domingo, 16 de junio de 2013

La historia se repite Benito Pérez Galdós)

LA HISTORIA SE REPITE

TODO UN VISIONARIO

Antología de escritos sueltos de Galdós, editorial Rey Lear. Título: "La fe nacional y otros escritos sobre España".

Lo abre por la página 69, y se da de narices con el siguiente texto, fechado en 1912...

«Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria (...) No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos (...) La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, tal vez lustros, antes de que este Régimen, atacado de tuberculosis étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental».

Benito Pérez Galdós, 1912

3º Manifiesto en el 25 aniversario de Comunidad Castellana (Comunidad Castellana 2002)


I I I  MANIFIESTO

EN EL 25 ANIVERSARIO DE COMUNIDAD CASTELLANA

 

 

Se cumplen 25 años de la fundación de Comunicad Castellana , en la villa de Covarrubias (Burgos), con el propósito de impulsar el renacer cívico y cultural de Castilla, reafirmar su personalidad en el conjunto de los pueblos de España y promover la unión de todos los castellanos en la defensa de nuestra identidad y territorio.

 

El Manifiesto fundacional volvía a las raíces: se hablaba del nacimiento de Castilla en el “pequeño rincón" montañoso situado entre el mar Cantábrico y el Alto Ebro, como un país de hombres libres, que nace, en alianza con los vascos, con personalidad política propia, independizándose del trono astur-leonés continuador de la monarquía hispano toledana, unitaria y de estructuras sociales muy jerarquizadas.  La población castellana funde en su suelo viejas estirpes cántabras, vascas y celtíberas, formando una sociedad de tradición igualitario y creando un Estado de base popular, comunera y foral.

 

Se afirmaba que Castilla y León, aunque vecinos, son países diferentes y de muy distintos orígenes y desarrollos; a la vez que se denunciaba cómo la historia de la Castilla original y auténtica viene siendo ocultada o adulterada, desde hace siglos, por una historiografía al servicio de las oligarquías dominantes y más tarde por el unitarismo y el centralismo del estado moderno.

 

La verdadero tradición castellana, se afirmaba igualmente, tiene raíces populares y es comunera y foral- respeto a la libertad de las personas, igualdad ante la ley, estado de derecho de acuerdo con los fueros y los uso y costumbres del país, pactos y acuerdos de unos concejos con otros, con el rey y con los otros estados.  "Nadie es más que nadie", dice una viejísimo sentencia popular.

 

Finalmente, el Manifiesto fundacional, hacía una llamada a toda Castilla - desde la Montaña cantábrica hasta las serranías de Cuenca- y desde la margen derecha del Ebro en la Rioja hasta la izquierda del Pisuerga en Burgos - a ocupar el puesto, digno e igual, que en la comunidad fratema de los pueblos de España le corresponde.  Y concluía: En este crítico momento de su historia el pueblo castellano se levanta para afirmar su derecho a la supervivencia y su voluntad de mantener su identidad.

 

He aquí un breve resumen de aquel primer Manifiesto de los fundadores de Comunidad Castellana, el 26 de febrero de 1977, convocando a todas las personas identificadas con su espíritu y sus propósitos.

 

Al cumplirse los 15 años, CONUNIDAD CASTELLANA hizo público un segundo Manifiesto en el que, tras hablar de como la Constitución democrática en su mismo preámbulo proclama la voluntad de proteger a todos los pueblos de España en el ejercicio de sus culturas, tradiciones e instituciones, idea reiterada en el artículo 2 que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la nación, denunciaba el injusto trato dado a Castilla no permitiendo a esta comunidad histórica crear su propia comunidad autónoma, sino troceándola en cinco pedazos: uno de ellos (provincia de Burgos, Soria, Segovia y Avila) ha sido agregado al antiguo reino de León para formar un conglomerado político-administrativo llamado "Castilla y León"- otro ha sido añadido a un segundo conglomerado llamado "Castilla-La Mancha"-, dos castellanísimas provincias (La Montaña Cantábrica, solar originario de Castilla, y la Rioja, cuna de la lengua castellana) antes de verse incorporadas a una región extraña han preferido las correspondientes autonomías uniprovinciales; y para terminar, el territorio castellano de Madrid, incluida en él la capital de España, ha sido convertido en comunidad autónoma uniprovincíal.  Castilla, como tal, - y con ella los antiguos reinos de León y de Toledo - ha sido eliminada del concierto nacional de los pueblos hispanos.

 

Tras analizar las razones que han llevado a tamaño desatino e injusticia, COMUNIDAD CASTELLANA se preguntaba qué hacer en tan grave situación.  Ante todo - señalaba afirmar nuestra condición de castellanos y nuestra conciencia colectiva con el mismo vigor que otros pueblos de España ponen en mantener las suyas.  Y tras señalar caminos, y decir que la tarea es larga y muy dura, terminaba llamando a todos los castellanos a trabajar sin desmayo por una Castilla nueva y tradicional a la vez, fiel a lo que de noble y ejemplar tuvo en el pasado y empeñada en levantar un mejor porvenir, a forjar la Castilla cabal de todas sus provincias y comarcas.

 

COMUNIDAD CASTELLANA se opuso en todo momento al destrozamiento del territorio y ha defendido la integridad geográfica de una castilla autónoma dentro de la cual, y siguiendo la tradición del país, las provincias mantengan su propia autonomía.  Así como el País Vasco se ha considerado tradicionalmente compuesto por las provincias autónomas de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava, así es de concebir Castilla como una mancomunidad de las provincias castellanas.  Comunidad Castellana defiende la autonomía uniprovincial de la Montaña cantábrica y de la Rioja - como defendió en su día la de Segovia que la mayoría de sus ayuntamientos solicitaba - para evitar su absorción por el conglomerado castellanoleonés y como primer paso hacia una Castílla cabal integrada por todas las provincias castellanas.

 

La colección de Castilla (boletín de la asociación publicado en Segovia entre 1978 y 1992) recoge, no sólo las actividades realizadas por la asociación, sino también un conjunto de editoriales y manifiestos que recogen su pensamiento.  Son piedras sólidas desde las que seguir construyendo un regionalismo propiamente castellano.

 

 

 

Hoy, al cumplirse los 25 años, COMUNIDAD CASTELLANA vuelve su mirada al camino recorrido y la labor realizada desde su fundación, reafirma sus propósitos originales y pone sus ideas de acuerdo con las nuevas circunstancias nacionales.  Una nueva generación, a la que ha llegado el mensaje, se incorpora a la tarea.

 

Y nos hemos reunido aquí, en Madrid, ante la estatua pétrea del primer Conde Independiente de Castilla que se erige majestuosa en la Plaza de Oriente, junto al Palacio Real, al inicio del tercer milenio y cuando se cumple el VIII Centenario del Fuero de Madrid, algunos de los fundadores de la asociación y otros jóvenes miembros de la misma en los que ha prendido la llama, todos con conciencia clara y renovado ánimo.

 

La campaña publicitaria en pro de la autonomía de la nueva región castellano-leonesa se hizo en gran parte a base de la necesidad de modernizar el país sin perder el tiempo en  vanos historicismos".  En tales circunstancias, argumentaban estos modemizadores, la definición de la identidad histórica y del territorio geográfico de la región debía excluirse en aras del progreso ante las necesidades urgentes del desarrollo de la economía regional a nivel europeo.

 

Sin embargo, la defensa de Castilla - como la de cualquier otra nacionalidad o región histórica -, en cuanto entidad autónoma en el conjunto de los pueblos de España, no puede plantearse en términos exclusivamente económicos, presentándola con las ventajas y los inconvenientes de un proyecto financiero.  La Constitución es el instrumento de convivencia democrática que nos hemos dado los españoles para proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, culturas y tradiciones, lenguas e instituciones. (Preámbulo de la Constitución española de 1978).  No se pueden negociar la identidad y los sentimientos regionales en el mercado político.  Los castellanos tenemos derecho a amar nuestra región, y a trabajar por su progreso y desarrollo manteniendo nuestra propia personalidad y cultura.  Para liquidar a los pueblos se comienza por despojarles de su memoria- se destruye su cultura y su historia.  Y alguien escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia.  Esto está ocurriendo en Castilla y León, sin embargo hay muchos que no nos resignamos a perder las raíces de nuestra identidad como pueblo.

 

Ninguno de los partidos y organizaciones que propiciaron la creación y posterior dirección política y administrativa de los entes autonómicos en que quedó dispersa Castilla han ido más allá de comportarse como máquinas de ganar votos y elecciones, con programa intercambiables, con análogas ínfulas reformistas e impotencia real ante problemas tales como el envejecimiento, la desertización rural, la superpoblación urbana, el reparto del trabajo, el terrorismo, las sacudidas de la especulación financiera, el deterioro ecológico, y una democracia formal controlada por los grupos de presión sin una verdadera participación de la sociedad.  Todo nos lleva a reducir al castellano a ser un cliente-consumidor, espectador-receptor pasivo del espectáculo de los Medios, detentador homogéneo y estándar de unos derechos humanos individuales, que no reconocen a los sujetos sociales como la familia o la comarca y que cada vez le hacen perder su ser comunitario característíco.  Así, el ciudadano se convierte en un ser abstracto, sin singularidades resaltables, vulgarmente utilitarista, alejado de su historia y sus raíces, convenientemente inculto, desafiliado y desinstitucionalizado, amén de tolerante con la corrupción y el caciquismo.  En suma, el elemento ideal de la república atomizada y sin verdaderos ciudadanos, el dócil sujeto de la omnipresente burocracia del Estado gestor y sus supuestas bondades, el perfecto súbdito del mercantilismo mundialista.

 

En los ámbitos educativos y académicos priman hoy, a la hora de referirnos a nuestro pasado, la actual división político - administrativa regional, que se quiere justificar con la manipulación y tergiversación de la historia.  Esto se hace especialmente grave en Castilla, secuestrada su identidad y troceada en cinco trozos: Castilla (y León), Castilla (-La Mancha), Cantabria, Rioja y Madrid, Castilla se encuentra indefensa y confusa.

 

Nuevos grupos de opinión, a veces surgidos con la pretensión de defender la causa castellana, no ayudan a clarificar la situación ni a afirmar la identidad castellana.  En imitación de otros nacionalismos españoles periféricos, existe en la actualidad una tendencia a identificar nación y/o nacionalidad con la presencia de una lengua en un territorio concreto.  Se olvida, en estos casos, que el bilingüismo ha sido una característica definitorio de varios pueblos españoles.

 

 

COMUNIDAD CASTELLANA piensa que lo político no se reduce al Estado.  Muy al contrario, cree que lo público es un tejido de grupos intermedios: familias, asociaciones, colectividades locales, comarcales, regionales, nacionales y supranacionales; y que lo político debe precisamente apoyarse en ellas y no anularlas en nombre de abstractos universalismos económicos y de una ética de minimos y de lo políticamente correcto, que no respeta la verdad del hombre y su dignidad.  Considera las comunidades locales y próximas, en donde sea posible una auténtica democracia participativa y responsable y no meramente formal que acaba el día de las elecciones.

 

COMUNIDAD CASTELLANA desearía que Castilla mantenga su ser comunero y foral.  No quiere una Castilla que anule diferencias o inscripciones colectivas heredadas de la historia.  Si alguna cúspide ha de tener Castilla debería ser resultado de un pacto, una mancomunidad o federación de cuerpos intermedios, como provincias o comarcas, con la pluralidad de decisiones.  La Castilla foral no se hará por la mera descentralización sino por la restitución del poder a los cuerpos intermedios, familia, municipio, comarca y/o provincia, con aplicación íntegra del principio de subsidiariedad.

 

La anomía social y el nihilismo contemporáneo, con sus secuelas de ausencia de responsabilidad, horror ante la mínima molestia o sufrimiento, y el vacío existencias que la moderna organización social, política y económica no hace más que exacerbar, necesita un análisis, un verdadero trabajo de pensamiento de los castellanos con espíritu libre, una revitalización de las comunidades locales, una recuperación de las raíces y tradiciones del pueblo borradas o mercantilizadas por la modernidad, una afirmación de la identidad del pueblo castellano, un retorno a la convivencia comunitaria que respeta la dignidad de la persona y ayuda a encontrar el sentido de la vida.

 

Por todo lo dicho:

¡Castellanos, pongamos manos a la obra!

El resurgir de Castilla tiene que ser obra nuestra, en el convencimiento de que lo que no hagamos nosotros para defender y desarrollar nuestra propia personalidad, no nos lo harán los de fuera.  La tarea es ardua, pero no imposible.

 

Comunidad Castellana os convoca de nuevo a todos, a esta noble tarea, en el vigésimo quinto aniversario de su fundación.

 

En Madrid, ante la estatua pétrea de Fernán González, veintiséis de febrero de 2002.

 

 

 

2º Manifiesto de Covarrubias (Comunidad Castellana 1987)


SEGUNDO MANIFIESTO DE COVARRUBIAS



Castilla surge a la historia en el “pequeño rincón” montañoso situado entre el Mar Cantábrico y el Alto Ebro como un país de hombres libres dueños de las tierras que labran y de grandes extensiones de propiedad colectiva donde pacen sus ganados. Y nace y se desarrolla en Alianza con los vascos (Fernán González fue, no se olvide, el primer conde independiente de Castilla y de Álava, que comprendía entonces la mayor parte del actual País Vasco) independizándose del trono asturleonés continuador de la monarquía hispanogoda toledana, unitaria y de estructuras sociales muy jerarquizadas. La población castellana funde en su suelo viejas estirpes cántabras, vascas y celtíberas, forma una sociedad de tradición igualitaria y crea un Estado de base popular.

La vieja Castilla apenas conoce feudalismo; no medran en su solar grandes latifundios eclesiásticos ni laicos; y en él se desarrollan hermandades, cofradías, merindades y comunidades de ciudad ( o villa) y tierra que se gobiernan autónoma y democráticamente, sin grandes distingos sociales entre los individuos que las integran, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya se unen, libremente y por separado, a Castilla con sendos pactos forales y el vínculo permanente de un monarca común.

Los primeros castellanos se comportan como un pueblo original en sus instituciones, su idioma y su cultura; originalidad que en buena parte viene de sus viejas raíces prerromanas. Su lengua, el hoy llamado castellano, con claras influencias eusquéricas, es el más distante del latín entre todos los romances peninsulares. En la primitiva Castilla los cargos públicos son de elección popular, incluso los jueces, que administran justicia en nombre del pueblo. En Castilla, y en el País Vasco, nace así la primera democracia de la Europa medioeval.

Castilla y León, aunque vecinos, son países diferentes y de muy distintos orígenes y desarrollos. Las estructuras sociales y políticas de los países de la corona de León (Asturias, Galicia y León) están reflejadas en el Fuero Juzgo romanovisigótico, código fundamental en todos ellos (rechazado por los castellanos y los vascos), llamado también Fuero de los Jueces de León, pues con arreglo a sus leyes decidían en la ciudad de León, en suprema instancia, los jueces designados por el rey con jurisdicción en todo el territorio de la monarquía.

León y Castilla contribuyeron en sus orígenes de muy distinta manera a la formación de la nación española. Aquél estableciendo la unidad de un Estado español que – con la excepción portuguesa – llega hasta nuestros días; ésta, defendiendo la personalidad propia de los diversos pueblos hispanos, que también hoy perdura y la Constitución de 1978 proclama.

La historia de la Castilla original y auténtica viene siendo ocultada o adulterada desde hace siglos por una historiografía al servicio de las oligarquías dominantes y por el unitarismo y el centralismo del Estado. Se ha elaborado y establecido oficialmente una imagen de Castilla como pueblo imperialista y dominador que ha sojuzgado a todos los demás de España imponiéndoles por la fuerza su lengua, su cultura, sus leyes y sus concepciones políticas. Falsa imagen castellana que ha causado grandes estragos al dificultar gravemente el buen entendimiento entre todos los pueblos de España.

Castilla no es ni ha sido eso que, tergiversando la realidad, de ella con harta frecuencia se dice. No hay ni ha habido en España una hegemonía ni un centralismo castellanos. Las genuinas instituciones de Castilla nada tienen que ver con el absolutismo ni con unitarismo imperial. La verdadera tradición castellana tiene raíces populares y es comunera y foral: respecto a la libertad de las personas, igualdad ante la ley, Estado de derecho de acuerdo con los fueros y los usos y costumbres del país. “Nadie es más que nadie”, dice una viejísima sentencia popular. Castilla no ha dominado a los demás pueblos de España, ni les ha despojado de su personalidad histórica. No ha sido causante, sino la primera y mayor víctima del centralismo estatal; y no sólo del centralismo político y económico, sino también de un centralismo cultural y homogeneizador que ha desfigurado en todos sus aspectos – histórico, político, cultural, y hasta geográfico – su verdadero ser.

Los castellanos debemos rechazar y denunciar las imposturas de esa mitología falsificadora de Castilla. Esta no puede ser identificada con el Estado español unitario y centralista, del cual sólo fue una parte, y no la de mayor peso. Castilla no ha hecho a España, que es obra de todos sus pueblos; ni nació para mandar, pues surgió a la historia defendiendo su propia independencia; ni ha tenido “voluntad de imperio”; ni es verdad que sólo cabezas castellanas sean capaces de concebir la gran España de todos los españoles.

Castilla – toda Castilla, desde la Montaña cantábrica hasta las serranías de Cuenca, y desde la margen derecha del Ebro en la Rioja hasta la izquierda del Pisuerga en Burgos – debe ocupar el puesto, digno e igual, que en la comunidad fraternal de los pueblos de España le corresponde.

En este crítico momento de su historia el pueblo castellano se levanta para afirmar su derecho a la supervivencia y su voluntad de mantenerla.

Así decíamos los castellanos aquí reunidos, el veintiséis de Febrero de 1977, al constituir Comunidad Castellana como asociación abierta a todas las personas identificadas con su espíritu y sus propósitos.

Hoy, diez años después, Comunidad Castellana al repasar la labor realizada desde su fundación, reafirma sus propósitos originales y pone sus ideas de acuerdo con las nuevas circunstancias nacionales.

La Constitución democrática de 1978 por la que se rige la nación española, en su mismo preámbulo, proclama la voluntad de proteger a todos los pueblos de España en el ejercicio de sus culturas, tradiciones e instituciones; idea reiterada en el Artículo 2 que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la nación. La España de las autonomías está, pues, constitucionalmente asentada en la naturaleza varia y plural de una nación española integrada por diversas nacionalidades y regiones.

Promulgada la nueva Constitución, los primeros gobiernos que de ella dimanaron, de acuerdo con los partidos políticos mayoritarios, procedieron a establecer los correspondientes regímenes autonómicos en las diversas nacionalidades o regiones de España. En la mayoría de ellas (Cataluña, el País Vasco, Andalucía, Navarra, Galicia, Aragón, Valencia, las Islas Baleares, las Islas Canarias, Asturias, Extremadura y Murcia) se tomó como base indiscutible el respeto a los territorios de las entidades históricas. Las tres restantes (León, Castilla la Vieja – o sencillamente Castilla – y Castilla la Nueva – básicamente el antiguo reino de Toledo -) fueron suprimidas.

Castilla fue además destrozada en cinco pedazos: uno de ellos (provincias de Burgos, Soria, Segovia y Ávila) ha sido agregado al antiguo reino de León para formar un conglomerado político-administrativo llamado “Castilla y León” - que no es León ni es Castilla -; otro ha sido agregado a un segundo conglomerado llamado “Castilla-La Mancha”; dos castellanísimas provincias (la Montaña cantábrica, solar originario de Castilla y del romance castellano; y la Rioja, foco principal de la primera cultura castellana) antes que verse incorporadas a una nueva región extraña han preferido las correspondientes autonomías uniprovinciales, salvando así su propia castellana personalidad; y para terminar, el territorio castellano de Madrid, incluida en él la capital de España, ha sido convertido también en comunidad autónoma uniprovincial.

Para justificar tan desatinada arbitrariedad los políticos y tecnócratas que la defienden aducen conveniencias económicas y de adaptación al progreso de los nuevos tiempos y de otras razones no menos artificiosas y falaces, como la peregrina “necesidad natural” de que los castellanos reduzcamos el territorio de nuestro histórico solar para que quede dentro de los límites de la cuenca del Duero. Sabido es que las cuencas de los grandes ríos son frecuentemente asiento geográfico de diversas regiones o naciones. La del Duero es castellana por su parte alta, leonesa en la media y portuguesa en la baja. La del Ebro es en sus sucesivos tramos: castellana, vasca, navarra, aragonesa y catalana. Por otra parte, la porción mayor del territorio castellano se haya fuera de la cuenca del Duero: en la vertiente cantábrica santanderina y en las altas cuencas del Duero, el Tajo y el Júcar.

Todos los países afrontan problemas económicos, y cada nación tiene el espacio geográfico que la historia, por muy diversas circunstancias, le ha asignado. Y ninguna ha sido borrada del mapa porque un cónclave de tecnócratas lo haya considerado conveniente para la administración del país. El progreso material no está reñido con la fidelidad a la patria; al contrario los pueblos más cultos y desarrollados son los que con más esmero y cariño cuidan su herencia histórica y las tradiciones dignas de ser conservadas.

Castilla vive hoy una gravísima crisis en la que se halla en juego su propia existencia como entidad histórica en el conjunto de las Españas. Situación que no ha sobrevenido de repente. Por diversas causas, los pueblos castellanos han venido perdiendo la memoria de su pasado colectivo, base más firme de toda comunidad nacional, y más que por propia dejadez porque les ha sido secuestrada por el unitarismo estatal. Mientras a los catalanes, a los vascos y a otros españoles se les atacó desde el gobierno central por defender sus respectivas culturas y demandar el autogobierno regional, a los castellanos – y con nosotros a los leoneses y los toledanos, como si fuéramos un todo homogéneo -, al contrario, se nos aduló poniéndonos como ejemplo de “verdaderos españoles” y, por ello, de enemigos de toda autonomía regional – calificada de “separatismo” - , a la vez que se mistificaba nuestra historia a gusto y conveniencia de las oligarquías gobernantes, hasta el grado de que cuando, de manera general, se planteó en España la cuestión de las autonomías, pocos castellanos tenían idea clara de lo que Castilla significa, y así, sin previo consentimiento, nos encontramos con que nuestra patria regional – anterior al mismo Estado español – ha desaparecido del mapa.

Reiteradamente hemos afirmado, ante la indiferencia o la incredulidad general, que Castilla ha sido la primera y mayor víctima del centralismo estatal; pero nunca habíamos llegado a pensar que pudiera ser destrozada y eliminada del conjunto español.

¿ Qué hacer en tan grave situación ? Ante todo afirmar nuestra condición de castellanos y nuestra conciencia colectiva con el mismo vigor que otros pueblos de España ponen en mantener la suya.

Hemos de cuidar también la solidaridad permanente entre todas las provincias castellanas, cualesquiera que sean sus actuales condiciones políticas, tanto las incluidas en las nuevas entidades administrativas de “Castilla y León” y “Castilla La Mancha” como las que tienen uniprovincial autonomía.

La Montaña de Cantabria y La Rioja son dos trozos de Castilla que mantienen su propia personalidad histórica y hoy poseen una autonomía que en el futuro puede y debe hacer de ellas baluartes decisivos en la lucha por la reconstrucción de una nueva y cabal Castilla. Ambas provincias han sido partes fundamentales de la Castilla histórica y deben serlo de la Castilla del porvenir. Una Castilla sin las tierras de la Montaña cantábrica y de La Rioja es para nosotros una Castilla tan inconcebible como una Cataluña sin Gerona, un Aragón sin Huesca o una Andalucía sin Córdoba o Granada.

Tampoco podemos olvidar la naturaleza castellana de las tierras de Madrid, aunque esta provincia, por albergar la capital de España, revista un carácter singular. Por ello creemos conveniente para la provincia de Madrid, para Castilla y para toda España en general que la villa de Madrid sea dotada de un estatuto especial adecuado a la función de capitalidad. Ayudaría a estos fines el traslado del gobierno autonómico de la comunidad provincial a otro lugar de su territorio (por ejemplo Alcalá de Henares).

En estas confusas circunstancias, cierta propaganda pretende enfrentarnos a castellanos y leoneses. Es preciso deshacer tan torpe maniobra. El que muchos leoneses anhelen, como nosotros castellanos, la propia autonomía, lejos de ser causa de enemistad entre ambos pueblos debe ser motivo de alianza. Los leoneses y los castellanos debemos estar unidos y actuar juntos, no sólo como españoles – que todos lo somos por igual – sino como víctimas e este caso de una misma injusticia; juntos – que no unificados en un amorfo conglomerado – unos y otros para defender el derecho de nuestros pueblos a las respectivas autonomía regionales.

Una de las características más notables de Castilla es su interna variedad. El viejo reino castellano – y antes el condado independiente – estaba constituido por una multitud de comunidades autónomas en su gobierno interno, como un jefe común, conde primero, rey después. El devenir histórico ha ido reduciendo, en las estructuras políticas de Castilla y en la conciencia de los castellanos, el número de aquellas primeras comunidades al de las actuales nueve provincias.

Si la Castilla autónoma y cabal que propugnamos ha de darse en lo posible una organización interna acorde con su tradición y su naturaleza, debe constituirse como una mancomunidad de todas sus provincias en la que cada una de ellas mantenga la mayor autonomía propia, partiendo del principio que trata de evitar toda opresión centralista – de grande o pequeño radio – de que lo que pueda hacer bien el municipio – o la comarca – no debe hacerlo la provincia; lo que ésta sea capaz de realizar no debe absorberlo la región, y lo que la región pueda llevar a cabo no debe estar a cargo del Estado español.

El resurgir de Castilla tiene que ser obra de sus propios hijos. Lo que no hagamos nosotros para defender nuestra personalidad nacional y obtener nuestra autonomía, no nos lo hará – no debe hacérnoslo – nadie.

Castellanos: la tarea que tenemos por delante es larga y muy dura. A trabajar sin desmayo por una Castilla nueva y tradicional a la vez, fiel a lo que de noble y ejemplar tuvo su pasado y empeñada en levantar un mejor porvenir, a forjar la Castilla cabal de todas sus provincias y comarcas, Comunidad Castellana os convoca a todos en décimo aniversario de su fundación.

En Covarrubias, ante la tumba de
Fernán González, 26 de Febrero de 1987

1º Manifiesto de Covarrubias (Comunidad Castellana 1977)


¡CASTILLA DESPIERTA!

 

MANIFIESTO DE COVARRUBIAS

 

Obligada a asumir culpas ajenas, maltratada económica y políticamente, víctima de una confusión histórica acuñada por el centralismo madrileño y el esteticismo literario, Castilla quiere ocupar también un lugar en un Estado español formado por pueblos hermanos.  He aquí el manifiesto hecho público en Covarrublas, por el que se funda la Comunidad Castellana.

 

Por el presente manifiesto se declara fundada la Comunidad Castellana, cuyo objetivo esencial es la restauración cultural, cívica y material del pueblo castellano; el reconocimiento, afirmación y desarrollo de la personalidad de Castilla como entidad colectiva en el conjunto de los pueblos y paises españoles, y la promoción de los intereses y valores de Castilla y de todos los pueblos, comarcas y tierras que la integran.

 

Castilla surge en la historia como un país de hombres libres, dueños de las tierras que labran, con grandes extensiones de propiedad colectiva, que se emancipan del reino leonés.  León representa entonces la tradición visigótica de Toledo y de su idea imperial.  Es una sociedad vertical y jerarquizado.  La población castellana, en la que se conjugan los componentes cántabro, vasco, ceitibérico y germánico popular, con sus viejas tradiciones de libertad, forma una sociedad horizontal e igualitaria, que se orienta hacia el País vasco-navarro y crea el Estado castellano, que es popular, comunero y foral.

 

Un pueblo original

 

Castilla no conoce el feudalismo, sino que se articula en una estructura plural y federal, integrada por hermandades, cofradías, behetrias y comunidades de villa y tierra que se gobiernan autonómica y democráticamente. Alava, Guipúzcoa y Vizcaya se unen libremente, por un pacto foral, al reino castellano.

 

Los castellanos se comportan como un pueblo original y renovador, en su lengua, en sus instituciones y en toda su cultura.  Su lengua, el castellano, es el menos arcaizante, el más evolucionado y distante del latín entre todos los romances peninsulares.  Los castellanos nombran por elección popular los cargos públicos, designan los jueces y administran justicia en nombre del pueblo.  La justicia no la hacen, como en el Estado leonés, funcionarios que aplican el romanizado Fuero Juzgo -que habría de regir en toda España menos entre los castellanos y los vascos-, sino los jueces populares elegidos.  Y estos jueces no fallan las contiendas con sujeción al Libro de León, sino por fuero de albedrio, es decir con arreglo al buen sentido y a la equidad, dando lugar con sus sentencias, inspiradas en los usos y costumbres de la tierra, a un derecho libre que después se formula en los fueros comarcales, creación del espíritu del pueblo.  De esta forma los castellanos dieron nacimiento a la primera democracia que hubo en Europa.

Esta Castilla original y auténtica ha sido desnaturalizada: por el régimen señorial, por el Estado moderno, por el centralismo y el absolutismo de unos y de otros.  Se ha inventado una falsa imagen de Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha sojuzgado a los demás de España, imponiéndoles por la fuerza su lengua, su cultura y sus leyes.  Falsa imagen castellana en la que creen muchos, en otras regiones y países españoles, y que tanto daño nos ha hecho a todos, al hacer más difícil la gran empresa del entendimiento y articulación de las Españas.

 

El mito que falsifica

 

Castilla no es eso.  No ha habido una hegemonía castellana ni un centralismo de Castilla.  Las instituciones e ideales genuinos de Castilla nada tienen que ver con el absolutismo ni el imperialismo.  La tradición castellana, es popular, democrática y foral: respeto de la dignidad humana, libertad e igualdad ante la Ley, estado de derecho consagrado en los fueros, pactos y acuerdos de unos concejos con otros, con el Rey y con otros Estados.

 

Si Castilla es el primero de los reinos españoles que pierde sus libertades tradicionales, no es ciertamente por su voluntad, sino después de haber sido vencida en la lucha comunera por esas libertades.  Castilla no ha sometido a los demás pueblos peninsulares ni les ha hipotecado su personalidad histórica.  Castilla no ha sido culpable, sino víctima: la primera y más perjudicada víctima del centralismo español.

 

Pero no sólo del centralismo político, sino de un centralismo cultura]: del centralismo de la cultura establecida en Madrid que ha desfigurado en todos sus aspectos -geográfico, histórico, político y cultural- el verdadero rostro de Castilla.

 

Los castellanos hemos de denunciar y rechazar la mitología falsificadora de Castilla.  Una literatura centralista, ignorante de las realidades de nuestro pueblo, ha sembrado brillantemente la confusión y nos ha enfrentado, injusta y gratuitamente, con los pueblos españoles.  Castilla no puede identificarse con el Estado español: Castilla no es la que ha hecho a España -que es obra de todos-; no es verdad que sólo cabezas castellanas tengan órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral, ni que Castilla sepa mandar y haya tenido voluntad de imperio.

 

Ni mando ni Imperio

 

A los castellanos no nos ha interesado nunca ni el mando ni el imperio.  No es lo nuestro.  La vocación castellana es humanista y el sentido de la vida de este pueblo, profundamente igualitario, conforme a su aforismo esencial de que «nadie es más que nadie>.

 

Desde esta posición, grave y modesta, Castilla -toda Castilla, desde la Montaña y la Rioja a las sierras celtibéricas- debe ocupar sencillamente un puesto, igual y digno, en la comunidad fraterna de los pueblos y países españoles; en una palabra, en la España de todos.

 

El pueblo castellano, ciudades y villas empobrecidas, campesinos marginados, gentes expoliadas, no ha sucumbido a pesar de todo.  En este crítico momento de su historia, azotado por la despoblación y por un inicuo proceso provocado de degradación vital, que compromete dramáticamente su propia supervivencia como tal pueblo, se levanta para afirmar su derecho y su voluntad de sobrevivir.

 

La Comunidad Castellana que se instituye en este acto está abierta y convoca al trabajo a todas las personas que se sientan identificadas con el espíritu de este manifiesto.

 

En Covarrubias (Burgos).  Delante de la tumba de Fernán Gonzalez y de su mujer, doña Sancha. 27 febrero 1977,

 

Comunidad Castellana