AUTONOMISMO Y FEDERALISMO,
por Juan Manuel de Prada
(ABC, 16 de octubre de 2017)
En una conferencia pronunciada en 1919, Vázquez de Mella profetizaba con pasmoso acierto lo que en España ocurriría si el centralismo jacobino era sustituido por un sistema autonómico dentro de un régimen de partidos políticos: «Si pudiera darse un descuajamiento del Estado actual en varias autonomías, el problema centralista volvería a darse en cada una de ellas. La Autonomía separada con relación a lo que existía, ¿afirmaría y establecería una jerarquía social, el municipio autárquico, las comarcas libres? Podéis estar seguros de que, por ejemplo, una Cataluña formando Estado aparte no se habría descentralizado más que con relación al Estado de que se había separado: dentro del nuevo surgiría una concentración de poder nueva que aplastaría dentro de sí el principio autonomista. (...) Se trataría sólo de una siembra de centralismos en todo análogos a aquel de que se partió».
¡Con razón a un hombre tan clarividente como Vázquez de Mella lo retiran de las plazas! Pues quienes nos conducen al barranco necesitan, ante todo, que las masas cretinizadas no abran los ojos. Y, aunque en España –como nos advirtiese Azaña—el mejor modo de guardar un secreto sea escribir un libro, mantener a Vázquez de Mella en las plazas podría llevar a algún loco a leer sus obras y tropezarse con páginas como la que acabamos de citar. En aquel discurso, Vázquez de Mella advirtió que el autonomismo, lejos de crear una contención al odioso absolutismo centralista, no haría sino multiplicarlo, hasta convertir España en un mosaico de pequeños centralismos a la greña que lograría tiranizar todavía más a los españoles. Si, además, ese régimen autonómico se sostiene sobre el soborno constante –como ha sido la praxis habitual en España—puede afirmarse que el autonomismo es, además, la mejor gasolina para el incendio separatista. Todo lo que nos sucede ahora nos lo habríamos ahorrado con tan sólo leer a Vázquez de Mella.
Y ahora, para remediar el desaguisado, algunos nos quieren vender la burra del federalismo, con la reformita constitucional. No seré yo quien defienda la inamovilidad de la Constitución del 78, que considero causa de muchos de nuestros males; y, desde luego, a priori un Estado federal parece preferible a otro centralizado, pues se parece más a la estructura tradicional de la monarquía hispánica. Pero, ¡cuidado!, aquel federalismo tradicional nada tiene que ver con el federalismo que ahora nos pretenden colar. Pues el federalismo tradicional, a partir de realidades concretas diferentes, favorecía la creación natural de un tejido de “jerarquía social” (familias, corporaciones, municipios…) que, en volandas de una fe común, tenía una vocación ascendente hacia la unidad. En cambio, el federalismo que ahora nos tratan de colar es exactamente su antípoda: destruye la concreta “jerarquía social” (y todas sus instituciones nacidas desde abajo) y la sustituye por abstractas “identidades nacionales” orquestadas a través de partidos políticos, que acrecientan su poder e influencia destruyendo todas aquellas instituciones que favorecen la jerarquía social vertebradora y construyendo en su lugar entes artificiosos (da lo mismo que se disfracen de autonomismo o federalismo), con el único objetivo de crear centros de poder que les permitan tiranizar a los pueblos. Aunque para ello tengan que suministrar gasolina al incendio separatista.
Este federalismo que nos venden como panacea sólo producirá una nueva siembra de centralismos disgregadores. Y será el descabello de una España ya terriblemente estoqueada por el infierno autonómico.