TRIBUNA LIBRE
SIEMPRE GONZÁLEZ
GABRIEL ALBIAC
Catedrático de Filosofía. Universidad Complutense
Felipe González es la maldición del PSOE. Y su fortuna. No
es esencial leer eso que
declaró un periódico barcelonés y que desmintió luego. Los
contenidos nunca tuvieron
relevancia en el talante ético-estético del hombre que se
soñó Presidente perpetuo. Y
al cual, robo y crimen políticos, acabaron descabalgando y
sumiendo en un rencor tan
mastodóntico como vacua vanidad de antes. Los contenidos
exigen rigor. Intelectual,
primero: en eso no había duda, la endeblez académica del
Presidente era impecable.
Tanto como el blindaje de impunidad, al abrigo del cual
todo estuvo permitido.
También acompañar hasta el umbral de la cárcel a su ministro
del Interior y, tras una
palmada en el lomo, darse media vuelta.
La carrera de Felipe González se asentó sobre una viscosa
retórica, hecha de
mentirosa filantropía y de veracísimo engaño. González era
el hombre que podía decir,
al mismo tiempo, si y no a la OTAN. Felipe González era el
hombre que podía
maldecir el terrorismo y presidir los sucesivos Gobiernos
del GAL.
Y juzgar inadmisible que mortal alguno osara recordárselo.
Lo de
Barcelona, ahora, es lo mismo de siempre. Olvidemos el
contenido. No hay contenido en las palabras de González.
Nunca
lo hubo. Lo suyo era el énfasis: soltar la nadería más
plana, con
reduplicación de acentos y voz de folletín de los años
cincuenta. Y
repetir esa misma nadería un par de veces, en clownesca
caricatura del aforismo conforme al cual una mentira,
repetida con
firmeza, acaba por ser tragada por todo el mundo como
verdad
evidente. Escuchemos la voz. Eso es él: voz campanuda de
radionovela. Escuchémosle pasmarse, ofendido, ante la
posibilidad de que alguien
pueda siquiera preguntarse acerca de su convencida defensa
de la identidad nacional
de Cataluña: https://www.youtube.com/watch?v=IUXHQvKZgng.
“Absolutamente”,
dice. Y repite, sin que nadie se lo pida, por supuesto,
“absolutamente”. Los signos de
interjección pueden palparse. Y la voz suena indignada: tan
mentirosamente indignada
como siempre. Es que no tengo la menor duda, claro. Felipe
González no es un
hombre de dudas. Para dudar, enseñaba Platón que hace falta
ser sabio. No es el
caso. Pero olvidemos el contenido. Pongamos la repetición.
Escuchemos, una y otra
vez, esa voz cuya quincalla hiere a
bocinazos…absolutamente, absolutamente,
absolutamente. Lamentaba Blas Pascal no disponer de un
sujeto que mintiera
siempre, porque, de existir, nos proporcionaría un
universal criterio de verdad, por vía
inversa. Pero Pascal no conoció a este. El arte de
falsificar fue el soporte con el cual
Felipe González asentó al PSOE en un poder de cuya
universalidad y duración no ha
disfrutado –por fortuna- nadie en la España reciente. Fue
una bendición. No solo para
él, solo para sus deudos. Lo fue para la red clientelar
que, en torno a un Partido
Socialista por completo ausente en la lucha contra la
dictadura, capitalizó en beneficio
propio los grandes ideales a los cuales hubiera podido
abrirse España tras el
franquismo. Felipe González corrompió el Estado con una
velocidad vertiginosa. Y esa
corrupción sigue hoy intacta en el corazón electoral de su
alto vuelo: Andalucía. Claro
está que, después de él, los ha habido más necios. Ninguno
ha estado en condiciones
de hacer mayor daño que el hombre de FILESA y del voto
subsidiado; que el hombre
en cuya voz de pésimo declamador de malas aleluyas sí
significaba no, no equivalía a
sí y verdad a mentira. El hombre para el cual Cataluña es
nación y lo contrario. No hay
sorpresa: es González.