La clase política más infantil
de Europa
La política española
se ha infantilizado hasta unos extremos inimaginables. No es solo una cuestión
biológica. Reina lo trivial, la retórica hueca, lo superficial. La nada
Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro
Sánchez y Albert Rivera, en el debate de Atresmedia. (EFE)
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No deja de ser una paradoja que a medida que el país envejece -la
edad media de los españoles se sitúa ya en 43,39 años- la política se
infantiliza. No solo por razones biológicas -la edad
media de los cuatro principales líderes
nacionales es de 41,25 años-, sino, también, por causas políticas o, incluso,
culturales.
En particular, por la eclosión de nuevas redes de
comunicación que han favorecido discursos simplistas y liderazgos mediáticos que tienen más que
ver con el 'marketing' que con la cosa pública. Es un hecho que Sánchez, Casado, Rivera y Pablo Iglesias han
pateado durante años muchas tertulias antes de dirigir sus respectivas
organizaciones, y eso ha contribuido a que la ‘nueva política’ se
haya convertido en un plató de televisión donde prima el espectáculo y la
superficialidad, como bien sabe Donald Trump, que
mueve el mundo a golpe de tuit.
Aunque la puerilización de la política no tiene nada
que ver con la edad, se puede ser anciano e irresponsable en el
sentido más literal del término, y, al revés, joven y estar en la edad adulta, sí existe una rara coincidencia en
la España de hoy con solo echar un vistazo a la fecha de nacimiento de los
líderes políticos.
Los cuatro líderes en
sede parlamentaria. (EFE)
En 1977, el año de las primeras elecciones democráticas
tras la dictadura, la edad media de los españoles era de apenas 33,20 años,
pero los cuatro dirigentes principales (Suárez, González, Carrillo y Fraga) contaban aquel 15 de junio con una edad media de
48,75 años. Es decir, alrededor de 15 años más de los que tenían los españoles
de aquel tiempo. Hoy, con una población diez años más envejecida, los líderes
políticos tienen dos años menos que la población, probablemente, por primera
vez en la historia de España, y eso que en aquel tiempo hubo una ruptura
generacional con los dirigentes de la dictadura.
Felipe González, que por entonces contaba con 35 años,
era el único que carecía de una sólida carrera política detrás antes de
convertirse en un dirigente nacional, pero pudo capitalizar electoralmente unas
siglas históricas,
aunque con escasa influencia durante la oposición al franquismo.
La edad, en todo caso, lo contrario sería absurdo, no
es totalmente determinante en la acción política, pero si la ausencia de contrapesos
generacionales
La edad, en todo caso, lo contrario sería absurdo, no
es totalmente determinante en la acción política, pero
si la ausencia de contrapesos generacionales dentro de las propias
organizaciones o, en general, dentro del sistema político, lo que hace que un
dirigente que ronde los 40 años tenga más interés en continuar su carrera
política a cualquier precio, incluso dentro del mismo partido tragando todos los sapos que sean necesarios hasta que
llegue su hora, que otro de edad más avanzada con una trayectoria detrás. Algo
que exige enterrar el pasado acuchillando, si es necesario, a los anteriores.
Eso que se ha llamado el adanismo, que ha
inoculado al país hasta colapsar el sistema político a nivel nacional.
Churchill y Adenauer
Es muy conocido, sin embargo, que Adenauer fue nombrado canciller con 73 años, mientras
que Churchill, tras la guerra, fue elegido primer ministro
con 77 años. El propio Trump llegó a la Casa Blanca con 71 años, mientras que Macron alcanzó el Elíseo sin haber cumplido los 40
años. Existen, por lo tanto, todo tipo de ejemplos, pero lo que hoy se sabe es
que la edad media de los políticos españoles (los cuatro principales) es la
segunda más baja de la UE, tras Croacia.
Sobre las causas políticas de
la infantilización de
la acción del gobierno, y, en general de las sociedades postindustriales
fascinadas con las nuevas tecnologías y el hiper consumismo, no hay mucho que
decir. Un país que se encamina a las cuartas elecciones generales en cuatro
años tiene un grave problema con su clase política por su incapacidad de
encontrar soluciones.
La política española se mueve hoy entre la lucha por
el poder en estado puro, sin matices, y el idealismo estéril alejado de la
realidad
Algo que conecta con la reflexión que hizo hace poco
más de un siglo Max Weber en una famosa
conferencia, en la que el pensador alemán criticó tanto al político realista que “se complace vanidosamente en el
sentimiento de poder”, como al idealista que se
olvida de ejercer sus “responsabilidades de poder”.
Entre una cosa y la otra, la lucha por el poder en
estado puro, sin matices, y el idealismo estéril alejado de la realidad, se
mueve hoy la política española, convertida en el nuevo enfermo de Europa, como llamó el zar Nicolás I al imperio otomano, y que, posteriormente, se
ha utilizado en muchas ocasiones para retratar no solo a países con problemas
estructurales de carácter económico, sino, también, de naturaleza política.
Vanidad e idealismo
Esa vanidad de los
líderes es la que favorece, precisamente, una política de tierra quemada
con el pasado para acreditar la supremacía del guía, mientras que el idealismo un tanto pueril tiende a alejar a los
dirigentes de la noción de responsabilidad, que nunca puede ser una de las
características propias de la infancia. Paradójicamente, como decía Raymond Aron, cuando la política es el terreno de la
acción cotidiana. Lo pueril, de hecho, es lo contrario, a lo adulto, a lo
complejo. Como son, por cierto, las sociedades a medida que se desarrollan.
La nueva política, que ha envejecido prematuramente,
forma ya parte, sin embargo, de la industria del espectáculo, que por esencia
es lo trivial, y que necesita la construcción de enemigos imaginarios
para sobrevivir. Se dice a los electores lo que quieren oír con
mensajes pueriles, lo que es incompatible con la noción de responsabilidad, que
exige en determinados momentos no solo cantar las verdades de Caronte, sino, al tiempo, promover el aprendizaje
social y la educación, lo que necesariamente tiene que ver con el ejercicio de
la conciencia individual, que, por definición, es
indivisible.
La nueva política, envejecida prematuramente, forma ya
parte, sin embargo, de la industria del entretenimiento, que por esencia es lo
trivial
De hecho, el populismo, que no es otra cosa que la
sustitución del concepto de ciudadano por el de pueblo, es hijo de una
democracia ciertamente infantilizada, y ahí está para acreditarlo el uso
fraudulento de las consultas populares para dirimir problemas complejos. O la
apelación a principios morales que, en realidad, son una cortina de humo. O
dirigirse al pueblo directamente a través de las redes sociales sin pasar por
el filtro de la crítica que históricamente ha ejercido la prensa en los países
libres.
El objetivo es alimentar el ego
mediante la producción de símbolos y de retórica política cargada de naderías, lo
que conduce inexorablemente a cavar falsas fronteras ideológicas en favor de la
emoción, que es otra de las características de la
infancia, y que solo la instrucción es capaz de doblegar.
El sonajero frente a la argumentación. El
meme frente a la inteligencia. El discurso facilón y
pueril -ahora te hago una propuesta y si no la aceptas te la quito para siempre
porque no te ‘ajunto’- frente a una estrategia coherente en el tiempo y cargada
de ideas para facilitar la gobernabilidad del país. La edad de la razón frente
a la edad de la nada. La política convertida en la estulticia.