El experimento kibutz: ¿Por qué hombres y mujeres no somos iguales?
LA GACETA
Dos antropólogos, Lionel Tiger y Joseph Shepher, analizaron durante años la vida de 34.000 personas que habían crecido en una comuna opuesta a la diferenciación de género. Estas son sus conclusiones.
Suele pensarse que el motivo por el que las mujeres tienden a escoger trabajos relacionados con las personas o con la ayuda es que han asimilado el mensaje del entorno. Corría el año 1975 cuando se publicó un libro que explicaba un experimento social cuanto menos sorprendente.
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Los antropólogos Lionel Tiger y Joseph Shepher analizaron la vida de 34.000 personas que habían crecido en una aldea que se oponía firmemente a la diferenciación de géneros. Los llamados kibutz surgieron en la década de los cuarenta, cuando un grupo de judíos procedente de Europa del Este y conocido como la Comuna de Hedera decidió establecer un asentamiento independiente de trabajadores sin trabajadores ni explotados.
Estos hebreos creían en un nuevo tipo de sociedad igualitaria donde nadie estuviera por encima de nadie, dando lugar de esta forma al concepto de que los judíos debían administrar su propia comuna. De hecho, kibutz es la voz hebrea de agrupación.
“Cada uno según su capacidad, a cada cual según sus necesidades”, fue la consigna de este sueño colectivo con raíces en las ideas de transformación social nacidas en el siglo XIX. El kibutz es considerado uno de los experimentos comunales más importantes de la historia y se consolidó gracias a las sucesivas oleadas de judíos en la zona.
El experimento
Tiger y Shepher pasaron varios años en estas aldeas, donde se esperaba que hombres y mujeres hicieran cualquier tarea que les fuera asignada. Los niños dormían en dormitorios comunes y eran educados por profesionales comprometidos con formación igualitaria. De hecho, cuando la televisión hizo su aparición, los responsables de la misma restringieron su uso. Los padres visitaban a los pequeños a la hora de la comida y antes de irse a dormir.
El objetivo principal era eliminar las barreras de género y clase, que según las corrientes feministas actuales oprimen a las mujeres, con la esperanza de que con el tiempo las diferencias de género desaparecieran. Por eso todas las tareas eran repartidas equitativamente al 50%.
Los dos antropólogos tenían la esperanza de ver cumplidas sus tesis, pero el escenario era bien diferente. Tras cuatro generaciones, entre el 70% y el 80% de las mujeres se había inclinado hacia los trabajos orientados a las personas, sobre todo aquellos relacionados con niños. Por contra, los hombres se habían decantado por la agricultura, el trabajo en la fábrica o las tareas de mantenimiento.
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Cuanto más tiempo pasaban en el kibutz, más notable se hacía la división del trabajo por género. Sólo el 16% de las mujeres que había crecido allí quería dedicarse a la agricultura y la industria. De la misma manera, prácticamente ninguno de los hombres deseaba educar a los niños en edad escolar y menos del 20% se decantaba por la educación primaria.
La conclusión
“Los perfiles estadísticos que obtuvimos revelaron de manera inesperada que hombres y mujeres parecían vivir como si estuvieran en dos comunidades distintas y se encontraran fundamentalmente en los hogares. Era casi como si hubiéramos estudiado dos poblaciones distintas”, reza el estudio publicado por los dos antropólogos.
“Tampoco estábamos preparados preparados para descubrir lo que ya habían descubierto previamente varios investigadores en kibutz específicos: una fuerte tendencia, general y acumulativa, tanto de hombres como de mujeres, a diferenciarse más, en lugar de menos, en cuanto a lo que hacían y a lo que evidentemente querían hacer”, continúan Tiger y Shepher.
De los estudios de ambos se desprende también que las mujeres de la comunidad habían reclamado pasar más tiempo con sus hijos, además de los tiempos asignados por defecto al mediodía y por la noche, y las marcadas diferencias de hombres y mujeres a la hora de elegir un trabajo.
“Podrían animarles y obligarles a hacer los trabajos que otros pensaban que debían hacer. Pero, si les daban libertad para expresar lo que deseaban, lo que se espera de ellos y lo que decidían no coincidía. Imponer funciones neutras a las mujeres no funcionó”, sentencian.