TRIBUNA (La
Gaceta)
Las ventajas de vivir en una
Región independentista
Opinión / 27 septiembre, 2017
A muchos les extrañará
un título así de contundente, y más en medio de un estado de casi de excepción
que vive la nación española. Y para más inri, sorprenderán que vengan de un
catalán que se siente profundamente español. Pero me reafirmo en el título. Ciertamente
vivir en una región independentista permite reconsiderar constantemente la
causa de los males de España y atender a ellos en una tensión existencial fuera
de lo normal. Lo que en un principio parece un drama vital, permite, no
obstante, alcanzar una perspectiva de la realidad que en otras regiones
españolas es casi imposible.
En primer lugar,
cuando emerge la lacra del independentismo, auténtico veneno espiritual de las
almas individuales y colectivas, se visibiliza un mal que existe -de forma latente
e invisible- en otras partes de España. El nacionalismo en sí mismo es la
idolatría de la nación que no admite ninguna trascendencia sobre ella. De tal
forma que el individuo queda sometido a un alma colectiva que debe concretarse,
o visibilizarse, en forma de Estado. Cuando el nacionalismo catalán crea su
universo simbólico, él mismo se visibiliza e intenta imponerse. Así, sin
solución de continuidad, se crea una fractura social entre aquellos que lo
aceptan y los que lo repugnan. Ello permite un nivel de conciencia que no
tienen los que simplemente pueden caer en al nacionalismo español en cuanto
idéntica forma idolátrica que el catalán o vasco. Sin embargo, al carecer de un
referente claramente visibilizado simbólicamente no pueden reaccionar frente a
él.
Por eso, los que nos
ha tocado la desgracia de vivir en lugares donde ha arraigado un nacionalismo
particular, podemos deshacernos con mayor facilidad de la tentación del
nacionalismo español. Nuestro sentir de Patria, en los catalanes no nacionalistas,
es más fino (perdonen la arrogancia) y acertado que en tierras que no han
tenido esa experiencia. Para nosotros Patria y Nación son dos realidades
sustancialmente diferentes que nunca deben fusionarse ni confundirse. La
trascendencia innata en el ser humano nos apela al sentido de Patria como
transfusión de generaciones en el tiempo y respeto a la herencia recibida y los
principios intrínsecos que conlleva. El concepto sano nación de Nación nos
adentra en una realidad presente en el que la prudencia (en cuanto virtud
aristotélica) debe constantemente aplicarse factualmente. Nación y Patria deben
armonizarse, pero nunca confundirse ni fundirse. Por ello, cuando no se
distingue entre Nación y Patria se acaban confundiendo como lo mismo. Entonces
germina esa idolatría que pretende dotar a la organización política de una
sustancialidad eterna y cuasi divina.
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Hay una segunda
ventaja de vivir en aquellas tierras tradicionales donde hoy el nacionalismo ha
esquilmado toda auténtica tradición para crear estereotipos falsos, replicables
mediática o educativamente. En ellas, ciertamente, se ha acabado
sustituyendo el alma de un pueblo por una estructura de emotividad colectiva
fácilmente modelable por la ingeniería social. Esta segunda ventaja,
decimos, es que en nuestra tierra catalana –a modo de ejemplo- descubrimos que
el nacionalismo no es la causa de los males patrios, sino el efecto de otro
mal. Este otro mal puede ocultarse fácilmente allá donde el nacionalismo local
es prácticamente inexistente. ¿ Y cuál es entonces la causa del nacionalismo?
La respuesta es simple: el liberalismo.
El nacionalismo no
deja de ser la aplicación de la máxima liberal –aplicada colectivamente- de que
cada individuo es absolutamente libre de elegir y nada puede determinar su
libertad. Si la persona no tiene determinaciones trascendentes y superiores a
su libertad y ésta puede autodeterminarse absolutamente siempre que quiera,
¿qué menos podrán hacer los pueblos? Cuando se contempla así el nacionalismo,
como una proyección colectiva del falso concepto de libertad individual, es
cuando comprendemos dónde está la actual raíz del mal social. Ello permite que
los que vivimos en regiones nacionalistas desarrollemos más fácilmente
anticuerpos espirituales y morales. Porque percibimos que el nacionalismo es el
epifenómeno de una sociedad desgastada por el liberalismo (y a eso le hemos
dado el pomposo nombre de posmodernidad).
Por el contrario los
pueblos de España que no han tenido que convivir diariamente con el
esperpento y el drama nacionalista, no han desarrollado esos anticuerpos. Son
comunidades que están inoculando el liberalismo sin darse cuenta de sus efectos
colectivos (sólo individuales) y no podrán reaccionar contra él. Por eso, en el
resto de España, la llamada derecha, sociológica o política ha caído en la
enorme trampa de autoproclamarse “liberal”. Ello explica la transformación
sociológica de la derecha en la España donde el voto conservador ha sido
dominante durante décadas. Lo que a los catalanes nos ha traído el nacionalismo
(el pensamiento único y dominante de izquierdas), en el resto de España ha sido
introducido sutilmente por la derecha. Esta ha acabado aceptando buena parte de
la ideología de izquierdas y la ha integrado (sin en menor rubor) en sus
programas políticos. La vieja derecha, aquella que aún en la II República tenía
principios inamovibles y que supo reaccionar frente a un proceso
revolucionario, ha quedado desvanecida por el cloroformo del liberalismo. Si
existe una parte de España aún conservadora, podemos decir que es consustancial
a ella el estar lánguida y adormecida. Esta España que se cree libre
del nacionalismo, no ha generado anticuerpos y cree que los partidos
conservadores defenderán unos valores colectivos que la mayoría de sus votantes
ya son capaces de aplicar en sus vidas privadas.
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Curiosamente, donde
domina el nacionalismo, la derecha liberal, tierna y enternecedora, anestesiada
y anestesista, va desapareciendo para dejar un espacio en el ámbito público que
nadie es capaz de llenar, de momento. Puede que en esos ámbitos ya esquilmados,
pueda volver a injertarse la rama al árbol de la Tradición que resucite un
concepto de Patria y Nación; y que España que no sean un mero reduccionismo a
una mezcolanza de estructura administrativa-burocrática, con sobredosis de
sentimentalismo, producida especialmente cuando en los eventos deportivos les
va bien a nuestros representantes.
La paradoja de este artículo de hoy reside en que donde más arraigado está el nacionalismo, si sabemos conceptualizarlo adecuadamente y descubrir su verdadera naturaleza, es de donde hay más posibilidades que renazca un sentimiento de Patria española no contaminado de nacionalismo español. Y ahí donde teóricamente se salvaguardan las “esencias patrias”, el adormecimiento de las conciencias, almas, moral y principios, dejen paso a un reinado hegemónico del internacionalismo de izquierdas, que en el fondo es el fin para el que ha sido diseñado el nacionalismo “deconstructor” de Patrias.
La paradoja de este artículo de hoy reside en que donde más arraigado está el nacionalismo, si sabemos conceptualizarlo adecuadamente y descubrir su verdadera naturaleza, es de donde hay más posibilidades que renazca un sentimiento de Patria española no contaminado de nacionalismo español. Y ahí donde teóricamente se salvaguardan las “esencias patrias”, el adormecimiento de las conciencias, almas, moral y principios, dejen paso a un reinado hegemónico del internacionalismo de izquierdas, que en el fondo es el fin para el que ha sido diseñado el nacionalismo “deconstructor” de Patrias.