Chesterton y el Islam a principios
del siglo XX
El libro 'La Nueva Jerusalén' ofrece una visión de la Tierra Santa de 1920 y
un análisis de una sociedad y sus acciones que bien podrían encajar 100
años después de que fuera escrito por Gilbert K. Chesterton.
En 1920, el periodista y escritor (por este orden) Chesterton, emprendió con su mujer un viaje a
Tierra Santa para escribir por encargo unas crónicas de los lugares. Su periplo duró tres meses
y dejó perlas de gran valor como casi todo lo que escribió el inglés. Estas crónicas del viaje, qu
e se publicaron en 1922, las acabamos de publicar en Ediciones More.
Chesterton, que en cuestiones históricas debía mucho a su amigo Hilaire Belloc, era un estudioso,
amateur pero penetrante, de la Edad Media y un entusiasta de la misma. Comprendió, por tanto,
muy bien al Islam surgido a principios del siglo VII. Tres cosas son especialmente notables de
sus comentarios.
Actuall depende del apoyo de lectores como tú para seguir defendiendo la cultura de la vida, la familia y las libertades.
Haz un donativo ahora
La primera es que Chesterton reconocía y admiraba la pugnacidad de los musulmanes,
hombres del desierto y de la guerra. Ya era Belloc quien intuía que, si el Islam volvía a tener la
capacidad militar que tuvo en la Edad Media, volvería a luchar por la hegemonía mundial,
amenazando de nuevo a Europa como hiciera durante diez siglos. Curioso análisis, visto
desde hoy, pues con una enorme asimetría de medios en relación a Occidente las versiones
más extremas del Islam logran poner en jaque la estabilidad mundial. ¿Qué pasaría si
tuvieran la hegemonía armamentística?
Los credos occidentales son más complicados, más dependientes de definiciones complejas; por eso son los credos que han dado lugar a las constituciones occidentales
En segundo lugar. Destaca Chesterton la grandeza y la limitación de esta religión del desierto.
El hombre del desierto donde surge la religión de Mahoma es un hombre sencillo e inteligente,
que contempla una palmera. La contemplación le lleva a la conclusión de que esa palmera ha
sido hecha por Dios. Y alaba la magnificencia de Dios, la grandeza de Dios, y esta idea se convierte
en un tremendo grito, en una idea casi obsesiva. Pero al ser una palmera aislada el hombre del
desierto carece de los elementos de comparación y juicio suficiente para ponderar la idea de la
propia palmera y de la creación. Carece de las ideas que friccionan unas con otras y se
equilibran, contraste de ideas muy propio de la mentalidad occidental, más analítica y racionalista,
más griega. Por eso los credos occidentales son más complicados, más dependientes de definiciones
complejas. Están en continuo equilibrio, pero por eso son los credos que han dado lugar a las
constituciones occidentales.
En cambio, como dice Chesterton, bajo la tienda de Saladino solo cabe obedecerle o matarle,
no hay otra opción. En muchos otros libros Chesterton alabará a aquellos padres de la Iglesia
que se pegaban en los concilios por las definiciones dogmáticas. Esos que, a los ojos de hoy
parecen fanáticos, para Chesterton hacían bien en pegarse. Definir los credos y los dogmas
era y es esencial. Cada definición, cada cuidada definición, con sus cautelas, con la exactitud
de las palabras, era y es un baluarte contra el nihilismo. Por eso aquellas luchas por el dogma le parecían tan bien a
Chesterton. En otra ocasión llegará a decir que tener la mente abierta es tan tonto como tener la
boca abierta. La boca sirve para masticar, para agarrar el alimento y la mente está hecha para
cerrarse sobre un objeto, para aprehenderlo y así entender el mundo. Las definiciones son a
vances, no retrocesos, porque nos ayudan a entender el mundo.
Chesterton observó que la situación de la mujer cristiana difería de la situación de la musulmana, porque a esta, incluso se le había arrebatado la posibilidad de lucimiento externo
Tercero, observó Chesterton que la situación de la mujer de Belén, la cristiana, difería de la
situación de la mujer musulmana, porque a esta última, incluso se le había arrebatado la
posibilidad de lucimiento externo, que le correspondía al varón musulmán. Por eso iban
cubiertas hasta el rostro. El musulmán es un creyente y practicante del dogma de la
igualdad entre los hombres, pero este dogma no alcanzaba a las mujeres. Es curiosa una
de las explicaciones que da Chesterton a este fenómeno, pues para él, una de las causas de
la diferente situación jurídica entre la mujer musulmana y la mujer cristiana radica en una
cosa que nadie -salvo Chesterton- diría: la civilización musulmana no tuvo nada como
la institución de la caballería medieval. A mí no se me habría ocurrido jamás una cosa tal,
pero entiendo que, por lo que nos ha quedado de la literatura, ciertamente, ya la posición
de la mujer ocupa un escalón muy alto (ojo, no faltarán críticas de quien solo ve patriarcado
por todas partes y confunde la elevación con denigración). En una de sus notas casi descuidadas,
atribuye el fin de la institución de la caballería a un autor nada medieval, pero que asestó la
puntilla a esta caballería: nada menos que su admirado Cervantes.
Este libro de La Nueva Jerusalén da mucho más de sí, y no deja de sorprender cómo la mirada
de Chesterton sobre el paisaje, los edificios y las ciudades que visitaba le servían para hacernos
comprender cómo los estratos más profundos de la historia siguen siendo importantes.