11 de junio de 2019, San Juan de Sahagún, San Bernabé, Santa María Rosa Molas y Vallvé
Desde el suicidio de Noa Pothoven, la chica holandesa de 17 años, activista del suicidio y la muerte, autora de un libro sobre su propia historia titulado Ganar o aprender, las peticiones de eutanasia activa se han disparado en aquel país, donde cualquiera puede pedir que le maten a partir de los doce años. 12 años. 12.
Noa fue víctima de abusos sexuales a los 11 años y de una doble violación a los 14. A partir de ese hecho cayó en la anorexia y la depresión e inició un penoso recorrido por especialistas e instituciones, en alguna de las cuales fue internada por decisión judicial.
Conoces el desenlace de su historia: Noa terminó suicidándose hace escasos días. Dejó de comer y de beber.
Pero el resultado de su acto fue que en su país se han multiplicado las peticiones de eutanasia por parte de personas procedentes de otros países europeos.
Y el segundo resultado no menos grave de esta historia es la utilización partidista de esta muerte:
“Este caso representa un universo de dolor frente al que muchos de nosotros no podemos hacer otra cosa que suspender todo juicio sobre la persona y su familia que la apoyó en su decisión de morir.
Pero con todo el respeto que merece esta situación, el problema comienza cuando se pretenden amortizar este tipo de episodios aislados de alto voltaje emocional y gran difusión mediática para fines políticos que, estratégicamente, buscan concienciar y educar a la sociedad.” (“Ninguna vida es indigna por el sufrimiento que padezca”. Valoración bioética del caso Noa Pothoven)
Queremos poder matar a alguien o matarnos a nosotros mismos en determinadas circunstancias. Eso es la eutanasia o el “suicidio asistido”.
Ambos eufemismos ocultan una realidad muy simple (y siniestra): que algunos quieren disponer en algunos casos de la vida de otros, o de la propia, para acabar con ella.
En España, Podemos presentó la pasada legislatura una proposición de ley apoyada por una asociación denominada “por el derecho a una muerte digna”... como si no morir con el patrocinio del Estado, con la complicidad de los médicos que se presten a ser verdugos, fuera una indignidad.
La proposición de Podemos no salió adelante y el PSOE presentó su propio proyecto que tumbaron PP y Ciudadanos. A su vez, el partido de Rivera presentó un proyecto propio.
En la presente legislatura la izquierda y los nacionalistas presentarán de nuevo una ley de eutanasia, que podría contar con los votos necesarios para ser aprobada, aunque PP y Vox se muestren contrarios.
La eutanasia y el “suicidio asistido” forman parte de los supuestos avances con que nos quiere regalar el PSOE, Sánchez y el resto de partidarios de la muerte como solución final de los problemas que no nos gustan. Al respecto, el Código Penal, artículo 143:
“1. El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años.
2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona.
3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte.
4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.”
Ramón Rodríguez Arribas, exvicepresidente del Tribunal Constitucional, dice que la eutanasia es ”el eufemismo con el que se disfraza la muerte provocada de un ser humano doliente”:
“En nuestra Constitución, el «todos tienen derecho a la vida» de su art. 15, no admite excluir a nadie y hasta cuando se produce el conflicto de derechos, el Tribunal Constitucional ha impuesto la ponderación en la solución final, como lo hizo en la Sentencia 53/1985 sobre la primera ley del aborto. Consecuentemente no hay un derecho a matar, ni siquiera a quien nos ataca con intención homicida.
Por otra parte, son conocidos, aunque no sean frecuentes, casos de personas en coma «irreversible» que han despertado y enfermos gravísimos, desahuciados, que han sobrevivido. Stephen Hawking contó que en 1985, estando en Suiza, sufrió una neumonía, cuando ya estaba muy enfermo, e internado en el Hospital Cantonal de Lucerna, los médicos, que le habían instalado un aparato para la respiración artificial, sugirieron la desconexión para dejarlo morir, pero su mujer se negó y lo trasladó en un avión medicalizado a un Hospital de Cambridge, en el que le practicaron una traqueotomía y conservaron su vida otros 33 años.
El establecimiento de la eutanasia situaría a los médicos en un problema de conciencia porque «atender al que sufre es progresista; acabar con él es retrógrado y reaccionario».” (Eutanasia)
Andrea Peña le escribe a propósito de la historia de Noa:
“No pongo en duda tu dolor y tu sufrimiento, quizás noches sin dormir y ganas de querer morir. Quizás desagradables flashback de lo que te pasó. Lo que pongo en duda es que la solución sea la eutanasia. No, no era la solución. La solución a las heridas de una niña a raíz de una violación no es matarla. Quizás la solución era otra.
Todos hemos vivido momentos en nuestra vida en los que la mente ha querido vencer y nos ha dicho: ‘Basta’, hemos tenido esas heridas internas tan dolorosas que a veces solo nos piden paz, pero muchos salimos de eso. Y tú también podías. Porque solo necesitabas una mano amiga que te dijese que todo iba a estar bien. Pero eso requiere esfuerzo e implicación y ellos no tenían tiempo, o no querían tenerlo. Me asombra ver cómo este mundo, cada vez más dividido, se hace más insulso y sinsentido. Pasa con todo… la gente no quiere sacrificarse por los demás.” (Carta abierta a Noa Pothoven: con la eutanasia te han dado la espalda)
El catedrático Juan Alfredo Obarrio Moreno formula las preguntas clave sobre este asunto: “¿Dónde fijamos el límite del sufrimiento?”
“¿En qué momento se puede aceptar la petición de eutanasia o de suicidio? ¿Bastaría con que alguien manifestara que ya no quiere seguir viviendo porque su vida carece de sentido? Un buen ejemplo de esta realidad que cuestionamos lo propició, tristemente, el científico australiano David Goodall, quien, a sus ciento cuatro años, y con plena capacidad mental y física, se desplazó a Suiza para que se le aplicara el suicidio asistido. No padecía ninguna enfermedad en fase terminal. Reconocía, eso sí, que su calidad de vida se había deteriorado: “No soy feliz. Quiero morirme. No es particularmente triste”. Sí, es realmente triste que se permita la eutanasia por el simple hecho de no ser feliz. Si aplicamos esta razón al común de los mortales ¿quién viviría?
Dado el grado de manipulación mediática, tengo la sensación de que la sociedad no es consciente de que si se abre la espita de la eutanasia, no se podrá poner barreras al mar. Más pronto que tarde, empezaremos a ver, con gran alarma, cómo un sinfín de situaciones tienen cabida en ella: ¿por qué no la depresión, el cáncer, Alzheimer o la amputación de un miembro? Solo se ha de ver lo que está sucedido en Holanda, Suiza o Bélgica para saber cómo se está “ofertando” ante un diagnóstico de enfermedad incurable, o ante la sensación de desasosiego que provoca una vida que parece que ya no tenga sentido alguno.” (Suicidio asistido: el suicidio de una sociedad)
La cita
José Miguel Serrano, Universidad Complutense de Madrid:
“El derecho a la muerte se inscribe en la lógica de la instrucción oficial, de la reglamentación benevolente que establece un Estado Total, que aplica una ideología única donde los viejos límites salvación-bien común, externo-interno, autónomo-heterónomo que marcaban la diferencia entre moral y derecho no existen. El Estado no admite límites aunque dice actuar en nombre no ya de una raza, de un pueblo o de una clase sino en nombre de una multitud de voluntades individuales que se reducen a una.”
Me temo, que el momento de la tramitación parlamentaria, la presentación de la ley de eutanasia y “suicidio asistido”, está ya cerca. ¿Estaremos preparados para hacerle frente?