miércoles, 14 de septiembre de 2016

Repitiendo elecciones (Juan Manuel de Prada)

Repitiendo elecciones

ANIMALES DE COMPAÑÍA

La falta de acuerdo entre nuestros principales partidos políticos tiene escandalizada a mucha gente bienintencionada. Los más pragmáticos consideran que el descalabro económico y el caos administrativo no tardarán en desatarse; pero tales calamidades deben estar bien atadas (¡por lo menos con un nudo gordiano!), porque los índices económicos de los últimos meses resultan favorables (dentro del estado de postración en que yace postrada España) y la administración sigue funcionando (gracias, sobre todo, al trabajo callado de los funcionarios, a quienes absurdamente se carga con el mochuelo de todos los problemas que nos afligen). Los más idealistas, por su parte, ponen el grito en cielo, lamentando los daños irreparables que esta situación infligirá al régimen político vigente, que ilusoriamente llaman democracia. Pero lo mismo los pragmáticos que los idealistas se confunden. pues tal situación se ha generado, precisamente, para apuntalar el régimen político vigente; y, por supuesto, su resolución en nada influirá sobre la marcha económica de nuestro país, que depende de poderes a los que nuestra oligarquía política rinde pleitesía.
Fue Spinoza quien afirmó que el mejor modo de apuntalar el poder absoluto del Estado consistía en permitir la mayor diversidad de credos religiosos (pero su afirmación se puede hacer extensiva a las ideologías, que son los sucedáneos religiosos de nuestra época), siempre que no se opusieran a los fundamentos del Estado. De este modo, a juicio de Spinoza, el Estado se convertiría en el único órgano de poder firme y estable, legitimado ante las masas para ejercer el monopolio de los juicios políticos y morales; pues la pluralidad de credos religiosos a la greña haría que sus juicios resultasen contradictorios y, por lo tanto, inválidos para reglamentar la vida política. Spinoza fue, pues, el primero en entender que el poder, para perpetuarse, necesita sembrar la división entre sus rivales; y que, cuanto mayor es la división que siembra, mayor será su poder; pues los credos religiosos (hoy ideologías) en liza, al atomizarse, no hacen sino anularse los unos a los otros. Este diseño de Spinoza tenía como fin primordial desactivar a la comunidad política, que vinculada por unas mismas creencias podía plantar cara al poder absoluto del Estado. Y este diseño de Spinoza, reducido a caricatura, es el régimen político vigente, en donde un poder omnipotente (que ya no es el del Estado nacional, reducido a fosfatina, sino más bien un poder plutocrático mundialista) hace y deshace a su antojo, mientras las ideologías en liza (representadas por los partidos políticos) mantienen al pueblo en un perpetuo estado de demogresca, escenificando un duelo a garrotazos.
Duelo que, naturalmente, es de mentirijillas. Pues lo cierto es que los negociados de izquierdas y derechas, en las cosas verdaderamente importantes para el mundialismo, están plenamente de acuerdo (puesto que todos obedecen las consignas de su amo). Como los actores que se atraviesan con el estoque en escena y luego se van juntos de putas una vez acabada la función, los negociados de izquierdas y de derechas representan su función con gran aspaviento y jeribeque con el único objetivo de mantener a la gente dividida, enzarzada en la demogresca esterilizante que impide emprender empresas comunes. Así ha ocurrido en España, de forma más o menos pacífica, durante las últimas décadas; pero en la sociedad española, desvinculada y hecha añicos, enzarzada en una demogresca perpetua, animalizada por el materialismo y el disfrute de derechos, surgió una tímida chispa de rebelión. No era, naturalmente, una rebelión nacida de un genuino anhelo de regeneración que reniega de pasados errores, sino más bien del resentimiento social y la penuria económica que unas oligarquías políticas rapaces y lacayas de la plutocracia habían azuzado irresponsablemente. Tal rebelión era, por supuesto, inane, puesto que comulgaba con la visión antropológica impuesta por el mundialismo; pero estaba entreverada de quimeras económicas que podían desencadenar turbulencias indeseadas. Para desactivar esa chispa de rebelión se ha montado toda esta pantomima de elecciones repetidas, investiduras fallidas y cabildeos entre bambalinas; y para conseguir que las aguas vuelvan a su cauce (una demogresca controlada por el mundialismo, con una pacífica alternancia en el poder de los negociados de izquierdas y derechas) se han repetido las elecciones, y se volverán a repetir cuantas veces sea preciso.