Cruda realidad / Cuando caigan
las máscaras
La máscara que me aterra es la que tapa los ojos, y la veo por todos lados.
O, lo que es lo mismo, veo que tantos no ven lo que vería cualquiera, lo
que está gritando delante de nuestros ojos.
Me entero de que el Gobierno nos quiere asustados ‘in aeternum’. Que cuando acabe la Alarma con mayúsculas deberemos seguir alarmados de por vida y enmascarados en lo que Pedro llama -temblemos- «normalidad vigilada». O sea, no muy normal.
La máscara es el símbolo de nuestros días, la distópica metáfora visual de los tiempos que corren. Pero hay en esto tres máscaras, y la quirúrgica que ha convertido nuestras ciudades en quirófanos con semáforos donde pasean seres sin rostro, son las menos alarmantes.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraHay otra máscara o, mejor, antifaz, de esos que una se pone para dormir en un lugar con luz, y es la que realmente están intentando ponernos a todos. Con cierto éxito, debo decir, porque están consiguiendo que una masa impresionante crea ver lo que le dicen, y no lo que realmente ve. Me viene ahora mismo a la cabeza una escena que hace apenas unos años se habría atribuido a Monty Python o a cualquier compañía de cómicos como sketch exagerado. Un locutor de la CNN -quizá fuera otra cadena americana: son todas la misma a estos efectos- informaba en directo desde un caótico motín al que se obstinara en llamar «protesta pacífica», en artístico contraste con el edificio en llamas que hacía de fondo e iluminaba la escena de pillaje y violencia. La surrealista escena termina con un botellazo bien dirigido contra el equipo de televisión que, se esfuerza el atribulado locutor, no se ha lanzando con mala intención.
¿Cómo puede creerse que la enfermedad ya no enferma a nadie ni mata a nadie y, a la vez, que debemos seguir enmascarados y temerosos por tiempo indefinido?
Esa es la máscara que me aterra, la que tapa los ojos, y la veo por todos lados. O, lo que es lo mismo, veo que tantos no ven lo que vería cualquiera, lo que está gritando delante de nuestros ojos.
¿Cómo es posible que se siga defendiendo la gestión de la pandemia por un Gobierno que ha convertido nuestro país en el peor en número de muertos por millón, cuando ya la prensa extranjera se burla, desesperada, de las cifras oficiales, y cuando hacen listas por países hacen humillantemente explícito que las nuestras no son fiables?
¿Cómo puede creerse, a la vez, que la enfermedad ya no enferma a nadie ni mata a nadie y, a la vez, que debemos seguir enmascarados y temerosos por tiempo indefinido? ¿Aplicamos este criterio a cualquier enfermedad infecciosa?
El miedo, esa es la gran máscara sobre nuestros ojos, la que nos impide ver, la que hace que no veamos que nos están arrebatando derechos y libertades
¿Quién es capaz de tragarse los datos de unos «expertos» que en Estados Unidos han firmado una carta conjunta advirtiendo que hay que mantener las precauciones, pero no abstenerse de ir a las manifestaciones multitudinarias con la excusa de la muerte de George Floyd, porque «el racismo es la peor pandemia»?
¿Quién volverá a confiar en una «Ciencia» (marca registrada), que se adapta como un guante a las necesidades ideológicas cambiantes de nuestros líderes? Oh, pero el miedo. Esa es la gran máscara sobre nuestros ojos, la que nos impide ver, la que hace que no veamos que nos están arrebatando derechos y libertades, que están dejando nuestra capacidad productiva en un solar, que nos están llevando a la ruina con nuestra más entusiasta complicidad.
El caso es que ya apenas disimulan, su propaganda, más incesante que nunca, se ha vuelto torpe
Y luego están las otras máscaras, las que empiezan a caer. Miren a su alrededor -y fuera, que todo llega de fuera, que España no es una isla; ni siquiera un país soberano- y se darán cuenta de que a nuestros líderes se les está cayendo la máscara este año, su máscara de compadreo y disimulo, su máscara de moderación y respeto a las instituciones.
Hay algo, no sé qué; quizá sean las prisas o el pánico; el propio miedo a nuestro despertar colectivo, que les hace precipitarse y revelar su juego. El caso es que ya apenas disimulan, su propaganda, más incesante que nunca, se ha vuelto torpe. Las protestas por la muerte de George Floyd son tan clara, tan evidentemente NO por la muerte de George Floyd que hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para creerlo, una de esas fes que mueven montañas.
El otro día, en el Congreso, Pedro cambió la canción y volvió al Cambio Climático con lo que solo puedo calificar de lapsus. En un mentiroso tan minucioso y concienzudo, los lapsus son lo más significativo, como esa «normalidad vigilada», que tanto dice, o cuando habló de «los objetivos de la pandemia». En este caso dijo que el Cambio Climático, después de la ola del covid, era el desafío “real”.
¿No era real lo que nos ha tenido sesenta días encerrado, lo que nos tiene aún en modo de pánico y enmascarados? Ya pueden imaginar, claro, lo «real» que va a ser el Cambio Climático cuando se metan en serio con él.