Madrid, 10 noviembre 2014,
En el diario ABC, el escritor Juan
Manuel de Prada publica el artículo que reproducimos :
Los enemigos de nuestra unidad
En esta coyuntura trágica, el moribundo patriotismo español ha sido rematado
por la ideología europeísta
QUEDÓ atrás la malhadada "consulta" soberanista catalana; pero será
un hito en el camino que lleva a la disgregación de España, que no ha hecho
sino comenzar. Si en verdad anhelamos la unidad de España tendremos que empezar
por defenderla de sus enemigos, pues no es posible combatir ningún mal si antes
no se han localizado sus causas; y mucho menos si las causas de ese mal son
presentadas como remedios, como ocurre paradójicamente en nuestro tiempo, en
que los remedios que se esgrimen contra el separatismo son precisamente los
principales factores de la "desnacionalización" que padecemos. Tales
factores son el régimen territorial consagrado en la Constitución del 78 y el
europeísmo. Álvaro d'Ors citado por el profesor Miguel Ayuso lo profetizó hace
mucho tiempo: "La crisis del Estado nacional, en todo el mundo, permite
conjeturar una superación de la actual estructura estatal: ad extra, por
organismos supranacionales, y a la vez, ad intra, por autonomías regionales
infranacionales. Pero, por un lado, aquellos organismos se han evidenciado
absolutamente vacíos de toda idea moral (…...); y por otro, el autonomismo se
está abriendo paso a través de cauces revolucionarios siempre desintegrantes
que no sirven para hacer patria, sino sólo para deshacerla. Así, resulta
todavía hoy que ese Estado nacional llamado a desaparecer subsiste realmente
como una débil reserva de integridad moral, pero sin futuro".
En efecto, el autonomismo, lejos de acabar con la lacra del centralismo, sólo
ha servido para multiplicarla. Por un lado, ha transferido las competencias
estatales erróneas (es decir, aquellas que mejor hubiesen servido para fomentar
el sentimiento de pertenencia a un proyecto común), multiplicando las
burocracias autonómicas hasta la hipertrofia, para mayor gloria de la
partitocracia expoliadora; por otro lado, ha aniquilado cualquier residuo de
las antiguas libertades políticas de municipios y gremios, ha desbaratado el
régimen tradicional de costumbres y fueros y lo ha suplantado por ideologías
gubernativas nefastas (con frecuencia nacionalistas y siempre desnacionalizadoras)
de las que han surgido nuevas concentraciones de poder, así como jóvenes
generaciones de jenízaros, masas fanatizadas sin otro Dios ni otra patria que
ese artificial ente autonómico con que les han tupido las meninges en la
escuela, gracias a las transferencias legitimadas por la Constitución.
En esta coyuntura trágica, el moribundo patriotismo español ha sido rematado
por la ideología europeísta, que ha usurpado las soberanías nacionales,
convirtiendo los antiguos Estados en colonias controladas por burócratas
extranjeros con el beneplácito de gobiernos nacionales lacayunos y dando
absoluta prioridad a la economía, hasta reducir la política a la mera
administración social. Naturalmente, la pérdida de la soberanía nacional,
entregada definitivamente del modo más indigno en aquella célebre reforma
constitucional del artículo 135, conlleva la abolición de la vida política, que
así queda subrogada a organismos supranacionales que, a la vez que convierten a
los Estados en pulgones nutrientes de los mercados financieros (mediante el
pago usurario de la deuda pública), alientan la existencia de una
"ciudadanía europea" que mata definitivamente la fibra patriótica,
sólo subsistente a través de un patético e inviable "patriotismo
constitucional", porque el patriotismo es amor a las cosas concretas con
las que estamos vinculados y no adhesión a entelequias leguleyas con fecha de
caducidad.
Si en verdad deseamos detener la disgregación de España, tendremos que empezar
por combatir el autonomismo y el europeísmo.