EL APODERAMIENTO DE LOS INOCENTES y su consecuente puesta a disposición de Satán. La estrategia les funciona, de momento, pero es algo tan burdo, tan basto, tan asqueroso que, al final, llegará el DÍA DE LA IRA, y no escaparán, porque de donde se va, se viene, a donde se sube, se baja y porque en esta tierra no hay nada eterno y todavía menos la mentira.
ARTÍCULO 27 de la vigente Constitución.
"El derecho a la educación pertenece en primer lugar a los padres, y garantiza la libertad que tienen de educar a sus hijos en conciencia según sus valores. La Constitución Española reconoce el derecho de todos los españoles a la educación y a la libertad de enseñanza."
Esta cursi relamida que "okupa" la cartera de IN-Educación, es la Maestra Ciruela, que no sabiendo leer, montó una escuela, pues parece que no sabe y no se entera (señalas la Luna y te mira el dedo, es de esas), que tiene la OBLIGACIÓN, el IMPERATIVO LEGAL, le guste a ella o no, y al depravado de su jefe y asociados, de cumplir a rajatabla con dicho artículo y, desde luego, yo invito a todos los padres con hijos menores a que inunden los juzgados de toda España con denuncias contra esta basura.
¿De quién son mis hijos, señora Celaá?
Por Carlos Esteban | 17 enero, 2020
Ha dicho la ministra de Educación, Isabel Celaá, que los hijos no son de sus padres. ¿De quién son, entonces? Del Estado, naturalmente.
“No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”, ha declarado hoy viernes la ministra de (In-, Des-) Educación, Isabel Celaá, criticando la adopción del pin parental por parte del gobierno de la Región de Murcia a instancias de Vox. No es la primera vez que lo dice, ni es la única que lo está diciendo. Irene Montero, la ministra de Igualdad que es igual a cualquier otra mujer que se haya ligado al jefe, está en lo mismo.
En un sentido literal, la ministra tiene razón; tiene razón en que los hijos no son propiedad de los padres, ni están al margen de la protección de derechos elementales que garantiza el Estado. Pero es evidente que la ministra no se refería a esa perogrullada, aunque solo sea porque nadie la ha cuestionado. Nadie piensa que, si sus padres siguen entre nosotros, la señora Celaá les pertenezca, por apurar el absurdo.
No, Celaá se refiere a quién toma decisiones por el niño. Ese es el sentido de “pertenecer”, de “ser de”. Y, por eso, si Celaá cree que los hijos -menores, se sobreentiende- no son de sus padres, la pregunta obvia es: entonces, ¿de quién son? Porque imagino que la ministra del ramo tendrá una idea, aunque sea aproximada, de lo que es un niño, y no supondrá que puede ser de sí mismo, en el sentido de responsabilizarse de sus decisiones. Un niño de seis años puede tomar poquísimas decisiones por su cuenta; uno de seis meses, ninguna.
Así que, si no son de los padres, ¿de quién son? Del Estado, naturalmente. No es exactamente una idea original. Rousseau era de la misma opinión, y no en vano se deshizo de sus cinco hijos dejándoselos ‘al Estado’ en forma de la inclusa, donde moría una abrumadora mayoría de los recién nacidos antes de cumplir el año. También era dogma en los regímenes comunistas, donde incluso se les animaba a denunciar las ‘desviaciones ideológicas’ de sus padres.
Pero el Estado no deja de ser una ficción jurídica, incapaz de tomar por sí mismo otras decisiones que las que adopte el Gobierno. ¿Son los que nacen en España algo así como Los Cien Mil Hijos de Pedro Sánchez?
España atraviesa una crisis demográfica que ya no es grave: hace mucho que pasamos ese punto. Hoy es ya desesperada. Estamos en una tasa de natalidad por debajo de la que, según los demógrafos, ninguna sociedad se ha recuperado. Tanto, que hasta los socialistas se han dado cuenta y ha añadido al ya largo nombre del Ministerio de Transición Ecológica la coletilla “y del Reto Demográfico”. Naturalmente, "los expertos" dicen que esto solo se arregla con inmigración masiva, muy por encima de la que temen los más alarmistas. Porque, naturalmente, no vamos a esperar que los españoles nativos tengan hijos.
Y con razón: todo en nuestra sociedad está dispuesto para que no tengamos hijos, desde la estructura laboral a los mensajes continuos de la publicidad, la llamada constante a la irresponsabilidad sexual, la espada de Damocles de la Ley de Violencia de Género -usada rutinariamente por los abogados de Familia para ablandar al varón en un proceso de divorcio-, pasando por el feminismo radical y cientos de otros factores sociales, todos en la misma dirección.
Tener hijos hoy es, o un privilegio, o una heroicidad. Siempre, en cualquier caso, un sacrificio, de las cosas que más valora el hombre de hoy: tiempo, dinero, independencia y energía. Así las cosas, no hay nada de extraño que una sociedad descristianizada deje de tener hijos, en absoluto. Pero si, además, las autoridades insisten en que esos hijos que tanto nos cuesta tener no son nuestros, sino de la red de fríos y anónimos funcionarios que llamamos “Estado”, ya me dirán quién querrá tenerlos.
Porque, señora Celaá, si los hijos son del Estado y no de los padres, me encantaría saber qué negociado público se va a encargar de darle de comer. Gratis, naturalmente, ya que son suyos. Y mecerles por las noches, y aguantar sus llantos, y ‘sacarles el aire’, y consolarles cuando se caen en su primera bici, y estar dispuesto a escucharles y responder todas sus incesantes preguntas, y estar a su lado en la cabecera de la cama cuando están enfermos. Y cien cosas más. Porque todo eso, señora Celaá, es ser padres, es tener responsabilidad sobre los hijos. Y si van a ser del Estado, mejor que vayan sabiéndolo. Y, de paso, que aprendan a parirlos, porque no concibo de nadie que esté dispuesto a tenerlos para entregarlos a manos de quien va a enseñarles todo lo contrario de lo que le digan en casa, y a pensar de sus padres que son unos retrógrados. Porque a Pavlik Morozov lo va a tener… su padre.