Golpe de Estado en Cataluña:
Todos los cómplices del presidente
Pablo 1; Pedro O. Al fin se ha estrenado Casado como oposición en el Parlamento,
sin miedo a que le llamen ‘facha’, y ha puesto a Sánchez en su sitio. Sí, Pedro es
responsable del golpe ‘indepe’, pero no solo sino en compañía de otros.
Ha nacido un líder parlamentario, al desenvainar el verbo con un alegato inapelable: Sánchez es
“partícipe y responsable de un golpe de Estado que está en curso en Cataluña”. Genial.
Sólo hay dos peros en la intervención de Pablo. Primero, ¿habría optado por esta contundente
guión-pantunfla de don Mariano. ¿Trata de arañar votos por su derecha? Si es así, hay que felicitarse
de la aparición de una nueva fuerza política que está galvanizando a una derechita cobarde al
orde del encefalograma plano.
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El segundo ‘pero’ es que Sánchez no es el único responsable en la amenaza contra la unidad de España.
Tiene mucha culpa, ya que está en el poder gracias al apoyo de quienes quieren destruirla; y quiere
mantenerse en la poltrona confeccionado unos presupuestos, mano a mano con el comisario
bolivariano en España, que alimentará aún más a la fiera golpista. Parte de la subida de impuestos
servirá para dar 2.200 millones de euros más a la Generalitat el próximo año.
Pero sin otros cómplices, próximos o remotos, no tendríamos golpe en Cataluña y un proceso
enquistado que cada vez es más difícil de resolver.
Los podríamos agrupar en tres grandes bloques.
Primero, los políticos de la Transición, con Adolfo Suárez a la cabeza, que cometieron el grave
error de abrir la puerta a los nacionalismos. Fue una maniobra audaz legalizar el Partido
Comunista en 1977 y, a la larga, de habilidad política, pues el dinosaurio marxista fue perdiendo fuelle.
Los nacionalismos vasco y catalán no eran pesados diplodocus sino ágiles y voraces velocirraptors
Pero les faltó visión al dar carta de naturaleza a los nacionalismos vasco y catalán, que no eran
pesados diplodocus sino ágiles y voraces velocirraptors.
Los políticos de la Transición diseñaron la ley electoral a su medida; los convirtieron en árbitros de
la gobernación, obligando a PP y PSOE a pactar con ellos, cuando éstos carecían de mayoría; y
crearon el Estado de las Autonomías para que PNV y CiU pudieran sentar sus reales en el País Vasco
y Cataluña, tejer redes clientelares y gobernar ininterrumpidamente durante décadas (cierto también
gobernaron los socialistas, pero lo de Patxi López y Maragall-Montilla fueron breves paréntesis de
monaguillos colaboracionistas).
Parece obvio que de no haber existido nacionalismo vasco y catalán no se hubiera planteado
el Estado autonómico. Piénsenlo. Ergo…
Segundo, los Gobiernos centrales (primero González y Aznar, después Zapatero) pagando
el peaje del PNV y de CiU a cambio del apoyo parlamentario, vendiendo a España por un plato
de lentejas. En la cuneta quedaron muertos (las 800 víctimas de ETA) y dinero (los millones de
todos los españoles) con los que se privilegió a los cortijos peneuvista y convergente.
Zapatero llevó las cosas al extremo al negociar con los terroristas (a través de los emisarios del PSE)
y al poner alfombra roja al Estatut catalán. Resultado: abrió la caja de Pandora.
No se puede entender la deriva de Artur Mas con la consulta ilegal del 9-N (2014), primer acto
de la farsa del referéndum ilegal de 2017, sin el Estatut permitido/jaleado por Zapatero y el caldo
de cultivo independentista durante la etapa del Tripartito (PSC-Esquerra-ICV).
Tercero, González, Aznar y Zapatero (por partida doble) por transferir las competencias de
Educación a Cataluña y permitir que el nacionalismo troquelara las cabecitas de los escolares,
incubando el resentimiento contra el resto de España, mediante el adoctrinamiento, las mentiras
y las tergiversaciones de la Historia.
Los nacionalistas tenían bien aprendida la lección de Gramsci. Sabían que si minaban el campo de
la educación, tendrían la sartén por el mango durante generaciones. A ello se han empleado.
De poco sirve el 155 si parte de la sociedad catalana está infectada por el virus.
Quedan, a otro nivel, de menor responsabilidad, los ambiguos o los contemporizadores. Sorprende,
por ejemplo, que parte de la clase empresarial catalana (reunidos en el Foro Puente Aéreo junto con
empresarios de Madrid) le haya transmitido a Pablo Casado que debe moderar su mensaje, porque
resulta radical.
¿No es radical el quebranto económico que leestá costando a esa comunidad (30.000 millones de euros en depósitos) y la destrucción de empleo?
¿Radical decir la verdad?, ¿y no es radical la sedición, la malversación de fondos, el referéndum
ilegal o dividir en dos a la sociedad catalana?, ¿no es radical quemar retratos del Rey?, ¿no es
radical el quebranto económico que le está costando a esa comunidad (30.000 millones de euros en
consumo y destrucción de empleo)? Algo que deberían saber muy bien los empresarios (entre ellos,
el presidente de Planeta, una de las compañías que ha tenido que marchar al exilio).
La crisis catalana, la mayor amenaza contra la unidad de España desde que llegó la democracia,
no tiene un responsable sino muchos. En realidad una larga cadena de errores, culpas o negligencias.
Torra o Puigdemont son sólo los últimos eslabones. Y Sánchez el gran cómplice. Pero hay muchos
otros, por acción u omisión, de izquierdas, de derechas y mediopensionistas.