¿NECESITAMOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS?, ¿Llevaba razón Washington?
Paul Jonson Libertad Digital,
suplemento Ideas.
¿Necesitamos los partidos políticos? Rara vez se plantea esta cuestión. Quizá debiéramos formularla de otra manera: ¿hasta qué punto necesitamos a los partidos políticos? Porque, ciertamente, el costo moral de tenerlos es elevado, y sigue creciendo. Gestionar y promover partidos políticos sale muy caro en el siglo XXI. Recaudar los fondos necesarios apelando al idealismo de los fieles ya no es posible, si es que alguna vez lo fue. Entran, pues, en liza motivaciones más primarias, lo que significa corrupción de una u una forma. Y la experiencia parece sugerir que, en casi todas las democracias occidentales, la recaudación de fondos es, a día de hoy, y con diferencia, el mayor foco de corrupción. La venta de títulos nobiliarios a cambio de cuantiosas donaciones a las arcas del partido viene siendo un escándalo en Gran Bretaña desde hace tiempo. No se trata simplemente de la venta de unas "condecoraciones" que permiten al receptor –tras desembolsar, pongamos, un millón de libras en efectivo – llamarse (y ser llamado) Lord; se trata también de la venta de un escaño en el Parlamento, puesto que los poseedores de títulos nobiliarios vitalicios tienen derecho a ocupar una banca en
También les permite –y este punto es crucial – discutir, enmendar y
votar las leyes que pasan por el Parlamento. Cierto, los poderes de la Cámara de los Lores son
inferiores a los de la Cámara
de los Comunes. No puede echar abajo los proyectos de ley, pero puede
retrasarlos y alterarlos. Nadie sabe con exactitud cuántas personas han
comprado sus escaños en la
Cámara de los Lores. Podrían ser más de 100 (de un total de
725), y esa cifra puede crecer. Hasta hace poco los títulos nobiliarios se entregaban
exclusivamente a quienes pagaban a tocateja; ahora se ha descubierto que a los
ricos se les ha concedido o prometido títulos a cambio de préstamos en
condiciones favorables. La fuente de esta nueva forma de corrupción es el
nuevo Partido Laborista, que anda buscando un sustituto de los sindicatos como
principal fuente de ingresos. No obstante, los conservadores y los
liberaldemócratas también han intentando recaudar dinero prometiendo favores.
En cuanto un partido es lo suficientemente grande, puede abrirse camino en los
derroteros del enjuague. Vender títulos nobiliarios es una estratagema
característica de los británicos, pero el fenómeno de la corrupción está
presente en toda Europa, especialmente en Alemania, Italia, Francia y España. En
estos cuatro países, prácticamente todos los escándalos financieros importantes
de los últimos veinte años con políticos de por medio tienen su origen en la
recaudación de fondos para los partidos. Algunas de las más altas figuras
políticas han sido acusadas de cometer abusos en la recaudación de fondos,
entre ellos el presidente francés, Jacques Chirac, cuando era alcalde de París,
y Helmut Kohl, cuando era canciller de Alemania. La defensa suele ser la misma:
"Pero lo hice por el partido". Pero sigue siendo corrupción. Y coger
dinero para el partido acaba por dar paso al hábito de coger dinero para los
individuos. El más reciente escándalo relacionado con los títulos
nobiliarios ha dejado impertérritos a los políticos británicos más curtidos.
"El dinero tiene que recaudarse de alguna manera", dicen. "Si no
se nos permite vender títulos, los partidos tendrán que ser financiados por el
contribuyente". ¿Soy el único en encontrar ultrajante esta sugerencia?
Significaría, de hecho, que la gente estaría obligada a conceder subsidios a un
monopolio político ejercido a perpetuidad por políticos profesionales.
Este asunto, en qué medida la recaudación de fondos para las campañas
–tanto del partido como personales – conduce a la corrupción, es objeto de
controversia en EEUU. Ciertamente, se conceden cargos a los donantes
importantes, incluso destinos diplomáticos fundamentales. A menudo he pensado
que esto representa una enorme desventaja para los esfuerzos diplomáticos
norteamericanos a la hora de exponer sus políticas al mundo, algo que, hoy más
que nunca, es de crucial importancia. George Washington abordó el
problema de los partidos políticos hace 200 años, en su Discurso de Despedida.
Reconocía, a regañadientes, que es "probablemente cierto" que, "dentro
de ciertos límites", "en los países libres los partidos políticos son
controles útiles de la administración del Gobierno y sirven para mantener vivo
el espíritu de la libertad". Pero añadía que el espíritu partidario no
había de ser "alentado". "Siempre habrá suficiente para todo
propósito necesario", agregaba. Y, dado el "peligro constante de que
lo hubiera en exceso, el esfuerzo por mitigarlo y aplacarlo ha de correr,
forzosamente, por cuenta de la opinión pública". Asimismo, comparaba
la competición partidaria con un incendio: "El fuego precisa de vigilancia
constante, no sea que, en lugar de calentar, consuma". Los
occidentales deberíamos reflexionar acerca de cómo pasar sin partidos políticos
todopoderosos y altamente organizados, o al menos sobre cómo reducir su influencia.
¿Por qué no promover que se presenten a las elecciones individuos más
independientes? ¿Qué papel deben desempeñar los independientes en los
parlamentos y congresos del siglo XXI?
Durante los dos últimos siglos,
los partidos políticos han dominado cada vez más nuestras legislaturas,
constituido nuestros gobiernos y dado forma a nuestras sociedades. Pero si son
instituciones tan exitosas e indispensables, ¿por qué son tan corruptas? ¿Es
inteligente intentar exportar esta tradición partidista a las democracias que
intentamos levantar en países como Irak y Afganistán? Después de todo, en
Israel, que es una democracia genuina, el extremadamente fragmentario sistema
de partidos es un obstáculo para un gobierno bueno y estable. Este tipo de
cuestiones ha de plantearse y debatirse en los medios, los think tanks y
los departamentos universitarios de Ciencias Políticas. No debemos mantenernos
por toda la eternidad en la línea derrotista en que estamos atascados con el
viejo sistema de partidos.