OTEANDO OTROS HORIZONTES
El largo periodo de
campaña preelectoral en que vive el país desde hace varios meses suscita la
inquietud de que es lo que se debe hacer ante un nuevo encuentro con las
urnas. Ante los previsibles carteles de
la feria política surge la fuerte tentación de abstenerse de todo, pero también
apetece plantearse, antes de adoptar una decisión definitiva en ese sentido, una
pregunta acuciante ¿Realmente se puede intentar hacer algo para que cambien las
cosas?.
Las masas de
electores a semejanza de las cofradías de admiradores de los artistas del
celuloide, hablan a veces acerca de la listeza, del estilo, del carisma o de la
guapura de los candidatos a los que piensan someterse o acatar obediencia
durante el próximo periodo legislativo.
Alguien a llamado a
este sistema una democracia de behetría, en recuerdo de las prerrogativas que
tenían en la Edad Media los pueblos castellanos de elegir a su señor, si bien
la sustitución de tal señor era más fácil entonces que ahora, no existía un
periodo fijo por el que tuvieran que estar sometidos. Además la jerarquía tenía una aureola de
origen religioso que en el mundo secularizado actual sería vano buscar. Era natural entonces que los vasallos juraran
fidelidad y pusieran en prenda de tal juramento su honor, pues la autoridad se
consideraba en último extremo de origen divino, pero ¿cómo es posible atribuir
algún tipo de sacralidad a las pretensiones, intenciones o promesas de los
modernos políticos?. Pues en vista de
eso los políticos actuales cuando llegan al mando pueden llegar a tener un
poder que era difícil de concebir en tiempos pasados, y sin mediaciones morales
o religiosas que hagan lícito su poder.
El buen ciudadano calla y otorga y cuando lo exigen las leyes acude a votar
a sus mandatarios.
Un historiador muy
ligado a Ávila contaba que eran dos casi-fatalidades las inherentes al carácter
hispano: por un lado el individualismo atroz que desdeña todo tipo de
sociabilidad política y del que es buena muestra el anarquismo de principios de
siglo, aunque no faltan tampoco actualmente muestras de procederes políticos
similares en muchos ciudadanas, desde fontaneros hasta toreros ; el otro
extremo lo representa el caudillismo, sin que sea necesario acudir al invicto
para ver excelentes muestras de ello. Este extremo parece ligado además de una
manera turbadora a los caracteres sexuales varoniles primarios hasta tal punto
que los comentaristas políticos aparentemente más equilibrados y neutros no
tienen empacho alguno en desdeñar a un político diciendo que no tiene carisma ,
como si dijeran: no es torero, no tiene majeza y en definitiva es poco
macho. Cuanto voto se deberá en este
país a estremecimientos inconfesables de las vísceras más secretas.
Con todo no habría
nada que objetar si sus obras desmintieran la vulgaridad de su extracción, pero
no es este el caso precisamente, a medida que el siglo llega a su terminación
los disparates aumentan de forma alarmante; el país se ve definitivamente
condicionado a los intereses de la política mundialista lacayunamente seguidos
por los dirigentes políticos sin diferencia de ubicación diestra o siniestra.
Los resultados están a la vista desmantelamiento no ya de fábricas sino de
sectores industriales, agrarios y pesquemos nteros aumento del paro hasta
límites hasta ahora no conocidos, aunque evidentemente esto aún se puede
considerar Jauja comparado con las tasa de para de muchos países
subdesarrollados a las que si Dios no lo remedia estamos abocados. Claro que de momento se va tirando sin
problemas de vida o muerte debido al fabuloso sistema de financiación de
prestaciones sociales que consiste en generar déficits presupuestarios y una
gigantesca deuda pública, sistema que en principio traslada los gastos actuales
al futuro, y que los políticos de derechas y sobre todo los de izquierdas están
dispuestos a proseguir sin desmayo, pues va en ello los votos de pensionistas,
parados y demás subvencionados. Lo que no
está tan claro es lo que pasará en el futuro si las futuras generaciones no se
hacen responsables de los gastos de ahora.
De la madre tierra
más vale no hablar, se destruye la atmósfera que respiramos, se contamina el
agua que bebemos, cuando la hay; se envenenan los alimentos que sembramos y
comemos, los que pueden; se despilfarran sin remedio las materias primas más
importantes (quedan 50 años de petróleo para el mundo según la British
Petroleum) amen de propiciar la desertificación de la tierra, el cambio de
Clima y otras fruslerías que la buena educación aconseja callar discretamente
Todo ello debido a un avanzado sistema de producción industrial y consumo
masivo, que por otra parte ha producido más millones de muertes por hambre que
ningún otro siglo en gentes cuyo consumo no es precisamente tan masivo Aunque
si alguna ventaja ha aportado los modernos avances de la ciencia a la industria
no se puede dejar de señalar que nunca en las historia del género humano se
disfrutaron guerras más sangrientas que en el presente siglo, gracias
precisamente a la industria militar, aunque tampoco faltan guerras de carácter
más ancestral con aromas de fanatismo religiosos en la Europa de ahora. Y no se diga que esos son efectos perversos
del capitalismo, pues en los países que hasta hace poco formaban el mosaico de
lo que se podría llamar el paraíso soviético las cosas eran sencillamente
espeluznantes.
Naturalmente que
estas cosas no son patrimonio del conocimiento de unos grupos exiguos y
pesimistas como ecologistas y demás rarezas humanas; hoy día todo esto es
prácticamente del dominio público. Otra
cosa es si realmente se puede poner remedio a esto estado de cosas o si alguna
fatalidad nos arrastra a lo peor. Por el
momento se puede constatar que los intereses por mantener las cosas más o menos
como están son de tal calibre, que los políticos se apuntan con mucho más frecuencia
al carro frenético del caos en que se alimentan tales intereses que a intentar
frenarlo. Es incluso bastante improbable
que se puedan rectificar las cosas desde un punto vista exclusivamente
humano. Como botón de muestra de tales
dificultades se puede señalar la extraña coyunda entre grupos políticos de
izquierda habituales defensores del mantenimiento y ampliación del sistema
industrial, cuyos correligionarios de otras latitudes cuando han estado en el
poder han causado auténticos destrozos en la naturaleza, y los llamados verdes,
e los que se esperaba un comportamiento menos ambicioso de escaños y
cargos. Al fin y al cabo, como dice la
popular jota segoviana: 'a vivir que son dos días y de aquí a cien años todos
calvos' , aunque al paso que vamos es dudoso lo que va a quedar dentro de cien
años. Hablando de futurología dicen
algunos que los partidos de las actuales democracias occidentales desaparecerán
en el futuro o al menos su papel se reducirá mucho. Es de esperar que no
produzcan cosas peores, aunque siempre hay que temerse lo peor. Lo que parece cierto es que son ya los
humanos en su sentido más original y no solamente en su aspecto de ciudadanos
los que tienen que hacer algo antes de que sea demasiado tarde. No es muy agradable imaginar una situación en
la que los habitantes de los países occidentales se dejen llevar pasivamente
por las circunstancias , a veces favoreciéndolas a veces consintiéndolas, hasta
el extremo de morir de inanición, como se ve con alguna frecuencia por
televisión en los países más subdesarrollados.
Un anticipo de lo que puede ser se puede ver ya en las grandes ciudades
de nuestro país en donde un número cada vez más grande habitantes, cada vez más
jóvenes, se dedican a una mendicidad digna de los pobres de solemnidad de
tiempos más viejos pero sin ningún tipo de solemnidad. Aunque bien pensado con una tasa de paro más
elevada se podría conseguir una sociedad aún más moderna con niños abandonados por
las calles y otros tipismos que hoy día existen en muchos países
iberoamericanos o en la India. Hasta es
posible adivinar situaciones de violencia. y terror comparada con las cuales
las más brutales tribus urbanas actuales
serían chiquilladas sin importancia.
Por de pronto asombra
ver la cantidad de gente que aún se cree las diatribas electorales donde los
partidos se acusan mutuamente de fechorías sin cuento, proponen todo clase de
maravillosas recetas curalotodo y lo que es más asombroso manadas de millones
van y los votan. Dentro de este conjunto
tan singular se encuentran los que favorecen el actual estado de cosas, aunque
no hay que olvidar otros elementos que son los que pasan, que también se
cuentan por millones y que parecen ir constantemente en aumento. Estos últimos
elementos son los que consienten , y entre los que favorecen y los que
consienten se está creando una siniestra armonía contrapuntística que llevará a
una mala resolución.
Así puestas las cosas
no está mal volver a los orígenes para repasar una andadura equivocada. Retrocediendo en este sentido a la Edad Media
asombra ver el funcionamiento popular de los concejos castellanos y la actuación de sus jueces de acuerdo con el derecho
consuetudinario, progresivamente aplastados por las ambiciones aristocráticas y
reales, los caudillos carismáticos de entonces.
No fue tan feroz el aplastamiento de las instituciones populares
medievales en otras zonas de Europa por lo que aún es posible examinar lo que
pudieron dar de sí. Vaya aquí un reconocimiento al suizo Dénis de Rougemont que
fue capaz de transmitir que Suiza , que irónicamente no pertenece a la
Comunidad Europea, tiene algo más que relojes, quesos, secretos bancarios o colegios
de señoritas cursis y pijas, refiriéndose a su secular sistema político de
consejos tanto a nivel de comuna ,como de cantón , como de confederación, muy
anterior al moderno sistema de partidos políticos. Desde luego que se ha considerado que Suiza
es un país sin grandeza política, sin un gran imperio ni sin las atrocidades
anexas a tal empresa, pero en vista de los resultados que se están obteniendo de
la mundialización de la política y de la economía se empieza a fascinar uno por
aquello de 'lo pequeño es bello'. Otra
objeción clásica es que a las instituciones suizas son poco caudillistas y
taurinas para los hispanos, aunque a este respecto cabe argüir que en la
Castilla medieval el funcionamiento de los concejos era más popular y el toreo más
recio que hoy día. Si es cierto aquello
de que lo que no es tradición es plagio, probablemente el sistema político
suizo está más cerca de nuestros orígenes políticos que el sistema anglosajón
de partidos turnantes que ya ha traído unos cuantos quebraderos de cabeza al
país.
El consejo federal
suizo, máxima autoridad ejecutiva , funciona de una forma colegiada donde se
integran de forma equilibrada las diversas opciones políticas, las confesiones
religiosas y las lenguas, de manera que a todos alcanza la responsabilidad de
gobierno y las tensiones que día a día hay que resolver, difíciles pero claras
. De estos consejeros federales se ha probado sobradamente que su dedicación a
la cosa pública les ha hecho perder dinero y ventajas, y pasado su mandato
desaparecen de la vida política sin formar esa nube de pretendientes a cargos y
sinecuras tan típica de los ex-mandatarios de nuestro país. La presidencia de la Confederación Helvética
se realiza durante un año y por orden de antigüedad entre los consejeros
federales, lo que sin duda hará pensar a la mayoría de los españoles que con
ese sistema no da tiempo para enriquecerse.
No es raro ver viajar el los tranvías y autobuses urbanos de Berna al
presidente del país. Por si fuera poco
para resistir popularmente a tal poder ejecutivo que representa ampliamente a
la sociedad suiza, existen dos mecanismos de utilización frecuentísima que son
el referéndum y la iniciativa legislativa, muy distintos de los que figuran en
la constitución española que son más bien de uso hipotético. Naturalmente que estos sistemas de consejos
colegiados, con preponderancia del consejo sobre el individuo, y de iniciativas
populares existen también a nivel de cantones y comunas, que equivalen más o
menos a provincias y ayuntamientos.
Todas estas instituciones son el resultado de la aversión secular de los
suizos por las imposiciones de la autoridad civil y de su preferencia por las
decisiones en asambleas populares. Algo
bien distinto del nutrido muestrario de gobernantes autoritarios , cerriles o
simplemente chulos que constan en el haber de nuestra historia, y que han hecho
la delicia de este país durante siglos.
Algo han recogido los
suizos actuales de su historia medieval y es que todo sociedad empieza en los
escalones más pequeños y humildes, los que están más próximos al hombre. Una sociedad sin socios de verdad elimina lo más
auténtico de la sociedad y del hombre y acaba manteniéndose solo por la
ideología y por la policía. Algo de esa
situación puede contemplarse cuando el funcionamiento de una sociedad se delega
en unos cuantos partidos de escasa implantación, y estos a su vez delegan en sus
dirigentes políticos que reducen la justificación de su política al número de
millones de votos que han votado su programa teórico en una consulta electoral,
programa, que dicho sea de paso, no compromete a nada legalmente
vinculante. El magro contenido de las
ideologías de los partidos políticos , único ingrediente con el que se pretende
que subsista el país, da para poco. De
seguir las cosas como van es dudoso que la próxima generación no conozca una
balcanización en el extremo suroccidental europeo. Cierto que se arguye que algo pesará la
historia para que tal no suceda. Otros
insisten en la variante sentimental, si los españoles amamos la patria, o bien
a los ciudadanos de otras regiones, o tal vez su fuéramos justos y benéficos
como decía la famosa Pepa o Constitución Doceañista, tal vez, dicen, algo
quedaría.
En realidad no se
trata de amarse, ni siquiera de conocerse, es algo bastante más directo: son
necesarias unas instituciones que permitan que cada persona con su cultura , su
religión , su lengua y su opinión política y social propia se encuentre a
gusto. Esto lo podría expresar bien un
suizo diciendo: 'soy suizo no porque hable la misma lengua, ni tenga la misma
religión , ni la misma opinión política y social que los demás suizos, ni tampoco
porque los ame, ni tan siquiera porque los conozca o les entienda, sino porque
pertenezco a un país llamado Suiza que me permite a la vez ser suizo y como yo
quiero ser' que también podría resumiese en el lema 'cada uno para sí y la
Confederación para todos'. Pues bien,
solo en la medida que las cosas cambien de tal manera que todos los españoles,
con las naturales diferencias de tiempo, lugar y gente, pudieran definirse
aproximadamente así, podrá subsistir el país, de lo contrario tendremos en
fechas no muy lejanas nuevos reinos taifo-balcánicos, a saber si seguidos por
nuevos caudillos carismático-salvadores de diverso pelaje.
Ya puestos a hablar a
niveles cantonales y de taifas alguna consideración hay que hacer de la ancha
Castilla, tan ancha que no se sabe dónde empieza y acaba, ni casi donde está ,
ni siquiera si existe. Aún se pueden
recordar los tiempos de la llamada transición en los que tal vez por mimetismo
de las periferias se trató de inventar una especie de nacionalismo castellano
cuyo bastión eran unos pequeños grupos políticos y un escasísimo número de escritores,
historiadores artistas y perceptores del vago título de intelectual. Dado el
carácter de lengua mundial del castellano era difícil hacer simplismos
lingüístico-nacionalistas fáciles en otras regiones. De los textos que sobre este asunto se
sacaron era muy difícil saber que se pretendía, unas veces se reivindicaba una
mayor justicia económico-distributiva para Castilla, en otros casos se trataba de
meras lamentaciones sobre la postración demográfica y económica o sobre la
marginación de sus emigrantes en otras zonas más prósperas. Las jeremiadas eran
muy abundantes, aunque no faltaban en ocasiones rememoraciones afirmativas de
un pasado popular más pleno que el actual, pero salvo las referencias a un
pasado comunero, que las más de las veces denotaban crasa ignorancia del mismo,
todo se diluía en vagos emocionalismos por símbolos y hazañas del pasado, cosa
bastante común por otra parte en todos los nacionalismos. No faltaron opiniones que consideraban la
extensión territorial como base de no se sabe bien que política regional. En uno de los libros de aquel entonces se
trató de hacer una encuesta entre diversos personajes de las artes y de las
ciencias acerca del significado de lo castellano, término vago donde los haya,
las respuestas eran curiosas en el sentido de que lo que podía significar lo
castellano se subsumía sin más en lo español, término mucho más vago todavía que
lo castellano, aunque vivimos ciertamente en un mundo que ama la abstracción,
por tanto cuanto más abstractos los términos mucho mejor. De hecho algunos respondían que lo castellano
no era nada y a su vez era fundamento de lo español. Había también personajes que se negaron a responder
a la encuesta por considerar que la mera referencia a lo castellano era
reaccionaria, cavernícola y poco progre.
Curiosamente fueron algunos partidos estatales de izquierda los que más
fuertemente arremetieron contra el simpático intento se secesión segoviana , de
la artificial región de Castilla y León diseñada en Madrid. Aquello fue en realidad una manera de
intentar revivir el viejo sentido comunero y foral de Castilla que nunca tuvo capitales
administrativas ni Valladolides .
De aquellos entonces
subsisten unos cuantos exiguos partidos regionalistas, partidos en el sentido
más convencional de la palabra, que varían entre la envidia a otros partidos
nacionalistas periféricos de sólida implantación, pero basados en supuestos
sociales de imposible analogía con lo castellano, y la exhibición de ideologías
revolucionarias perentorias acompañadas con viejos símbolos del comunismo
soviético, fáciles de encontrar en los mercados de baratillo de muchas
ciudades. Algunos de ellos con claro
mimetismo del lenguaje político de otras regiones han legado incluso a hablar
de la necesidad de que haya castellanistas, estrafalario adjetivo del que no se
sabe en absoluto su significado.
A lo mejor la
negación de las características de modernidad y progreso pueden ser la base de
partida para intentar una manera de hacer las cosas que se aleje un poco de la
modernidad y sus siniestras perspectivas, a menos que se concluya que el
mesetario castellano está destinado fatalmente a ser vulgar masa de maniobra de
los intereses emanados desde el centralismo madrileño, en sus diversas
variantes partidistas. No faltan razones
tampoco para pensar que así sea , no es difícil toparse entre los propios
castellanos personas que no quieren saber nada de su propia condición de tales,
puesto que sencillamente no quieren ser nada ni quieren hacer nada. Y esto no tanto como loable camino de interna
espiritualidad y perfección sino más bien como berroqueña dureza de mollera a
la que tanto el paisaje como la sucesión de seculares sometimientos han
contribuido. No faltan voces últimamente
que señalan que el progresivo deterioro y discriminación económica y social de
la región haga saltar algún resorte hasta ahora dormido, aunque desde luego el
comportamiento gregario en las consultas electorales no prueba que las cosas
hayan cambiado mucho.
No está claro cual
sería el elemento humano base de una posible transformación del pensamiento y
de la sociedad, la población agraria envejece más y más, y los pocos activos
que quedan ven reducidos el número de hectáreas que pueden sembrar, el número
de vacas que pueden tener y el número de vides que pueden podar, en nombre de
unas directivas comunitarias emanadas no de Madrid sino de Bruselas. No todo es malo sin embargo, puesto que alguna
subvención se recibe para reforestar la región, que además del papel que puede
representar para conservación ecológica del medio, puede tener la importante
misión de suministrar sombra en verano para que sesteen los sufridos parados
que no tienen otra cosa que hacer. La
industria si bien no ha experimentado el desmantelamiento de sectores
industriales enteros como en otras regiones, no deja de haber fundadas
esperanzas de que así suceda, basta pensar en la industria de extracción del
carbón o en el sector del automóvil que depende de empresas
multinacionales. En lo que se refiere a
captación de inversiones industriales extranjeras la cosa no va mejor, por muchos
intentos que se hacen hoy día se prefiere invertir en Marruecos, en Tailandia o
en Taiwan. De los servicios, en especial
el turismo, última esperanza que vocean los políticos que amañaron acuerdos con
la Unión Europea, su importancia no puede compararse ni de lejos con las
regiones costeras. El más sólido bastión
de subsistencia son las pensiones y subsidios públicos cuyo sistema de financiación
digan lo que digan los políticos en sus discursos electorales está destinado al
colapso por razones económicas y demográficas, no solo en nuestro país sino en
la mayor parte de Europa, aunque las cosas no sean allí tan graves como
aquí. Queda por fin considerar la gran
masa de parados, cuya excelente cosecha augura un gran porvenir. Aunque conviene aquí distinguir los adultos,
que en algunos casos pueden llegar a percibir algún subsidio e incluso con
suerte jubilarse con la pensión mínima , de los jóvenes en los cuales,
independientemente de algunos parches de contratos de aprendizaje, las tasas de
paro son tan altas que incluso con los contratos basuras que el futuro les
promete, y aún dispuestos a trabajar con la dignidad de los parias de la India
o de los coolíes de la antigua China, es probable que cuatro o cinco de cada
diez jóvenes no tenga trabajo a lo largo de su vida, cifra tal vez un poco
menor si se consideran los posibles destinos en la economía sumergida y la
delincuencia en sus múltiples variantes.
No sería cuestión entrar en la desprestigiada formación profesional
impartida, mucho más preocupada en formar trabajadores por cuenta ajena que
trabajadores autónomos o de cooperativas.
El panorama descrito
no es precisamente un inmejorable punto de partida para confiar en un esfuerzo
de mejoramiento de las cosas, pero ahondando en el tipo humano que ha
condicionado el mundo actual, hay que tener en cuenta además unas
características mentales muy poco favorables, así por ejemplo la postura
victimista de trabajadores y sindicatos que consideran que los que disponen de
capital deben invertir para crear trabajo, olvidando el derecho de uso y abuso
que pese a todo la ley consagra a la propiedad. 0 también la reivindicación de
que en caso de no tener trabajo se tiene derecho a un subsidio, derecho afeado
por tanto desaprensivo que conjuga dicha subvención con un trabajo clandestino,
o bien evitando cuidadosamente trabajar para cobrar. Por no hablar de la actitud ciudadana del que
pasa ampliamente de política y considera que lo mejor es no hacer nada, caso en
el que se encuentra buena parte de la juventud actual. Siempre son responsables los demás, bien de
crear empleo, bien de dar subsidios o bien de ejercer una buena política
ciudadana, en definitiva 'que hagan los demás porque a mí no me da la gana de
hacer nada'. Y una vez que se ha hecho
dejación de la responsabilidad individual, y habida cuenta de que la moral
religiosa tradicional se ha debilitado mucho, los corolarios que se siguen no
son nada extraños, tales las escasísimas iniciativas de cooperativas, de
sociedades anónimas laborales o de cajas laborales que en otras regiones han
dado espléndidos frutos, también la dificultad de encontrar trabajadores
especializados que atiendan a precios no abusivos los servicios domésticos de
reparación, o de encontrar los buenos albañiles, artesanos y mecánicos que
antiguamente creaba la enseñanza directa de maestro y oficial a aprendiz. Sin olvidar el notorio el aumento de
alcoholización y drogodependencia de la juventud que cantan odas las
estadísticas, o la perpetuación del viejo caciquismo provinciano a través de
los partidos políticos de derecha, de centro y de izquierda.
Así las cosas es ciertamente
difícil iniciar los caminos de la rectificación que pasarían por empezar a
reanimar iniciativas dispersas que se han realizado en diversos terrenos, tales
como bancos o cajas que funcionen sin o casi sin intereses, que a su vez fueran
una fuente de financiación de cooperativas y sociedades anónimas laborales,
fomento del consumo local y regional antes incluso que el nacional con el fin
de mantener el trabajo en la región, sin duda ligado a la recuperación de
industrias y oficios artesanos tradicionales. ¿ No sería posible que el
castellano llevara en determinadas ocasiones las tradicionales capa y sombrero
de labrador que aún se veían en las fotos de principio de siglo, como lleva
pantalones de cuero el bávaro, faldas el escocés, sombrero cordobés el andaluz
o boina el vasco?. Si aprendiera a ser
el mismo tal vez pudiera superar la inmensa vergüenza que le produce la sola proposición de llevar tales prendas. No se debe pasar por alto la necesidad de
replantear la necesidad de algunos aspectos del mutualismo gremial como se
practicaba desde los tiempos medievales en Castilla, a la vista del problemático
sostenimiento de la seguridad social gubernamental que amenaza el futuro de los
actuales pensionistas y asegura a muchos jóvenes unas arcas vacías y unas
prestaciones nulas.
Más allá de cualquier
consideración política o económica, a nivel sencillamente humano, no sería malo
recordar que conformándose a vivir con menos las cosas costarían menos, tal vez
seria más fácil crear trabajo para más personas y por tanto menos paro, a lo
mejor también habría menos diferencias de riqueza entre los pueblos, la
importación de tanto artículo innecesario sería menos y el expolio de la
naturaleza sería menos. Inútil decir que
toda la política del gobierno, de los empresarios o los sindicatos conspiran por
el más: más renta nacional o per capital, más deuda pública, más beneficios,
más salarios, más agotamiento de materias primas, más agresión a la naturaleza
y por supuesto más parados.
A nivel social tal
vez se podría intentar helvetizar un pelín a los castellanos, ya demasiado
americanizados, aunque solo fuera para intentar recuperar un poco sus
orígenes. Por poner un ejemplo y
remontándose a la popular institución del concejo se la podría proponer como
modelo para un nuevo tipo de asociación de ciudadanos que bien se podría
adornar, a manera de sugerencia, con las notas de: predominio del consejo
frente al individuo, por carismático que sea; actuación en el espacio local más
inmediato de la existencia ciudadana ; no solo elección sino turnos
rigurosamente rotatorios para cargos y cargitos; participación abierta a todos
los ciudadanos no restringida por afinidad a credos políticos, sociales o
religiosos; proporcionalidad de acuerdo con las tendencias y las procedencias;
articulación de las diversas organizaciones locales en base a consejos
confederales y lo más lejos posible de las organizaciones piramidales de los
partidos estatales. Todo ello con el sano intento de que en los consejos estén
los mejores pero evitando cuidadosamente los divos, los vivales y los cucos.
Hablando del más
próximo ámbito local y siendo en la pequeña ciudad de Ávila donde han surgido
muchas de estas reflexiones, es justo que se trate de poner en práctica aquí ,
ciudad con más contrastes de los que se quisiera reconocer, desde Santa Teresa
mística doctora y gloria de la Iglesia ,hasta Prisciliano obispo de Ávila y
quemado vivo para vergüenza de la Iglesia , pasando por el cosmopolita y
escéptico Jorge Santayana. Mención aparte
merece Torquemada aquí enterrado y que aún merece para algunos el apelativo de
justo y piadoso. Al no tener ninguna
ideología que propagar, ninguna consigna con la que seducir, ni ningún caudillo
a quien admirar solo es posible que del fondo del pueblo surjan las iniciativas
que hagan suyas las sugerencias aquí contenidas. Ya se sabe que la voz del pueblo la voz de
Dios, y aunque suene extraño por estas latitudes tan papistas es tradición en
la Iglesia Ortodoxa que ninguna verdad puede tener carácter de dogma si el
pueblo fiel no la admite.
Cuentan que los
comuneros reunidos en la Santa Junta de Ávila estaban sorprendidos al ver como
las reuniones donde había tantos burgueses
y miembros de la pequeña nobleza eran dirigidas por una persona que
vestía el sombrero y la capa de labrador.
Esta misma sorpresa puede surgir hoy si los partidos políticos estatales
vieran como surge en su pequeña sucursal abulense algo que, sin pedirles
permiso, busca un espacio nuevo en las relaciones de los ciudadanos, en la
cultura, en el trabajo, en la juventud, en el urbanismo, en la naturaleza, en
la prensa y si se tercia también en las urnas.
Tales iniciativas están en manos de todas las asociaciones culturales,
ecológicas, juveniles, ciudadanas, de trabajadores o de parados, y de todos los
ciudadanos que nada encuentran de fascinante en las actuales instituciones
políticas que tan fácilmente se convierten en nido de engaños y ambiciones,
cuando no de crímenes. Todos pueden
aportar algo, pues aunque un grano no haga el granero, ayuda al compañero. Muy diferente de la imposición de mayorías
mecánicas de partidos compactos, solo en las tensiones que surgen entre los
distintos intereses, compromisos e intenciones se puede aprender lo que es
federalismo. Es conveniente recordar que
el más largo y arduo de los viajes comienza por el primer paso, sin él no se
llegará nunca a ningún sitio.
Ávila 18 de noviembre
de 1995