FRONTERAS NATURALES Y SOBERANÍA
Por Juan Vázquez de Mella (Cangas de Onís 1861- Madrid 1928)
Nosotros tenemos los límites naturales más definidos. Ya sé yo que ciertos
geógrafos modernos han puesto hasta en litigio las fronteras naturales,
exagerando la dificultad de señalar bien los dos caracteres, el de protección y
el de obstáculo. Claro está que si no hay por parte de los naturales una
preparación orgánica y técnica, no existe ni aun en el Himalaya obstáculo ni
protección sobre el globo; pero si hay algunas bien definidas, ellos lo
afirman, son las de la Península Ibérica; porque aunque tengamos parte de
nuestra raza extendida al otro lado del Pirineo, es un hecho evidente que la
muralla de los Pirineos y el mar nos demarcan con límites tales, que no existe
ningún otro Estado en la Europa actual que pueda presentar unas fronteras como
las que tenemos nosotros.
Y España, ¿ejerce la soberanía sobre todo su territorio? ¿Hay algún Estado que
ejerza soberanía sobre sus dominios españoles? Al hacer la pregunta ya habéis
contestado vosotros, y un nombre pasa por vuestra memoria y por todos los
labios. Nosotros, como decía Floridablanca, tenemos clavada la espina de
Gibraltar: pero ¿no es nada más que la de Gibraltar? Yo sé que un embajador
inglés, presentando un plano de Gibraltar, exigió de España (y está concedida
esta exigencia) que, trazando una circunferencia, cuyo centro sería el Castillo
del Moro, de Gibraltar, abarcase unos quince kilómetros dentro de los cuales
España no podría fortificar ni emplazar una batería o el más insignificante
fuerte que pudiera amenazar la plaza, sin que Inglaterra lo considerase una 60
casus belli; de modo que no es la plaza y el Peñón de Gibraltar, son trece
kilómetros de territorio español los que están sojuzgados por otra potencia.
Nuestra soberanía está limitada y enfeudada; nosotros no podemos fortificar
Sierra Carbonera, no podemos fortificar Sierra Arca, que está dentro y la
domina; no podemos fortificar Punta Carnero, no podemos poner cañones en San
García, ni en los Adalides, ni en San Roque, ni sobre otros muchos puntos;
nosotros tenemos sometida a otra potencia parte del territorio nacional.
No se trata, no, de la Plaza de Gibraltar; y cuando se habla de ella -y han
hablado recientemente oradores y periódicos-, se plantea muy mal la cuestión.
Porque se dice: "¿Cómo queréis que reivindiquemos a Gibraltar? ¿Lo vamos a
reivindicar diplomáticamente, lo vamos a reivindicar por la fuerza? No tenemos
poder bastante para reivindicarle diplomáticamente, las negociaciones han
fracasado."
Acerca de Gibraltar ha habido, si no estoy en este instante trascordado, hasta
siete negociaciones distintas. Antes de la paz de Utrech, en los preliminares,
ya negoció Felipe V, para que, en el tratado secreto que intentaba hacer en
Versalles, Inglaterra no llevase la compensación de Gibraltar. Después, Felipe
V negoció dos veces con motivo de la Cuádruple Alianza; y en la segunda, Jorge
I, que le ofreció acceder, no pudo llevarlo a cabo, porque lo rechazó el
Parlamento británico. La cuarta vez se puso de acuerdo con el emperador para
conseguirlo, pero Inglaterra y Francia lo estorbaron. La quinta negociación se
verificó en tiempo de Fernando VI, que trató de la devolución de la plaza, y
Pitt se la ofreció, pero a cambio de que le ayudásemos nosotros a reconquistar
para Inglaterra la isla de Menorca, que había perdido. La sexta y séptima
gestión se realizaron, en tiempo de Carlos III, por Floridablanca y Aranda, y
las dos fracasaron por excesivas exigencias de Inglaterra y por la oposición
parlamentaria.
Después no se volvió a tratar, porque lo que intentó Godoy no pasó de preliminares;
y hoy, cuando se habla de estas cosas, siempre se cita y se señala a Gibraltar,
y este es un grave error. No se trata sólo de la plaza de Gibraltar; se plantea
muy mal la cuestión: se trata de la soberanía sobre el Estrecho de Gibraltar.
Y ved, que el estrecho de Gibraltar es el punto central del planeta, que allí
está escrito todo nuestro Derecho internacional; parece que Dios, previendo la
ceguedad de nuestros estadistas y políticos parlamentarios, se lo ha querido
poner delante de los ojos para que supiesen bien cual era nuestra política
internacional. Es el punto central del planeta: une cuatro continentes; une y
relaciona el Continente africano con el Continente europeo; es el centro por
donde pasa la gran corriente asiática y donde viene a comunicarse con las
naciones mediterráneas toda la gran corriente americana; es más grande y más
importante que el Skagerrakh y el Cattegat, que el gran Belt y el pequeño Belt,
que al fin no dan paso más que a un mar interior, helado la mitad del tiempo, es
más importante que el Canal de la Mancha, que no impide la navegación por el
Atlántico y el Mar del Norte; es muy superior a Suez, que no es más que una
filtración del Mediterráneo, que un barco atravesado con su cargamento puede
cerrar, y que los Dardanelos, que, si se abrieran a la comunicación, no
llevarían más que a un mar interior; y no tiene comparación con el Canal de
Panamá, que corta un Continente. Dios nos ha dado la llave del Mar latino. La
Geología, la Geografía, la Topografía, las olas mismas del Estrecho chocando en
el acantilado de la costa, nos están diciendo todos los días: aquí tenéis la
puerta del Mediterráneo, y la llave; aquí está vuestra grandeza.
Extracto del discurso del Teatro de la Zarzuela, el 31 de mayo de 1915
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