El periodista Josep Pla.
El periodista Josep Pla.
Libros del Asteroide ha publicado, con prólogo de Jordi Amat, una interesante obra titulada 
Tres periodistas en la revolución de Asturias. Se trata de las crónicas que José Díaz Fernández, 
Josep Pla y Manuel Chaves Nogales escribieron en 1934, en caliente, los días en que se 
desarrollaba aquella tragedia que fue el ensayo de la tragedia mucho mayor que iba a 
desencadenarse dos años después.
Las crónicas, todas ellas admirablemente bien escritas, van desde la simpatía hacia la causa
 revolucionaria de Díaz Fernández, a la honda preocupación de Pla o el distanciado
 escepticismo de Chaves Nogales, que ya veía que lo que se estaba fraguando en España no
 dejaba espacio para alguien como él.
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Pero no voy a resumirles el libro, sino que me voy a detener en algo que me ha llamado la atención:
 los evidentes paralelismos que se pueden trazar entre la situación descrita por Pla y algunos 
fenómenos actuales. En esto, las crónicas de Pla superan en clarividencia y hondura las de 
sus dos colegas que le acompañan en este libro. No hace falta recordar que la historia 
nunca se repite igual y que nuestros tiempos son diferentes, pero es innegable que 
encontramos algunas apreciaciones que provocan la reflexión sobre el momento 
actual en cualquiera con dos dedos de frente y un poco de atención.
“La gente de ERC y, más en general, el nacionalismo catalán no ha aprendido mucho en las más de ocho décadas que nos separan de los hechos narrados por Pla”
Empezando por la actitud de Esquerra Republicana, que en aquel entonces gobernaban en Cataluña. 
Las palabras que emplea Josep Pla para referirse a ellos son de gran dureza:
“Los hombres de Esquerra, que gobernaban en la Generalitat de Cataluña, a pesar de la 
magnífica posición de privilegio de que disfrutaban dentro del régimen, privilegio que
 no había conocido nunca ningún partido catalán, han creído que tenían que ligar su 
suerte a la política de los hombres más destructivos, más impopulares y más 
odiados de la política general. Se han equivocado y lo han pagado caro.
No nos corresponde a nosotros emitir un juicio histórico sobre esta oligarquía que desaparece. 
Diremos solo que Cataluña sigue con su historia trágica y que solo eliminando la frivolidad 
política que hemos vivido últimamente se podrá corregir el camino emprendido.”
Parece evidente que la gente de ERC y, más en general, el nacionalismo catalán no ha aprendido
 mucho en las más de ocho décadas que nos separan de los hechos narrados por Pla. También ahora
 gozaban de una posición envidiable, también ahora han ligado su suerte a personas altamente 
destructivas, también en nuestros días viven instalados en una frivolidad que ha provocado una 
fractura y un empobrecimiento de Cataluña indiscutibles. Pla los califica como “literatos perdidos
 en el campo de la política más peligrosa” y concluye afirmando que “estos dementes se lo 
han jugado todo”.
Pla también acude al País Vasco, donde la revolución prendió y se cobró víctimas mortales, 
como Marcelino Oreja Elósegui, asesinado en Mondragón el 5 de octubre de aquel fatídico año. 
Y señala a los autores materiales, por supuesto, pero también a aquellos que “con su inconsciente
 frivolidad han hecho posible la práctica de enormidades semejantes”.  La excusa, entonces y
también ahora, es que “hemos sido desbordados”. Es lo que Josep Pla llama “teoría del desbordamiento”: “Companys ha sido desbordado por Dencàs. Besteiro ha sido desbordado por Largo
 Caballero  y los intelectuales extremistas del socialismo. Los nacionalistas vascos habrán sido 
desbordados por la Solidaridad de Obreros Vascos”.
El comentario de Pla es demoledor: “Esta teoría es antigua. Si se dedican a la política demagógica,
 ¿quién podrá evitar que un demagogo más audaz siegue la hierba bajo sus pies y les desbanque?”.
 En nuestros días, cuando la política demagógica nos asalta en cada esquina y los ejemplos son t
antos que la lista se haría interminable, esta sentencia planiana merecería ser grabada en piedra 
a la entrada de, por dar una idea, el Congreso de los Diputados.
Y remacha Pla, sobre quienes quieren escudarse en la “teoría del desbordamiento” que 
con plena inconsciencia han seguido el juego de las fuerzas más subversivas del país… 
Sería grotesco que… pudieran decir: Hemos sido desbordados, ¿entiende? Y se fueran
 a casa a descansar un poco, tranquilamente”.
Imagen de obreros que hicieron la revolución en Asturias en 1934.
Imagen de obreros que hicieron la revolución en Asturias en 1934.
Las crónicas de Pla son realmente jugosas, pero voy a acabar fijándome en dos aspectos:
En primer lugar la caracterización de los revolucionarios que recoge Pla de la boca de 
un ingeniero de las minas de Laviana: “No puede figurarse la pedantería, la cultura
 primaria y esquemática, la locura interna de esta juventud”. Caracterización e
n la que encajan tantos, demasiados, hoy en día, pero que parece proféticamente escrita 

para los Iglesias, Garzón, Errejón o, por ampliar el foco, cualquier portavoz de la CUP.
En segundo lugar, constata Pla, los trastornos no nacen espontáneamente, sino tras una larga 
temporada de paciente cultivo. Así, escribe, “no ha habido principio de autoridad de ninguna 
clase,… se han cometido toda clase de atentados y de acciones violentas, ha habido una suerte 
de frivolidad que ha acabado trágicamente”. Como tampoco ha habido autoridad en Cataluña,
 como también se han saltado las leyes con total impunidad desde hace muchos años, como 
también la situación era mirada con frivolidad condescendiente.
Al final, tanto en Asturias en el 34 como en Cataluña en el 18, la mayoría de la gente 
desea los mismo. Lo explica con su preciso laconismo Josep Pla: “La gente espera algo. 
Espera la aplicación pura y franca de la ley”.
No es tanto pedir.