20-D. Católicos, ¿a quién votamos? (I). Rubalcaba dice que a Pedro Sánchez no le falta un hervor
- Eso no está bien, Alfredo: has explicitado lo que era un consenso latente.
- El secretario general del PSOE aspira a la condición de estadista siglo XXI: corazón hinchado y cabeza hueca.
- Sánchez se aferra a la eutanasia por aquello de alcanzar nuevas cuotas de progresismo.
- Está claro que un cristiano, en conciencia, no puede votar a Pedro Sánchez.
- No porque le falte un hervor: de hecho, le sobran hervores.
Alfredo Pérez Rubalcaba (si les das la espalda, te la clava) ha asegurado en su primera intervención en la precampaña electoral del PSOE, que “no es cierto que a Pedro Sánchez le falte un hervor”. La frase es maléfica porque claro, ¿quién ha dicho, además de Rubalcaba, que le falte un hervor al pobre Pedro? De hecho, la mitad del PSOE y el resto de la comunidad hispanohablante lo saben, pero no lo dicen.
Aquí opera una regla inamovible de la mala leche: si quieres herir a alguien sal en su defensa. Especialmente, si se trata de un defecto latente pero no explicitado. Y el asunto latente, la sospecha no explicitada es que Pedro Sánchez es un tonto macizo. No un tonto cualquiera, ni tan siquiera esférico, sino un tonto macizo. Que tu propio correligionario ponga el asunto sobre la mesa es muy desagradable. Sobre todo ahora, en que el pobre Pedro huye de la pregunta abierta de los periodistas, por ejemplo, en ruedas de prensa, para evitar el ridículo. Lo que has hecho Alfredo, no está bien: debería darte vergüenza.
Porque, además, el problema de Pedro Sánchez no es que sea tonto y poco me importa que haya consenso sobre la materia y que Rubalcaba lo airee. Al menos, su limitada condición no tiene por qué resultar peor que la cobardía del estafermo de Rajoy o que el macarra de Albert Rivera, o que la figura de Pablo Iglesias, el arrogante más indocumentado que haya correteado por el viejo Madrid.
No, el verdadero problema de Sánchez es que quiere ser más progre que Rubalcaba, que Zapatero, que Felipe… Es una carrera por el desatino para forjar la condición de estadista siglo XXI: corazón hinchado y cabeza hueca. Al progresista Sánchez le ocurre algo parecido al vasco del chiste, quien se empeñaba en que el cirujano le quitara medio cerebro para ser más vasco.
Y entonces, al darse cuenta de que ZP ya había patentado el derecho al aborto, el divorcio exprés y el homomonio, nuestro radiante secretario general del PSOE optó por hacerse apóstol de la eutanasia que, por el momento, y a la espera de nuevos inventos de la ideología de género, es lo único que le queda a la progresía.
El problema del disparate es que cansa hasta a los simpatizantes. Al menos a los que guardan un adarme de inteligencia, porque todos ellos acaban preguntándose: ¿pero dónde está el límite?
Ahora bien, en coherencia, es decir, en conciencia, un cristiano no puede votar a Pedro Sánchez, al que no le falta un hervor. Es más le sobran hervores.