LLEVO veinte años escuchando repugnantes chistes macabros sobre Irene Villa o sobre las niñas de Alcàsser; pero ahora resulta que un alguacil barbudo ha repetido uno en Twitter y se ha convertido para la hipocresía rampante en el enemigo número uno de la democracia. Estos hipócritas que ahora se rasgan las vestiduras, denunciando que Twitter es una cochiquera, ponen como diría Vázquez de Mella «tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias». Con razón a Vázquez de Mella lo quieren desalojar de una plaza, para meter en ella a un señor con «orgasmos democráticos»; pues es natural que cada época honre a los hombres que están a su altura.
Como otros vomitorios de interné, Twitter fue creado para que las masas alienadas, ordeñadas y destruidas espiritualmente siguieran manteniendo el espejismo de libertad con el que en su día se les engolosinó. Masas que, viendo que esa libertad no les sirve para nada, sino para brincar de cama en cama y votar a unos tipos que luego pasan de sus anhelos como de comer mierda, necesitan un sitio donde desahogar sus berrinches. De modo que el sistema les brindó los vomitorios de interné, como quien mete una garrafa de aguardiente en una jaula de monos, para que las masas alienadas, ordeñadas y destruidas espiritualmente hicieran lo único que, para entonces, sabían hacer; que es lo único que pueden hacer, porque antes se han abrazado todos los materialismos entristecedores. Como nos enseñase Jardiel Poncela: «No saben a qué achacar su mal sabor de boca y se revuelven contra esto y contra aquello, sedientos de venganza y convencidos de que debe de haber alguien o algo culpable de que ellos no se encuentren a gusto. Esta indignación es un goce, porque para un miserable siempre es un placer el poder injuriar. Y la Humanidad recurre a esa indignación para hacerse la vida soportable». Decimos que las masas alienadas no pueden hacer otra cosa, porque antes renunciaron a la libertad para buscar la verdad propia de los hombres y abrazaron la libertad degradada propia de los monos; libertad que, como señalaba perspicazmente Leonardo Castellani, «vino a servir maravillosamente a las fuerzas económicas, y al poder del Dinero y de la Usura, que andaban con la obsesión de que los dejasen en paz». Twitter fue creado para que esas masas sin consuelo dejasen en paz al poder del Dinero y de la Usura, entretenidas en revolcarse en sus propias deyecciones.
Pero el sistema que creó Twitter debería ser comprensivo con los excesos diarreicos de sus usuarios. A fin de cuentas, la libertad que vendió a las masas alienadas es la «libertad del querer, que Hegel definía magistralmente como «determinación en sí y por sí», el puro autodeterminarse, el obrar desligado de un juicio ético. O sea, lo que los teólogos antañones denominaban «libertad luciferina» y en ciencia política se designa como «libertad negativa» (capacidad de obrar sin oposición), que en último término impide crear ningún orden, ni siquiera el fundado sobre la justicia. Por supuesto, esto no es libertad, sino servidumbre, pues elimina la posibilidad de elegir entre el bien y el mal: es la libertad que deja de ser un medio para convertirse en un fin en sí misma; la libertad, en fin, propia de los monos.
Naturalmente, esta «libertad del querer», este gran «orgasmo democrático», conduce tarde o temprano a la anarquía absoluta. Pero, mientras llega la anarquía absoluta, el poder del Dinero y de la Usura puede dedicarse tan ricamente a ordeñar a los monos. Y tampoco hay que enfadarse demasiado si los monos se ponen a decir burradas en Twitter, que también necesitan desahogarse, los pobrecitos.