lunes, 28 de octubre de 2013

Regionalismo castellano (Ignacio Carral, Diario de Burgos 1931)


REGIONALISMO CASTELLANO

 

Dedicatoria

 

Al "Diario de Burgos", gracias a cuyo gesto singular hemos podido saber y salvar esta joya literaria escrita de este insigne regionalista.

 

PROPÓSITO

 

Esta serie de artículos que comienzo a publicar no tienen -¡Dios me libre!- ninguna pretensión científica. No pretendo haber hecho en ellos ninguna aportación personal, sino haber resumido aporta­ciones diversas de otras personas. Tampoco tienen pretensión lite­raria porque han sido escritos con la rapidez que requería la veloci­dad tomada por la vida pública española en los últimos tiempos.

 

Son producto de dos años de estudio en dos docenas de libros y de un conocimiento todavía superficial de la región castellana en que he nacido. Pero la precipitación de los acontecimientos políti­cos nacionales, me ha hecho pensar en el peligro de que si aguar­daba siquiera un año más a dirigirme a mis paisanos, fuera ya inú­til mi aportación.

 

Y claro es que yo no considero indispensable que los castellanos conozcan lo que yo he estudiado y lo que he escrito. Pero sí consi­dero una obligación inaplazable decir en estos momentos -como deben decirlo todos los castellanos y todos los españoles- lo que se me ocurre.

 

En este sentido me dirijo a los órganos periodísticos de todas las ciudades castellanas que yo creo más adecuados para dar cabida a mis artículos, con el fin de que la conciencia castellana despierte (1)

(1) ¿ Como fue la respuesta? Pobre y desafortunada; tan solo el “Diario de Burgos” , por lo que sabemos, fue el único que la publicó. Circunstancia que engrandece la importancia de este texto y del propio gesto. ¿ Se comprende ahora mejor nuestra dedicatoria? Se publicaron el 21,22,23,24 y 25 de Mayo de 1931.

 

Es de toda urgencia que en lo próxima Asamblea Constituyente Castilla de la sensación ante las demás regiones que van a solicitar el reconocimiento de su personalidad, la sensación de estar despierta, avizor. Es preciso que para entonces Castilla lleve también su proyecto de estatuto, o por lo menos que sus representantes conozcan el sentir regional y lleven las líneas generales de expresión

 

FRACASO DEL UNITARISMO ESPAÑOL

 

Es de suponer que cuando los Reyes Católicos se aplicaron a  la tarea de unificar la Península, lo hicieron con la mejor intención de mundo. Pero cierto es que, desde aquel mismo instante, las regiones comenzaron a sentirse inquietas, a experimentar vivos anhelo; de independencia y a realizar potentosas manifestaciones de insolidaridad.

 

Portugal, que de seguro se hubiera unido voluntariamente, fue ahuyentado al tratar por la fuerza de hacerle víctima de la unificación, hasta que se le impulsó a separarse definitivamente. Si Cata­luña no se separó también, no fue porque los sucesores de Fernan­do e Isabel no hicieran todo lo posible para conseguirlo. Y, en general, en todas las regiones de España fue apareciendo un senti­miento de disgusto permanente -más o menos intenso, según las épocas- contra el Poder Central.

 

La unificación centralizadora estuvo muchas veces a punto de romper la unidad española, que desde los primeros siglos de la His­toria se venía expresando de una manera rotunda. Precisamente esta unidad comenzó a vacilar en el siglo VII, después de los propósitos unificadores de la monarquía visigoda que, lejos de afirmar políti­camente la unidad confusamente expresada de antiguo, consiguió, por el contrario, separar unos de otros los pueblos peninsulares, cuyo disgusto hizo posible la invasión musulmana, y que tras ella las regiones se encontraron extrañas entre sí.

 

El fracaso del primer intento monárquico de Ataulfo y sus suce­sores debió demostrar a España para siempre lo absurdo del Estada centralista y centralizador que, lejos de estrechar lazos, los rompe y crea barreras difíciles de salvar entre pueblos hermanos en la raza y en la Historia.  Véase si no cómo al cabo de cinco siglos, durante los que los sucesores de Ataulfo y de Pelayo trataron de llevar a sangre y fuego la unificación rabiosa, el anhelo regional  brota en  toda la Nación con más fuerza acaso que en el siglo XIV. Y es  lamentable que unos monarcas de tanta fama histórica como los Reyes Católicos tuvieran que emplear para defender el unitarismo  poco más o menos los mismos argumentos había de emplear el jerezano Primo de Rivera, el gobernante más unificador después de los monarcas consortes.

 

Si miramos fuera de España, y dejando a un lado el caso de Francia, verdaderamente excepcional aunque también habría mucho que hablar  sobre las ventajas y desventajas de su unificación –obsérvese como la nación más fuertemente unida de Europa Alemania- es la menos unificada, aquella en que se permite una mayor autonomía a los Estados del Reich. Porque ni siquiera maravillosa unidad de Suiza, a pesar de su división cantonal y de las tres razas con sus tres idiomas y religiones distintas que conviven en su territorio nacional. Y obsérvese en el polo opuesto de las unificaciones  nacionales realizadas por la fuerza de los imperios austríaco y ruso que se han hecho pedazos al faltar la cohesión del Poder Central.

 

Como caso verdaderamente curioso, propicio a numerosas reflexiones, está la Croacia, que después de haber suspirado durante  muchos años por su unión a Servia y  realizado sus  nacionales hechos heroicos bajo la persecución implacable del imperio austro- húngaro, una vez conseguido su objetivo después del tratado de Versalles, comenzó a sentirse oprimida de la nación yugoslava y deseosa de separarse de ella, por el  hecho  de haber pretendido  el Rey Alejandro unificar su Estado.

 

Pero es ocioso poner ejemplos. A los españoles nos debe bastar con el caso patente del regionalismo que tenemos que aceptar queramos o no. En Cataluña no es ya sólo el autonomismo templado de  la Lliga o el más radical de los partidos republicanos autonomistas. Son también los Sindicatos obreros que apoyan el Estat Catalá de Maciá lindante con el separatismo.

 

En las Vascongadas ha venido a reforzar, en otro sentido, el nacionalismo del partido tradicionalista, el grupo de Acción Nacio­nalista Vasca. En Galicia, al movimiento autonomista agrario se ha unido el del pujante grupo autonomista gallego. En Valencia no son ya sólo los republicanos los defensores del regionalismo, sino tam­bién las derechas. Aragón prepara a toda prisa un Estatuto Regio­nal que poder presentar a las Constituyentes.

 

Hasta en regiones que no parecían tener razones históricas, para ello han aparecido ya los síntomas del anhelo regionalista: Andalu­cía, Extremadura, Asturias... todas muestran deseos de afirmar su personalidad. Lo mismo Baleares, unida por su tradición a la región catalana, y Canarias, cuya lejanía es suficiente motivo para sentir la necesidad de un régimen peculiar. Estos son hechos contra los cua­les no vale ser unitario o federal. Es preciso aceptarlos para la reor­ganización de la vida española que se avecina.

 

Sobre todo nos interesa fijarnos mucho en ello a nosotros los cas­tellanos. Porque en medio de estos anhelos regionales pervive en el centro una extensa porción vaga e indeterminada que si no adquie­re clara conciencia de su misión será arrollada por las reivindica­ciones de las otras regiones en el próximo e inevitable reconoci­miento de su personalidad.

 

Tanto los catalanes como los valencianos, vascos, aragoneses, gallegos, andaluces... la llaman Castilla. Sin embargo, en ella se distiguen tres regiones perfectamente distintas, tanto por su fuerte personalidad -aunque aparentemente haya perdido la conciencia de ella- como por sus circunstancias históricas: León, La Mancha y Castilla.

 

Y de las tres ha sido Castilla la más anulada, la más destrozada por el Poder Central de la monarquía. Agotadas sus energías, que dio a España y por España generosamente, como generosamente da agua de los ríos que en ella tienen sus fuente las redes centralistas. Y porque ella estaba acogida en medio de estas redes se la acusaba de ser ella quien la  lanzaba para apresar a las otras regiones. ¡Como si Castilla se hubiera beneficiado en algo  de este centralismo! ¡Como si este centralismo no hubiera acabado  con todas sus instituciones, con todos sus fueros, con toda su organización, con toda su industria y toda su riqueza, tratando siempre de reducirla  a museo venerable de glorias pasadas que no era prudente dejar resucitar!

 

Por eso a Castilla no debe asustarle el regionalismo sino, al contrario, estimularlo. Pero avisar su conciencia, reflexionar sobre su  historia, darse cuenta clara de cuál ha sido su misión en la Historia y cuál debe seguir siendo y aplicarse a reconstituir y organizar sus casi muertas posibilidades de vida.

 

Todos los castellanos debiéramos emprender esta tarea cada uno  en la medida de sus fuerzas y en el campo de sus actividades. Por mi parte, yo me atrevo a pretender con esta serie de artículos escritos con la premura que la rápida marcha de los acontecimientos políticos españoles exige, despertar en la juventud de las ciudades  y de los pueblos castellanos la curiosidad hacia el estudio de Castilla. Y más que nada estimular su actividad para que cuando la Asamblea Constituyente dibuje el plan del renacido Estado Español, Castilla, perfectamente definida, sepa cual es el puesto que le  corresponde y éste le exija enérgicamente, como lo hacen las demás regiones españolas, sin pretender privilegio pero también sin menoscabo de su personalidad.

 

("Diario de Burgos” 21 mayo 1931)