La libertad tenía un precio
El pacifismo de la izquierda más
sectaria no es un simple elemento folklórico, como a veces se podría pensar.
Hay que verlo dentro de la lógica fundamental del progresismo, que consiste en
negarse a ver el precio de las cosas.
La última o
penúltima de la alcaldesa Ada Colau es una declaración institucional del
Ayuntamiento de Barcelona contra la presencia de las Fuerzas Armadas en el
Salón de la Enseñanza, que se celebra en la ciudad condal la próxima semana. La
declaración, apoyada en sesión plenaria por la extrema izquierda y los
separatistas, sostiene que la promoción de la profesión militar entre los
jóvenes choca con “los valores de la cultura de la paz, los derechos humanos y
la solidaridad internacional”.
El pacifismo
de la izquierda más sectaria no es un simple elemento folklórico, como a veces
se podría pensar. Hay que verlo dentro de la lógica fundamental del
progresismo, que consiste en negarse a ver el precio de las cosas, en pensar
que todo es gratis, sin contrapartidas, que basta con decir “sí, se puede” para
que todo sea posible. Se me entenderá perfectamente con unos cuantos ejemplos.
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Progresista
es aquel que loa una enseñanza universal de calidad, y al mismo tiempo trata de
cargarse lo que la hace posible, que es la exigencia académica
Progresista o
de izquierdas es aquel que defiende con vehemencia el Estado del bienestar
mientras denosta la economía de mercado, olvidando que es el sector privado
el que financia con sus impuestos al sector público que tanto ensalza.
Progresista
es aquel que condena la pobreza energética, es decir, que la factura
eléctrica sea demasiado onerosa para algunos, mientras se opone a los
combustibles fósiles, especialmente al fracking, y por supuesto a la
energía nuclear.
Progresista
es quien se conmueve ante el hambre en el mundo, mientras se opone a los
cultivos transgénicos que permiten alimentar a millones de seres humanos,
deplora que las empresas occidentales creen empleo en los países pobres y nos
hiere los oídos con sus batucadas contra el libre comercio, que los
agricultores y manufactureros del Tercer Mundo necesitan como el agua.
Progresista
es aquel que loa una enseñanza universal de calidad, y al mismo tiempo trata
de cargarse lo que la hace posible, que es la exigencia académica, la
competencia entre centros de enseñanza y el derecho de los padres a elegir el
que consideren más adecuado para sus hijos.
Progresista
es aquel que clama contra la corrupción, al tiempo que defiende (tras la
nefasta experiencia del mangoneo de partidos y sindicatos en las cajas de
ahorro) una banca pública, que los políticos manejen aún más dinero y
hasta que puedan seguir endeudándonos, sin enfadosos límites constitucionales
como el artículo 135.
Progresista o
de izquierdas es, en fin, quien enarbola la bandera de la libertad y la
democracia, pero detesta profundamente a sus guardianes dentro y fuera de
nuestras fronteras, que son ante todo las Fuerzas Armadas, la Policía
Nacional y la Guardia Civil.
La izquierda
era esto: Libertad sin responsabilidad. No quiere comprender que sin
responsabilidad, tampoco tenemos libertad
La izquierda
era esto: libertad sin responsabilidad. No quiere comprender que sin
responsabilidad, tampoco tenemos libertad. En teoría sólo los niños
desconocen todavía que no todo lo que deseamos se puede conseguir, y que lo que
sí es alcanzable, no lo es sin esfuerzo, sin sacrificio. Pero el
progresismo se ha especializado en promover por tierra, mar y televisión a un
tipo de individuo infantilizado y malcriado, que se cree con derecho a todo y
sin obligación alguna.
Este fenómeno
del infantilismo social se relaciona estrechamente con el odio del progresismo
a la familia, que se disfraza hábilmente llamando
“familia” a cualquier cosa. En una sociedad que pretende deconstruir
frívolamente el principal caparazón institucional del ser humano desde la
concepción hasta su muerte natural, el Estado tiende a usurpar un papel de
tutor o Gran Hermano cada vez más patente, como se verifica incluso por la
disolución de la privacidad a través de las redes sociales y la telebasura.
Por lo demás,
el proceso es extrapolable a toda compartimentación y jerarquización social,
que tradicionalmente ha encauzado y reducido la presión del poder. Se vacía
la autoridad de padres, maestros, sacerdotes, mandos militares y agentes del
orden, a fin de hacerla depender exclusivamente de (o más bien reabsorberla en)
una autoridad política cada vez más centralizada y por tanto ilimitada, que
de constituirse plenamente sería más despótica que todas las tiranías que
conoció el mundo, antes de que Lenin y Hitler instauraran los primeros
regímenes totalitarios.
Lenin se dirige a las masas en Moscú el 1 de mayo de 1920 /Wikimedia
No por
casualidad, el pacifismo de Lenin tuvo una función decisiva en su conquista del
poder. Fue prometiendo sacar a Rusia de la Primera Guerra Mundial, a cambio de
ceder territorios a Alemania, como el líder bolchevique consiguió el apoyo
de una gran parte de la población. Lo cual, irónicamente, condujo a su país a
una sangrienta guerra civil, y dos décadas después al pacto
germano-soviético que precipitó la Segunda Guerra Mundial, con la inestimable
colaboración de esos otros grandes pacifistas que fueron Chamberlain y
Daladier.
Porque esta
es la segunda parte. La izquierda, tan pacifista, tan defensora de los
trabajadores, ecologista y amante de la libertad y la cultura como se presenta,
siempre termina igual: siendo más militarista que nadie, exigiendo más
sacrificios que nadie a los trabajadores, destrozando el medio ambiente más que
nadie, cerrando más escuelas y quemando más iglesias que nadie, prohibiendo
más libros y persiguiendo a más artistas, intelectuales y disidentes que nadie.
Fidel Castro y Hugo Chávez, dos comandantes unidos por los ideales
comunistas /Youtube
Por suerte,
no hay necesidad de que lleguen a conquistar el poder absoluto para que nos
revelen su naturaleza. Ellos mismos, en sus momentos de relajación, nos
anuncian sus verdaderas intenciones. Como el jefe de la Guardia Urbana de
Ada Colau, Amadeu Recasens, quien hace unos meses, al tiempo que negaba que
exista una amenaza exterior que justifique la necesidad de un ejército
(Oriente Medio debe ser un cúmulo estelar situado al otro extremo de la
galaxia), abogaba por la creación de una gendarmería catalana, con armamento
pesado y entrenamiento militar. Seguramente, para velar por la unidad de
España, el respeto a la propiedad y repartir caramelos entre los niños.
Inasequibles
al desaliento y a las lecciones de la Historia, los progresistas seguirán
dándonos lecciones de ética, y las miríadas de tontos útiles seguirán
comprándoselas. Pero sobre todo, no les quepa la menor duda de que quienes
tratamos de desenmascararles seguiremos siendo vituperados como unos fascistas
de tomo y lomo. Es el precio que tenemos que pagar, y no vamos a ser nosotros
quienes nos quejemos del coste que tienen todas las cosas que valen la pena.
·
Barcelona, 1967. Escritor vocacional y agente
comercial de profesión. Autor de Contra la izquierda (Unión Editorial, 2012) y
de numerosos artículos en medios digitales. Participó durante varios años en
las tertulias políticas de las tardes de COPE Tarragona. Es creador de los
blogs Archipiélago Duda y Cero en progresismo, ambos agregados a Red Liberal.