogos extranjeros
iniciaban entonces en tierras de Zamora y Salamanca no le provocan interés
alguno, y aun parece que no tenía conocimiento de ellos.
Alguien
ha preguntado por qué la influyente oligarquía que en nombre del "regionalismo
castellano" actuaba en esta zona no llegó a formar un partido político
análogo al que creó la burguesía industrial catalana. A esta pregunta se ha
dado una respuesta parcial a nuestro juicio válida: los intereses de estos
grupos no estuvieron mal representados por los partidos de la Restauración
(liberales y conservadores). Pero, además por otra parte, las circunstancias
todavía no permitían la formación de un partido `castellanista" aunque
ellos se presentaran como representantes del pueblo castellano.
La
conciencia auténticamente castellana, aunque en constante declive, aún estaba
viva en diferentes lugares de Castilla; y el conocimiento general de la
historia de España todavía era suficientemente amplio para no admitir que la
mayor parte de las tierras castellanas estaban fuera del marco geográfico en
que los grupos agrarios pretendían aterrar a Castilla. Existían además leoneses
que estaban conscientes de su condición nacional no castellana. El embrollo
castellano y la ocultación de León aún no estaban maduros para cosecha. Por
otra parte la herencia federal mantenía entre los republicanos de muchas
partes de España la idea de las regiones históricas; y en León había un grupo de republicanos federales que defendían
derecho del antiguo reino de León a figurar como estado regional integrante de
la república federal española.
Casi
al mismo tiempo que se fundó en Valladolid El Norte de Castilla (1856) publicó
don Manuel Colmeiro su conocida obra De la Constitución y del
Gobierno de los Reinos de león y de Castilla (1855) donde claramente
señala que el origen del reino de León,
como estado con personalidad política propia estuvo en la Tierra de Campos (35),
después en su Introducción a los cuatro primeros tomos de las Cortes de lot
Reinos de León y de Castilla, editados por la Academia de la Historia (1861-1884), expone
y comenta la estrecha vinculación histórica de los tres reinos o países de la
corona de León (Galicia, Asturias, y León) y la identidad de sus estructuras
políticas y sociales. "La verdad es -decía Colmeiro en 1883- que los
antiguos reinos de Asturias y Galicia llegaron a formar un solo cuerpo con el
de León, como se prueba con los cuadernos de las Cortes de León de 1349,
Valladolid de 1351 y Segovia de 1390"(36).
El
embrollo castellano y la ocultación de León son ya manifiestos en las
publicaciones sobre temas históricos de finales del siglo XIX. Si Colmeiro en
1883, por orden de la
Academia de la
Historia, publica sus trabajos sobre las antiguas Cortes con
el título de Cortes de los Antiguos Reinos de León y de Cartilla (en plural y
con el nombre de León en cabeza porque las primeras Cortes sólo fueron
leonesas) con apego a la realidad histórica, en 1885, por orden del Congreso
de los Diputados se publica un tomo quinto adicional con el título de Cortes de
Castilla de 1576, con el solo nombre de Castilla. En estas Cortes Felipe II
sigue titulándose Rey de Castilla, de León, de Toledo, etc. y en los
documentos se sigue escribiendo: "la corona destos
reynos", en plural. Fueron convocados a estas Cortes los
concejos de dieciocho ciudades: siete castellanos (Burgos, Soria, Segovia,
Ávila, Madrid, Guadalajara y Cuenca) cinco del reino de León (León, Zamora,
Toro, Salamanca y Valladolid), cuatro andaluces (Córdoba, Sevilla, Jaén y
Granada), Toledo y Murcia; la mayoría de ellos no
castellanos; a pesar de todo lo cual para el Congreso de
los Diputados todo este conjunto no era mas que Castilla (37).
En
1879 J. P. Oliveira Martins dio a la imprenta su famosa Historia de la Civilización Ibérica,
obra que Unamuno elogió calurosamente (38). Oliveira Martins sigue esa ella con
claridad las diferentes trayectorias históricas de los países de la corona de
León (Galicia, Asturias, León y Portugal) y de Castilla; y presenta la historia
de Portugal como parte de la corona de León hasta su separación de ésta a
mediados del siglo X11. Oliveira Martins coincide con Colmeiro en situar en la llanura de Campos el asiento geográfico del reino de
León (32).
Habrían
de pasar muchos años hasta que, en nuestro siglo, Menéndez Pida] y sus
continuadores llegarán mucho más adelante en el conocimiento de las dispares
historias de Castilla y de León.
El
confusionismo histórico y geográfico que a derecha e izquierda sembraban la
políticos de la oligarquía harinera para poder presentarse como representantes
de la intereses de Castilla no había llegado aún a los estudiosos de la
historia. En 1884-I81lb se editan los Estudios críticos sobre la Historia y el Derecho de
Aragón de don Vicente de la
Fuente que son de mucho interés para seguir el paralelismo
histórico de las tierras comuneras de Castilla y del Bajo Aragón (la Castilla y el Aragón
celtibéricos) (39). Muchos son los estudios monográficos publicados en el siglo
XIX sobre las diferentes provincias del País Leonés y de Castilla que ilustran
sobre las particularidades históricas de cada uno de ambos reinos. Ejemplo de
esta clase de obras es La
Comunidad y Tierra de Segovia, el estudio más completo que
hasta entonces (1893) se había hecho de una comunidad castellana de ciudad y
tierra (40).
Que
la conciencia y el sentimiento regional leonés no estaban muertos y que todavía
en lo que fue el reino de León había leoneses conscientes de serlo, nos lo
demuestra la actitud de los federales de !a región leonesa en 1873. El proyecto
de Constitución federal presentado alas Cortes, que ni siquiera terminó de ser
discutido, no fue obra de Pi y Margall, como generalmente se cree, sino de
Castelar. Según el artículo primero de este proyecto componían la nación
española los estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, las
Islas Baleares, las Islas Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba.
Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia y las Regiones
Vascongadas. Las Islas Filipinas y las posesiones de África se consideraban
territorios que más adelante serían elevados a estados.
En
este proyecto pusieron sus esperanzas muchos autonomistas cubanos y puertorriqueños,
pues dejaba a sus países en condiciones de igualdad con respecto a los demás
estados o ,regiones de España.
Llama
la atención en el proyecto de Castelar la presencia de dos Andalucías y la total
ausencia de León que quedaba incluido en Castilla la Vieja. En este punto los
republicanos federales del País Leonés se hallaban divididos entre los que
aprobaban la inclusión de la región leonesa en Castilla la Vieja y los que exigían la
estatalidad del antiguo reino de León en las mismas condiciones que los demás
estados regionales de la
Federación; aquellos habían sido ganados por la opinión
dominante de la burguesía agraria vallisoletana.
Esta
proyectada eliminación de la región leonesa tropezó con clara oposición desde
el prime momento. Hecho sobre el cual creemos conveniente dar algunos detalles
porque es poco conocido, incluso entre los regionalistas leoneses. Los
diputados que sostenían el criterio histórico -de acuerdo con el pensamiento
de Pi- para definir los estados regionales integrantes de la República federal
española objetaban al proyecto de Castelar la ausencia de León. Un par de ellos
presentaron enmiendas para subsanar la omisión leonesa. En nombre de diversas
corporaciones públicas y asociaciones políticas el diputado Morán presentó cinco
"exposiciones" y otra el diputado García Alvarez pidiendo que se
declarase la estatalidad de León. Proposiciones semejantes hicieron aros
diputados (41).
En
la sesión del Parlamento del 18 de septiembre de 1873, Pi y Margall, refiriéndose
a las divergencias que había provocado la división territorial proyectada,
dijo: "He estado siempre por que se reconstruyan los antiguos reinos,
puesto que de otro modo no comprendo que puedan ponerse límites a la
federación" (42); lo que en principio era un firme apoyo al derecho de los
federalistas leoneses a exigir el reconocimiento del antiguo reino de León como
parte integrante de la
Federación española.
El
criterio histórico como base para la definición de los estados regionales Que
deben integrar una España federal lo reitera Pi y Margall en 1877 en Las
nacionalidades su obra más conocida, en donde menciona nominalmente a
Galicia, Asturias y León como entidades históricas que deben conservar su
propia personalidad al lado de los demás estados o regiones integrantes de la Federación española
(43). No se trata de deshacer la nación española, sino de mantener sus partes
unidas de mejor y más española manera.
En
1896 en tierra plenamente castellana el farmacéutico de Almazán Elías Romera
publica un libro, La administración local (44), dedicado en parte al problema
regional de Castilla.
La
obra de este castellano está dominada por el dolor que le causa la decadencia
de su patria regional. Trata de despertar la conciencia de los castellanos por
amor a su tierra, a su historia, a su cultura. Este soriano que lee y medita
sobre Castilla desde su farmacia y su comarca rural, no defiende intereses de
oligarquía alguna, ni culpa a los catalanes y a los vasos de los males de su
patria, sino a los grupos caciquiles que dominan el gobierno central. Busca el
renacimiento de todas las regiones de España respetando !a personalidad de cada
una. Por eso pide que cada región tenga su universidad. Tiene la conciencia de
ser castellano, ama a su región y quiere su resurgir político, económico y
cultural. Su emoción regionalista se asemeja al romanticismo de los primeros
catalanistas y galleguistas; no a la "conciencia
regional de tipo económico" que motiva el regionalismo castellanoleonés de
la oligarquía harinera. Desea que cada región tenga una
universidad que promueva su cultura y considera injusto que el Estado español
sostenga varias universidades en algunas regiones mientras otras no tienen
ninguna. Señala así que mientras la región leonesa tiene dos muy próximas
-Salamanca y Valladolid- no hay una universidad propiamente castellana.
(Recordemos que escribía en 1896).
Romera
distingue claramente entre el antiguo reino de León y Castilla la Vieja, respeta la
integridad territorial de aquel en sus cinco provincias y considera plenamente leonesa la Tierra de Campos. Para él
las provincias netamente castellanas viejas san Santander, Burgos, Soria,
Segovia y Ávila; y duda respecto a Logroño, que considera más bien de Aragón.
Romera, como en general los regionalistas castellanos de su época, acepta la
división de los Austrias en Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, incluyendo en ésta a
Madrid, Cuenca y Guadalajara. Como es común en los castellanos viejos, Romera
tiene a Burgos por capital histórica de Castilla.
Como
hombre que percibe de cerca la pobre realidad de su pueblo y reacciona contra
ella, Romera propone remedios "heroicos" más o menos acertados.
Concibe un renacer de Castilla acorde con lo que fue en el pasado: un conjunto de comunidades
escalonadas. Castilla
con sus provincias; éstas con sus comarcas, que abarcan municipios dentro de
los cuales caben los concejos rurales sin
autoridad municipal.
Por
su sincera defensa de la personalidad regional de Castilla la Vieja, al margen de
intereses de menor jerarquía moral, y por su deseo de despertar la conciencia
regional de los castellanos, Romera ha sido calificado de excesivamente
ingenuo, defecto que en verdad no podría achacarse a los avezados caciques
regionalistas de su época.
Dejando
aparte los defectos que pueda tener la obra de este modesto autor, sus nobles y
desinteresados propósitos de despertar la conciencia dormida de los castellanos
con el fin de preparar un renacer, principalmente cultural y moral, de una
Castilla sumida en la ignorancia de sí misma; hacen de Elías Romera un
precursor del moderno regionalismo castellano. Su oposición a! confusionismo
castellano-leonés y su percepción de las respectivas personalidades de León y
de Castilla han valido a este defensor de una región verdaderamente castellana
la acusación de "fraccionador de Castilla " .
Don
Gumersino de Azcárate (1844-1917), una de las figuras más destacadas de la Institución Libre
de Enseñanza, fue un leonés que siempre conservó los vínculos con su tierra
natal y mostró gran interés por las cuestiones regionales. Consideró que el Estado
español debería organizarse sobre la base de las regiones, comenzando por el reconocimiento
de las de Cataluña y el País Vasco para seguir con las demás a medida que
fueron recobrando la conciencia de su personalidad. Mantuvo siempre gran cariño
por su tierra leonesa y defendió los intereses regionales, pero nunca los de un
determinado sector, pues en todo momento antepuso el interés público al
privado. A pesar de que en su época predominaba el criterio fusionista y
unificador en relación con León y Castilla, Azcárate concebía ambas entidades
unidas en el respeto a las particularidades de cada una. Fue un intelectual y
un político por quien Elías Romera sintió gran respeto.
De lo dicho hasta
aquí se deduce que no era cosa fácil a fines del siglo XIX borrar de la memoria
histórica de los españoles cultos, ni de la conciencia colectiva de los pueblos
leoneses y castellanos, la existencia de una región histórica leonesa en el
conjunto de las que componen la nación española. Había de pasar todo un siglo,
transcurrido en gran parte bajo una terrible dictadura, para poder suprimir del
mapa de España el milenario reino de León e incorporarlo a una confusa región
Político-administrativa -no castellana ni leonesa- de nueva y precipitada
invención por acuerdo de unos grupos políticos,
sin previo consentimiento de los respectivos pueblos.
NOTAS
32 J. P. Oliveira Martins. Hisyoria de la Civilización Ibérica
.Libro III-1
33 J. Sánchez Herrero: Las diócesis del
reino de León. León, 1978, con mapas.
34 R. Menéndez PidaL El dialecto leonés.
Oviedo, 1962. pp. 21-2.
35 Manuel Colmeiro: De la constitución y del
gobierno de los reinos de León y Castillo. Madrid, 1851 T1. p. 161
37 Cortes de Castilla de 1576. Madrid,
1885. pp. 31, 35-6. 532. 569.
38 Miguel de Unamuno: Desde Portugal. en el
volumen Por tierras de Portugal y de España.
39 Vicente de la Fuente: Estudios críticos
sobre la historia y el Derecho de Aragón. Segunda serie Madrid, 1885. pp. 241,
314.
40 Carlos de Lecea: la Comunidad y Tierra de
Segovia. Segovia, 1894.
41 Gumersindo Trujillo: Introducción al
federalismo español. pr. 191-2.
42 F. Pi y Margall, F. Pi y Arsuaga:
historia de España en el siglo XIX .t V pp. 546-547.
43 Francisco Pi y Margall: Las
nacionalidades. Libro primero. Cap. XIII.
44 Elías Romera: La administración local
(Reconocidas causas de su lamentable estado y remedios históricos que precisa).
Almazán, 1896.
(Anselmo Carretero Jiménez. Castilla, orígenes, auge y ocaso de
una nacionalidad. Ed. Porrua, México 1996. Pp 663-672)