jueves, 17 de septiembre de 2015

Guardias pretorianas y perros de presa (y III)

(del blog AGNOSIS)

lunes, 15 de junio de 2015

Guardias pretorianas y perros de presa (y III)


"Y unge tus ojos con colirio, para que recobres la vista." 
(Ap. 3:18)


Hasta aquí hemos expuesto la radical falsedad que contiene la popular dicotomía entre izquierda y derecha, así cómo su incapacidad para explicar adecuadamente la realidad social. Como hemos visto, la pretendida oposición entre estos términos forma parte de un discurso elaborado y promovido desde el poder para consumo de las mayorías, mayorías que pese a la ilusión democrática moderna tienen un papel por completo pasivo en el devenir de su sociedad. Por ello la elaboración del espectro 'ideológico-político' consistente en la aparente oposición de derecha e izquierda debe ser considerado en primer lugar un 'acto de propaganda', tras el cual, como veremos a continuación, el poder oculta y protege su verdadero núcleo. 


A fin de combatir la perspectiva sobre la que se fundamenta la anterior dicotomía y que impide ver la verdadera relación de fuerzas que se esconde tras los agentes políticos de la dominación global proponemos un nuevo modelo interpretativo desarrollado a partir de la noción de paradigma tal y como planteara T. Kuhn y desarrollara con posterioridad I. Lakatos, pues la modernidad occidental cumple todos los requisitos necesarios para ser considerada como tal.
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En primer lugar debemos abordar el estudio de la modernidad misma como constituyendo un paradigma civilizatorio y cultural propio, es decir debe tomarse el fenómeno de la modernidad como formando un todo completo y auto-suficiente, que se basta a sí mismo a la hora de explicar el mundo y de reproducirse como orden social. Recordemos que la noción de paradigma sugiere un universo cerrado y coherente, que funciona con una lógica que le es propia e intransferible, tal y como supone la noción de incomensurabilidad que definiera Kuhn. 


La modernidad cuenta con características suficientes para ser interpretada como tal, así por ejemplo la civilización moderna cuenta con su propio y muy elaborado aparato conceptual, filosófico y científico, que le sirve de andamiaje teórico a la hora de justificarse y legitimarse, un sistema teórico que resulta además indispensable para llevar a cabo la imprescindible función de reproducción del orden social concreto que lleva aparejado.  


Por otra parte este sistema ideológico que implica el paradigma cumple una función cognitiva de primer orden para aquellos individuos que se encuentran inmersos culturalmente en el mismo pues les proporciona las herramientas cognitivas necesarias para enfrentarse a la realidad. Podríamos decir, siguiendo aquel famoso ejemplo que empleara Kuhn [1], que el paradigma equivale a las gafas con que el sujeto ve -percibe- la realidad. 

Dos características de esta dimensión cognitiva son especialmente significativas: 
1.               su invisibilidad - siguiendo con el ejemplo de las gafas, puesto que el sujeto jamás ha visto la realidad bajo otra óptica, entiende su punto de vista como natural y propio, no lo adjudica a circunstancias externas, por lo cual el sujeto establece una fuerte identificación con su punto de vista.   
2.               su exclusividad - la dimensión cognitiva del paradigma genera un acercamiento particular y en cierto modo único a la realidad, por medio de conformar todo el imaginario del sujeto, condicionando sus emociones, deseos, esperanzas y temores. Por esta misma razón al imponer un modo de ser-en-el-mundo particular y exclusivo el paradigma impide en la práctica cualquier otro posible acercamiento a la realidad. 

Por tanto a la hora de estudiar un paradigma determinado es tan importante atender a lo que este incluye, es decir aquel conocimiento que permite y hace posible, como a aquello queexcluye, es decir todos aquellos otros conocimientos -o modos de conocimiento- que imposibilita y niega por estar situados fuera del marco epistemológico que dicho paradigma impone. 


En todo caso es esencial comprender que todo paradigma civilizatorio debe ser entendido como una realidad de orden psíquico y mental más que material, pues es una verdad más sentida que pensada y más emocional que racional, particularidad esta que tiende a invisibilizarlo sobre todo para los sujetos inmersos en el mismo y que ven la realidad a través suyo. 


Y es aquí donde el término ideología adquiere todo su valor -muy lejos del sentido menor con que se emplea el término en la actualidad- pues hace referencia al conjunto completo de ideas que son propias y exclusivas de un determinado paradigma. La importancia de dicho ideario es capital como ya hemos señalado pues este universo ideológico conforma la principal herramienta cognitiva con que los sujetos se enfrentan a su realidad. 



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Estructuralmente todo paradigma se compone de un núcleo invariante y de un cinturón protector. El cinturón protector, como ya advirtiera Lakatos, no es invariable sino que resulta modificado por la interacción permanente que mantiene el paradigma con la realidad exterior, es decir el contexto -sea natural o social-, que impone ciertos límites a su desarrollo a la par que le obliga a continuas adaptaciones. Podemos representar gráficamente la estructura de un paradigma del modo siguiente:

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Los aspectos 'esenciales' de un paradigma cultural -lo que podríamos llamar sus 'principios motores' e 'ideas irrenunciables'- residen en el núcleo del mismo mientras el cinturón exterior es una 'zona estratégica' para la protección del núcleo por lo cual su valor es principalmente instrumental y carece de características fijas, esenciales o centrales. De hecho, tal y como Lakatos sugiere, cuanto más flexible sea este cinturón protector mejor podrá dar cuenta de las zonas oscuras y marginales del paradigma, por medio de adaptarse a los cambios y exigencias del contexto -ecológico, cultural, etc.- y cumplir más adecuadamente su función de defensa del núcleo, que permanece siempre inamovible. Por tanto cuanto menos fijo y esencialista -es decir más adaptable- sea el cinturón protector mejor responderá y asimilará aquellas preguntas que pudieran poner en peligro la coherencia del núcleo a la hora de explicar la realidad.  
1.               Si nos referimos al núcleo central la característica básica es que las ideas centrales que contiene son aceptadas sin discusión, no pueden ser cuestionadas ni tampoco rebatidas -funcionan como axiomas- pues el aparato teórico creado a su alrededor las protege, siempre y cuando se respeten unas reglas básicas de funcionamiento del paradigma que, al modo de leyes, dan lugar a una retórica propia. Cada universo ideológico hace uso de una retórica y una lógica propias. Esto resulta particularmente evidente cuando comparamos el discurso filosófico generado en diferentes épocas históricas, no solo los problemas planteados -las preguntas empleando el término que usara Kuhn- son dispares sino que también lo es el modo de abordarlos. Este es uno de los pilares fundamentales de la tesis kuhniana, la aparición de nuevas preguntas al darse el 'cambio de paradigma' que eran impensables según la perspectiva del paradigma anterior. Este fenómeno condujo a Kuhn a concluir que los diferentes paradigmas no pueden ser comparados, pues son universos teóricos y mentales diferentes [2]. En definitiva, lo que define el núcleo de un paradigma es su carácter axiomático e impositivo, que lo presenta como fuera de toda duda e invulnerable, ajeno a cualquier cuestionamiento.
2.               Por su parte, el cinturón protector marca los límites cognitivos del paradigma y lo protege de injerencias ideológicas exteriores. Por ello las ideas propias de esta región se encargan en primer lugar de señalar los límites de lo aceptable así como de 'excluir' lo que resulta inaceptable, esto es aquello que pondría en cuestión las ideas nucleares, poniendo en peligro la supervivencia del paradigma mismo. 

Un aspecto a destacar es que el cinturón protector puede según los momentos poseer zonas más o menos confusas u oscuras en las que el paradigma parece perder fuerza y perder su coherencia y homogeneidad. Si esto sucede en el campo de las ideas científicas -como demostró Lakatos- no hay razón para suponer que no ocurra lo mismo cuando nos referimos al conjunto de ideas de una cultura, es decir a un paradigma cultural. 



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Es necesario trasponer en la medida de lo posible esta descripción morfológica del paradigma como 'marco de investigación científica' al ámbito de las culturas y en particular nuestra intención es aplicarlo al estudio de la modernidad, que es el caso que aquí nos ocupa [3]. Con respecto al paradigma moderno en concreto, en el núcleo central de la modernidad reconocemos tres ideas básicas e invariantes alrededor de las cuales gira todo el armazón teórico desarrollado por la civilización moderna a lo largo de los últimos tres siglos: 
·                  individualismo -  subjetivismo - negación de toda verdad superior al sujeto.
·                  materialismo - racionalismo. 
·                  laicismo - carácter anti-sagrado de la modernidad. 

No es difícil percatarse de que estas tres ideas centrales se apoyan en un error o desviación de índole espiritual y que no es otro que el conocido giro anti-metafísico de la modernidad y la imposición del punto de vista profano como criterio único y exclusivo de acercamiento a la realidad. Por tanto lo que reside en el núcleo mismo del paradigma moderno es una fuerza de índole anti-tradicional. [4] La observación de los hechos demuestra que es así pues si hay algo que rechaza con vehemencia el paradigma moderno por encima de todo son aquellas interpretaciones de la realidad que remitan a lo sagrado o a un orden superior. Todas las ideas en este sentido son perseguidas, desacreditadas y tachadas de supersticiosas, pseudo-científicas y primitivas.


Laicismo materialismo son inseparables: tanto uno como otro cumplen a la perfección su función de excluir cualquier interpretación espiritual tanto de la naturaleza -el materialismo- como de la sociedad -el laicismo-. El racionalismo por su parte es la transposición del materialismo naturalista al ámbito del alma humana: del mismo modo que el materialismo se impone como criterio único de estudio de la naturaleza -lo exterior-, el racionalismo trata de acaparar la totalidad del ámbito psíquico del ser humano -la dimensión interior-, excluyendo cualquier otro tipo de realidad psíquica o acercamiento a la verdad. 


De modo análogo, si el materialismo es la primacía moral de la cantidad sobre la cualidad, el individualismo supone la primacía del ego sobre cualquier otra consideración o límite. El individualismo, partiendo del mismo germen anti-tradicional que las otras ideas-germen, está profundamente vinculado a la negación del principio de jerarquía lo que en el fondo supone una negación de cualquier verdad y de toda realidad superior al sujeto conduciendo al solipsismo, el subjetivismo, la 'dictadura de la opinión' y los ideales mesocráticos e igualitarios -homogeneizadores- tan propios de la modernidad. 

Aquí encontramos un ejemplo claro de cómo funciona el paradigma en la práctica, generando 'ideas' compartidas por la mayoría social y que influyen en la convivencia y la realidad social, a partir de una idea germen muy simple que se presenta como un axioma incuestionable, a saber: la conocida doctrina de la 'libertad individual'. De este modo, a partir de cada uno de estos tres 'principios motores' se concretan y definen unos objetivos sociales que a su vez dan lugar a un proyecto político más o menos concreto y definido. 

Dicho esto, podemos agrupar y resumir estas tres ideas centrales bajo una única 'marca' o idea más amplia, que de hecho las ha reunido históricamente: la doctrina del liberalismo. El liberalismo es el germen político de toda la modernidad y puede ser comparado a un fruto que contiene dentro de sí tres semillas -las tres ideas centrales que hemos definido anteriormente-. Todas las 'ideologías políticas' de la modernidad han aparecido como respuestas o matizaciones al liberalismo primigenio. 

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Si dejamos ahora el núcleo ideológico del paradigma moderno y pasamos a ocuparnos de su zona más exterior o cinturón protector, encontramos otras ideas importantes a nivel popular pero mucho más vagas e indefinidas, ideas que cumplen a menudo la función de seducir a las masas. Ideas en general bastante groseras y frecuentemente supersticiosas tales como el mito democrático o la ilusión igualitaria. 

Pero una de ellas ha poseído un éxito histórico indudable que la ha convertido en una herramienta fundamental para el funcionamiento de este cinturón protector durante casi doscientos años: el mito del progreso. Sin duda la idea de progreso, impuesta y naturalizada a través de la falacia de la teoría darwinista en el ámbito de la ciencia y del marxismo en el ámbito de la historia, es una de las ideas más exitosas que hayan existido y la que mejor ha servido para inculcar la 'modernidad' al común de las gentes. 


Pero no debemos pensar que por ello sea una idea central, estamos ante una idea puramente instrumental, ante un arma ideológica y una herramienta de propaganda. No es de extrañar por tanto que entre los teóricos de primer nivel, la intelligentsia -tanto de corte izquierdista como liberal-, se venga sosteniendo últimamente que la idea de progreso se encuentra ya hoy muy desacreditada -sobre todo en la zona del núcleo paradigmático...-, sin embargo ésta  idea sigue sirviendo muy fielmente a su función de propaganda para ilusionar a las masas, a las que siempre llega el deshecho intelectual producido para su consumo por laintelligentsia central del núcleo. Lo cierto es que fuera de los ambientes intelectuales la idea progreso continua vigente en la sociedad pues sigue cumpliendo de manera exitosa su papel de ilusionar a las masas con la promesa de un futuro mejor. Y cuanto más vaga es esa promesa -sin especificar si se trata de un progreso tecnológico, social, cultural...- mejor parece ilusionar al común de las gentes.  


Al aplicar este análisis estructural del paradigma -que podemos resumir mediante el esquema centro-periferia- a la civilización moderna podemos plantear la siguiente representación: 


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Al reflexionar sobre el anterior esquema se hace patente cuál es en realidad ese 'centro' donde residen la virtud política y en qué consiste la deseada 'centralidad' que todos los actores de la 'política-espectáculo' buscan tan afanosamente. Salirse de esa 'centralidad' es alejarse del núcleo paradigmático y avanzar por las regiones pantanosas de la indefinición ideológica y de la marginalidad ideológica donde tienen cabida ideas heterodoxas. En realidad solo puede admitirse abandonar la 'centralidad' para pasar a formar parte del cinturón protector, caracterizado por la confusión ideológica tanto como por la radicalidad política -teórica y práctica-. En esta zona en efecto muchas ideas son válidas, incluso aquellas aparentemente contradictorias con el núcleo o entre sí, por una sencilla razón: sirven estratégicamente como armas contra todo aquello que se sitúe fuera del paradigma moderno. 


Como se aprecia en el esquema, izquierda y liberalismo están estrechamente emparentados. En primer lugar proceden de un mismo origen, el giro anti-metafísico de occidente, que es el germen mismo de la modernidad. Además comparten todas las ideas centrales del paradigma, empezando por las tres ideas fundamentales que hemos definido anteriormente. 

En tanto situada en la zona periférica de protección, una de las funciones capitales de la izquierda históricamente ha sido la de destruir toda resistencia al nuevo orden de la modernidad y ensanchar el horizonte de influencia del paradigma. Aquí, el 'mito del progreso' ha sido una herramienta ideológica de primer orden para poder vencer las resistencias naturales ejercidas frente al cambio social revolucionario que poco a poco ha ido haciendose hegemónico. 


Precisamente en este sentido nunca se ha valorado lo suficiente el papel fundamental que el marxismo ha desempeñado a la hora de aportar al paradigma moderno las herramientas conceptuales y filosóficas necesarias para hacer de él un todo coherente capaz de explicarse y legitimarse a sí mismo. El marxismo dotó al núcleo del paradigma de un meta-discurso del que hasta ese momento carecía. Por citar tan solo un ejemplo, el marxismo suponía una justificación del materialismo, que era una rareza filosófica, bajo una apariencia científica. Y precisamente el marxismo se situaba en las regiones periféricas del paradigma pues se dirigía a aquellos no inmersos en él con el fin de re-educarlos. Consideramos por tanto que su sistema filosófico es la teoría que mejor sirve al cinturón protector del paradigma, tiene en común con el núcleo las bases epistemológicas pero añade a las mismas el mito del progreso y la utopía del finalismo histórico. 


Hemos visto hasta aquí el vínculo genealógico que une progresismo y liberalismo. La principal diferencia entre ambas posiciones ideológicas es que una es más central que la otra y por tanto posee valores más esenciales e irrenunciables, los cuales por cierto son defendidos de modo extremadamente fundamentalista. Se comprende ahora por qué decíamos que la izquierda carece de esencias, de principios, y a menudo de definición, siendo su proyecto siempre contextual y variable, en tanto el liberalismo posee un proyecto revolucionario que, aunque se oculta bajo diversas manifestaciones históricas como puede ser el capitalismo, es esencialmente invariable en el tiempo. 

En este sentido una matización es primordial para evitar equívocos: liberalismo e izquierda comparten un mismo carácter revolucionario, dado que toda la modernidad es en sí misma un proyecto revolucionario dirigido a volver del revés, es decir invertir el orden natural y social de las cosas. Y no hay más que atender a la realidad social que uno y otra han impuesto históricamente cuando han tenido ocasión para concluir que en efecto es así. 



Esta relación de parentesco entre ambos proyectos revolucionarios es la razón de fondo por la que el núcleo liberal concedía sin problemas la elaboración del aparato cultural e intelectual de propaganda a las corrientes de izquierdas y al marxismo, convencido de ser la mejor estrategia a la hora de adoctrinar más profundamente a los sometidos proporcionándoles un producto a su medida y así quebrar en una o dos generaciones cualquier resistencia, empujando a los sometidos a aceptar el nuevo orden revolucionario como un bien... 

El liberalismo se muestra así como la doctrina de la élite, dirigida a los pocos, mientras elprogresismo y sus corolarios utopistas y revolucionarios son un mito, una superstición, fabricada para los muchos




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Dicho esto, ¿dónde queda entonces la derecha? La derecha -entendida en el sentido clásico de conservadurismo no-liberal y defensa del antiguo régimen y su orden social- no tiene cabida alguna en este contexto revolucionario y cae por entero fuera del paradigma, lo que podría representarse gráficamente situándola en algún lugar de la zona de exclusión. 


Esto nos permite entender varias cuestiones. En primer lugar explica el carácter marginal de la derecha desde las revoluciones liberales del siglo XIX. A su vez, a través de esta representación se comprende mejor por qué la derecha ha sido demonizada sin pausa por las propagandas tanto liberal como progresista


En tercer lugar se hace evidente también la razón de que su principal enemigo haya sido y siga siendo lo que se ha denominado 'izquierda', y que no es más que la avanzadilla, la vanguardia y la punta de lanza del paradigma moderno a la hora de ampliar su zona de dominio, pues según la estructura morfológica del paradigma es la izquierda, la abanderada de todos los progresos, la que toca -si puede decirse así- la realidad exterior al paradigma mismo y por tanto a quien le corresponde el papel de lidiar con los enemigos. Entre tanto el núcleo revolucionario y anti-tradicional del liberalismo permanece bien a resguardo, protegido tras el cinturón sanitario que constituye la izquierda. Izquierda que, ahora resulta ya innegable, es su guardia pretoriana


Desde esta perspectiva resulta comprensible el hecho de que el laicismo más radical y beligerante se manifieste precisamente en las zonas más marginales y periféricas del paradigma, allí el odio religioso toma formas tan descaradas como filosóficamente absurdas y groseras. Sin embargo, en el núcleo del paradigma el odio religioso presenta formas mucho más sutiles y refinadas en las que no vamos a entrar aquí pues no es este lugar para ello, baste indicar que van dirigidas a desacreditar la religión y demoler cualquier tradición espiritual 'desde dentro'. Se trata de un trabajo de fondo, dirigido sobre todo al debilitamiento y la adulteración de la Tradición, mientras el trabajo sucio se deja en manos, una vez más, de la fuerza de choque: la izquierda. 


A largo plazo estos peligros emanantes del núcleo de la modernidad, que conducen progresivamente a la perversión espiritual de la tradición -y próximos a la idea de contra-iniciación de Guénon- son mucho más destructivos que los otros pues mientras los primeros crean mártires y resistentes -como en la Rusia bolchevique-, los segundos solo dan lugar a falsos creyentes y herejías -tal y como sucede hoy un poco en todas partes- [5].



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Como es lógico, situarse fuera del marco paradigmático hegemónico implica cambios de fondo sustanciales. Desarrollar un nuevo modo de ser-en-el-mundo implica algo más que las palabras y declaraciones de intenciones a que estamos acostumbrados. Es imposible escapar del ojo de huracán de este paradigma sin renegar explícita y activamente de su núcleo esencial, núcleo cuyos valores anti-tradicionales la izquierda sigue aceptando mayoritariamente. 

Otro asunto de vital importancia es la creación de una nueva retórica, no dependiente del discurso central que el liberalismo ha venido desarrollando desde el siglo XVII en occidente -materialista, cientifista, individualista y laicista-. 



Dos apreciaciones estratégicas queremos señalar para acabar. 


A corto plazo hay que desmarcarse definitivamente de las 'ideologías políticas' de la modernidad. Su imaginario está demasiado en deuda con el núcleo del paradigma y su capacidad transformadora es tan limitada que no se puede esperar encontrar dentro de sus estrechos límites la solución a la problemática global actual. Las ideologías deben ser entendidas como peligrosas herramientas de división social diseñadas y dirigidas desde el verdadero poder central. Toda 'falsa ideología' moderna debe ser abolida. 


En segundo lugar el cambio de paradigma pasa por la recuperación de un concepto fundamental, la noción de alma. Si la modernidad se ha caracterizado ante todo por la negación del mundo interior del hombre, el rechazo de sus necesidades inmateriales abogando por un reduccionismo materialista en todos los ámbitos de la realidad ello no es por una cuestión de pragmatismo, se trata de una cuestión central que hunde sus raíces en el giro anti-metafísico y la rebelión contra el espíritu que ya hemos citado antes. Recordemos que, como dijimos antes, racionalismo y materialismo son reduccionismos análogos dirigidos a la realidad interior y exterior al hombre respectivamente y suponen ambos la negación de la idea de alma tanto para el sujeto humano como para el mundo [6]. El rescate de esta idea puede funcionar como un nuevo germen que vaya aglutinando a su alrededor visiones y actitudes radicalmente ajenas al paradigma moderno. 






[1] T. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas. FCE. México, 1971.


[2] Este es el principio de inconmensurabilidad


[3] Ya ha habido intentos de aplicarlo al ámbito de la filosofía, por ejemplo por parte de G. Reale, y del arte.


[4] Hay aquí un problema mucho más profundo que una mera 'ideología política', estamos ante un error de índole espiritual que puede ser calificado de desviación satánica.

[5] Este fenómeno es hoy por hoy observable en todas las tradiciones religiosas y espirituales auténticas.


[6] El alma del mundo o Anima Mundi.


Guardias pretorianas y perros de presa (II)


(del blog AGNOSIS)

domingo, 14 de junio de 2015

Guardias pretorianas y perros de presa (II)


Las reflexiones anteriores acerca de la falta de iniciativa real de la izquierda en lo que respecta al cambio social nos conducen a la segunda asimetría que quisiéramos constatar: la que se refiere a la muy diferente influencia y valoración social que poseen izquierda y derecha, en el plano político y social pero también en el cultural e intelectual. Es fácil comprobar que tanto la presencia social como la influencia cultural sobre el imaginario colectivo que ha poseído -y aún posee en buena medida- la izquierda no ha encontrado nunca un contrapeso en la 'derecha'. 

Por lo que respecta a la derecha, diremos tan solo que la manipulación a que ha sido sometida por parte del liberalismo para vaciarla de toda identidad propia es bastante más evidente que en el caso de la izquierda y así ha quedado reducida a un mero espectro que enfrentar a la izquierda, un pelele que agitar, un miedo atávico, oscuro e impreciso, del que echar mano cuando es necesario juntar filas y atemorizar a la 'clase media'... 

Viendo este destino de la derecha, que ha sido demonizada como el mayor enemigo de los derechos, la democracia y la libertad, cabe preguntarse por qué la izquierda, sobre todo atendiendo ahora a su dimensión intelectual y a su influencia en el imaginario popular de las clases trabajadoras, no se ha visto por igual perseguida, proscrita y anulada por el poder de las pasadas décadas. De hecho ha sucedido lo contrario, a menudo ha sido promovida y jaleada desde el poder, que la ha puesto a su servicio convirtiéndola en la cultura institucional. Es evidente que esto solo puede deberse al papel social estratégico que la izquierda debía cumplir.  

La izquierda y sus compañeros de viaje inseparables, el progresismo y la contracultura, siguen gozando de una extraordinaria representación en los media y de un gran prestigio en la sociedad. Incluso las más estrafalarias izquierdas poseen una presencia mediática muy superior a la que debiera corresponderles en función de su presencia real en la sociedad, marcan tendencia y alardean con frecuencia de superioridad intelectual y moral frente a cualquier otra corriente de opinión, y ello pese al fracaso histórico absoluto de la izquierda en todos sus objetivos declarados de transformación social. 


*
Por sus frutos los conoceréis. 
¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? 
(Mt. 7:16)

El fracaso histórico de la izquierda resulta más evidente si cabe cuando se repasa lo que han sido los últimos cien años en la historia de Europa. Se constata que la influencia cultural de las corrientes intelectuales y académicas 'de izquierdas' ha avanzado de modo paralelo a la demolición intelectual de la tradición occidental y a la molicie completa de la juventud del viejo continente, entregada a los ocios más destructivos y alienantes: consumismo compulsivo, drogas, videojuegos y modas absurdas vinculadas a la industria del espectáculo-basura fabricado especialmente para ellos [1]. Incluso el mundo de la creación y el arte, cuyo panorama es desolador, ha pasado a llamarse 'industria cultural', dejando con ello muy claro lo que se espera de los artistas, escritores y creadores de cualquier tipo. [2]

La respuesta que el progresismo nos ofrece es el consabido argumento de que la izquierda no ha logrado sus objetivos de un mundo mejor, más libre, justo, culto, educado y cortés, debido a la tenaz oposición de 'la derecha'. Podríamos preguntarnos entonces si 'la derecha' ha funcionado efectivamente como barricada y muro de contención al cambio progresista -cambio que no dudamos en calificar de revolucionario-, poniendo constantes palos en la rueda a la prometida transformación social, a la vez que, atendiendo al panorama actual, haciendo todo lo posible por destruir y pervertir a la juventud... 

Lo cierto es que nada más lejos de la realidad: debe reconocerse que la sociedad ha cambiado, y a gran velocidad, lo que demuestra que la derecha no ha sido un actor político de peso ni tampoco un factor social de resistencia. Tampoco parece que una 'derecha', cualquiera que esta fuese, pero a la que siempre se acusa de dar prioridad a la comunidad y al sentimiento grupal antes que al individualismo, abogara por el modelo de hombre hedonista, insolidario e individualista que es protagonista absoluto del modelo social en curso.


Por tanto, y dado que no cabe culpar a una inexistente 'derecha', el desorden social que referimos tiene un único responsable, la hegemonía socio-cultural de la izquierda y suprogresismo, que ha sido durante setenta años tan fundamentalista e intolerante con la diferencia teórica como incontestable en su aplicación práctica, y que ha impuesto su modelo social -un modelo que asimila felicidad a consumo y hedonismo- prácticamente sin oposición desde el fin de la segunda guerra mundial. 


Desde nuestro punto de vista, la izquierda no solo ha fracasado por completo en su objetivo de crear un 'nuevo hombre' y una 'nueva sociedad', sino que ha sido utilizada, al modo de un tonto útil, por parte del verdadero agente del cambio, para promover los progresos que se quería instaurar por medio de romper toda resistencia de la sociedad a los mismos [3]. La izquierda ha realizado el trabajo sucio en el nivel de las ideas, mientras el capitalismo lo hacía en el nivel de los hechos consumados, la vida y las costumbres. Derecha e izquierda han sido -y siguen siendo- dos títeres manejados por un mismo titiritero que siempre permanece en la sombra.  

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Abundando en esta idea, puede ponerse seriamente en duda que haya existido en el mundo occidental, al menos con posterioridad a la segunda guerra mundial, una corriente cultural o intelectual que pueda ser calificada como propiamente 'de derechas', algo que pueda considerarse enteramente 'conservador' sin caer en tópicos demo-liberales-progresistas. Nos referimos, claro está a algo que vaya más allá de lo meramente marginal o anecdótico. Lo cierto es que desde el fin de la guerra lo que ha tenido lugar en Europa durante más de setenta años ha sido un monólogo progresista. Un progresismo que no podía de ningún modo plantar cara al modelo social capitalista liberal, pues comparte sus mismos principios -individualismo, materialismo radical, laicismo beligerante, etc.- como más adelante veremos. 
En realidad el fracaso más significativo de la izquierda no lo constituye la pesadilla del 'socialismo real' del mundo soviético, sino más bien aquello que, a través de su ubicua propaganda, pretenden vendernos como su mayor éxito: la socialdemocracia europea y el 'estado del bienestar'. Esto es lo que proporciona la medida real de la capacidad transformadora de la izquierda y de su habilidad política: el análisis en profundidad de la socialdemocracia europea arroja un saldo, más que de fracasos y derrotas -como podría ser el de la izquierda revolucionaria-, de engaños y traiciones masivos a sus propios conciudadanos, engaños sostenidos solo gracias a una inmensa operación de propaganda y maquillaje mediático. 

El 'estado de bienestar' no fue, como la falsificación histórica generalmente aceptada nos quiere hacer creer, una conquista de la izquierda y sus heroicas luchas proletarias anti-sistema, sino una concesión del núcleo más duro del liberalismo anglosajón -al más puro estilo paternalista del antiguo régimen-, a fin de presentar una cara amable y envidiable con la que competir en términos de propaganda frente al 'socialismo real', en cuya utopía naufragaba la mitad del universo industrializado y una parte considerable del mundo rural. Así, el 'estado de bienestar' de las ejemplares 'democracias occidentales' era más un triunfo de la práctica real del socialismo soviético oriental que de las teorías académicas del marxismo institucional que se producía en las universidades occidentales, pues sin 'telón de acero' no habría habido lugar para 'estado de bienestar' alguno. Y no deja de ser muy significativo que en los grandes años del desarrollismo industrial más desaforado de occidente la intelectualidad del régimen capitalista -sostenida y financiada por la oligarquía liberal- fuera precisamente marxista y 'de izquierdas', lo cual no es ninguna casualidad. 

Por ello mismo, derrumbado el mundo socialista y derrotado el 'demonio rojo', el 'estado de bienestar' devino en un grave inconveniente para los intereses expansivos del gran capital globalista, ahora lanzado a la carrera por el monopolio mundial y del nuevo orden unipolar, máxime cuando la labor de disolución de la sociedad ya había sido ejecutada admirablemente durante 30 años por la misma inteligentsia marxista a sueldo del estado demo-liberal. 
Con el mundo unipolar llegaron los años de quitarse la careta: el liberalismo mostraba por fin su verdadero rostro [4], el rostro de una sociedad demolida, vaciada de toda convicción y privada de sentido por sus mismos 'intelectuales', un auténtico ejercito de nihilistas  y post-modernos. 

Llegados a este punto -los años '90, años de la caída del muro y del colapso socialista- la izquierda debía ser reconducida y reconvertida, reciclada diríamos, para servir a los nuevos objetivos del globalismo multicultural. Era hora de olvidar la lucha de clases y los grandes objetivos revolucionarios. Así de la 'gran lucha' contra el sistema la izquierda debía ahora pasar a las 'pequeñas luchas' locales, las 'micro-batallas' en defensa de las igualdades, las libertades, las minorías, la naturaleza (¿?) o cualquier otra excentricidad disolvente y centrifugadora que le fuera sugerida... 
En efecto, el aparato intelectual de occidente había cargado todas las tintas de su maquinaria teórica de demolición -con la excusa de derrotar ese enemigo siempre invisible pero eterno [5] que constituía 'la derecha'- contra los únicos valores que podrían constituir una resistencia al liberalismo: Dios, patria y familia, para abordar en último término la destrucción de los individuos mismos en tanto 'sujetos sociales activos' por medio de la ideología de género... Por tanto el papel inconfesable de la izquierda fue y sigue siendo el mismo: adoctrinar, inculcar y difundir ciertas 'ideas' convenientes para el poder entre la clase trabajadora, y muy especialmente entre la población más joven, a fin de fragmentarla psíquicamente e ir allanando el camino hacia un futuro sin posibilidad alguna de resistencia organizada. 

Esta es la razón profunda que explica por qué la izquierda cultural no fue proscrita y marginada por el poder, ni demonizada como lo fue la derecha: su papel social no era tanto hacer la revolución como adoctrinar a las 'clases medias'. Y este papel lo ha cumplido a la perfección.  

En conclusión, mientras la izquierda es un producto del poder destinado al consumo masivo por parte de la juventud a fin de que esta acepte cualquier ilusión de 'progreso', la derecha no ha pasado nunca de ser un fantasma, un pelele, un títere que agitar por parte del poder para mover y remover a las volubles clases medias. Un papel, el de agitar los viejos y agotados fantasmas al que la izquierda sigue prestándose convenientemente...


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"Es toda una experiencia vivir con miedo... 

Eso es lo que significa ser esclavo."

Roy Batty, personaje replicante del film futurista Blade Runner


Recientemente se ha podido presenciar un acontecimiento que supone una prueba excelente de lo que decimos, es decir de cómo la izquierda se moviliza agitando siempre los mismos viejos fantasmas, aún sin ningún sentido, en defensa del statu quo: el caso Charlie

Sin duda el caso Charlie marca por sí solo un hito en la 'historia universal de la infamia' de los mass-media señalándolos más que nunca como 'la voz del poder'. Dejando a un lado el gallinero mediático y el esperpento político, la izquierda ha tenido un papel muy destacado debido precisamente a que, lejos de ponerse del lado de la sociedad y enfrentar el problema ha pretendido exactamente lo contrario, aprovecharse de los acontecimientos y llevarnos a todos a su particular redil progresista, repleto de luchas 'justas' y 'liberadoras' y de 'mártires por la libertad'. 


Nos estamos refiriendo, como es obvio, a la grotesca campaña de manipulación por la cual la izquierda más progresista -la de los derechos, las libertades y la igualdad- se ha otorgado a sí misma la etiqueta de víctima moral de los gravísimos acontecimientos. 


Pretendiendo atraernos a todos hacia la defensa de 'los valores occidentales' y el progresismo utópico, la izquierda ha cumplido de paso la impagable misión de impedir toda disidencia al discurso liberal dominante. Resucitando sus viejos fantasmas de siempre -el racismo, el anti-semitismo, el retorno del fascismo y el fanatismo intrínseco a toda creencia religiosa- la izquierda una vez más ha protegido el núcleo del poder. No vemos razones por las que el ciudadano normal vería en hechos como estos un problema 'religioso' antes que un problema 'político', sin embargo la izquierda ha repetido hasta la saciedad que la religión es una peligrosa fuente de fanatismos... Una vez más, las consignas de siempre. Curiosamente este fanatismo religioso que dicen denunciar, no solo no da prueba alguna de existir, y en ninguna parte menos que en Europa y por supuesto tampoco entre musulmanes, sino que nunca se ha dirigido contra los laicos, antes bien históricamente ha sido al revés, como es notorio para cualquier persona cuyo conocimiento de la historia no esté cegado por sus prejuicios.  [6]

Sin embargo sí queremos notar que llama poderosamente la atención cómo ante estas campañas tan beligerantes en defensa del laicismo y el progresismo más fundamentalista e intolerante los creyentes no reaccionen en absoluto. Lo dejaremos aquí, porque creemos que las conclusiones resultan evidentes.  


No contento el progresismo cultural, siempre tan cercano a las instituciones y tan servil al poder, con intentar beneficiarse de los hechos y ponerse los galardones de las víctimas, emprendió además otra estrategia muy habitual entre sus filas: silenciar en lo posible y demonizar a todos aquellos que por una u otra razón no coincidieron con sus viejas y caducas consignas, se sintieron manipulados y 'tele-dirigidos' por la campaña de inundación mediática o, simplemente, desconfiaron de manera natural de situarse del mismo lado que el poder político para marchar cogidos del brazo por el camino de los siempre nebulosos 'valores occidentales'.  

Por lo demás, en una sociedad donde todos los derechos civiles se convierten en papel mojado día tras día, donde los parlamentos nacionales y supra-nacionales son un perfecto ejemplo de traición a sus ciudadanos y donde la libertad de conciencia es permanentemente conculcada por la propaganda mediática y el adoctrinamiento más burdo, parece cuanto menos exagerado alardear de la superioridad moral y de los 'valores' y las 'libertades' que se disfrutan en occidente -un paraíso, si hemos de creer a los progres fundamentalistas, repleto de gentes de lo más desagradecidas a tenor de las estadísticas psiquiátricas y la frecuencia cada vez mayor de trastornos psicológicos de todo tipo-, pero además es necesaria mucha bajeza moral para seguir defendiendo algo que pueda ser llamado 'progreso'. 


Coincidimos en este punto de plano con el profesor García-Trevijano cuando defiende con su habitual vehemencia que, después del siglo XX y de todos sus horrores -alimentados y sostenidos por los fanatismos ideológicos más chuscos y no por las religiones-, ninguna persona decente puede ser progresista

Tratando de interpretar con perspectiva la reacción exagerada y dogmática de la izquierda cuando agita los fantasmas del resurgir de la extrema derecha y el problema de las religiones en nombre de la defensa de su programa liberal e ilustrado -programa que, no lo olvidemos, nos ha conducido hasta aquí- diremos que de lo que se trata aquí es de conducir más apaciblemente al redil a ese infeliz rebaño llamado 'clase media'. Una vez más la izquierdaprogre ha cumplido su papel de adoctrinamiento de masas siervo del poder




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[1] Hay casos especialmente siniestros: la creación industrial de 'basura-espectáculo' fabricada específicamente para consumo de la juventud y controlada por oligarquías capitalistas de extraordinario poder se denomina 'cultura pop'; en realidad su cometido es justamente el contrario: destruir cualquier resto que pudiera quedar de cultura auténticamente 'popular' y anular la identidad cultural de la juventud, es decirdesarraigarles, marcando su independencia 'cultural' con respecto a las generaciones que les precedieron en el tiempo, y creando una percepción de ruptura, de alejamiento, de falta de unidad e intereses comunes, con respecto a la generación de sus propios padres. 


[2] Habría que abordar alguna vez las profundas y oscuras relaciones que existen entre las izquierdas y la cada día más omnipresente pseudo-espiritualidad new-age, relación de parentesco que además encuentra un vaso comunicante privilegiado en el ecologismo más superficial y de masas, que a través de la moda de lo 'verde' ya es un espacio más de mercado. Este mercado de lo ecológico conforma un marco en que todas estas culturas alternativas se dan cita y se celebran a sí mismas en su habitual ceremonia de confusión... 


Esta relación es mucho más antigua de lo que cabe imaginar, por ejemplo: el progresismo radical de los años '60 y '70 -desde el movimiento hippy al mayo francés- tenía una tendencia pseudo-espiritual hacia el orientalismo muy acusada. Como frutos que son de un mismo árbol -la anti-tradición- pseudo-espiritualidad y pseudo-ideología siempre han estado mucho más próximos de lo que habitualmente se supone... 


[3] El mejor ejemplo de cómo la izquierda y el progresismo han jugado el papel de 'tonto útil' preparando el camino para la llegada del nuevo orden postmoderno lo proporciona la popularización masiva de la droga como un bien de consumo más en el mundo occidental. 


Salvando las distancias, ese mismo papel lo desempeña hoy el progresismo al respecto del 'feminismo' y la ideología de género, ejecutando el trabajo sucio de imponer su ideario a toda costa en las mentes de los hombres y mujeres: cuando se aprecia el carácter impositivo y fanático de este adoctrinamiento, que no admite críticas ni disidencias, se hace evidente su naturaleza de vanguardia del 'poder central' en la lucha por el dominio de las mentes y las almas de los individuos. Profundizaremos en ello en la tercera parte de nuestro artículo. 


[4] Que el liberalismo radical no se escondiera tras el estado y se mostrara en todo su descaro como la 'doctrina del triunfo' es algo que solo había ocurrido en los años previos al crack del '29, lo cual es bastante significativo. Con el añadido además de que entonces el liberalismo se presentaba como una doctrina 'para todos', dado que 'todos' los hombres son iguales, una idea que vuelve a estar muy presente hoy en el discurso neoliberal: 'todo el mundo puede triunfar si es lo suficientemente emprendedor'. Tampoco es casualidad que los periodos de celebración del liberalismo desregulado conduzcan una y otra vez a colapsos económicos y severas crisis sociales.  


[5] Tomamos el término de un famoso artículo de U. Eco, turbio personaje que es quizá, de entre todos los 'intelectuales progres' que en los años '60 y '70 preparaban el camino de la 'postmodernidad líquida', el más mediocre a la vez que el de mayor peso mediático de todos, características estas que curiosamente suelen ir de la mano. 


[6] Quizá uno de los mayores errores estratégicos cometidos a la hora de enfrentarse a lamodernidad sea el no haberla reconocido y tratado como lo que muy probablemente es, una pseudo-religión, expresión de la anti-tradición; un sistema de creencias y dogmas peligrosamente exclusivistas y etnocéntricos, cuya fe central son las incuestionables verdades del individualismo, el materialismo y el laicismo. El punto de vista profano que la modernidad promueve no se conforma con poseer un espacio propio, ni siquiera con que se le permita hacer y deshacer sin rendir cuentas a nadie, por su misma naturaleza -al igual que elcapitalismo, que es uno de sus frutos- busca inevitablemente expandirse y hacerse con el todo, desterrando cualquier otra concepción del mundo, en particular si esta es sagrada. Así, pese a que en occidente la espiritualidad verdadera ha sido suplantada por la pseudo-espiritualidad new-age y la religión ha sido expulsada de la sociedad y recluida en el 'ámbito de lo privado' -¡cosa que celebran incluso algunos creyentes!- el laicismo lejos de conformarse exige cada vez más... 


Digamoslo sin ambages, la finalidad última de la modernidad es desacralizar -profanar- el mundo para lograr lo cual debe, tras haber derribado el orden tradicional, destruir cualquier residuo de concepción tradicional que pudiera quedar. El laicismo no se detendrá en su batalla anti-tradicional sean cuáles sean las concesiones que se hagan al mismo. Como puede verse en esto coinciden todas las izquierdas así como todo lo que se denomina actualmente 'derecha democrática' o 'liberal'. Por ello no es sorprendente que el laicismo no persiga las nuevas pseudo-espiritualidades con la misma virulencia con que persigue y demoniza las religiones tradicionales. 


Esto explica por qué es un enorme error que una religión cualquiera entable diálogo de igual a igual con la modernidad, como ha pretendido el cristianismo occidental generando confusión a raudales e incluso legitimando la modernidad a ojos de muchos creyentes, pues ¿cómo es compatible una concepción tradicional del hombre con una 'ideología moderna'? ¿En que punto de sus diferentes programas sociales o concepciones del ser humano pueden coincidir?