Enviado por José Antonio Sierra
Estado islámico
Por José Antonio de Yturriaga
EL ESTADO ISLÁMICO, TAN LEJOS Y TAN CERCA
José Antonio de
Yturriaga Barberán
Embajador de España
Introducción
El 11 de
Septiembre de 2001, unos comandos del movimiento yihadista “Al-Qaeda”, liderado por Bin Laden,
atacaron y destruyeron, ante la sorpresa y estupefacción mundial, las Torres Gemelas
de Nueva York, y bombardearon el Pentágono, “sancta sanctorum” de la soberania de Estados Unidos. Hasta
entonces, los Estados tenían que defenderse de otros Estados o de movimientos
revolucionarios o de liberación, pero ahora el enemigo se ha diluido en el
difuso ectoplasma de Al-Qaeda, que, a su vez, se ha multiplicado mediante
franquicias y filiales que actúan por su cuenta. El 11 de Marzo de 2004, islamistas
radicales inspirados por Al-Qaeda
colocaron bombas en varios trenes que se dirigían a Madrid y causaron la muerte
de 197 personas.
En 2014, un grupo de yihadista prácticamente
desconocido, dirigido por Abu Bakr al-Bagdadi, creó el Estado Islámico de Irak
para reagrupar a los militantes sunitas iraquíes descontentos con el Gobierno
del chiita Nuri al-Maliki, y a él se incorporaron islamistas radicales
procedentes de todo el orbe. Aprovechándose del caos existente con motivo de la
guerra civil en Siria, extendió sus actividades terroristas a este país y
pasó a denominarse “Estado Islámico de Irak y Levante”. Se
apoderó de casi un tercio de los territorios de Siria y de Irak, y conquistó
Mosul, donde Bagdadi proclamó el Califato del Estado Islámico –EI o Daesh, en su versión árabe-. Extendió su
actividad terrorista más allá de los territorios ocupados a través de grupos de
fanáticos, más o menos organizados, y de individuos que operan a su aire, los
“lobos solitarios”. Así, el 26 de Junio de 2015 realizó de forma simultánea un
triple atentado contra unos turistas en Túnez, una mezquita chiita en Kuwait y
un empresario en Francia. Los objetivos perseguidos por la barbarie yihadista
del Califato no eran fruto del azar, sino que obedecían a una bien planeada
estrategia: poner contra las cuerdas la vía democrática iniciada por Túnez tras
la “primavera árabe”, incitar a la confrontación sectaria en un conservador
Estado sunita del Golfo Arábigo-Pérsico, y dar un toque de atención a un país
occidental que se había sumado activamente a la guerra contra el EI. A principios
de año Francia había sido atacada con el asalto de los hermanos Kouachi al
semanario satírico “Charlie Hebdo”,
reivindicado por la rama yemenita de Al-Qaeda
como venganza por la publicación de unas caricaturas de Mahoma, que causó 12
muertos. La presión sobre Francia ha alcanzado su punto culminante con la
masacre cometida el 13 de Noviembre, en que tres comandos del EI atentaron de
forma simultánea y coordinada contra varios objetivos civiles en París,
especialmente la sala de espectáculos “Bataclan”,
causando 129 muertos y más de 350 heridos, 99 de los cuales se encuentran en
estado crítico. En un comunicado en el que reivindicaba la autoría, el Daesh ha amenazado con que sólo se trata
del principio de la tempestad que asolará a Francia. Por el número de víctimas,
el magnicidio es comparable con los atentados de Madrid.
También ha llegado hasta España
la nefasta influencia del EI, como muestran la detención el 19 de Octubre en
Barajas de una joven almonteña de 22 años, que trataba de viajar a Siria para
incorporarse a la guerrilla yihadista, y el 6 de Noviembre en Málaga de otra
joven de 26 años con similares pretensiones, así como de otros presuntos yihadistas.
Se han producido seis detenciones en una semana y, en lo que va de año, la policía
ha arrestado a 63 militantes vinculados con el Daesh. Aunque compuesto fundamentalmente por sunitas, el EI persigue
por igual a los chiitas y a los sunitas
que no concuerdan con él, y alienta las disputas entre las dos ramas del Islam
para reforzar su implantación mediante el terror.
Diferencias entre
sunitas y chiitas
Alí –yerno de Mahoma- accedió al
Califato en 656, pero murió cinco años más tarde en Kufa durante una sublevación liderada por el Gobernador omeya
de Siria Muawiya. Le sucedió su hijo Husein, que fue asimismo asesinado en 680
por Yazid en la batalla de Kérbala, ciudad santa donde reposan sus restos. Su
martirio –que se conmemora cada año en la festividad de la Ashura-
provocó un cisma en el Islam entre los seguidores de Husein –chiitas- y los partidarios
del Califa Yazid –sunitas-. Aunque ambas corrientes acepten los principios
básicos de la religión musulmana, hay entre ellas algunas diferencias. Ilya U.
Topper niega que existan diferencias
teológicas, ya que comparten el mismo Dios, se rigen por los dictados del Corán
y comparten el fundamentalismo, la teocracia, la religión, la Sharía, las mezquitas, la
concepción misógina de la mujer y la oposición radical al “infiel”. Sólo queda
optar entre el chador iraní o el burka saudita. No comparto esta visión
simplista, pues, aunque pocas, hay algunas diferencias, como el aspecto más
sacrificial de la rama chiita –que se pone de manifiesto en la citada fiesta de
la “Ashura”- o el hecho de que el chiísmo cuente con una jerarquía de la que
carece el sunismo. La falta en él de una autoridad mundial y de una jerarquía
institucionalizada ha facilitado la proliferación de imames y “mullahs”
insuficientemente preparados, que interpretan a su antojo el Corán, inducen a
la violencia y lanzan “fatwas” en las que condenan a muerte a infieles, como en
el caso de Salman Rushdie por sus “Versos
satánicos”. Para Idris Tawfiq, la ausencia de autoridad religiosa ha alentado la radicalización de los musulmanes,
que escuchan las prédicas de líderes y grupos que aseguran hablar en nombre del
Islam y no tienen nada que ver con la auténtica religión. Los seducen con la
idea de hacer algo grandioso y les ofrecen un relato atractivo que el islamismo
moderado es incapaz de proporcionarles. Los “lobos solitarios” son fruto de la frustración
que sufren los jóvenes y sólo desparecerá cuando la corriente mayoritaria les
ofrezca un plan alternativo que les atraiga.
El chiísmo se expandió por todo
Oriente Medio y se implantó con mayor fuerza en Irán, Irak, Siria, Líbano,
Bahrein y Azerbaiyan. En la época de Saddam Husein, los chiitas suponían el 56%
de los musulmanes, frente al 44% de los sunitas, pero eran éstos los que
controlaban Irak. Lo contrario ocurría en Siria, donde la minoría alauita –una
rama del chiísmo-, dirigida por Hafez al-Asad, ostentaba el poder. A diferencia
del confesionalismo iraní, el Baaz era un partido laico que preconizaba la
separación entre Iglesia y Estado, y el régimen iraquí permitía la libre
práctica religiosa, siempre que no tuviera incidencias políticas. En Irak se
encontraban los principales santuarios del chiísmo –Kerbala, Najef, Samarra y
Khadimiya- y tan sólo el movimiento chiita Al
Dawa, apoyado por Irán, luchaba abiertamente contra Saddam con métodos
terroristas, incluido el uso, por primera vez, de coches-bomba. El Ayatollah
Ruhollah Jomeini trató de exportar la concepción chiita en el Golfo, pero se
topó con la oposición de Saddam, lo que provocó el conflicto irano-iraquí
(1980-1987). Tan sólo tuvo éxito en Líbano, donde su apoyo a la milicia chiita
de Hizbollah permitió la hegemonía de
ésta y rompió el frágil equilibrio de encaje de bolillos establecido en el país
a raíz de su independencia de Francia. Tras la
II Guerra del Golfo (2003), Georges Bush Jr
entregó el Gobierno de Irak al chiita radical líder de Al-Dawa, Nuri al-Maliki, quien arrojó a los sunitas a las tinieblas
exteriores y provocó el conflicto entre las dos corrientes. El poco motivado
ejército iraquí fue humillantemente vencido por las “brigadas internacionales”
del EI, que ocuparon las principales ciudades de la zona sunita, incluida
Mosul.
El levantamiento contra Bashar al-Asad
iniciado por el laico Frente Sirio de
Liberación- fue secuestrado por los grupos yihadistas de al-Qaeda y del
EI, y ahora los aliados –que desean su relevo- no saben a quién apoyar y cómo
hacerlo para que no se aprovechen los radicales. Irán respalda a Siria y se
opone a la acción del EI tanto en este país como en Irak, pero tiene problemas
políticos para colaborar con Estados Unidos a tales efectos. Su franquicia
libanesa de Hizbollah ha intervenido
militarmente en ayuda de Siria, lo que ha causado la extensión de la guerra
civil al Líbano y la oposición de Turquía y de Arabia Saudita. Ésta, que teme la
influencia negativa del EI en su territorio y la propia subsistencia de su
monarquía, se ha unido de mala gana a la Coalición Internacional.
Tanto ella como Irán son contrarios al
EI, pero no colaboran ni hacen nada para superar el enfrentamiento entre
sunitas y chiitas, a lo que están obligados en su calidad de líderes
respectivos de las dos ramas del Islam.
Las diferencias religiosas existentes entre ellas,
sin embargo, no han impedido durante siglos una pacífica cohabitación que aún
prevalece en la mayoría de los países musulmanes, pese a la incitación fraticida
de los dirigentes políticos de las dos corrientes, Arabia Saudita e Irán. Las líneas religiosas y políticas se
entrecruzan y confunden. Así, Irán apoya tanto a los chiitas de Hizbollah en Líbano, como a los sunitas
de Hamad en Palestina, y Arabia
Saudita colabora con el chiita Irak contra el sunita EI, que persigue por igual
a los chiitas y a los sunitas que no comparten su concepción del mundo. Entre
Arabia Saudita e Irán ha aparecido el EI que –según Haizam Amirah Fernández- ha
utilizado estas diferencias como excusa
para dividir a los musulmanes y afianzar su poder en medio del caos por
él creado. Según Juan Ruiz de Azcárate, el fenómeno del terrorismo islamista viene
marcado por la revolución islámica de Irán, que inspiró las bandas armadas de
bandera chiita, y por la épica victoria de los yihadistas sobre las tropas soviéticas
en Afganistán, que dio lugar al terrorismo de de influencia sunita y a sus
manifestaciones político religiosas más extremistas: el Gobierno talibán y el
Movimiento Yihadista Internacional, que engloba a Al-Qaeda y a toda la nebulosa de redes, grupos e individuos que
comulgaron con la ideología y plan de acción propugnado por ella, incluido el
EI.
Características del
Estado Islámico
Inspirado en el wahabismo de
Arabia Saudita, el EI ha hecho una interpretación extremista, intolerante y
sectaria del Islam, que propaga con múltiples recursos y con la colaboración de
los medios de comunicación y de las redes sociales, que difunden gratis sus
salvajadas con el consiguiente efecto mimético. No difiere en lo esencial de la
técnica de Al-Qaeda, de la que sólo
le separa cuestiones de liderazgo y de “modus
operandi”. El epicentro ideológico de las distintas ramas del yihadismo se
halla en la Península Arábiga,
cuyos regímenes llevan décadas arropando y financiando una versión
ultrapuritana, intolerante y misógina del Islam, La monarquía saudita
–tradicional aliada de Occidente- apoya política y financieramente los
movimientos integristas radicales y ha exportado el fundamentalismo “wahabita”
a Afganistán, Pakistán e Irak y a los países musulmanes de la antigua URSS.
Facilita dinero y personal a sus escuelas coránicas –“madrasas”-, en las que se lava el cerebro a los alumnos, se les
inculca el odio al cristianismo y a la cultura occidental, se promociona el fundamentalismo integrista, se
relativiza el valor de la vida y se ensalza la inmolación suicida. Con la
tolerancia de Estados Unidos y de las potencias occidentales, los países del
Golfo han permitido la creación de monstruos que han crecido hasta quedar fuera
del control de sus munidores contra los que se revuelven, dejando en el camino
destrucción, odio y polarización. El Daesh
pide ahora el derrocamiento de las dinastía de los Saud en Arabia Saudita y de
los Al-Sabah en Kuwait, países predominantemente sunitas, aunque cuenten con
importantes minorías chiitas, a las que el EI ataca para provocar una
confrontación sectaria entre las dos comunidades. Se sirve como instrumento del
llamamiento a la “yihad” contra los
“infieles”, que son todos los que –cristianos, yazidis, chiitas o sunitas
moderados- no piensen como él. En opinión de Enric González, la guerra contra
el yihadismo del EI sólo podrá ser ganada si se suprime la mezcla tóxica de
petrodólares y fundamentalismo que emana del Golfo.
Como ha observado el Ministro
francés de Asuntos Exteriores, Laurent, Fabius, el EI no debería ser calificado
con este nombre, porque ni es Estado, ni representa al Islam. Opera como un
grupo paramilitar muy bien entrenado, pertrechado y organizado, que –pese a su
reducido número- resulta tremendamente efectivo. Es sumamente radical en lo
religioso, pues quiere imponer a sangre y fuego su versión extremista del Islam
y la aplicación forzosa de la ley islámica (“Sharía”), para lo que utiliza la crueldad y el asesinato como
instrumentos de acción política. No sólo realiza actos terroristas, sino que
recurre al terror como principal medio de disuasión y de proselitismo. Ha
logrado derrotar a las desorganizadas Fuerzas Armadas iraquíes –compuestas casi
exclusivamente por soldados chiitas, escasamente motivados para defender
tierras sunitas-, conquistado Mosul con pasmosa facilidad y amenazado a las
capitales del Estado, Bagdad, y de la región de Kurdistán, Erbil. Sólo la
oposición de los “peshmerga” -las
milicias kurdas- y la intervención de la aviación estadounidense han impedido
que se consumara la catástrofe. En los territorios ocupados en los dos países
al-Baghdadi ha iniciado una campaña de terror, tanto colectivo –asesinatos
masivos de los infieles que no se conviertan y de musulmanes chiitas y sunitas
moderados-, como individual –degollaciones humillantes de los periodistas
norteamericanos James Foley y Steven Sotloff, y del cooperante británico David
Haines-. En el vídeo que publicitaba la decapitación de Haines, se podía
escuchar la voz del verdugo que -en un impecable inglés londinense- recitaba:”Cameron,
este británico paga el precio de tus promesas de armar a los peshmerga contra el EI”.
El EI está
compuesto por organizaciones terroristas, que invocan a Alá para justificar sus
acciones y alegan que actúan en respuesta a la continua actitud prepotente del
Occidente liderado por Estados Unidos. La llamada a la lucha del Islam contra
los “cruzados” ha logrado aunar la voluntad
de quienes tienen la sensación de abandono y desconsideración por parte
de un mundo al que observan a través de las redes sociales y los medios de
comunicación, pero al que no pueden acceder. A diferencia de Al-Qaeda, el EI ofrece la posibilidad de
obtener ganancias físicas y materiales inmediatas en un entorno “estatal”.
Además, sus éxitos militares, su resistencia directa y abierta ante los ataques
de la Coalición Internacional,
su agresiva campaña de propaganda, su capacidad financiera y el componente
profético de su mensaje son factores que ofrecen a muchos musulmanes una opción
especialmente atractiva para unirse a él. Nunca antes se había conformado un
Estado yihadista en la vecindad europea, pero el EI ha demostrado que es posible controlar un
territorio y establecer un Califato en el siglo XXI en Siria e Irak.
Urgente necesidad de
luchar contra el Estado Islámico
El EI ha
llegado a extremos intolerables de crueldad y sadismo, ampliamente difundidos
de forma obscena por Internet y las redes sociales. Esta situación resulta
intolerable y la comunidad internacional tiene que reaccionar con determinación
y firmeza. Como ha afirmado Pedro G. Cuartango, el EI defiende el terror para
lograr sus fines y ha establecido un Califato para exportar la revolución a
todo el mundo y -por cuestión de principios y de legítima defensa- “no hay otra
opción que enfrentarse militarmente a estos bárbaros que pretenden acabar con
nuestra cultura y valores mediante el terror”. Según Javier Rupérez, dado que el
Daesh tiene una vocación destructiva
terrible, no hay más solución que enfrentarse a él “con una acción contundente
para decapitarlo literalmente”.
La infiltración yihadista es
especialmente grave entre los jóvenes que viven en Occidente, que se han
desarraigado de sus lugares de origen y no se han adaptado a las formas de vida
de los países de acogida, incluso cuando han nacido y sido educado en ellos.
Las políticas de multiculturalidad en Gran Bretaña, de integración forzada en
Francia o de segregación razonable en Alemania han tenido escaso éxito, y los “musulmanes
de tercera generación –aparentemente integrados en la sociedad- no encuentran
su lugar en el sol y se radicalizan cada día más. Estos fundamentalistas
insatisfechos constituyen un caldo de cultivo adecuado para el terrorismo y
actúan como un caballo de Troya en las fortalezas de Occidente. Los “lobos
solitarios” son difíciles de detectar y resulta casi imposible neutralizarlos
si tienen vocación de mártires suicidas. Contra ellos, los dispositivos
antiterroristas tradicionales carecen de eficacia.
Para hacerles frente, los Estados tienen que adoptar una
política preventiva. Las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia
deberán vigilar a los militantes islámicos que hayan participado en conflictos
bélicos o pasado por campamentos de entrenamiento terrorista, seguir con
atención las redes de Internet utilizadas para promover el fundamentalismo
integrista y la lucha yihadista, y controlar las prédicas de los líderes
religiosos que incitan a la violencia y al terrorismo. Hay que prestar especial
atención a los captadores de mentes y voluntades, y tener tolerancia cero tanto
con ellos como con los Estados que los apoyan.
España –país tolerante que no ha
seguido una política predeterminada con respectos a los inmigrantes musulmanes-
fue objeto en 2004 de un inexplicable e inexplicado ataque indiscriminado del
sectarismo islámico fanatizado. Es objetivo declarado tanto de Al-Qaeda como del EI por la atracción
que ejerce la aureola romántica de Al-Andalus, territorio que, al haber sido
árabe y musulmán, se creen obligados a recuperar. Como ha señalado “El País” en un editorial reciente, guste
o no guste, España se encuentra en el punto de mira del radicalismo islámico y
es constantemente citada y amenazada en los comunicados del Daesh y otras organizaciones
terroristas. Y no se trata de bravatas, como lo muestra la detención el 3 de
Noviembre en Madrid de tres personas que se disponían a atentar de forma
inminente, y de otras dos en Cornellá, por difundir material propagandístico
del EI y facilitar el reclutamiento de voluntarios para combatir en Siria y en
Irak, por lo que hay que ser conscientes de que nuestra sociedad puede verse
golpeada por el terrorismo yihadista. El Califato se encuentra muy lejos, a
miles de kilómetros de nuestras fronteras, pero también está muy cerca, ya que
sus numerosos y fanatizados esbirros podrían actuar de forma letal contra
nuestro país en cualquier momento.
Madrid, 15 de Noviembre de 2015