sábado, 30 de septiembre de 2017

Las ventajas de vivir en una Región independentista (Javer Barraycoa)

TRIBUNA (La Gaceta)
Las ventajas de vivir en una Región independentista
Opinión / 27 septiembre, 2017Javier Barraycoa
A muchos les extrañará un título así de contundente, y más en medio de un estado de casi de excepción que vive la nación española. Y para más inri, sorprenderán que vengan de un catalán que se siente profundamente español. Pero me reafirmo en el título. Ciertamente vivir en una región independentista permite reconsiderar constantemente la causa de los males de España y atender a ellos en una tensión existencial fuera de lo normal. Lo que en un principio parece un drama vital, permite, no obstante, alcanzar una perspectiva de la realidad que en otras regiones españolas es casi imposible.
En primer lugar, cuando emerge la lacra del independentismo, auténtico veneno espiritual de las almas individuales y colectivas, se visibiliza un mal que existe -de forma latente e invisible- en otras partes de España. El nacionalismo en sí mismo es la idolatría de la nación que no admite ninguna trascendencia sobre ella. De tal forma que el individuo queda sometido a un alma colectiva que debe concretarse, o visibilizarse, en forma de Estado. Cuando el nacionalismo catalán crea su universo simbólico, él mismo se visibiliza e intenta imponerse. Así, sin solución de continuidad, se crea una fractura social entre aquellos que lo aceptan y los que lo repugnan. Ello permite un nivel de conciencia que no tienen los que simplemente pueden caer en al nacionalismo español en cuanto idéntica forma idolátrica que el catalán o vasco. Sin embargo, al carecer de un referente claramente visibilizado simbólicamente no pueden reaccionar frente a él.
Por eso, los que nos ha tocado la desgracia de vivir en lugares donde ha arraigado un nacionalismo particular, podemos deshacernos con mayor facilidad de la tentación del nacionalismo español. Nuestro sentir de Patria, en los catalanes no nacionalistas, es más fino (perdonen la arrogancia) y acertado que en tierras que no han tenido esa experiencia. Para nosotros Patria y Nación son dos realidades sustancialmente diferentes que nunca deben fusionarse ni confundirse. La trascendencia innata en el ser humano nos apela al sentido de Patria como transfusión de generaciones en el tiempo y respeto a la herencia recibida y los principios intrínsecos que conlleva. El concepto sano nación de Nación nos adentra en una realidad presente en el que la prudencia (en cuanto virtud aristotélica) debe constantemente aplicarse factualmente. Nación y Patria deben armonizarse, pero nunca confundirse ni fundirse. Por ello, cuando no se distingue entre Nación y Patria se acaban confundiendo como lo mismo. Entonces germina esa idolatría que pretende dotar a la organización política de una sustancialidad eterna y cuasi divina.
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Hay una segunda ventaja de vivir en aquellas tierras tradicionales donde hoy el nacionalismo ha esquilmado toda auténtica tradición para crear estereotipos falsos, replicables mediática o educativamente. En ellas, ciertamente, se ha acabado sustituyendo el alma de un pueblo por una estructura de emotividad colectiva fácilmente modelable por la  ingeniería social. Esta segunda ventaja, decimos, es que en nuestra tierra catalana –a modo de ejemplo- descubrimos que el nacionalismo no es la causa de los males patrios, sino el efecto de otro mal. Este otro mal puede ocultarse fácilmente allá donde el nacionalismo local es prácticamente inexistente. ¿ Y cuál es entonces la causa del nacionalismo? La respuesta es simple: el liberalismo.
El nacionalismo no deja de ser la aplicación de la máxima liberal –aplicada colectivamente- de que cada individuo es absolutamente libre de elegir y nada puede determinar su libertad. Si la persona no tiene determinaciones trascendentes y superiores a su libertad y ésta puede autodeterminarse absolutamente siempre que quiera, ¿qué menos podrán hacer los pueblos? Cuando se contempla así el nacionalismo, como una proyección colectiva del falso concepto de libertad individual, es cuando comprendemos dónde está la actual raíz del mal social. Ello permite que los que vivimos en regiones nacionalistas desarrollemos más fácilmente anticuerpos espirituales y morales. Porque percibimos que el nacionalismo es el epifenómeno de una sociedad desgastada por el liberalismo (y a eso le hemos dado el pomposo nombre de posmodernidad).
Por el contrario los pueblos de España  que no han tenido que convivir diariamente con el esperpento y el drama nacionalista, no han desarrollado esos anticuerpos. Son comunidades que están inoculando el liberalismo sin darse cuenta de sus efectos colectivos (sólo individuales) y no podrán reaccionar contra él. Por eso, en el resto de España, la llamada derecha, sociológica o política ha caído en la enorme trampa de autoproclamarse “liberal”. Ello explica la transformación sociológica de la derecha en la España donde el voto conservador ha sido dominante durante décadas. Lo que a los catalanes nos ha traído el nacionalismo (el pensamiento único y dominante de izquierdas), en el resto de España ha sido introducido sutilmente por la derecha. Esta ha acabado aceptando buena parte de la ideología de izquierdas y la ha integrado (sin en menor rubor) en sus programas políticos. La vieja derecha, aquella que aún en la II República tenía principios inamovibles y que supo reaccionar frente a un proceso revolucionario, ha quedado desvanecida por el cloroformo del liberalismo. Si existe una parte de España aún conservadora, podemos decir que es consustancial a ella el estar lánguida y adormecida. Esta España que se cree libre del nacionalismo, no ha generado anticuerpos y cree que los partidos conservadores defenderán unos valores colectivos que la mayoría de sus votantes ya son capaces de aplicar en sus vidas privadas.
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Curiosamente, donde domina el nacionalismo, la derecha liberal, tierna y enternecedora, anestesiada y anestesista, va desapareciendo para dejar un espacio en el ámbito público que nadie es capaz de llenar, de momento. Puede que en esos ámbitos ya esquilmados, pueda volver a injertarse la rama al árbol de la Tradición que resucite un concepto de Patria y Nación; y que España que no sean un mero reduccionismo a una mezcolanza de estructura administrativa-burocrática, con sobredosis de sentimentalismo, producida especialmente cuando en los eventos deportivos les va bien a nuestros representantes.
La paradoja de este artículo de hoy reside en que donde más arraigado está el nacionalismo, si sabemos conceptualizarlo adecuadamente y descubrir su verdadera naturaleza, es de donde hay más posibilidades que renazca un sentimiento de Patria española no contaminado de nacionalismo español. Y ahí donde teóricamente se salvaguardan las “esencias patrias”, el adormecimiento de las conciencias, almas, moral y principios, dejen paso a un reinado hegemónico del internacionalismo de izquierdas, que en el fondo es el fin para el que ha sido diseñado el nacionalismo “deconstructor” de Patrias.