El Partido Popular, la cara amable
del PSOE
La derecha española fue adoptando el lenguaje, la visión, los valores (o antivalores)
y el discurso de la izquierda. Se limitaba a aceptar sus postulados. En estos 40 años
de democracia no ha habido una sola medida de calado aprobada por el PSOE que
el PP haya revertido. Ni una sola.
El Partido Popular nació (como Alianza Popular, allá por los albores de la democracia) con una
obsesión -alejarse del franquismo- y con un complejo: un miedo terrible a que le identificasen con el
anterior régimen. Los políticos populares fueron otorgando –poco a poco al principio; a borbotones
después- la hegemonía moral a la izquierda. Cada vez era más patético comprobar cómo la derecha
española –o supuesta derecha- renunciaba a sus postulados con tal de hacerse perdonar por
el progresismo.
Primero fue el divorcio, después el aborto; más tarde tragaron con toda la visión antropológica
marxista; posteriormente renunciaron a presentar la batalla por la cultura y la educación; callaron
ante la invención de la Historia por parte de unos supuestos historiadores paniaguados y generosamente
subvencionados; entregaron la soberanía nacional a los separatistas ante los que cedían no ya
entímetro a centímetro, sino metro a metro con tal de mantenerse en el Gobierno y pese a que se
cometían verdaderos atropellos en algunas comunidades autónomas.
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Todo valía con tal de evitar el sambenito de franquistas, fascistas, retrógrados, casposos, rancios, intolerantes y demás (que, pese a sus enconados esfuerzos, les seguían colgando). Se vendían a
quien fuera necesario con tal de evitar la confrontación. El PSOE llegaba al poder y legislaba.
El Partido Popular hacía entonces una más o menos tímida oposición y prometía derogar la ley
aprobada por los socialistas. Alcanzaban los populares el poder, hablaban de economía,
economía y economía y mantenían las cosas tal y como las habían dejado los progresistas.
Es cierto: los resultados a nivel económico han ido mejor estos años con la derecha que con la
izquierda. Las cifras están ahí y cantan.
Pero las materias graves, profundas, las que conforman el espíritu de una nación y de una civilización,
seguían intactas tal y como las había establecido la izquierda. Se impuso la cosmovisión marxista y
socialista frente a la de un Partido Popular acomplejado y vaciado de contenido, de valores, de
principios, de antropología. Cuando la derecha quería proponer algún asunto, miraba asustadizamente
hacia la izquierda suplicando su aprobación. Ésta, evidentemente, no llegaba, por lo que la derecha
agachaba las orejas y se amoldaba a lo que la izquierda imponía.
Una vez aprobadas las leyes socialistas, llegaba un gobierno de derechas y se limitaba a dejar las cosas como estaban, los votantes populares se resignarían y terminarían aceptando los postulados socialistas
La derecha española fue adoptando el lenguaje, la visión, los valores (o antivalores) y el discurso de
la izquierda. Se limitaba a aceptar, con 5 ó 10 años de retraso, los postulados socialistas. En estos 40
años de democracia no ha habido una sola medida de calado aprobada por el PSOE que el PP haya
revertido. Ni una sola.
El Partido Popular se convirtió, por tanto, en la cara amable del PSOE. Los socialistas sabían bien qu
e una parte importante de la población española no secundaría a priori muchas de sus propuestas. Pero,
si una vez aprobadas, llegaba un gobierno de derechas y se limitaba a dejar las cosas como estaban,
los votantes populares se resignarían y terminarían aceptando los postulados socialistas, porque los
de su propio partido no los habían derogado. La jugada era maestra.
A la izquierda le interesaba que se mantuviese la farsa de que el PP era un partido de derechas y
católico. De esa forma, tenía al voto conservador cautivo y podía proseguir con su verdadera intención:
romper, pulverizar y arrancar de raíz la tradición de lo que ha conformado a España y al Occidente
cristiano y alumbrar una nueva sociedad materialista, socialista, individualista, consumista, relativista
y atea. Después, bastaba con poner en marcha la trituradora ideológica contra los asustados
dirigentes populares para seguir manejándolos como marionetas del pensamiento único,
totalitario y uniformado.
La cobardía, la tibieza, la claudicación y la falta de arrestos de la mayoría de los dirigentes del PP a lo largo de estas cuatro últimas décadas han sido bochornosas
La izquierda contemplaba con regocijo cómo los políticos de la derecha iban cayendo en su trampa inteligentemente urdida: terminaban aceptando el aborto, los “modelos” de familia, la ideología de
género, los postulados LGTBi, el hedonismo, su visión sesgada y falsificada de la Historia. La
cobardía, la tibieza, la claudicación y la falta de arrestos de la mayoría de los dirigentes del PP a lo
largo de estas cuatro últimas décadas han sido bochornosas. Hasta la propia Iglesia católica se ha
visto imbuida de este espíritu pusilánime, complaciente y bobalicón.
Entonces surgió –o, tal vez, nunca llegó a desaparecer completamente- una corriente de personas,
intelectuales, políticos, algunos pocos medios de comunicación y plataformas ciudadanas que se
convencieron de que el Partido Popular estaba corrompido de raíz desde hacía mucho tiempo y
no representaba ya más sus legítimas aspiraciones y principios irrenunciables.
Lo que parecía que no tenía ningún recorrido, porque el voto conservador estaba supuestamente
sometido al PP, empezó a desarrollarse en partidos políticos como Vox. La izquierda comenzó
entonces a azuzar el espantajo que tan bien le había funcionado hasta el momento de escupir lo
de “fascista” y “ultraderecha” a todo aquel que osara cuestionar los dogmas progresistas. Pero
esta vez no funcionó. La gente estaba harta. El españolito de a pie, ese que mantiene y cultiva
una serie de valores para él y para sus hijos, que aprecia el pasado de su nación y mira con
orgullo y esperanza al futuro, dijo basta.
Algunos en el Partido Popular, empezando por su propio presidente, seguramente miraban con
envidia a esos hombres y mujeres que osaban retar a lo políticamente correcto y que ocupaban
el espacio a la derecha que habían abandonado los populares. Pero inmediatamente eran llamados
al orden por los medios de comunicación y los políticos progresistas, que les recordaban que, si
querían seguir recibiendo el título de demócratas, tolerantes y moderados, debían continuar
siendo obedientes y sumisos a los postulados de la izquierda.
Y en esta tesitura nos encontramos actualmente, a pocas semanas de las elecciones generales
del 28 de abril. Algunos apelan al voto útil, que sería supuestamente votar al PP. Son los
mismos que llevan años siendo la cara B del PSOE; la copia mala, acomplejada y barata
del progresismo. Pero ya no estamos para bazofias. El resultado lo veremos pronto.