Bajezas de los Países Bajos
Interior holandés
Holanda es el país de las hermosas ciudades patricias, con tejados de gabletes y muros de ladrillo, con canales, esclusas, jardines primorosamente cuidados e, incluso, hospitales alegres, como el que pude visitar en Groninga, donde debe ser de mal gusto estar enfermo. Holanda la habita gente agradable, educada, discreta, realista y bastante guapa, alta y atlética. En fin, Holanda es un país más perfecto que la pretendida utopía nórdica, ese infierno sin sol donde la gente se suicida y la depresión alcohólica es el humor predominante entre los beneficiarios del Estado del "Bienestar". Vivero de excelentes pintores, audaces marinos y célebres científicos, Holanda, el país de Erasmo y de Huizinga, es el ejemplo de nación burguesa, más que Inglaterra y Francia. Tolerante, juiciosa, nada heroica, rebosante de buenos alimentos, comodidades y sentido común, encarna el ideal del liberalismo burgués de los últimos tres siglos.
Pero de los Países Bajos también han salido la desesperación trágica del Rembrandt viejo, la esquizofrenia de van Gogh y las siniestras cuadrículas de Mondrian. Allí, durante el siglo XX, eclosionaron los peores engendros del racionalismo, y el viajero que se dé un paseo por los nuevos barrios de Amsterdam o por las ciudades de Flevoland podrá entender hasta qué punto la razón es una droga y su abuso uno de los peores vicios. Por eso, no me ha sorprendido nada la reacción de rechazo de los holandeses ante el cuidado y los sacrificios "irracionales"que españoles, italianos, griegos y supongo que todos los europeos bien nacidos hacemos por nuestros padres, abuelos, tíos, madres y demás parentela que ha superado la sesentena. Es curioso que los defensores del relativismo sean inflexibles y nada tolerantes a la hora de imponer ciertos derechos como el aborto, la eutanasia o el triaje, al mismo tiempo que impiden que la sociedad castigue de manera ejemplar a los peores criminales.
La práctica del triaje, llevada con singular frialdad por los neerlandeses --tan amantes de los animales y los tulipanes, tan progresistas y delicados defensores de los derechos de todas las minorías--, no se origina, como algunos insinúan, en el protestantismo, por lo menos del clásico, que sigue fiel al Decálogo de Moisés y a eso de honrarás a tu padre y a tu madre. Aunque con el caos que reina entre los evangélicos del norte de Europa, cualquiera sabe... El triaje tiene su origen en los hospitales de campaña, no viene ni de Lutero ni de Calvino, pero se adapta muy bien al fría tecnocracia de Max Weber y sus émulos, expertos en aplicar la lógica de la economía y de la sociología ilustrada a sus cobayas: nosotros y nuestros mayores. El progreso ha ocasionado un feliz alargamiento de la vida humana porque las condiciones materiales de nuestra existencia han mejorado; eso también causa un mal sobrevenido, que es el deterioro progresivo de la calidad de esa vida tan larga. Morir se ha convertido en un proceso complejo y, sobre todo, caro. Los buenos burgueses, extremadamente parsimoniosos con sus fondos, no pueden dejar de pensar como lo que son, racionalistas, economicistas y materialistas. "Los viejos ya han vivido demasiado, no tienen nada que ofrecer a la sociedad, mientras que los jóvenes tienen largos años por delante, su mantenimiento es menos costoso y pueden aportar su trabajo e innovación. En casos de emergencia, pues, concentremos los recursos sanitarios en los jóvenes y dejemos morir a los viejos. Así, además, aligeraremos el presupuesto en pensiones." Un razonamiento impecable, sobrio, lógico, económico, científico, inexorable, coherente, de una rentabilidad clara. Qué pena que no sea humano. No por algo nos llevan dos siglos y medio de adelanto en eso de la Ilustración.
Hace más de tres centurias que el pasado, la religión, el sufrimiento y los lazos de patria, sangre y fe fueron tildados de irracionales y condenados a una desaparición progresiva. Todo lo que no estuviera encaminado a hacernos mas ricos, saludables y felices en un plano absolutamente individual y material no merecía la pena que existiera. Desde que salió de Holanda en el siglo XVII, el liberalismo clásico se ha centrado en la búsqueda de la libertad y la felicidad del individuo abstracto, sin patria ni fe ni familia, un ciudadano del mundo-mercado, un fiel que deserta de los templos paternos y adora a un Becerro de Oro automático, productor infatigable de monedas y juguetes que entretengan al homo oeconomicus y lo alejen de mirar hacia su interior.
Pero, pese a todo, ni la muerte, ni la enfermedad ni el sufrimiento han dejado de existir. La vida se ha alargado pero se acaba , el sufrimiento se puede paliar pero no del todo y todas las enfermedades se curan... menos la última. Ahí siguen los mismos interrogantes que obsesionaban a nuestro antepasados, entre los que la muerte, el sufrimiento, la pobreza y la enfermedad eran cotidianos y visibles --evidentes--, como verdades que ningún progreso va a poder liquidar, a no ser que se acabe con el propio ser humano. Por eso se sigue leyendo a Dostoievski y se olvidan las novelas pastoriles. En ese aspecto, nuestros "socios" holandeses están muy avanzados. La felicidad es un perpetuo presente sin pasado, pero con ficticias anticipaciones de un futuro que no llega. Pero es que la felicidad no existe, sino los momentos de dicha. Es difícil suponer que ser feliz sea lo mismo que ser confortable, pero nuestros tecnócratas siguen creyendo que una población bien cebada, sedada y entretenida lo es: confunden la ambrosía de los dioses con el prozac de los farmacéuticos.
Todo pasado, todo lazo de sangre y de fe es un obstáculo para la felicidad del individuo abstracto de la Ilustración, ese ser sin ataduras, salvo las del mercado, y sin señas de identidad, sin memoria y sin alma, simple instrumento de las fuerzas económicas. ¿Qué tiene de extraño que quieran borrar del mapa a los ancianos, que son historia, pasado, raíces? ¿No es mucho más alegre y rentable un mundo sin viejos? ¿No es mejor abreviar sus sufrimientos y arrojarlos al nirvana del no ser? Han caducado, son chatarra humana.
Sé que muchos pensarán que los holandeses tienen razón. Simplemente les digo: algún día seréis viejos. Pero cuando dejamos que ciertos poderes se permitan el capricho de dictar quién debe vivir y quién debe morir, puede que no se detegan sólo en los ancianos. ¿Por qué no liquidar a todo aquel cuyo mantenimiento suponga un coste excesivo para el Estado? ¿por qué permitir que siga alentando gente que nunca va a tener las condiciones para una vida "digna" según los doctores Simón del Estado del Bienestar? Curiosa sociedad la nuestra, que protege a los criminales y extermina a los inocentes e indefensos. Hoy más que nunca deberíamos leer a Dostoievski.
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