Mencionaba Alexis de
Tocqueville la prohibición de la representación en los municipios de Nueva
Inglaterra, como secuestro de la participación vecinal directa. De hecho hasta
el propio George Washington tenía prevenciones acerca de los partidos políticos
como maquinarias de poder sin límites.
La Confederación Helvética hace descansar su
democracia en último término en los ciudadanos, a través de los mecanismos de
iniciativa popular y del referéndum, de manera que la primera y la última
palabra la tienen los ciudadanos y no los partidos. Algo similar se podría
decir de las comunas y los cantones donde el vecino es el primer y último pilar
de la democracia municipal.
Muy diferente de todo
esto, por nuestros pagos aumenta cada vez más la partitocracia, tendiéndose de
manera notoria hacia un bipartidismo o mejor dicho bimacropartidismo, que
además se trata de colar desvergonzadamente como sumún de la democracia. Hasta
muchos denominados castellanistas, poco conocedores del viejo régimen comunero
castellano, que algunos confunden con régimen comunista, tienen pretensiones
partidistas: un gran partido, una gran extensión, un gran poder; naturalmente
que hasta la fecha no son sino pretensiones ilusorias y larvadas de esas metas
temibles, pero que los identifica si no cuantitativamente si cualitativamente
con cualquiera de los grandes partidos en candelero. Es decir más de lo mismo.
Anexamos un artículo de
Paul Johnson , en el que discurre acerca de estos temas en el ámbito anglosajón
pero fácilmente extrapolable a otros ámbitos
¿NECESITAMOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS?,
¿Llevaba razón Washington?
Paul Jonson Libertad Digital,
suplemento Ideas.
¿Necesitamos los partidos políticos? Rara vez se plantea esta cuestión.
Quizá debiéramos formularla de otra manera: ¿hasta qué punto necesitamos a los
partidos políticos? Porque, ciertamente, el costo moral de tenerlos es elevado,
y sigue creciendo. Gestionar y promover partidos políticos sale muy caro en
el siglo XXI. Recaudar los fondos necesarios apelando al idealismo de los
fieles ya no es posible, si es que alguna vez lo fue. Entran, pues, en liza
motivaciones más primarias, lo que significa corrupción de una u una forma. Y
la experiencia parece sugerir que, en casi todas las democracias occidentales,
la recaudación de fondos es, a día de hoy, y con diferencia, el mayor foco de
corrupción. La venta de títulos nobiliarios a cambio de cuantiosas
donaciones a las arcas del partido viene siendo un escándalo en Gran Bretaña
desde hace tiempo. No se trata simplemente de la venta de unas
"condecoraciones" que permiten al receptor –tras desembolsar,
pongamos, un millón de libras en efectivo – llamarse (y ser llamado) Lord;
se trata también de la venta de un escaño en el Parlamento, puesto que los
poseedores de títulos nobiliarios vitalicios tienen derecho a ocupar una banca
en la Cámara
de los Lores, el equivalente británico del Senado norteamericano. Así pues,
ello les concede el ingreso a lo que se ha denominado "el mejor club de la Tierra", que encima
les concede un estipendio. Más gasto. También les permite –y este punto es
crucial – discutir, enmendar y votar las leyes que pasan por el Parlamento.
Cierto, los poderes de la
Cámara de los Lores son inferiores a los de la Cámara de los Comunes. No
puede echar abajo los proyectos de ley, pero puede retrasarlos y alterarlos.
Nadie sabe con exactitud cuántas personas han comprado sus escaños en la Cámara de los Lores.
Podrían ser más de 100 (de un total de 725), y esa cifra puede crecer. Hasta
hace poco los títulos nobiliarios se entregaban exclusivamente a quienes
pagaban a tocateja; ahora se ha descubierto que a los ricos se les ha concedido
o prometido títulos a cambio de préstamos en condiciones favorables. La
fuente de esta nueva forma de corrupción es el nuevo Partido Laborista, que
anda buscando un sustituto de los sindicatos como principal fuente de ingresos.
No obstante, los conservadores y los liberaldemócratas también han intentando
recaudar dinero prometiendo favores. En cuanto un partido es lo suficientemente
grande, puede abrirse camino en los derroteros del enjuague. Vender
títulos nobiliarios es una estratagema característica de los británicos, pero
el fenómeno de la corrupción está presente en toda Europa, especialmente en
Alemania, Italia, Francia y España. En estos cuatro países, prácticamente todos
los escándalos financieros importantes de los últimos veinte años con políticos
de por medio tienen su origen en la recaudación de fondos para los partidos.
Algunas de las más altas figuras políticas han sido acusadas de cometer abusos
en la recaudación de fondos, entre ellos el presidente francés, Jacques Chirac,
cuando era alcalde de París, y Helmut Kohl, cuando era canciller de Alemania.
La defensa suele ser la misma: "Pero lo hice por el partido". Pero
sigue siendo corrupción. Y coger dinero para el partido acaba por dar paso al
hábito de coger dinero para los individuos. El más reciente escándalo
relacionado con los títulos nobiliarios ha dejado impertérritos a los políticos
británicos más curtidos. "El dinero tiene que recaudarse de alguna
manera", dicen. "Si no se nos permite vender títulos, los partidos
tendrán que ser financiados por el contribuyente". ¿Soy el único en
encontrar ultrajante esta sugerencia? Significaría, de hecho, que la gente
estaría obligada a conceder subsidios a un monopolio político ejercido a
perpetuidad por políticos profesionales. Este asunto, en qué medida la
recaudación de fondos para las campañas –tanto del partido como personales –
conduce a la corrupción, es objeto de controversia en EEUU. Ciertamente, se
conceden cargos a los donantes importantes, incluso destinos diplomáticos
fundamentales. A menudo he pensado que esto representa una enorme desventaja
para los esfuerzos diplomáticos norteamericanos a la hora de exponer sus
políticas al mundo, algo que, hoy más que nunca, es de crucial importancia.
George Washington abordó el problema de los partidos políticos hace 200
años, en su Discurso de Despedida. Reconocía, a regañadientes, que es
"probablemente cierto" que, "dentro de ciertos límites",
"en los países libres los partidos políticos son controles útiles de la
administración del Gobierno y sirven para mantener vivo el espíritu de la
libertad". Pero añadía que el espíritu partidario no había de ser
"alentado". "Siempre habrá suficiente para todo propósito
necesario", agregaba. Y, dado el "peligro constante de que lo hubiera
en exceso, el esfuerzo por mitigarlo y aplacarlo ha de correr, forzosamente,
por cuenta de la opinión pública". Asimismo, comparaba la competición
partidaria con un incendio: "El fuego precisa de vigilancia constante, no
sea que, en lugar de calentar, consuma". Los occidentales deberíamos
reflexionar acerca de cómo pasar sin partidos políticos todopoderosos y
altamente organizados, o al menos sobre cómo reducir su influencia. ¿Por qué no
promover que se presenten a las elecciones individuos más independientes? ¿Qué
papel deben desempeñar los independientes en los parlamentos y congresos del
siglo XXI? Durante los dos últimos siglos, los partidos políticos han
dominado cada vez más nuestras legislaturas, constituido nuestros gobiernos y
dado forma a nuestras sociedades. Pero si son instituciones tan exitosas e
indispensables, ¿por qué son tan corruptas? ¿Es inteligente intentar exportar
esta tradición partidista a las democracias que intentamos levantar en países
como Irak y Afganistán? Después de todo, en Israel, que es una democracia
genuina, el extremadamente fragmentario sistema de partidos es un obstáculo
para un gobierno bueno y estable. Este tipo de cuestiones ha de plantearse
y debatirse en los medios, los think tanks y los departamentos
universitarios de Ciencias Políticas. No debemos mantenernos por toda la
eternidad en la línea derrotista en que estamos atascados con el viejo sistema
de partidos.