VOX en el laberinto
Los escuálidos resultados de los partidos españoles, Ciudadanos, PP y Vox, en las pasadas elecciones demuestran que la paciente labor de zapa de los decenios de gobierno autónomo ha tenido éxito, que hoy Cataluña es un país ajeno y que esforzarse en derrotar políticamente a los separatistas es arar en el mar.
El laberinto constitucional
Hay ciertos asuntos políticos que se tratan a puerta cerrada, pero a los que jamás se les saca de su ámbito cerrado, iniciático, conspirativo. Sólo en medio de un conventículo de plena confianza, casi herético, se pueden afirmar ideas tabú que provocan un airado rechazo externo, pero también un asentimiento tácito entre los más lúcidos. Uno de ellos es el que se deriva de esa derrota permanente de España que es el problema territorial, cuyo caso más grave es Cataluña.
La filosofía oficial del régimen del 78 se deriva de la "conllevancia" orteguiana: Cataluña es un mal de la patria, una tara que se debe aguantar de la mejor manera posible y con un fatalismo estoico. Gracias a la "conllevancia" de estos últimos cuarenta años, el problema no se ha contenido, sino que ha crecido de forma incontrolable, hasta provocar un intento prematuro de secesión. Muestra de este "éxito" del régimen, después de todo el esperpento de estos dos últimos años, es el voto mayoritario del electorado catalán en las recientes elecciones, donde los independentistas de ERC —cuya cabeza de cartel era ni más ni menos que Rufián— han logrado un triunfo que se complementa con el de los separatistas más timoratos del PSC. Los escuálidos resultados de los partidos españoles, Ciudadanos, PP y Vox, demuestran que la paciente labor de zapa de los decenios de gobierno convergente ha tenido éxito, que hoy Cataluña es un país ajeno y que esforzarse en derrotar políticamente a los separatistas es arar en el mar. Sobre todo cuando la izquierda, desde el PSOE hasta Podemos, ha declarado por activa y por pasiva su propósito de acabar con España como Estado unitario.Que todo esto es culpa del abandono de los gobiernos de Madrid: seguro. Pero, aunque acertemos en la naturaleza de la causa, no se puede obviar la realidad: Cataluña ha dejado de ser España a efectos prácticos.
Esto viene de muy lejos. Conviene tener en cuenta que esta región es nuestro flanco débil desde hace cuatrocientos años, muchísimo más que el País Vasco, con el que, pese a todo, existe una suerte de afinidad de caracteres. La zona siempre fue un foco de conflictos: no se puede olvidar la puñalada por la espalda de 1640, cuando la traición de los catalanes arruinó el esfuerzo del Conde-Duque por estructurar una monarquía más equilibrada, justa y eficaz. En el último siglo, desde Barcelona sólo llegaban malas noticias: Semana Trágica, pistolerismo, balconada de Companys o el circo de Puigdemont, Junqueras y demás cómicos de la legua. La ciudad condal ha sido un foco de infección en el cuerpo de España, un cáncer cuya metástasis comenzó con los anarquistas y el separatismo bizkaitarra de Sabino Arana, quien se inspiró en Cataluña para fabricar su engendro ideológico; hoy continúa con el predominio incontestado de la izquierda más extrema en las Ramblas y con el virus del secesionismo expandiéndose por Baleares y Valencia, gracias a la debilidad congénita del régimen del 78 y al apoyo de la progresía supuestamente "española" y que ya no lo es, que dejó de serlo en los años sesenta. A ver si nos vamos enterando.
Si queremos una España fuerte, homogénea y respetada, no podemos seguir enredados en esta madeja de pleitos infinitos que nos aboca a vivir en una crisis perpetua. Mucho mejor que nosotros, los secesionistas son plenamente conscientes de que el régimen del 78 está faisandé. Su inteligencia política les ha facilitado, además, convertirlo en su tributario. El mantenimiento a todo coste de una unidad administrativa de España no puede ocultar su fractura como nación. El galimatías autonómico ha debilitado a las regiones que forman el núcleo castellano del Estado, demasiado pobres e insignificantes como para poder estructurar en el ámbito de su territorio un movimiento eficaz de autodefensa. Sin embargo, los periféricos del Ebro para arriba sí pueden conformar sus pequeños hechos diferenciales e imponer exigencias cada vez mayores a Madrid gracias a su prosperidad económica y a las sólidas minorías separatistas en el Congreso. Cada vez más, los gobiernos centrales les ceden mayores espacios de su precario poder. La Constitución del 78 ha establecido un Estado lábil, que sobrevive porque ni a los secesionistas más inteligentes ni a la Unión llamada "Europea" les interesa una balcanización de la península. En el caso vasco y catalán, su permanencia en el orden constitucional se fundamenta en la laxitud con la que se les permite violarlo y en que es más rentable para ellos disponer de un tributario colonial al que tener avasallado políticamente, que correr el albur de una independencia en la que, como consecuencia lógica, España quedase fuera de su control.
Resumiendo: mientras sigamos aferrados al embeleco de un imposible patriotismo constitucional, estaremos matando a la verdadera España. Cuenta el mito que los cretenses tenían sometida a Atenas y le exigían un tributo de cien mozos y doncellas que eran sacrificados anualmente al Minotauro. Fue un audaz príncipe, Teseo, quien se introdujo en el laberinto en el que vivía el monstruo y lo aniquiló. Luego, condujo a los supervivientes de regreso a Atenas, abandonando para siempre Creta. Ya es hora de que reconozcamos que la única manera de sobrevivir en el laberinto es escapando de él, buscando la salida y acabando con el minotauro separatista de un buen golpe. Por desgracia, es precisamente eso lo que le niega a nuestra patria el Título VIII y el resto de la legislación constitucional.
La rebelión del Centro
Dejemos de engañarnos a nosotros mismos: en los últimos cuarenta años Cataluña y Euskadi se han conformado como naciones mientras España se ha deshecho como Estado unitario. Es España la que debe renacer y nunca lo hará bajo esta Constitución. El rotundo fracaso al aplicar el artículo 155 lo demuestra. Muchísimo menos se producirá la salud de nuestra patria mediante una vuelta al Cantón de Cartagena, como propone la izquierda y aplauden los separatistas. La idea de España es unitaria por naturaleza, por genio y por vocación. El bello ideal de los Austrias de unir lo diverso, el E pluribus unum, fracasó para desgracia de todos. El enemigo lo sabe y entiende perfectamente que nuestra resistencia a aceptar la realidad será siempre su fuerza, porque nos impedirá tomar las medidas adecuadas en defensa de nuestros intereses. Lo que se ha formado al otro lado del Ebro son dos formas preestatales enemigas y parasitarias, de las que debemos defendernos y que pretenden aniquilar cualquier posibilidad de un Estado fuerte, creando una confederación de taifas "plurinacionales", inoperantes y empobrecidas. El peor peligro para el futuro de España no es la secesión, sino el envilecimiento del país en una pseudonación de naciones, que es una contradicción en sus propios términos y cuyo destino es el caos burocrático y económico y la disgregación política en cacicatos autónomos. El daño que a nuestra nación le provocará un esperpéntico proyecto confederal, en el que las dos regiones separatistas tendrían aún más privilegios de los que gozan ahora, hace preferible el divorcio a un matrimonio ruinoso. Ellos ya han roto sus lazos emocionales y han destruido e infamado todos los recuerdos de nuestra amarga y fracasada coexistencia. Apliquémonos la lección, porque durante demasiado tiempo hemos hecho el bobo. No tiene sentido ni es digno seguir con la fracasadísima política de seducir a los separatistas, de enamorarlosde una España a la que cada día odian más.
El peor peligro para el futuro de España no es la secesión, sino el envilecimiento del país en una pseudonación de naciones.
Los estupendos resultados de VOX en las dos Castillas, Extremadura, Andalucía, Aragón y Murcia, demuestran que el hecho nacional español disfruta de una excelente salud en esas regiones y que si éstas se unieran en una sola entidad política homogénea, centralizada y fuerte, podrían acabar con el dominio abusivo y los privilegios coloniales de los que disfrutan los separatistas periféricos: ese poder que les permite hacer mangas y capirotes con nuestro país, al que detestan y odian, pero en el que intervienen y mangonean como si fuera un cortijo de señoritos absentistas, cuyo mayordomo es el PSOE y cuyos manijeros y gañanes somos nosotros, los contribuyentes sin ninguna garambaina foral que nos proteja. Para que esa unidad territorial del Centro se produzca, hay que crear un nuevo orden político. El fetiche del 78 no vale. En 1866 Bismarck, con muy buen criterio, separó a la conflictiva y plurinacional Austria de Alemania. Prefirió un Reich bastante homogéneo a la ineficiencia de una nación de naciones. Hizo muy bien. A nuestro tiempo corresponde crear una nueva estructura política para la nación española, aliviada de los lastres del pasado. Por desgracia, la solución ideal, el foralismo, sólo es una bonita reliquia para el estudio de los eruditos. El cemento del Trono y el Altar, el que forjó la mejor España, ya hace tiempo que se desintegró.
VOX tiene varias ventajas en estos momentos: cuatro años de tiempo para madurar y definirse, una importante representación política y la capacidad de hacerse oír en todos los foros. El proyecto de la formación presenta varias taras que se pueden subsanar en esta legislatura: la principal es la delirante estrategia económica trumpiana, que en un país como España está abocada al fracaso por el rechazo de las clases medias y bajas. Aquí no existe ninguna poderosa sociedad civil y el papel social y económico de lo público es básico, y eso no es por capricho de los políticos, sino porque nuestra estructura cultural y sociológica es muy diferente, por fortuna, de la anglosajona. Es antropología, no economía. De hecho, el elemento clave de la política española es el control de los fondos estatales, con los que todo es posible. El papel de VOX podría ser esencial durante estos años si se convierte en el defensor de los intereses del centro contra las rapiñas de la periferia, si asume en la España española el papel que PNV y ERC ejercen en la "España" antiespañola. En favor de esta política cuenta la dialéctica amigo-enemigo que el separatismo ha impuesto y que dará el triunfo en la España leal a quien se proclame enemigo de nuestros enemigos. Por otro lado, en los territorios periféricos, VOX se podría consolidar como reducto, como el defensor de las minorías españolas.
El agravio territorial es uno de los males de la patria que exige remedio. Los privilegios del Norte machacan al Sur y al Centro, que quedan sometidos a políticas que no cuentan para nada con ellos. Si no quiere reducirse a un partidito de extrema derecha patriotera, VOX haría bien en defender esa justa causa, la de la lucha de las regiones oprimidas contra las privilegiadas. En el Centro, sólo Madrid tiene la entidad suficiente como para contrarrestar el poderío económico de los periféricos. Andaluces extremeños, castellanos, manchegos, murcianos, aragoneses, asturianos, cántabros... Hay una España leal y decente, callada y respetuosa de las leyes, que no ha obtenido nada pese a cuatro décadas de buena conducta. Sin embargo, los que un día y otro pisotean el orden político se ven recompensados con generosidad y vileza por un Estado débil, cobarde y felón. ¿No es hora de acabar ya con todo esto?
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