Los tres estrados
del mal
14/11/2016 11:30 en Enormes minucias, Portada
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Tres niveles recorren
el turbio camino hacia la blasfemia del Espíritu Santo.
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Pues bien, la
blasfemia contra el Espíritu Santo es el signo de nuestro tiempo.
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El modernismo nos ha
llevado a la subversión, no ya de los hechos, sino también de la teoría.
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O sea, una subversión
del pensamiento. Lo que no resulta muy razonable… ni tan siquiera racional.
Niños, atentos, clase de ‘Reli’, repaso
bíblico: Mateo 12, 31-32:
31 Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será
perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será
perdonada.
32 A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo
del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no
le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.
Desde pequeño me han impresionado estas
palabras de Cristo. Si se perdona todo, ¿por qué no esto?
Es más, ¿tan grave es? ¿Por qué se perdona blasfemar contra las dos primeras
personas de la Santísima Trinidad y no contra la tercera?
La busilis de la cuestión es que no se trata de una blasfemia al uso. El Espíritu Santo
es el amor del Padre y del Hijo y es el transmisor de la gracia. En otras
palabras, blasfemar contra el Espíritu es
convertir el mal en bien y el bien en mal. O sea, la tragedia de nuestro
tiempo, el tercer estrado del mal.
No se puede perdonar a quien no siente
el arrepentimiento. Y Dios -y el hombre- necesita el arrepentimiento para consumar el
perdón. No es que Dios no perdone, es que el hombre se niega a ser perdonado.
Hablamos de la disposición subjetiva del
sujeto agente: ¿cómo se va a arrepentir del mal si lo llama
bien? Pero ojo, la blasfemia contra el Espíritu Santo no es
incultura, es ignorancia dolosa, es soberbia.
Y se llega a ella, queridos niños, de la
siguiente forma:
Primer estrado del mal: el hombre peca porque el mal, si bien casi nunca
resulta divertido, siempre resulta cómodo. El hombre es consciente de que lo que hace está mal pero sigue haciéndolo porque
le gusta.
Segundo estrado: aparece el orgullo, el origen de todos los vicios, y
le conmina a pensar que, después de todo, “tampoco soy tan malo”. Si lo hago
yo, no debe ser tan terrible. El homicida, por ejemplo, se hace siempre la
misma reflexión: le maté, cierto, pero se lo merecía.
O le maté pero no tenía otro remedio.
El alma humana empieza a corromperse en
esta segunda etapa. Y el que quiera saber más que lea al mejor diseccionador
del mal, don Fedor
Dostoyevski.
Tercer estrado: La blasfemia contra el Espíritu Santo. Todo esto que
hago no está tan mal porque es la única razón de que lo hago yo. No, es que,
además, esto es precisamente el bien, y lo que me habían dicho
que era el bien es el mal. Promocionemos el mal porque resulta que es el bien.
En consecuencia, este es el pecado que no se puede perdonar ni en
este mundo ni en el venidero, por la sencilla razón de que ha cambiado el bien
en mal y el mal en bien. La blasfemia contra el espíritu
Santo no sólo es la subversión en la práctica, es la subversión
en la teoría.
Y mucho me temo que esa blasfemia, la de llamar bien al mal y mal al bien, es el culmen de
todas las herejías, la obra maestra del modernismo y el orgullo de Satán: es
nuestro mundo del siglo XXI, el Reinado del Anticristo.
¿Un ejemplo de blasfemia contra el
Espíritu Santo? El del derecho al aborto.
Ahora resulta que el viejo asesinato de la criatura más inocente y más
indefensa, no sólo no es pecado sino que es un derecho. El mal se ha convertido
en bien.
Del miniteólogo-periodistín… Eulogius.
Eulogio López